—Sígueme —me dijo—. Creo que habrá espacio para los dos aquí arriba. Tendremos que estar muy quietos.
—No te preocupes —musité y lo empujé desde abajo para ayudarlo a encaramarse a la chimenea. Sabía seguro que la débil puerta trasera no iba a durar mucho tiempo en pie.
Y así fue. Acababa de subirme a ese agujero negro, arañándome los codos con los ladrillos llenos de hollín, mientras Nick tiraba de mí hacia arriba agarrándome del brazo, cuando oí que la puerta cedía y la casa se llenaba de pisadas enérgicas. No había encontrado un buen apoyo para el pie, y en mis intentos de agarrarme, iba soltando una lluvia de hollín. Si miraba hacia arriba, no veía nada, ni siquiera a Nick. La chimenea era estrecha, y parecía ir estrechándose al subir. Notaba como el hollín acumulado durante años me ensuciaba los cabellos y me bajaba por el cuello como si fuera un flujo arenoso.
Había más de un hombre en la casa. Podía oír el ruido que hacían abajo, y también sus voces, aunque no lograba entender lo que decían. Estaba convencida de que moriríamos ahogados allí dentro; si el fuego llegaba a nuestros pies estábamos atrapados, porque la única salida era hacia arriba. Como si me hubiese leído el pensamiento, Nick empezó a mover los pies, buscando puntos de apoyo más arriba para ir ascendiendo hacia a lo alto de la chimenea. Me pisó los dedos. «¿Qué haces, idiota?», quise chillarle, pero no me atreví a hacer ningún ruido.
Debajo de nosotros, varios pares de pies pateaban el fuego, tratando de apagarlo. Pero también oímos gritos y luego lo que parecían quejidos de dolor. Los sonidos tenían un ritmo: primero, un golpe, justo debajo de mí, a no más de unos pocos centímetros de la chimenea, y a continuación un gemido angustiado. Otro golpe, otro gemido. Estaban apaleando a alguien.
Los movimientos de Nick seguían provocando una lluvia de hollín sobre mi cabeza. El polvo negro me llenaba la boca y se me enganchaba en la lengua, como arena asquerosa. Me estaba mareando y no creía poder aguantar mucho tiempo más allí.
Pareció que los golpes habían parado. Nick había dejado de moverse. Los dos permanecimos allí colgados, en esa oscuridad mal ventilada, aguantando como podíamos. ¿Se habrían marchado aquellos hombres? Realmente ya no era consciente de nada más que de la incomodidad y de la dificultad para respirar. Me iba a morir. Los dos moriríamos ahogados. Me invadió el pánico y alargué la mano buscando el tobillo de Nick.
Pero no pude encontrarlo. Y mis dedos tampoco encontraron la hendidura en donde se habían apoyado antes. Pero era igual, ya no me quedaban más fuerzas para seguir aguantando. Dolorosamente, me deslicé por la chimenea de ladrillos sucios. Caí a gran velocidad y aterricé de golpe en el hogar, entre una nube de polvo negro.
Me tuve que llevar los puños a los ojos, porque empezaron a escocerme mucho por el hollín. No podía abrirlos sin sentir dolor. Tras unos segundos, noté algo suave y húmedo en la cara, y al alargar la mano a tientas para investigar me encontré con la forma inconfundible de la cabeza de
Lash
y la humedad fría de su hocico. Gemía débilmente de alegría, aliviado de haberme encontrado.
—¡
Lash
! —murmuré con emoción—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
No podía creerlo, pero parecía que no había nadie más para darme la bienvenida, ningún malhechor que se lanzara alegremente sobre mí para retorcerme el pescuezo. Y tampoco había fuego. Los hombres debían de haberlo apagado antes de que llegara a extenderse.
Un segundo después, Nick también se dejó caer y me murmuró al oído, en la oscuridad.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
Tosí, haciendo el menor ruido posible.
—No te preocupes —repuse, frotándome los ojos—. No creo que me haya hecho daño.
—Creí que alguien había tirado de ti desde abajo —explicó Nick. Entonces, al notar un hocico húmedo en la palma de la mano, exclamó con tono de sorpresa—: ¿
Lash
?
—Estaba aquí esperándonos —dije—. Se ha debido de soltar. ¿Has hecho huir a esos hombres malos, eh,
Lash
? ¡Buen chico!
Nick se levantó. La casa estaba en silencio. El hollín y el polvo flotaban a nuestro alrededor. Todo volvía a estar completamente oscuro, las sombras alargadas y la luz amarillenta de las llamas ya eran historia.
—Se han ido.
Nos levantamos, y nos quedamos escuchando un buen rato, tan sólo para asegurarnos. Cuando los ojos se nos acostumbraron a la oscuridad, pudimos ver la puerta trasera abierta de par en par. La luz de la luna se filtraba a través del denso follaje de los árboles del jardín y por los cristales de las polvorientas ventanas.
—Sonaba como si se estuvieran matando los unos a los otros —murmuré, todavía parpadeando para sacarme el hollín de los ojos.
Nick se agachó para examinar algo que había visto a sus pies. Alargó la mano y la pasó por el suelo.
—Mira —exclamó.
Levantó la mano mojada. Me la enseñó, intentando esquivar lo mejor que pudo el hocico de
Lash
, que quería husmear. No había suficiente luz para ver qué era y sólo fue por el olor que pudimos identificar de qué se trataba.
—Sangre —dije con miedo.
Nick no dijo nada.
—¿Crees que se lo han cargado? —le pregunté—. Han matado a alguien, ¿verdad, Nick? ¿Crees que han matado a Damyata?
Nick se quedó en silencio. Al principio pensé que no me había oído.
—Te pregunto si crees…
—¿Has dicho Damyata? —me interrumpió en voz baja.
—Sí. ¿Crees que lo deben haber…?
Se inclinó hacia mí y me agarró de los hombros.
—¿Qué quieres decir con Damyata? ¿De donde has sacado esa palabra? —Seguía hablando con mucha calma, pero había un tono de urgencia en su voz y algo que era casi rabia, como si yo hubiese dicho algo que lo había herido. Noté su aliento en la cara. Su reacción me confundió. Obviamente, nunca le había mencionado antes ese nombre a Nick, pero no podía entender por qué lo alteraba tanto.
—El hombre de Calcuta —dije.
—¿Qué te ha impulsado a decir Damyata? —insistía, casi sin contenerse. Podía notar el temblor de sus manos aferradas a mis hombros. Algo que había dicho lo había dejado muy impresionado y no sabía por qué.
—Porque es su nombre, eso creo —dijo.
—¿Cómo lo sabes?
—No… no lo sé, en realidad, es sólo una deducción. Oí… oí a alguien decir esa palabra.
—Por ahora, me temo que será imposible localizar a Damyata —dijo Nick, tras soltar un largo suspiro.
Entonces fue a mí a quien se le heló el corazón. ¿Dónde había oído eso antes?
—No puedo decir nada más, me siento débil —dijo Nick—. Ruego a Dios que esta carta llegue a sus manos.
En un primer momento pensé que se debía haber dado un golpe en la cabeza al bajar por la chimenea. Era como si otra persona estuviera hablando con la voz de Nick. Me seguía agarrando de los hombros, pero había aflojado la presión de los dedos y parecía haber entrado en una especie de trance. Siguió hablando y se me puso la piel de gallina. Eso no me gustaba. Estreché el cuello de
Lash
bien fuerte contra mí.
—Nick —le supliqué.
—Y que no piense tan mal de mí como para no apiadarse de estas criaturas perfectas y preciosas que la acompañan —continuo Nick, sin querer que lo interrumpiera. Parecía que dijera tonterías del todo absurdas, pero al mismo tiempo notaba algo familiar en esas palabras—. Estimado señor, adiós, y con la poca vida que me queda en el cuerpo, le doy las gracias. Suya atentamente, Imogen, que no le merece.
—¡Nick! —grité presa del pánico—. ¡Basta! ¿Qué estás diciendo? —Sentía realmente mucho miedo, y la mención de mi propio nombre hizo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza. Todo era culpa de esa casa. Estaba poseída por la magia del hombre de Calcuta.
—¡Nick! —volví a decir.
Antes de que levantara la cabeza para mirarme, hubo un silencio que me pareció interminable.
—No sabes qué es esto, ¿verdad? —preguntó.
—Lo… lo he oído antes —tartamudeé. Estaba temblando. Quería que me explicara qué estaba pasando allí.
—Es la carta de mi madre —dijo—. La única cosa que tengo de ella. La carta de mi madre, Mog. La he guardado toda mi vida, y me la sé de memoria, pero hasta ahora no había oído a nadie pronunciar la palabra Damyata.
—¿Qué quiere decir? —le pregunté.
—No lo supe nunca —dijo—. Y todavía no lo sé. ¿Por qué has llamado Damyata al hombre de Calcuta?
La cabeza me daba vueltas. No lo sabía. Había visto el nombre, o lo había oído…
—Damyata se lo tendrá bien merecido —dije rastreando en mi memoria—. Coben lo dijo en la taberna la otra noche. Y lo he leído. He leído las palabras que tú has dicho.
Muchas de las cosas que habían pasado los últimos días me habían parecido irreales, pero ninguna tanto como aquélla. De alguna manera, ése fue el momento más extraño, inexplicable y terrible de todos.
Entonces
Lash
se puso en guardia y, efectivamente, unos segundos después se volvió a oír un murmullo de voces en el jardín. Nick se puso en pie.
—¡Mog! —dijo en un susurro lleno de tensión—. ¡Es mi padre!
Me acerqué a él, junto a la ventana, agarrando bien fuerte a
Lash
para que no gruñera y nos delatara. Había figuras oscuras entrando al jardín y fuera en el callejón. Las ramas del sauce se balanceaban mientras dos hombres se peleaban bajo el árbol.
Otra pelea, o quizá la misma, que aún duraba. Nos quedamos paralizados, mientras los hombres rodaban bajo un retazo de luz de la luna que se colaba entre dos casas vecinas. Sobre la hierba, el contramaestre estaba arrodillado sobre su contrincante y le propinaba potentes puñetazos. No se oyeron más sonidos desde la casa o el jardín y, tras unos segundos, el contramaestre se levantó, una silueta, una gran mole decidida y aterradora.
—Tenemos que largarnos de aquí —susurré, apartando a Nick de la ventana—. Intentémoslo por la puerta de delante, vamos.
Estábamos tan ansiosos por salir que, a oscuras, casi nos caemos al tropezar con un montón de ladrillos desprendidos y vigas caídas, carbonizadas. La puerta principal era muy pesada y difícil de abrir, porque había una montaña de escombros apoyada contra ella. Tras sacar parte de las ruinas apiladas de en medio, conseguimos abrirla lo suficiente para poder pasar por la rendija, yo primero, después Nick.
—¡Vamos! —recuerdo que dije antes de tropezar al bajar los escalones e ir a parar, dando tumbos, sobre los sucios adoquines de la calle, con las patas peludas y sucias de
Lash
enroscándose entre mis piernas, para luego quedarnos tendidos sobre el suelo.
Allí fuera, en la calle, todo parecía extrañamente tranquilo, completamente plácido, ajeno a la violencia que se vivía en la parte trasera de la misteriosa casa. Notaba el pulso palpitándome en la sien, y busqué a tientas la mano de Nick para arrastrarlo conmigo calle arriba, hacia la seguridad.
Pero mi mano cortó el aire sin encontrar nada donde asirse.
—¡Nick! —musité.
En la calle sólo estábamos
Lash
y yo.
Me levanté. Arriba, en lo alto de los escalones, la puerta de entrada de la casa se cerró lentamente. Del otro lado de la puerta venía un silencio terrible, un silencio de muerte y malos presagios, que parecía contagiar todo el aire nocturno. Nick no había salido conmigo. Contemplé la gran puerta y supe que debía volver a entrar. Noté que las piernas me empezaban a fallar y me agarré a la verja de la entrada de la casa.
Era evidente lo que había pasado. Habían atrapado a Nick. Un par de manos de marinero, familiares, curtidas, le habían rodeado el cuerpo como unas abrazaderas de hierro cuando intentaba seguirme a través de la rendija en la puerta. Había estado tan cerca de escapar. Volví a subir los escalones e intenté abrir la puerta, pero no hubo manera, los escombros habían sido devueltos a su lugar para evitar que alguien entrara. Con desesperación, corrí con
Lash
a mi lado hasta dar la vuelta a la casa y llegar a la entrada trasera. Ya no me importaba con quién me pudiera encontrar allí; tanto me daba correr el peligro de enfrentarme al contramaestre. Mi única preocupación era hallar a Nick. Al llegar al final del callejón, tuve tiempo de ver como la verja del exuberante jardín se cerraba de golpe, y más allá al contramaestre metiendo a Nick dentro de un carro de alquiler que lo estaba esperando y que arrancó con una triste sacudida.
La casa y el jardín estaban desiertos. La puerta trasera estaba entreabierta. Bajo el árbol yacía un hombre, inmóvil.
Me pareció como si toda mi vida se me escapara por las plantas de los pies y se filtrara bajo tierra. El contramaestre había vuelto a atrapar a Nick, ¡después de todo lo que habíamos pasado! No tenía ningún sentido perseguir el carruaje: casi ya lo había perdido de vista, y me sentía tan débil que mi cuerpo se negaba a moverse con rapidez, o a moverse en absoluto. Me desplomé contra la pared, tirando de
Lash
para que viniera a mi lado. Era el final. Ya no había ninguna esperanza. Nick me había prestado toda su ayuda en mi persecución loca e infructuosa, ¿y cómo se lo pagaba? Recordé lo que me había costado convencerlo, una vez tras otra, de que valía la pena correr el riesgo por una aventura como aquella. Y al final habíamos caído en esa espiral de violencia, de muerte, todo en contra de la voluntad de Nick. Había tenido la razón en todo momento, y yo me había comportado de manera infantil, estúpida y temeraria. Los criminales habían conseguido escapar, y él había sido capturado por su padre, y quién sabía lo que su padre podría hacerle.
La conversación que habíamos mantenido antes de que me escapara de la casa todavía me resonaba en la cabeza. Nick me había asustado, pero en cierta manera me sentía de repente más unido a él que nunca. Algo había cambiado, y las misteriosas frases que había pronunciado sobre Damyata e Imogen me perseguían, como si fueran mucho más importantes que cualquier otra cosa que habíamos descubierto juntos. Además, a Nick también parecía importarle mucho. Y por lo que sabía, yo lo acababa de perder.
Me puse a llorar, y grandes manchones húmedos de hollín, como pintura, me cubrieron las manos. Hundí la cara en el cuello de
Lash
, mis sollozos rompieron el tremendo silencio, y eso fue un respiro. En algún lugar cercano se oyó abrirse una ventana. Obediente y contento,
Lash
lamía las lágrimas saladas que corrían por mi rostro negruzco, pero a pesar de eso, por lo que podía recordar, nunca en toda mi vida me había sentido tan desamparada.