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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, el aprendiz de mago

BOOK: Raistlin, el aprendiz de mago
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Raistlin Majere tiene siete años cuando conoce a un archimago que lo inscribe en una escuela de hechicería. Allí, el atormentado niño descubre sus dotes para la magia, y también que en ella puede encontrar su salvación. Y aunque Raistlin no lo sabe, desde la Torre de la Alta Hechicería, los magos lo vigilan en secreto, porque negras nubes se adivinan en el horizonte de Krynn.

Margaret Weis

Raistlin, el aprendiz de mago

La forja de un túnica negra - 1

ePUB v1.4

OZN
21.05.12

Título: Raistlin, el aprendiz de mago

Autor/es: Margaret Weis

Traducción: López Díaz-Guerra, Milagros

Edición: 1ª ed., 1ª imp.

Fecha Edición: 01/2008

ISBN: 9788448031299

Publicación: Ediciones Altaya, S.A.

Agradecimientos

Dedicado con afecto y amistad

A Tracy Raye Hickman

AGRADECIMIENTOS

En reconocimiento por la ayuda de los amigos de Krynn del alt.fan.dragonlance newsgroup. Ellos han recorrido este mágico mundo más recientemente que yo, de modo que pudieron facilitarme una inestimable información. Gracias a todos.

Querría agradecer la labor de Terry Phillips, cuyo libro de juego de aventuras,
The Soulforge,
me sirvió como fuente de inspiración para esta historia.

PRÓLOGO

Han pasado muchos años desde que nos reunimos en mi apartamento para participar enuna sesión de juego. Por entonces, sólo unos pocos conocíamos Dragonlance, una criatura llena de promesas aún sin cumplir. Jugábamos la primera aventura de lo que finalmente acabaría siendo una experiencia maravillosa para millones de personas; pero esa noche, según recuerdo, apenas sabíamos lo que nos traíamos entre manos. Yo dirigía el juego siguiendo las anotaciones sobre reglas y diseño que había tomado apresuradamente. Tanto mi esposa como Margaret se encontraban entre los numerosos jugadores que se afanaban por descubrir a sus personajes concretando los imprecisos perfiles que les habíamos dado ¿Quiénes eran estos Héroes de la Lanza? ¿Cómo eran realmente?

Estábamos en los inicios del juego cuando me volví hacia mi buen amigo Terry Phillips y le pregunté qué estaba haciendo su personaje. Terry habló y... el mundo de Krynn cambió para siempre. Su voz rasposa, el sarcasmo y la amargura que enmascaraban una arrogancia y un poder que no necesitaban exponerse de repente eran reales. Todos los presentes nos quedamos paralizados y aterrados. Hasta el día de hoy, Margaret jura y perjura que Terry vestía la Túnica Negra en la reunión de aquella noche.

Terry Phillips había elegido a Raistlin como su personaje, y con aquella voz predestinada dio vida a uno de los personajes de Dragonlance más duraderos. Terry llegó incluso a escribir un libro de juegos donde se detallaban las pruebas que Raistlin tuvo que superar. Krynn —amén de Margaret y de mí mismo— tiene una gran deuda de gratitud con Terry por darnos a Raistlin.

Otros personajes de Dragonlance han de atribuirse a varios creadores, pero desde el principio Margaret dejó muy claro a todos los interesados que Raistlin era suyo y sólo suyo. En ningún momento nos opusimos a que se encargara del oscuro mago, todo lo contrario. Parecía ser la única capaz de apaciguar su carácter y calmar su mente atormentada. Lo cierto es que Raistlin nos asustaba al resto y nos mantenía a distancia. Sólo Margaret sabía cómo tender un puente para salvar aquella sima abismal que nos separaba de él.

Ahora tenéis en vuestras manos la historia de Raistlin relatada por Margaret, la persona que lo conoce mejor. Tal vez este singular viaje no siempre sea agradable, pero sí una experiencia que merece la pena. Margaret ha sido, invariablemente, una narradora magistral. Esta es la historia que siempre anheló contar.

Y si Terry la está leyendo —dondequiera que se encuentre— le deseo paz.

Tracy Hickman

Libro 1

«El alma de un mago se forja en el crisol de la magia»

Antimodes, de los Túnicas Blancas

1

Jamás llevaba puesta la blanca túnica cuando viajaba.

Muy pocos magos lo hacían en aquel tiempo, antes de que la terrible Guerra de la Lanza se volcara del caldero como aceite hirviendo y abrasara la campiña. En aquellos días, unos quince años antes de la guerra, se había prendido la lumbre debajo del caldero; la Reina de la Oscuridad y sus hordas habían encendido la chispa que inflamó la llama. Dentro del perol, el aceite, frío y negro, estaba inactivo; pero en el fondo empezaba a hervir lentamente.

Casi nadie en Ansalon vio el caldero, y mucho menos el aceite que bullía en su interior, hasta que se derramó sobre sus cabezas junto con el fuego de los dragones y los innumerables horrores de la guerra. En esta época de relativa paz, la mayoría de los habitantes de Ansalon nunca miraban hacia arriba ni a uno u otro lado para ver qué ocurría en el mundo. Por el contrario, mantenían la vista fija en sus propios pies, inmersos en sus afanes diarios, y si alguna vez levantaban los ojos al cielo era para comprobar si algún aguacero echaría a perder su excursión al campo.

Unos pocos percibían el calor del fuego recién prendido. Unos pocos habían estado observando atentamente el negro y tumescente líquido y ahora veían que empezaba a hervir. Estos pocos se sentían intranquilos, y se pusieron a hacer planes.

El mago se llamaba Antimodes. Era de la raza humana y provenía de una familia de comerciantes de clase media, natural de Port Balifor. El menor de tres hermanos, creció aprendiendo el negocio familiar, que era la sastrería. Todavía hoy presumía de las cicatrices dejadas por los pinchazos de alfileres y agujas en el dedo corazón de la mano derecha. De aquellos años de aprendizaje le quedaba una aguda perspicacia comercial y el gusto por la buena ropa, que era una de las razones por las que rara vez vestía la blanca túnica. Algunos magos tenían miedo de llevarla puesta, ya que era el símbolo de una profesión que se veía con malos ojos en Ansalon.

No era el temor el motivo de que Antimodes no vistiera su túnica, sino el hecho de que la suciedad se notara mucho en el color blanco. Odiaba llegar a su punto de destino manchado con el barro y el polvo del camino.

Viajaba solo, lo que en aquellos días inciertos significaba que se era un necio, un kender o una persona extraordinariamente poderosa. Antimodes no era ni lo primero ni lo segundo. Viajaba solo porque prefería su propia compañía y la de su burra, Jenny, a la de la mayoría de la gente que conocía. Los guardias de escolta eran toscos y lerdos por lo general, además de que sus servicios resultaban costosos. Llegado el caso, Antimodes era lo bastante diestro para defenderse.

Rara vez había tenido necesidad de hacerlo en sus más de cincuenta años de vida. Los ladrones buscaban víctimas tímidas, acobardadas, ebrias o descuidadas. A pesar de que su capa de lana azul oscuro, de buena confección y con los broches de plata, lo señalaba como un hombre acaudalado, Antimodes cabalgaba en su burra con un aire de seguridad en sí mismo, la espalda muy recta, la cabeza levantada y los penetrantes ojos reparando en cada ardilla en los árboles, en cada sapo metido en los surcos del camino.

No llevaba armas a la vista, pero en las amplias mangas y en las botas altas de cuero podía esconder un puñal; los saquillos que colgaban del cinturón de cuero hecho a mano debían de contener componentes para hechizos. Cualquier ladrón que se preciara de tal se daría cuenta de que el estuche de marfil que Antimodes llevaba en bandolera al pecho con una correa probablemente guardaba pergaminos con conjuros. Las furtivas figuras que acechaban entre la maleza al borde del camino se escabullían hacia la espesura y esperaban la llegada de otra víctima más propicia.

Antimodes se dirigía a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth y, aunque podría haber utilizado los corredores de la magia para llegar a la Torre directamente desde su casa en Port Balifor, viajaba de este modo convencional y más largo porque así se lo había requerido el propio Par-Salian, portavoz de la Orden de los Túnicas Blancas y jefe del Cónclave de Hechiceros, quien, consecuentemente, era su superior.

Ambos hechiceros eran íntimos amigos desde hacía mucho tiempo, cuando de jóvenes llegaron a la Torre para someterse a la dura, penosa y, en ocasiones, mortal Prueba que debían pasar todos los aspirantes a mago. Los dos estuvieron esperando en la misma antesala de la Torre y compartieron el nerviosismo y el temor, tan necesitado el uno como el otro de consuelo, ánimo y apoyo. Desde entonces, los dos Túnicas Blancas habían sido buenos amigos.

En consecuencia, Par-Salian había «pedido» a Antimodes que realizara este largo y agotador viaje. El jefe del Cónclave no se lo ordenó, como habría hecho con cualquier otro.

Antimodes tenía que llevar a cabo dos objetivos durante este viaje. El primero, escudriñar todo rincón oscuro, procurar oír toda conversación mantenida en susurros, asomarse a través de toda contraventana que estuviera cerrada y atrancada. El segundo, buscar un nuevo talento. El primer cometido era un poco peligroso; a la gente no le hacía gracia que fisgonearan en su vida, sobre todo cuando tenían algo que ocultar. El segundo era tedioso y pesado porque casi siempre implicaba tratar con chiquillos, y el mago sentía aversión por ellos. Total, que Antimodes prefería su papel como espía.

Anotaba toda la información en un diario con su limpia y clara caligrafía de sastre para después entregárselo a Par-Salian y repasaba mentalmente cada palabra escrita en la libreta de anotaciones mientras trotaba a lomos de su blanca burra; el animal había sido un regalo de su hermano mayor, que se había puesto al frente del negocio familiar y ahora era un próspero sastre de Port Balifor. Antimodes empleaba el tiempo que pasaba en la calzada reflexionando sobre todo cuanto había visto y oído; aparentemente, nada importante pero, al mismo tiempo, todo portentoso.

—Par-Salian encontrará interesante la lectura de este informe —le dijo a
Jenny,
que sacudió la cabeza y volvió las orejas hacia atrás como mostrándose de acuerdo—. Estoy deseando entregarle el diario —prosiguió su amo—. Lo leerá y me hará preguntas, y yo le explicaré todo lo que he visto y oído mientras saboreamos el mejor de sus excelentes caldos elfos. Y tú, querida, tendrás avena para comer.

Jenny
mostró su conformidad con entusiasmo. En algunos sitios en los que habían hecho un alto, se había visto obligada a comer heno húmedo y mohoso o cosas peores. De hecho, en una ocasión le pusieron mondas de patatas.

Casi estaban al final del viaje. Al cabo de un mes, Antimodes llegaría a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, o, mejor dicho, la Torre llegaría hasta Antimodes. Uno no encontraba el mágico edificio, sino que éste lo encontraba, o no, a uno, según determinara su señor.

El mago decidió hacer noche en Solace a pesar de que podría haber seguido camino ya que sólo era mediodía y, estando al final de la primavera, todavía quedaban varias horas de luz para viajar. Pero le gustaba Solace y su famosa posada, El Ultimo Hogar, y le gustaba Otik Sandhal, el propietario, y sobre todo su excelente cerveza. Antimodes llevaba paladeando en su imaginación aquella cerveza oscura y fría, coronada por la cremosa espuma, desde que había tragado la primera bocanada de polvo del camino.

Su llegada a Solace pasó inadvertida, a diferencia de lo que ocurría en otras poblaciones de Ansalon donde a cualquier forastero se lo consideraba un ladrón o un portador de enfermedades contagiosas o un asesino o un secuestrador de niños. Solace era una villa muy distinta de otras de AnsaIon; había sido fundada por refugiados que huían para salvar la vida durante el Cataclismo y que solo dejaron de correr cuando llegaron a esta zona. Al haber sido ellos mismos forasteros en el camino, daban un trato más afable a quienes llegaban de fuera, y esta actitud la heredaron sus descendientes. Solace se había ganado fama de ser refugio de parias, solitarios, trotamundos y aventureros.

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