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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, el aprendiz de mago (6 page)

BOOK: Raistlin, el aprendiz de mago
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»Hicieron el trato y se marcharon, y no los hemos vuelto a ver desde entonces. Me pregunto si no estarán enfrentándose a algún peligro o si tal vez habrán pronosticado algún mal que se avecina.

»Su rey, Lorac, es un mago poderoso y, en ocasiones, adivino.

—Si los amenaza un peligro, nunca lo sabremos —comentó Antimodes—. Antes prefieren ver a su pueblo barrido del mundo que rebajarse a pedirnos ayuda a cualquiera de nosotros.

Resopló con desdén. No sentía ningún aprecio por los silvanestis, cuyos magos Túnicas Blancas formaban parte de la Orden, pero que dejaban muy claro que lo consideraban un gesto de condescendencia y tremenda generosidad por su parte. No les gustaban los humanos, y lo demostraban de muy distintas maneras, como pretender que no sabían hablar Común, el idioma de todas las razas de Krynn, o dar la espalda con desprecio cuando algún humano osaba profanar el lenguaje elfo al hablarlo. Increíblemente longevos, los elfos veían los cambios como algo a lo que había que temer. Los humanos, con una esperanza de vida muchísimo más corta, una naturaleza fogosa y una constante necesidad de «superarse», representaban todo aquello que los elfos aborrecían. Los silvanestis no habían desarrollado una idea creativa en los últimos dos mil años.

—Los qualinestis, por otro lado, mantienen una férrea vigilancia en sus fronteras, pero permiten entrar a gentes de otras razas siempre y cuando tengan permiso del Orador de los Soles —continuó Antimodes—. Tienen en muy alta estima a los artesanos del metal enanos y humanos y los animan a visitar el país, aunque no a instalarse, y sus propios artesanos elfos de vez en cuando viajan a otras tierras. Por desgracia, topan frecuentemente con prejuicios y odio. —Antimodes conocía y apreciaba a muchos qualinestis y lamentaba que fueran víctimas de atropellos.

»Algunos de sus jóvenes, en especial el hijo mayor del Orador... ¿Cómo se llama?

— ¿El Orador? Solostaran.

—No, el hijo mayor.

—Ah, debes referirte a Porthios.

—Sí, eso es, Porthios. Se comenta que es del parecer que los silvanestis tienen razón y que ningún humano debería pisar tierra de Qualinesti.

—En realidad no puedes culparlo por ello, habida cuenta de lo que ocurrió cuando los humanos entraron en Qualinesti después del Cataclismo. Pero no creo que debamos preocuparnos. Estarán discutiendo sobre el tema durante el próximo siglo a menos que algo los empuje en una u otra dirección.

—Claro. —Antimodes había advertido un cambio sutil en la voz de Par-Salian—. ¿Crees que algo podría empujarlos?

—He oído el retumbo de truenos lejanos.

—Pues yo no he oído nada —acotó Antimodes—. Los pocos Túnicas Negras con los que me he encontrado últimamente están un poco demasiado remisos. Actúan como si el guano de murciélago no fuera a prenderse en sus manos.

—Unos cuantos de los más poderosos han desaparecido a la chita callando —dijo Par-Salian. —

—¿Quiénes?

—Bueno, Dracart, por ejemplo. Solía pasar periódicamente por aquí para ver qué nuevos artilugios habían aparecido y para echar una ojeada a posibles aprendices. Pero los únicos Túnicas Negras que han venido últimamente han sido de rango bajo, a los que no invitarían a compartir los secretos de sus superiores. E incluso éstos parecían un tanto nerviosos.

—He de suponer, pues, que no has visto a la hermosa Ladonna —dijo Antimodes con maliciosa sorna.

Par-Salian esbozó una leve sonrisa y se encogió de hombros. Aquel fuego había muerto hacía años, y él era demasiado viejo y estaba demasiado absorto en su trabajo para sentirse complacido o molesto por la broma de su amigo.

—No, no he hablado con Ladonna desde hace un año y, lo que es más, creo que lo que quiera que esté haciendo me lo está ocultando deliberadamente. Rehusó asistir a la reunión de los jefes de las Órdenes, algo que no había hecho jamás. Envió a alguien para que la representara, un hombre que pronunció exactamente tres palabras durante su estancia aquí, y fueron «pásame la sal». —Par-Salian sacudió la cabeza—. Takhisis ha estado tranquila demasiado tiempo. Algo se está cociendo.

—Lo único que podemos hacer es esperar y vigilar, amigo mío. Y estar preparados para actuar cuando sea necesario. —Antimodes hizo una pausa y bebió un sorbo de vino elfo—. Una noticia buena que tengo es que los Caballeros de Solamnia empiezan por fin a rehacerse. Muchos de ellos han reclamado sus propiedades familiares y están reconstruyendo sus fortalezas. Su nuevo cabecilla, el caballero Gunthar, es un astuto político que tiene la habilidad de pensar con la cabeza, no con el yelmo. Se ha ganado la simpatía de la plebe limpiando unos cuantos reductos de goblins, arrestando algunos bandidos y patrocinando justas y torneos en diversas partes de Solamnia. No hay nada que divierta más al populacho que ver cómo hombres hechos y derechos se aporrean unos a otros.

Par-Salian parecía serio, casi alarmado.

—No considero buena esa noticia, Antimodes. Los caballeros no nos tienen aprecio. Si se conformaran con cazar goblins, vale, pero puedes estar seguro de que sólo será cuestión de tiempo el que añadan a los hechiceros a su lista de enemigos, como ocurrió en los viejos tiempos. Está escrito incluso en la Medida.

—Deberías conocer a lord Gunthar —sugirió Antimodes, a quien le hizo gracia ver que las blancas cejas de Par-Salian se arqueaban de tal modo que casi se le salían de la frente—. Lo digo muy en serio. No te sugiero que lo invites a venir aquí, pero...

—Desde luego que no —lo interrumpió Par-Salian, muy estirado.

—Pero deberías hacer un viaje a Solamnia. Visitarlo. Asegurarle que sólo deseamos el bien de Solamnia.

—¿Cómo voy a decirle eso cuando podría apuntar, y con razón, que muchos de los de nuestras Órdenes no desean tal cosa precisamente? Los caballeros desconfían de la magia, de nosotros, de
todos
nosotros, y he de decirte que no me siento particularmente inclinado a fiarme de ellos. En mi opinión, lo más prudente es mantenerse lejos de ellos y no hacer nada que atraiga la atención sobre nosotros.

—Magius era amigo de Huma —insistió Antimodes.

—Y, si no recuerdo mal la leyenda, Huma no gozaba del respeto de sus compañeros de caballería por esa misma razón —replicó duramente Par-Salian—. ¿Qué noticias se tienen de Thorbardin? —Cambió de tema bruscamente para indicar que el asunto anterior quedaba zanjado.

Antimodes era lo bastante diplomático para no insistir en lo mismo, pero para sus adentros decidió que visitaría Solamnia, quizás en el viaje de vuelta, aunque ello significaba desviarse bastante hacia el norte. Era tan curioso como un kender en lo referente a los caballeros, quienes habían sido objeto de la ira, la antipatía y el desprecio de las mismas gentes que antaño los consideraban como protectores y defensores de la ley. Ahora parecía que la caballería recuperaba parte de su antigua posición.

El hechicero deseaba verlo por sí mismo, de comprobar si podía sacar provecho de ello de algún modo. No mencionaría esta idea a Par-Salian, desde luego. Los Túnicas Negras no eran los únicos miembros de la Orden que guardaban en secreto sus actividades.

—Los enanos de Thorbardin siguen en Thorbardin, imagino, principalmente porque nadie los ha visto salir de allí. Son totalmente autosuficientes, y no tienen motivo para interesarse por el resto del mundo. En realidad, no veo razón de que lo hagan. Los Enanos de las Colinas están expandiendo su territorio, y muchos empiezan a viajar a otras tierras. Algunos incluso se están instalando fuera de sus hogares en las montañas. —Antimodes recordó al enano que había conocido en Solace.

»En cuanto a los gnomos, ocurre igual que con los enanos de Thorbardin, con una salvedad: que suponemos que los gnomos todavía residen en el Monte Noimporta porque nadie lo ha visto explotar todavía. Los kenders parecen más prolíficos que nunca; están por todas partes, lo ven todo, roban la mayor parte de ello, descolocan el resto y no sirven para absolutamente nada.

—Oh, pues yo creo que sí —dijo Par-Salian seriamente. Se sabía que le caían bien los kenders, sobre todo (como Antimodes decía siempre con acritud) porque permanecía aislado en su Torre y nunca trataba con ellos—. Los kenders son los verdaderos inocentes de este mundo. Nos recuerdan que perdemos un montón de tiempo y energía preocupándonos por cosas que no son realmente importantes.

Antimodes no pudo menos de soltar un gruñido.

—Así pues, ¿cuándo te veremos abandonando tus libros, cogiendo una jupak y echándote a los caminos?

—No creas que no lo he pensado, amigo mío —sonrió Par-Salian—. Si llegara el caso, estoy convencido de que sería bueno manejando una de esas jupaks. Se me daba muy bien la honda cuando era un niño. Oh, en fin, ya es bastante tarde. —Era una señal para poner punto final a la entrevista—. ¿Nos veremos por la mañana? —preguntó con un dejo de ansiedad que Antimodes supo interpretar.

—No se me ocurriría interferir en tu trabajo, amigo —respondió—. Echaré un vistazo a los artefactos, los rollos de pergamino y los componentes de hechizos, en especial si tienes mercancía elfa. Hay un par de cosas que me gustaría conseguir. Después me pondré en camino.

—Eres tú quien resultaría un fantástico kender —comentó Par-Salian mientras se levantaba del sillón—. Jamás te quedas en un sitio el tiempo suficiente para que el polvo se pose en tus zapatos. ¿Adonde piensas ir?

—Oh, daré una vuelta por aquí y por allí. No tengo prisa para volver a casa. Mi hermano puede llevar el negocio muy bien sin mí y he hecho los arreglos oportunos para que inviertan mis ingresos, así que ganaré dinero aunque no esté allí. Un modo más fácil y más lucrativo de ganarse la vida que ejecutando hechizos sobre un pedazo de mineral de hierro. Buenas noches, amigo mío.

—Buenas noches. Que tengas un viaje agradable y seguro. —Par-Salian estrechó su mano cordialmente. Hizo una breve pausa, sin soltar la mano de su amigo, que lo miró sorprendido.

»Ten cuidado, Antimodes —le dijo seriamente—. No me gustan los signos ni los portentos que hay. El sol brilla sobre nosotros ahora, pero advierto las puntas de oscuras alas arrojando largas sombras. Sigue enviando tus informes, porque me son muy valiosos.

—Tendré cuidado —respondió el otro hechicero, algo preocupado por la seria advertencia de su amigo.

Sabía que Par-Salian no había dicho todo lo que sabía. El jefe del Cónclave no sólo era un experto en la predicción del futuro, sino que también gozaba del favor de Solinari, el dios de la magia blanca. Alas oscuras. ¿Qué habría querido decir con eso? ¿Se referiría a la Reina de la Oscuridad, a la vieja y querida Takhisis? La diosa había desaparecido del mundo, pero no estaba relegada al olvido, en especial por quienes estudiaban el pasado y sabían de lo que era capaz el Mal.

Alas oscuras. ¿Buitres? ¿Águilas? ¿Símbolos de guerra? ¿Grifos, pegasos? Éstas eran unas bestias mágicas a las que no se veía hoy en día. ¿Dragones?

«¡Que Paladine nos asista! Razón de más para que descubra qué ocurre en Solamnia», decidió Antimodes.

Los dos hechiceros se estrecharon de nuevo las manos, y Antimodes caminaba hacia la puerta cuando Par-Salian volvió a detenerlo:

—Ese joven alumno... del que me hablaste, ¿cómo se llama?

Antimodes tardó un momento en cambiar el hilo de sus pensamientos hacia un tema diferente, y otro par de segundos en recordar el nombre.

—Raistlin. Raistlin Majere.

Par-Salian hizo una anotación en su libro.

5

Era muy temprano en Solace, tanto que aún no había salido el sol, cuando los niños se despertaron en la pequeña casa escondida en la sombra del vallenwood. Con sus postigos desvencijados, las raídas cortinas y las plantas medio muertas, la casa tenía un aspecto tan abandonado y descuidado como los chiquillos que vivían en ella.

Su padre — Gilon Majere, un hombretón de ancho y cordial rostro, cuya placidez natural echaban a perder las arrugas de preocupación marcadas en el entrecejo— no había regresado a casa la noche anterior, ya que se había marchado lejos de Solace para hacer un trabajo para un lord que poseía una hacienda en el lago Crystalmir. Su madre estaba despierta, pero lo había estado desde medianoche.

Rosamun se encontraba en la mecedora, con una madeja de lana en las manos que, una vez más, devanaría en un prieto ovillo para deshacerlo a continuación y empezar de nuevo a devanarlo.

Mientras trabajaba no dejaba de canturrear con un escalofriante tono agudo pero quedo, aunque en ocasiones se interrumpía para sostener conversaciones con gente que sólo ella veía.

Si su esposo, un hombre afable y cariñoso, hubiera estado en casa, habría intentado convencerla para que dejara de «tejer» y se fuera a la cama. Aunque tampoco eso habría arreglado las cosas ya que, en el lecho, habría seguido cantando y al cabo de una hora habría vuelto a levantarse.

Rosamun tenía algunos días buenos con períodos lúcidos en los que era consciente de lo que ocurría a su alrededor, aunque no se mostraba particularmente interesada en tomar parte de ello.

Hija de un comerciante acomodado, siempre había tenido sirvientes que cumplieran sus mandatos, pero ahora no podía permitirse tales lujos y Rosamun era incompetente para llevar una casa. Si tenía hambre, entonces tal vez preparaba algo de comida y quizá quedaba suficiente para el resto de la familia, siempre y cuando no se olvidara por completo de ella y la dejara que se quemara en la olla.

Cuando imaginaba que estaba remendando las ropas, tomaba asiento en la silla con un cesto de prendas rotas sobre el regazo y se quedaba mirando a través de la ventana. O se echaba la desgastada capa sobre los hombros e iba a «hacer visitas», y vagaba por las pasarelas hasta que decidía pararse y hablar con alguno de sus vecinos, quienes por lo general miraban hacia otro lado y la eludían. La gente sabía que olvidaba dónde estaba y se quedaba en casa de quien fuera durante horas hasta que sus hijos la encontraban.

A veces recordaba historias sobre su primer esposo, Gregor Uth Matar, un truhán y un mujeriego, del que se sentía absurdamente orgullosa y al que todavía amaba a pesar de que la había abandonado hacía años.

—Gregor era un Caballero de Solamnia —decía, hablando a invisibles oyentes—. Y me amaba mucho. Era el hombre más apuesto de Palanthas, y todas las chicas estaban locas por él, pero me eligió a mí. Me compraba rosas, entonaba canciones bajo mi ventana y me llevaba a pasear en su caballo negro. Está muerto, lo sé. Está muerto o habría regresado a buscarme. Murió como un héroe, ¿saben?

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