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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (25 page)

BOOK: Ser Cristiano
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Esta imagen desempeña un papel importante en la primera parte de
El idiota
, escrito en Ginebra tres meses después. El príncipe Myshkin grita aterrado: «Mas frente a este cuadro puede uno perder la fe»
[53]
.
El idiota
es el primer ejemplo clásico de representación de Jesús no directa, sino indirecta, poética y transfigurada, en la que el acontecimiento de Jesús, así como su secreto diseño fundamental, se transparenta tras una persona, una acción, una costelación o un conflicto. De
El idiota
confiesa Heinrich Boíl: «No conozco mejor retrato literario de Jesús»
[54]
. Dostoiewsky no llegó a escribir el libro que tenía planeado sobre Jesucristo. Pero estando a punto de morir pidió a su mujer que abriese al azar el evangelio, aquel evangelio que le había acompañado desde su liberación de la cárcel, y le leyese una página. Él había dedicado a su mujer su última gran obra,
Los hermanos Karamazov
, obra encabezada por este lema, que bien puede considerarse como su testamento espiritual:
Sí, os lo aseguro, si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante
[55]
.

Contra los «imbéciles» de entre los críticos de su «Karamazov», que no tienen ni el más mínimo «olfato para la implacable negación de Dios que yo he descrito en la leyenda de
El Gran Inquisidor
y en el siguiente capítulo de mi novela», declara Dostoiewsky: «… no existe ni ha
existido jamás
en Europa una
expresión
de ateísmo de tal fuerza. Por eso creo yo en Cristo y profeso esta fe no como un niño, sino que mi
hosanna
ha pasado a través del gran
purgatorio de la duda
, como en mi última novela dice de sí mismo el demonio»
[56]
.

Probablemente este hombre, de extraordinaria clarividencia psicológica y teológica, ha llegado aquí a ver con mayor profundidad que nadie. Con más profundidad en este caso que Andermann, quien patéticamente (para un judío que tanto hubo de padecer en la guerra y bajo el nazismo) hace bajar de la cruz de la vergüenza a un Jesús todavía vivo. Con más profundidad también que Herburger, según el cual el Jesús emancipado no quiere morir, desciende demostrativamente de la cruz y la hace quemar, para ser un hombre como los demás. Al tópico de la «cruz vacía» responde en literatura el tópico de la «resurrección en nosotros» o el de la «crucifixión permanente» (en Marie Luise Kaschnitz, Kurt Marti, Kurt Tucholsky)
[57]
. Con ello se intenta poner de manifiesto cuan solidario es Jesús con la existencia humana vivida y sufrida en toda su radicalidad y cuan comprensibles resultan, al igual que los momentos centrales de la propia existencia, los momentos centrales de la vida de Jesús. Algo semejante se encuentra en la novela
Cristo de nuevo crucificado
, de Niko Kazantzakis
[58]
. cuya vida y obra estuvo marcada por la discrepancia de la teoría religiosa y la praxis eclesiástica en Grecia: los actores del drama de la pasión que se representa en un pueblo comienzan, ante la actitud no cristiana de sus popes y la miseria de unos emigrantes allí asentados, a identificarse con sus papeles de apóstoles y de Cristo y acaban por ser, ellos mismos, golpeados y crucificados.

La antítesis Cristo-Jesús ha llegado a convertirse en muchos casos en la antítesis Jesús-Dios. Al Dios oscuro, cruel e incomprensible se contrapone el Jesús hombre y hermano. A esto se debe, sin duda, el hecho de que, como ya hemos apuntado al comienzo de este capítulo, Jesús quede a salvo de toda la crítica radical de Dios y de la religión y, a pesar de que tanto se habla en literatura de la muerte de Dios, haya recobrado nueva vida.

¿Hará falta subrayar, después de esta breve ojeada, lo mucho que la literatura puede ayudar a entender el acontecimiento Jesús? ¿No son muchas veces los literatos más agudos, más perspicaces, más sensibles que los teólogos? La poesía descubre horizontes del lenguaje y de la imagen que permiten traducir, transponer y comprender de forma nueva el acontecimiento Jesús. Abre nuevas posibilidades de confrontar y conciliar nuestras experiencias humanas con el mensaje de Jesús. Proporciona una «mirada ajena» para encontrar desconcertante lo que no es extraño e inexplicable, lo que es usual.

Nunca un escritor pretende dibujar una imagen de Jesús objetiva, históricamente exacta y materialmente completa. Lo que pretende es prolongar una línea que se le antoja importante, resaltarla, delimitar una temática, iluminar un punto con toda nitidez. La matización subjetiva es un principio estilístico. El literato como tal no se interesa por un estudio históricamente exacto. Sin embargo, el teólogo sí debe interesarse por ello, para poder, a la vista de tantas imágenes de Cristo, no sólo la de los concilios, de los piadosos y los entusiastas, de los teólogos y los pintores, sino también la de los literatos, responder a esta pregunta: ¿qué imagen de Cristo es la verdadera? ¿A cuál de ellas hay que atenerse en la práctica? De ahí que al final de este capítulo haya que preguntar, todavía con más razón que al principio: ¿qué Cristo es el Cristo real?

II - EL CRISTO REAL

Hay un hecho patente sobre cuyas posibles causas vale la pena meditar detenidamente: tras la caída de tantos dioses en nuestro siglo, este Jesús, fracasado ante sus adversarios y traicionado sin cesar por sus fieles a lo largo de los tiempos, sigue siendo para incontables personas la figura más impresionante de la larga historia de la humanidad, cosa desacostumbrada e incomprensible desde muchos puntos de vista. Representa una esperanza para evolucionistas y revolucionarios, fascina a intelectuales y anti-intelectuales. Estimula a los capacitados y a los ineptos. Proporciona sin cesar nuevos motivos de reflexión, tanto a teólogos como a ateos. Obliga a las Iglesias a preguntarse críticamente si son su sepulcro o su testimonio vivo. Es, en fin, un rayo ecuménico que irradia por encima de las Iglesias cristianas hasta el núcleo del judaísmo y las otras religiones. Gandhi: «Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús»
[1]
.

Tanto más urgente se hace ahora el problema de la verdad: ¿qué Cristo es el verdadero Cristo? No basta la simple respuesta: «Sé bueno, Jesús te ama». Al menos no basta a la larga. Puede resultar fácilmente un fundamentalismo o pietismo acrítico en versión
hippy
. Y cuando se edifica sobre sentimientos, es posible cambiar el hombre a capricho: en vez de «Che» Guevara en
Jesús-look
, un Jesús en
Chevara-look
, y a la inversa. Si el problema de la verdad se plantea entre el Jesús del dogmatismo y el Jesús del pietismo, entre el Jesús de la protesta, de la acción y de la revolución y el Jesús de los sentimientos, de la sensibilidad y de la fantasía, habrá que formularlo de esta manera: ¿el Cristo de los sueños o el Cristo de la realidad? ¿El Cristo
soñado
o el Cristo
real?

1. NO UN MITO

¿Qué puede impedir el seguimiento de un Cristo meramente soñado, manipulado y escenificado por nosotros dogmática o pietísticamente, revolucionaria o entusiásticamente? Cualquier manipulación, ideologización o mitificación de Cristo tiene su límite en la
historia
. El Cristo del cristianismo —y nunca se insistirá demasiado en esto contra todo sincretismo antiguo o moderno— no es simplemente una idea intemporal, un principio de validez eterna ni un mito de muy hondo significado. Sólo cristianos muy ingenuos pueden congratularse de ver una figura de Cristo en el olimpo de los dioses de un templo hindú. A la condescendiente inclusión de su Cristo en un panteón se opusieron ya con todas sus fuerzas los cristianos primitivos, llegando a pagar por ello incluso con su vida. Prefirieron ser tachados de ateísmo. En realidad, el Cristo de los cristianos es una persona muy concreta, humana, histórica: el Cristo de los cristianos no es otro que
Jesús de Nazaret
. Es por esto por lo que el cristianismo se basa esencialmente en la historia, y la fe cristiana es esencialmente una fe histórica. Compárese con los evangelios sinópticos el
Ramayana
(el difundidísimo poema hindú, que con tanta magnificencia está ilustrado plásticamente en la fachada del templo de la noche de Prambanan, en Java, así como en múltiples frescos de otros templos), que relata en veinticuatro mil estrofas sánscritas las vicisitudes del magnánimo príncipe Rama, cuya esposa Sita fue raptada y llevada a Ceilán por el poderoso rey Ravana y, sin dejar de ser fiel a su marido, fue luego liberada por éste con ayuda de un ejército de monos, que levantaron un puente sobre el Océano, para terminar al fin siendo repudiada. Compárese y se advertirá la enorme diferencia. Sólo gracias a su carácter de fe histórica ha podido el cristianismo, ya desde un principio, imponerse a todo tipo de mitologías, filosofías y cultos mistéricos.

a) Lugar y tiempo

«“¿Y Cristo?” Kafka inclinó la cabeza. “Cristo es un abismo lleno de luz. Hay que cerrar los ojos para no precipitarse en él”»
[2]
. Con todo, aunque innumerables hombres han experimentado en Jesús una realidad suprahumana, divina, aunque desde el principio se le han aplicado títulos insignes, no cabe duda de que Jesús fue siempre para sus contemporáneos y para la Iglesia primitiva un
hombre real
. Según la totalidad de los escritos del Nuevo Testamento, que son, aparte de los pocos y no muy provechosos testimonios paganos y judíos mencionados, las únicas fuentes fidedignas (el Talmud y el Midrash no lo son), Jesús es un hombre real, vivió en un tiempo muy concreto y en un área geográfica muy determinada. Pero, ¿vivió realmente?

La
existencia histórica
de Jesús de Nazaret, al igual que la de Buda y otros hechos que parecen indiscutibles, ha sido puesta en duda alguna vez. Grande, aunque innecesaria, fue la irritación que en el siglo XIX provocó Bruno Bauer cuando interpretó el cristianismo como una invención del protoevangelista y a Jesús como una «idea». E igual agitación suscitó Arthur Drews en 1909, al considerar a Jesús como puro «mito del Cristo»
[3]
(de manera análoga lo interpretan el inglés J. M. Robertson y el matemático americano W. B. Smith). Mas también las posiciones extremas tienen algo bueno: aclaran la situación y, las más de las veces, se neutralizan a sí mismas. Así, desde entonces, la existencia histórica de Jesús no ha vuelto a ser impugnada por ningún investigador serio. Lo que, evidentemente, no ha sido obstáculo para que escritores poco serios hayan seguido escribiendo cosas nada serias sobre Jesús (que Jesús es psicópata, mito astral, hijo de Herodes; que estaba casado en secreto y cosas semejantes). Pero es desconsolador que un gran filólogo llegue a arruinar su fama interpretando a Jesús como la denominación secreta de un hongo de mosca alucinógeno
(amanita muscaria)
, que era empleado, dice él, en los ritos de los primeros cristianos
[4]
. ¿Podrá encontrarse algo más original?

De Jesús de Nazaret tenemos incomparablemente más datos históricos seguros que de los fundadores de las grandes religiones asiáticas:

  • más que de
    Buda
    (†
    ca
    . 480 a. C) , cuya imagen aparece ostensiblemente estereotipada en los textos doctrinales (sutras) y cuya leyenda, marcadamente sistematizada, relata una vida ideal más que histórica;
  • mucho más que de
    Confucio
    (Maestro Kung, † probablemente el 479 a. C) , contemporáneo de Buda en China, cuya personalidad, real sin duda, no se deja captar exactamente por muchos esfuerzos que se hagan, debido a la escasa credibilidad de las fuentes, y que sólo en tiempos posteriores fue asociada a la ideología estatal china del «confucionismo» (palabra desconocida en la lengua china; debería decirse más adecuadamente: «doctrina o escuela de doctos»);
  • y más, en fin, que de
    Lao-tse
    , de cuya figura, tenida por real en la tradición china, no puede hacerse una mínima biografía, de nuevo por falta de credibilidad de las fuentes, ya que cada una de ellas sitúa los presuntos episodios de su vida en distinto tiempo: en el siglo XV, XIII, VIII, VII y VI a.C., respectivamente.

De la comparación crítica resultan, en efecto, diferencias sorprendentes: Las doctrinas de
Buda
se han conservado en fuentes que fueron escritas por lo menos medio milenio después de su muerte, cuando la religión originaria había experimentado ya un amplísimo desarrollo. Sólo a partir del siglo I a. C. se menciona a
Lao-tse
como autor del
Tao-te-king
, libro clásico de «camino» y «virtud» que de hecho no es más que el resultado de una compilación de varios siglos, aunque después fuera decisivo para la formulación de la doctrina taoísta. Los textos más importantes de la tradición de
Confucio
(la «Biografía» de
Sse-ma Ts'ien
y las «Conversaciones» de
Luen-yu
, este último una colección de dichos de Confucio insertos en un contexto narrativo y cuya compilación se atribuye a sus discípulos) distan 400 y 700 años respectivamente del tiempo en que vivió el Maestro y apenas son dignos de crédito; no hay escritos de probada autenticidad ni una biografía auténtica de Confucio (difícilmente procede de él la crónica del Estado de
Lu)
.

Y otro tanto si miramos a Europa: el manuscrito más antiguo que se conserva de los poemas de Homero procede del siglo XIII. El texto de las tragedias de Sófocles se basa en un único manuscrito del siglo XVIII o IX. Para el Nuevo Testamento
[5]
la distancia es mucho más corta, los manuscritos conservados mucho más numerosos, su concordancia mucho mayor que en cualquier otro libro de la Antigüedad. Manuscritos muy cuidados de los evangelios datan ya de los siglos III y IV. Y recientemente se han descubierto, sobre todo en el desierto de Egipto, papiros mucho más antiguos: el fragmento más antiguo del Evangelio de Juan, el último de los cuatro evangelistas, cuyo original se conserva en la biblioteca John Ryland de Manchester, data de principios del siglo II y
no
difiere en absoluto de nuestro texto griego impreso. Lo cual quiere decir que los evangelios existían ya hacia el año 100; las ampliaciones y reinterpretaciones míticas (en los evangelios apócrifos, etc.) sólo se encuentran a partir del siglo II. Evidentemente, pues, el camino condujo de la historia al mito y no del mito a la historia.

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