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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

Sangre de tinta (2 page)

BOOK: Sangre de tinta
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—Tarde o temprano uno oye hablar de todo aquel que es capaz de insuflar vida a las letras.

—¿Ah, sí? —la voz de Dedo Polvoriento sonó incrédula, pero no siguió preguntando. Se limitó a mirar fijamente la hoja cubierta con la delicada caligrafía de Orfeo.

Pero Cabeza de Queso seguía observando a Farid de hito en hito.

—¿De qué libro procedes?

le preguntó—. ¿Por qué te niegas a regresar a tu propia historia y prefieres la suya, donde nada se te ha perdido?

—¿Y a ti qué te importa? —replicó Farid con hostilidad. Cabeza de Queso le gustaba cada día menos. Era demasiado curioso… y demasiado astuto.

Dedo Polvoriento, sin embargo, se limitó a soltar una risita ahogada.

—¿Su propia historia? No, Farid no siente ninguna nostalgia de ella. El chico cambia de historia como una serpiente de piel.

Farid percibió en su voz una suerte de admiración.

—Vaya, ¿eso hace? —Orfeo dirigió a Farid una mirada tan altanera que, de no haber estado allí el perro infernal que clavaba en él sus ojos hambrientos, al chico le habría gustado soltarle una patada en sus torpes rodillas—. Bueno —dijo Orfeo sentándose en el muro—. ¡A pesar de todo, te lo advierto! Leer para llevarte de vuelta es una minucia, pero al chico no se le ha perdido nada en esa historia. No puedo mencionar su nombre. Como has visto, tan sólo se habla de un muchacho y no te garantizo que eso funcione. Y aunque así sea, seguramente solo creará confusión. ¡A lo mejor incluso te trae desgracia!

Pero ¿de qué estaba hablando ese maldito iniduo? Farid miró a Dedo Polvoriento. «¡Por favor!» pensaba. «¡Ay, por favor, no le escuches! ¡Llévame contigo!»

Dedo Polvoriento le devolvió la mirada. Y sonrió.

—¿Desgracia? —inquirió, y se le notó en la voz que sabía más que nadie de la desgracia—. Bobadas. El chico me trae suerte. Además es un escupefuego la mar de bueno. Él viene conmigo. Y esto de aquí, también —antes de que Orfeo comprendiera a qué se refería, Dedo Polvoriento cogió el libro que Orfeo había depositado encima del muro—. A ti ya no te hace ninguna falta, y yo dormiré mucho más tranquilo con él en mi poder.

—Pero… —Orfeo le miró desilusionado—. ¡Ya te dije que es mi libro favorito! De veras, me encantaría conservarlo.

—Bueno, a mí también —respondió Dedo Polvoriento entregando el libro a Farid—. Toma, y vigílalo bien.

Farid, estrechándolo contra su pecho, asintió.

—Gwin —dijo—. Todavía tenemos que llamar a Gwin —pero cuando sacó un poco de pan duro del bolsillo del pantalón y se dispuso a gritar el nombre de la marta, Dedo Polvoriento le tapó la boca con la mano.

—¡Gwin se quedará aquí! —exclamó. Si le hubiera informado de que pretendía abandonar a su brazo derecho, Farid jamás le habría creído—. ¿Por qué me miras así? Al otro lado capturaremos otra marta, una que sea menos arisca.

—Bueno, al menos en lo que a eso concierne eres razonable —comentó Orfeo.

¿De qué estaba hablando?

Dedo Polvoriento, sin embargo, eludió la mirada inquisitiva de Farid.

—¡Venga, empieza a leer de una vez! —espetó a Orfeo con tono brusco—. ¿O es que vamos a seguir aquí plantados cuando salga el sol?

Orfeo le miró un momento como si quisiera decir algo. Pero después carraspeó.

—De acuerdo —dijo—. Tienes razón. Diez años en la historia equivocada es demasiado tiempo. Leamos.

Las palabras.

Las palabras llenaron la noche como el aroma de flores invisibles. Unas palabras hechas a la medida, creadas a partir del libro que Farid sostenía con firmeza, ensambladas por las manos de Orfeo, pálidas como la masa, hasta adquirir un nuevo sentido. Hablaban de otro mundo, de un mundo lleno de prodigios y etos. Farid aguzó los oídos, olvidándose del tiempo. Ya ni siquiera confiaba en su existencia. Sólo existía la voz de Orfeo, que no armonizaba en absoluto con la boca de la que brotaba. Lo hacía desaparecer todo, la calle llena de baches y las casas míseras del final, la farola, el muro sobre el que se sentaba Orfeo, incluso la luna sobre los árboles negros. Y el aire desprendió de repente un olor exótico y dulzón…

«Puede hacerlo», pensó Farid, «claro que puede», mientras la voz de Orfeo lo cegaba y ensordecía para todo lo que no estuviera compuesto de palabras. Cuando Cabeza de Queso calló de repente, miró confundido en torno suyo, mareado por el sonido melodioso de las palabras. ¿Por qué seguían ahí las casas y la farola oxidada por el viento y la lluvia? También estaban Orfeo y su perro infernal.

Sólo uno había desaparecido. Dedo Polvoriento.

Farid, sin embargo, continuaba en la misma calle solitaria. En el mundo equivocado.

OROPEL

Un bicho como Joe —eso lo tenían clarísimo— tenía que haber vendido su alma al diablo, y combatir contra un poder semejante podría acarrear consecuencias demasiado funestas.

Mark Twain
,
Tom Sawyer

—¡No! —Farid percibió el eto en su propia voz—. ¡No! ¿Qué has hecho? ¿Dónde está él?

Orfeo se levantó con parsimonia del muro, la maldita hoja todavía en la mano, y sonrió.

—En casa. ¿Dónde si no?

—Y yo ¿qué? ¡Sigue leyendo! ¡Vamos, lee de una vez! —todo se difuminó tras el velo de sus lágrimas. Se había quedado tan solo como antes de encontrar a Dedo Polvoriento. Farid empezó a temblar y no se dio cuenta de que Orfeo le arrebataba el libro de las manos.

—¡Lo he demostrado una vez más! —le oyó murmurar Farid—. Llevo mi nombre con justicia. Soy el maestro de
todas
las palabras, tanto de las escritas como de las habladas. Nadie puede medirse conmigo.

—¿El maestro? ¿Pero de qué hablas? —Farid gritó tan alto, que hasta el perro infernal se encogió—. Si tanto entiendes de tu oficio, ¿por qué sigo aquí? ¡Vamos, lee otra vez! ¡Y devuélveme el libro! —alargó la mano hacia él, pero Orfeo retrocedió con portentosa agilidad.

—¿El libro? ¿Por qué debería entregártelo? Seguramente ni siquiera sabrás leer. ¡Te confesaré algo! Si hubiera querido que lo acompañaras, ahora estarías allí, pero a ti no se te ha perdido nada en su historia, por eso simplemente he omitido las frases sobre ti. ¿Entendido? Y ahora, lárgate antes de que te azuce al perro. Cuando era un cachorro, chicos como tú le tiraron piedras y desde entonces le encanta perseguir a la gente de tu ralea.

—¡Hijo de perra! ¡Mentiroso! ¡Estafador! —a Farid se le quebró la voz. Ya se lo había advertido a Dedo Polvoriento. ¡Ese Cabeza de Queso era más falso que el oropel! Algo peludo, hocico redondo y diminutos cuernos entre las orejas, se introdujo entre sus piernas. La marta. «Se ha ido, Gwin», pensó Farid. «Dedo Polvoriento se ha ido. Jamás volveremos a verlo!»

El perro infernal agachó su pesada cabeza y dio un paso vacilante hacia la marta, pero Gwin le enseñó los dientes, afilados como agujas, y el perrazo, perplejo, apartó el hocico.

Su miedo infundió valor a Farid.

—¡Vamos, entrégamelo ya! —golpeó el pecho de Orfeo con su delgado puño—. ¡El papel y el libro! O te abro en canal como a una carpa. ¡Sí, eso haré! —sus sollozos no imprimieron a sus frases la fuerza deseada.

Orfeo dio unas palmaditas en la cabeza a su perro mientras deslizaba el libro en la pretina de su pantalón.

—Oh, ahora sí que nos asustamos, ¿no es verdad, Cerbero?

Gwin se apretó contra las piernas de Farid. Su rabo se contraía nerviosamente de un lado a otro. Farid pensó que la causa era el perro, incluso cuando la marta saltó a la carretera y desapareció entre los árboles que crecían al otro lado. «Ciego y sordo», pensó más tarde una y otra vez. Ciego y sordo Farid.

Orfeo, sin embargo, sonreía como alguien que sabe más que su interlocutor.

—¿Sabes una cosa, amiguito? —inquirió—. La verdad es que cuando Dedo Polvoriento me exigió que le devolviera el libro me llevé un susto de muerte. Por suerte te lo dio a ti, pues de lo contrario no habría podido hacer nada. Ya fue bastante difícil disuadir a mis clientes de que lo matasen, pero no les quedó más remedio que prometérmelo. Con esa condición eché el cebo para conseguir el libro, porque de eso se trata aquí, por si no te has dado cuenta. Sólo se trata del libro, de nada más. Sí, ellos prometieron no tocarle ni un pelo a Dedo Polvoriento, pero por desgracia nunca se habló de ti.

Antes de comprender las intenciones de Cabeza de Queso, Farid notó la navaja en su garganta, afilada como una caña y más fría que la neblina entre los árboles.

—Caramba, ¿a quién tenemos aquí? —le susurró al oído una voz inolvidable—. ¿No estabas con Lengua de Brujo la última vez que te vi? Por lo visto, a pesar de ello ayudaste a Dedo Polvoriento a robar el libro, ¿verdad? Vaya, vaya, te has convertido en un lindo mozalbete —la navaja cortó la piel de Farid, y un aliento mentolado acarició su rostro. Si no hubiera reconocido a Basta por la voz, lo habría hecho por su aliento. Basta siempre llevaba consigo su cuchillo y unas hojas de menta. Masticaba las hojas y escupía los restos ante los pies. Era peligroso como un perro rabioso y no demasiado listo, pero ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo los había encontrado?

—Bueno, ¿qué te parece mi nuevo cuchillo? —ronroneó al oído de Farid—. Me habría encantado enseñárselo también al comefuego, pero Orfeo, aquí presente, siente debilidad por él. ¡Qué importa, ya encontraré a Dedo Polvoriento! A él, a Lengua de Brujo y a la bruja de su hija. Todos ellos pagarán…

—¿Por qué? —balbuceó Farid—. ¿Por haberte salvado de la Sombra?

Basta se limitó a presionar el cuchillo con más fuerza contra su cuello.

—¿Salvado? ¡Desgracia es lo que me trajeron, únicamente desgracia!

—¡Por el amor de Dios, aparta ese cuchillo! —intervino Orfeo con voz asqueada—. No es más que un muchacho. Deja que se vaya. Tengo el libro, tal como acordamos, así que…

—¿Dejar que se vaya? —Basta se echó a reír, pero la risa se le ahogó en la garganta. Detrás de ellos, procedente del bosque, sonó un bufido, y el perro infernal agachó las orejas. Basta se volvió.

—¿Qué diablos es eso? ¡Maldito idiota! ¿Qué es lo que has hecho salir del libro?

Farid no quiso saberlo. Sólo notó que Basta aflojó un instante la presión de su mano. Fue suficiente. Le propinó tal mordisco que paladeó la sangre. Basta dejó caer el cuchillo gimiendo.

Farid lanzó los codos hacia atrás con toda su fuerza, golpeando con ellos su pecho flaco… y echó a correr.

Había olvidado por completo el muro que bordeaba la carretera. Tropezó con él y cayó con tanta violencia sobre las rodillas que se quedó sin aliento. Al incorporarse, vio en el asfalto la hoja de papel que había transportado lejos a Dedo Polvoriento. El viento debía haberla arrastrado hasta la carretera. La recogió con suma celeridad.
Por eso simplemente he omitido las frases sobre ti. ¿Entendido?,
se burló la voz de Orfeo en su cabeza. Farid apretó la hoja contra su pecho y prosiguió su carrera, cruzando la carretera, hacia los árboles que aguardaban, oscuros, al otro lado. A sus espaldas gruñía y ladraba el perro infernal, después empezó a aullar. Un nuevo bufido salvaje obligó a Farid a correr con mayor celeridad. Orfeo soltó un alarido, el miedo tornó su voz estridente y fea. Basta maldijo, y luego resonó otro bufido salvaje, semejante al de los grandes felinos que poblaban el viejo mundo de Farid.

«¡No mires atrás!», se dijo. «¡Corre, corre!», ordenó a sus piernas. «Deja que el felino devore al perro infernal, que se los coma a todos, a Basta y a Cabeza de Queso, pero tú ¡corre!»

Las hojas muertas caídas entre los árboles estaban húmedas y amortiguaban el ruido de sus pasos, pero estaban resbaladizas y lo hicieron escurrirse por la pendiente empinada. Desesperado buscó asidero en el tronco de un árbol, se apretó temblando contra él y acechó en la noche. ¿Qué pasaría si Basta oía sus jadeos?

Un sollozo escapó de su pecho y apretó las manos contra su boca. ¡El libro, Basta tenía el libro! Él habría debido vigilarlo… Ahora, ¿cómo volvería a encontrar a Dedo Polvoriento? Farid acarició la hoja con las palabras de Orfeo que aún presionaba contra su pecho. Estaba sucia y húmeda… pero era toda su esperanza.

—¡Eeeeh, pequeño bastardo mordedor! —la voz de Basta rompió el silencio de la noche—. Corre cuanto quieras, ya te echaré el guante, ¿me oyes? ¡A ti, al comefuego, a Lengua de Brujo, a su linda hija y al viejo que escribió las malditas palabras! Os mataré a todos vosotros. ¡Uno tras otro! Con la misma facilidad con que acabo de abrir en canal a la bestia que ha salido del libro.

Farid apenas se atrevía a respirar. «¡Adelante!», se dijo. «¡Vamos, sigue corriendo! ¡Basta no puede verte!» Temblando, tanteó en busca del próximo tronco de árbol para hallar un asidero y dio las gracias al viento por agitar las hojas por encima de él ocultando con su rumor el ruido de sus pasos.
¿Cuántas veces tendré que decírtelo? En este mundo no hay espíritus. Es una de las pocas ventajas que tiene.
Oyó la voz de Dedo Polvoriento como si caminase en pos de él. Farid se repetía esas palabras una y otra vez, mientras las lágrimas recorrían su rostro y las espinas laceraban sus pies. «¡No hay espíritus, no hay espíritus!»

Una rama golpeó su rostro con tal violencia que estuvo a punto de soltar un grito. ¿Le estarían siguiendo? Nada oía, salvo el viento. Volvió a resbalar y bajó la pendiente a trompicones. Las ortigas quemaban sus piernas y las bardanas se enredaban en su pelo. Un ser cálido y peludo le saltó encima, apretando el hocico contra su cara.

—¿Gwin? —Farid palpó la pequeña cabeza. Sí, ahí estaban los cuernos diminutos. Apretó el rostro contra la mullida piel de la marta—. ¡Basta ha vuelto, Gwin! —susurró—. ¡Y tiene el libro! ¿Qué pasará si Orfeo lo traslada al otro lado con la lectura? Seguro que tarde o temprano regresará, ¿tú también lo crees, verdad? ¿Cómo vamos a prevenir ahora a Dedo Polvoriento?

Dos veces más topó con la carretera que descendía serpenteando montaña abajo, pero Farid no se atrevió a seguirla. Prefirió continuar abriéndose paso por la espinosa maleza. Comenzó a jadear, pero no se detuvo. Cuando los primeros rayos del sol penetraron a tientas entre los árboles y Basta todavía no había aparecido tras él, Farid supo que había conseguido escapar.

«Y ahora, ¿qué?», pensó mientras yacía jadeante sobre la hierba seca. «Y ahora, ¿qué?» De pronto se acordó de otra voz, la voz que lo había traído a este mundo. Lengua de Brujo. Claro. Sólo él podía ayudarle ahora, él o su hija Meggie. Ahora vivían en casa de la comelibros. Farid estuvo allí una vez con Dedo Polvoriento. Era un largo camino, sobre todo con los pies llenos de cortes. Pero tenía que llegar antes que Basta…

BOOK: Sangre de tinta
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