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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

Sangre de tinta (72 page)

BOOK: Sangre de tinta
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Farid retrocedió como si Roxana lo hubiera golpeado. Sin oponer resistencia, se hizo a un lado y se quedó quieto y abatido, mientras ella se inclinaba sobre Dedo Polvoriento.

A Meggie no se le ocurrieron palabras de consuelo, pero su madre se arrodilló al lado de Roxana.

—Atiende —le dijo en voz baja—. Dedo Polvoriento trajo de vuelta a Farid de entre los muertos haciendo realidad las palabras de una historia. ¡Palabras, Roxana! ¡Las palabras provocan sucesos extraños en este mundo, y Orfeo entiende mucho de ellas!

—¡Oh, sí, claro que sí! —Orfeo se acercó, presuroso, a Roxana—. Yo le construí una puerta de palabras para que pudiera regresar a tu lado. ¿Él nunca te lo contó?

Roxana lo miró con incredulidad, pero el embrujo de su voz también surtía efecto en ella.

—¡Sí, créeme, fui yo! —prosiguió—. Y también escribiré algo para arrancarlo del mundo de los muertos. Encontraré palabras, tan exquisitas y seductoras como el aroma de una azucena, palabras que adormecerán a la muerte y abrirán los dedos fríos que aferran su ardiente corazón —una sonrisa iluminó su rostro, como si le embelesase su futura grandeza.

Roxana, sin embargo, sacudió la cabeza como si quisiera librarse del embrujo de su voz, y apagó de un soplo las velas que rodeaban a Dedo Polvoriento.

—Ahora lo entiendo —murmuró ella mientras extendía el tabardo de Dedo Polvoriento sobre éste—. Eres un brujo. Yo sólo he recurrido una vez a un brujo, después de la muerte de nuestra hija pequeña. Quien acude a brujos, está desesperado, y ellos lo saben. Se alimentan de falsas esperanzas como los cuervos de carne muerta. Sus promesas sonaban tan maravillosas como las tuyas. Él me prometió lo que
yo,
desesperada, le pedía. Todos ellos se comportan igual. Prometen devolverte lo que uno ha perdido para siempre: un hijo, un amigo… o un marido —cubrió con el tabardo el rostro sereno de Dedo Polvoriento—. Nunca más volveré a creer en tales promesas. Sólo agudizan el dolor. Me lo llevaré de vuelta a Umbra y buscaré un lugar donde nadie lo moleste, ni Cabeza de Víbora, ni los lobos, ni siquiera las hadas. Y todavía parecerá que duerme cuando mis cabellos hayan encanecido, pues Ortiga me ha enseñado a preservar el cuerpo aunque el alma ya se haya ido.

—¿Me lo dirás, verdad? —la voz de Farid temblaba, como si conociera la respuesta de Roxana—. Me dirás adonde lo llevas.

—No —contestó ésta—. A ti menos que a nadie.

¿ADÓNDE?

El gigante se reclinó en su silla. «Aún te quedan unas cuantas historias», dijo él. «Puedo olerías en tu piel.»

Brian Patten
,
El gigante de la historia

Farid vio cómo depositaban a los heridos sobre las parihuelas al amparo de la noche. A los heridos y a los muertos. Nada menos que seis bandoleros aguzaban los oídos entre los árboles, prestos a avisar de cualquier peligro. A lo lejos se isaban las puntas de las torres de plata, claras por la luz de las estrellas, y sin embargo a todos ellos les parecía que Cabeza de Víbora podía verlos. Como si pudiera sentir arriba, en su castillo, cómo se deslizaban de puntillas por su monte. ¿Quién podía predecir lo que Cabeza de Víbora sería capaz de hacer ahora que era inmortal e invencible como la misma muerte?

La noche, sin embargo, permaneció tranquila y serena como Dedo Polvoriento, a quien el oso del Príncipe Negro debía arrastrar de vuelta a Umbra. También Meggie regresaría por el momento al otro lado del bosque, con Lengua de Brujo y su madre. El Príncipe Negro les había hablado de un pueblo demasiado pobre y alejado del camino como para interesar a ningún príncipe. El Príncipe pretendía ocultarlos allí o en una de las granjas circundantes.

¿Debía acompañarlos?

Farid captó la mirada de Meggie, que estaba con su madre y las demás mujeres. Lengua de Brujo permanecía junto a los bandidos, la espada al cinto con la que al parecer había matado a Basta… y no sólo a él. Según contaban, casi una docena de hombres habían muerto a sus manos, así lo había oído Farid a varios bandidos. Era casi increíble. Antaño, en las colinas del pueblo de Capricornio, Lengua de Brujo se había negado a matar ni a un mirlo cuando se escondieron juntos y menos a una persona. Por otra parte… ¿quién le había enseñado a matar? La respuesta no era difícil. El miedo y la furia. Bueno, la verdad es que en esa historia ambas cosas abundaban.

También Roxana estaba con los bandidos. Dio la espalda a Farid apenas notó su mirada. Lo trataba como si fuera invisible… como si jamás hubiera regresado junto a los vivos y fuese un espíritu, un espíritu maligno que había devorado el corazón de su marido.

—¿Qué se siente al estar muerto, Farid? —le había preguntado Meggie, pero él no se acordaba. Quizá tampoco deseaba recordarlo.

Orfeo, apenas a dos pasos de él, tiritaba por la fina camisa que llevaba. El Príncipe le había ordenado cambiar su traje claro por un manto oscuro y pantalones de lana. Pero, pese al atuendo, seguía pareciendo un cuco entre gorriones. Fenoglio lo observaba con la desconfianza de un gato viejo a un joven vagabundo que se hubiera introducido en su territorio.

—¡Parece bobo! —Fenoglio habló tan alto a Meggie, que todos se enteraron—. Pero fíjate en él, qué cara de lechón, ése no sabe nada de la vida. ¿Cómo demonios será capaz de escribir? Seguramente lo mejor sería devolverlo en el acto, pero ¿qué más da? De todos modos, esta miserable historia ya no tiene salvación.

Acaso tuviera razón. Pero ¿por qué no había intentado escribir algo él mismo para traer de vuelta a Dedo Polvoriento? ¿Acaso no le importaban nada sus criaturas y se limitaba a moverlas como piezas de ajedrez, solazándose en su dolor?

Farid cerró los puños, rabioso e impotente. «¡Yo lo habría intentado!», pensó. «Cien veces, mil, el resto de mi vida.» ¡Pero él ni siquiera sabía leer esos extraños y diminutos signos! Lo poco que le había enseñado Dedo Polvoriento sería insuficiente para traerlo del lugar donde ahora se encontraba. Aunque escribiese su nombre con fuego en los muros del Castillo de la Noche, el rostro de Dedo Polvoriento seguiría tan sereno como la última vez que lo había visto.

No. Orfeo era el único capaz de intentarlo. Pero desde que Meggie lo había traído con la lectura, no había escrito una sola palabra. Se limitaba a permanecer inmóvil y embobado… o caminaba de acá para allá, mientras los bandidos lo miraban con desconfianza. También Lengua de Brujo le lanzaba ojeadas poco amistosas. Había palidecido al ver de nuevo a Orfeo. Por un momento, Farid pensó que iba a moler a palos a Cabeza de Queso, pero Meggie lo agarró deprisa del brazo y se lo llevó. Meggie no había contado nada de lo que habían hablado ambos… Sabía que su padre no aprobaría que hubiera traído a Orfeo hasta allí con la lectura, y sin embargo lo había hecho. Por él. ¿Interesaba eso a Orfeo? Oh, no. Orfeo se comportaba como si su propia voz y no la de Meggie lo hubiera transportado hasta allí. ¡Fatuo, tres veces maldito hijo de perra!

—¡Farid! ¿Te has decidido? —la voz de Meggie lo sobresaltó, arrancándolo de sus pensamientos—. ¿Nos acompañas, verdad? Resa dice que puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que quieras, y Mo tampoco se opone.

Lengua de Brujo seguía con los bandidos y hablaba con el Príncipe Negro. Farid vio a Orfeo observando a ambos. Después comenzó de nuevo a andar de un lado a otro, frotándose la frente y murmurando entre dientes, como si hablase consigo mismo. «¡Es un loco!», pensó Farid. «He depositado mis esperanzas en un loco.»

—Espera aquí —se apartó de Meggie para acercarse a Orfeo—. Me he decidido. Iré con Meggie —le dijo de sopetón—. Tú puedes quedarte donde se te antoje.

Cabeza de Queso se enderezó las gafas.

—¿Pero qué estás diciendo? ¡Por supuesto que os acompañaré! Quiero ver Umbra, el Bosque Impenetrable, el castillo del Príncipe Orondo —alzó la vista monte arriba—. Como es lógico, también me habría gustado contemplar el Castillo de la Noche, pero después de lo sucedido, no creo que sea el momento oportuno. Bueno, es mi primer día aquí… ¿Has visto ya a Cabeza de Víbora? ¿Es muy aterrador? Me gustaría ver algún día esas columnas escamosas de plata…

—¡No estás aquí para contemplarlo todo! —la furia quebró la voz de Farid.

¿Pero qué se había creído Cabeza de Queso? ¿Cómo podía permanecer tan tranquilo, mirando a su alrededor como si estuviera en un viaje de placer, mientras Dedo Polvoriento yacería muy pronto en una sombría fosa o dondequiera que lo llevase Roxana?

—¿Ah, no? —la redonda cara de Orfeo se oscureció—. ¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono? Yo hago lo que me place. ¿Crees que estoy por fin en el lugar que siempre anhelé para dejarme mangonear por un mocoso como tú? ¿Crees que las palabras se pueden espigar en el aire? ¡Se trata de la muerte, barbilampiño! Pueden transcurrir meses hasta que se me ocurra la idea adecuada. No se puede invocar a la inspiración, ni siquiera con fuego… Necesitamos una ocurrencia genial, ina. Lo que significa… —Orfeo se miró las uñas, mordidas hasta la carne de sus dedos robustos—, que necesito un criado. ¿O pretendes que pierda el tiempo lavándome la ropa y procurándome algo que llevarme a la boca?

Perro, maldito perro.

—De acuerdo. Seré tu criado —Farid articuló las palabras con esfuerzo—, si lo traes de vuelta.

—¡Excelente! —Orfeo sonrió—. Entonces, como primera medida, consígueme algo de comida. Por lo visto, nos espera una desagradable y larga marcha a pie.

Comida. Farid se mordió los dientes, pero obedeció, claro. Habría arañado la plata de las torres del Castillo de la Noche para conseguir que Dedo Polvoriento alentase de nuevo.

—Farid, ¿qué ocurre? ¿Nos acompañas? —Meggie le cortó el paso cuando pasaba a su lado con pan y tasajo en los bolsillos para Cabeza de Queso.

—Sí. Os acompañaremos —rodeó el cuello de Meggie con sus brazos, pero sólo cuando comprobó que Lengua de Brujo les daba la espalda. Con los padres uno nunca sabía—. Lo salvaré, Meggie —le susurró al oído—. Traeré de vuelta a Dedo Polvoriento. Esta historia acabará bien. Te lo juro.

PERSONAJES

¿Quién es quién?

En la primera parte

(Corazón de Tinta):

Meggie: Hija de Resa y Mo; al igual que su padre, leyendo en voz alta puede hacer que vivan los personajes de los libros, «traerlos con la lectura». Meggie y sus padres viven desde hace algún tiempo con Elinor, tía abuela de Meggie.

Desde sus aventuras en el pueblo de Capricornio, Meggie abriga un deseo: escribir como Fenoglio para poder seguir sacando personajes de los libros, pero también enviarlos de vuelta a los mismos.

Mortimer Folchart, llamado Mo o Lengua de Brujo: Encuadernador, «médico de libros» lo llama su hija. Es capaz, como dice Meggie, de «dibujar imágenes en el aire sólo con su voz». Leyendo, Mo sacó de su libro a Capricornio, Basta y Dedo Polvoriento, y presenció cómo su esposa Resa desaparecía en el mismo libro. Desde entonces evita leer en voz alta.

Resa (Theresa): Esposa de Mo, madre de Meggie y sobrina predilecta de Elinor. Ha pasado varios años en el Mundo de Tinta. Darius volvió a sacarla de allí con la lectura, pero al hacerlo se quedó muda. Después fue criada durante años de Mortola y Capricornio; allí conoció a Dedo Polvoriento y le enseñó a leer y escribir.

Elinor Loredan: Tía de Resa, tía abuela de Meggie; coleccionista de libros, también llamada comelibros. Durante muchos años ha preferido la compañía de los libros a la de las personas. Pero con el paso del tiempo no sólo ha acogido en su casa a Meggie, Mo y Resa, sino también al lector Darius junto a un enjambre de hadas, duendes y hombrecillos de cristal.

Fenoglio: Poeta, narrador de historias; él escribió el libro en torno al que gira todo,
Corazón de Tinta,
e inventó además el correspondiente Mundo de Tinta. Basta, Capricornio y Dedo Polvoriento proceden de ese libro. También las palabras con las que Mo mató a Capricornio y Meggie invocó leyendo a la Sombra, fueron escritas por Fenoglio. A cambio, esa misma noche, su autor desapareció en su propia historia.

Dedo Polvoriento: También llamado Bailarín o Domador del Fuego, vivió sin quererlo diez años en nuestro mundo porque Mo, leyendo, lo arrancó de su propia historia. Las tres largas cicatrices de su cara son obra del cuchillo de Basta. Va siempre acompañado de Gwin, su marta domesticada. Al final de
Corazón de Tinta,
roba a Mo el libro del que procede y al que intenta desesperadamente regresar. Por este deseo Dedo Polvoriento incluso se comprometió con Capricornio, su antiguo enemigo, y delató a Meggie y a su padre. Además ocultó a Mo durante años el paradero de su mujer desaparecida, y tampoco habló a Resa de Meggie ni de Mo, en venganza por todo lo que le había arrebatado la voz de Mo (y quizá también porque estaba enamorado de Resa).

Gwin: Marta con cuernos, acompañante de Dedo Polvoriento. En realidad Fenoglio le había asignado un mal papel: en la versión original de
Corazón de Tinta,
Dedo Polvoriento perdería la vida intentando salvar a Gwin de los secuaces de Capricornio.

Farid: Este chico árabe fue sacado sin querer por Mo leyendo de
Las mil y una noches.
Experto en aproximaciones sigilosas, en robar, espiar, atar y algunas otras artes del bandido. También discípulo inteligente de Dedo Polvoriento y muy fiel a él.

Capricornio: Jefe de una banda de incendiarios y chantajistas, Mo lo sacó leyendo de
Corazón de Tinta.
Durante casi diez años persigue al lector para aumentar con sus habilidades su propio poder y riqueza. Además, pretendía destruir todos los ejemplares de
Corazón de Tinta
para impedir que nunca más pudiera devolverlo nadie con la lectura al Mundo de Tinta. Por eso apresó a Meggie y la obligó a traer hasta nuestro mundo a la Sombra, su antiguo y mortífero servidor. Al final Capricornio murió gracias a la Sombra, a las palabras de Fenoglio y a la voz de Mo.

Mortola: También llamada la Urraca. Madre de Capricornio, envenenadora y durante años señora de la madre de Meggie. Su hijo siempre la hizo pasar por su ama de llaves porque se avergonzaba del humilde origen de ambos. Pero Mortola es más inteligente —y por desgracia también más mala— que algún príncipe malvado de esta historia.

Basta: Uno de los más fieles secuaces de Capricornio. Muy supersticioso y enamorado de su cuchillo, que lleva siempre consigo. Basta rajó en su día la cara de Dedo Polvoriento. Capricornio proyectaba alimentar con él a la Sombra, por haber dejado escapar de sus mazmorras a Dedo Polvoriento. La muerte de Capricornio salvó en principio a Basta. Se libró incluso de las nuevas palabras de Fenoglio, que hicieron desaparecer a muchos de los secuaces de Capricornio, quizá porque en ese momento era prisionero de su señor, o tal vez (según opina él mismo), porque su antigua historia siente tanta nostalgia de él que no lo deja perecer.

BOOK: Sangre de tinta
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