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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (26 page)

BOOK: Ser Cristiano
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Jesús de Nazaret no es un mito: su historia se puede
localizar
. No es una leyenda errática, como la del héroe nacional helvético Guillermo Tell (por triste que esto sea para algunos confederados suizos). La historia de Jesús se desarrolló, es verdad, en un país políticamente insignificante, en una provincia extrema del Imperio romano. Pero este país, Palestina, representaba también a todo un antiquísimo imperio cultural, en el centro del «creciente fértil»: antes de que el peso político y cultural se aposentase en los dos extremos de la media luna —Egipto y Mesopotamia—, ya se había verificado allí, en el séptimo milenio antes de Cristo, la gran revolución correspondiente a la última época glacial, cuando los cazadores y recolectores se establecieron como agricultores y ganaderos, emancipándose así, por vez primera en la historia de la humanidad, de la naturaleza y comenzando a dominarla con formas autónomas de producción. Casi cuatro milenios transcurrieron entonces hasta que en los extremos de la media luna —Egipto y Mesopotamia— se dio el siguiente paso revolucionario con la aparición de las primeras civilizaciones superiores y la invención de la escritura, y otros cinco milenios transcurrieron hasta el gran paso revolucionario de nuestro tiempo: la conquista de las estrellas. La ciudad de Jericó, mencionada en la parábola del buen samaritano y excavada recientemente, puede considerarse como el asentamiento urbano más antiguo del mundo (entre 7.000 y 5.000 años a.C.) Palestina, estrecho puente de tierra entre los reinos del Nilo y del Eufrates y el Tigris, y perpetuo campo de batalla de las grandes potencias, se hallaba en tiempos de Jesús bajo el dominio militar romano, tan odiado por el pueblo, y el gobierno de reyes semijudíos, vasallos de los romanos y nombrados por ellos. Jesús, al que algunos habrían querido hacer ario durante el período nazi, nació sin duda alguna en Palestina, exactamente en la región septentrional, en Galilea; esta comarca contaba con una población que, por lo que se refiere a la raza, no era puramente judía, sino muy heterogénea; sin embargo, al contrario de la Samaría, situada entre Judea y Galilea, reconocía a Jerusalén y su templo como centro único de culto. En cualquier caso, un campo de acción muy pequeño: entre Cafarnaún, situada al norte, junto al idílico lago de Genesaret, y Jerusalén, emplazada en el sur montañoso, no hay más que 130 kilómetros en línea recta, distancia que una caravana puede recorrer en una semana.

Jesús de Nazaret no es un mito: su historia se puede
datar
. No es un mito intemporal como los que han creado las primeras culturas superiores de la humanidad. No es un mito de la vida eterna, como el de Egipto. No es un mito del orden cósmico, como el de Mesopotamia. No es un mito del mundo cambiante, como el de la India. No es el mito del hombre perfecto, como en Grecia. Se trata de la historia de un hombre que nació en Palestina a comienzos de nuestra era bajo el reinado de César Augusto, actuó públicamente bajo el reinado de su sucesor, Tiberio, y fue ajusticiado por el procurador imperial Poncio Pilato.

b) Datos inseguros

La localización y datación exactas son inseguras, pero eso carece realmente de importancia.

El
origen
. El lugar de nacimiento de Jesús no puede precisarse con certeza: los evangelistas Marcos y Juan no lo indican; Mateo y Lucas, tal vez por razones teológicas (estirpe davídica y profecía del profeta Miqueas), lo sitúan en Belén, aunque difieren en los detalles concretos; algunos investigadores sospechan que pudo ser Nazaret. De todas formas, la verdadera patria del «nazareo» o «nazareno» fue Nazaret, como atestigua todo el Nuevo Testamento. Las genealogías de Jesús de Mateo y Lucas concuerdan en David, pero en lo demás difieren de tal modo la una de la otra que es imposible armonizarlas. En opinión de la mayor parte de los exégetas actuales, tanto las historias de la infancia, en parte adornadas con leyendas, como el edificante episodio de Jesús en el templo a los doce años, narrado sólo por Lucas, tiene un carácter literario peculiar y están al servicio de la interpretación teológica de los evangelistas. A veces se habla en los evangelios con toda naturalidad de su madre María, de su padre José, así como de sus hermanos y hermanas. Según las mismas fuentes, ni la familia de Jesús ni su ciudad natal tienen un influjo importante en su vida pública.

El
año de nacimiento
. Si Jesús nació bajo el emperador Augusto (del 27 a. C. al 14 d. C.) y el rey Herodes (del 27 al 4 a. C), el año de su nacimiento no puede ser posterior al 4 a. C. Nada se puede deducir de la estrella milagrosa, que no puede identificarse con una determinada constelación estelar, ni del censo de Quirino (año 6 o 7 d. C) , que quizá fue importante para Lucas como cumplimiento de una profecía.

El
año de la muerte
. Si Jesús, como dice Lucas, fue bautizado por Juan el Bautista en el año 15 del emperador Tiberio, por tanto en el año 27/28 (o 28/29) d. C. —cosa que suele aceptarse como hecho histórico—; si en esta su primera aparición pública tenía unos treinta años de edad, según Lucas, y fue condenado bajo Poncio Pilato (26-36) según toda la tradición, Tácito incluido, debió de morir hacia el año 30 de nuestra era. Los tres primeros evangelistas difieren de Juan en lo que respecta al día exacto de su muerte (15 y 14 de Nisán, respectivamente), circunstancia que tampoco puede precisarse con certeza recurriendo al calendario festivo de la comunidad de Qumrán encontrado junto al Mar Muerto.

Si los datos de la vida de Jesús, como otros muchos extremos de la historia antigua, no pueden precisarse con toda exactitud, es sorprendente que, en un período de tiempo bastante determinado, un hombre del que no se conservan documentos «oficiales», inscripciones, crónicas ni actas procesales, que tuvo una actuación pública de tres años, en el mejor de los casos (según las tres fiestas de la Pascua mencionadas por Juan), o tal vez de un año solamente (en los sinópticos sólo se habla de una fiesta de la Pascua), o puede que de unos pocos y dramáticos meses casi exclusivamente en Galilea y sólo al final en Jerusalén, es sorprendente que este hombre haya modificado el curso de la historia basta el punto de comenzarse a computar desde él los años de la historia del mundo, lo que vino a ser después grave motivo de escándalo para los dirigentes de la Revolución francesa, de la Revolución de octubre y del régimen nazi. Ninguno de los fundadores de las grandes religiones ha operado en un ámbito tan reducido. Ninguno ha muerto tan joven. Y, sin embargo, qué resultados tan distintos: aproximadamente mil millones de personas, una de cada cuatro, se profesan cristianas. El cristianismo, numéricamente hablando, está con mucha diferencia a la cabeza de las religiones del mundo.

2. LOS DOCUMENTOS

La fe cristiana habla de Jesús, pero también la historiografía habla de él. La fe cristiana contempla a Jesús como el «Cristo» de los cristianos; la historiografía, como una figura histórica. Por influencia del moderno pensamiento científico y de la evolución de la conciencia histórica, el hombre contemporáneo está interesado, en mayor medida que el de la Edad Media y la Antigüedad, por conocer la persona humana de Jesús tal como realmente fue. Pero ¿hasta qué punto puede el historiador acercarse a Jesús con sus planteamientos y métodos? ¿Puede siquiera la ciencia histórica aproximarse a él?

a) Más que una biografía

Pese al sinnúmero de libros novelescos sobre Jesús, se ha impuesto
una
convicción: por más que resulte fácil localizar y datar la historia de Jesús, es
imposible
escribir una
biografía
de Jesús de Nazaret. ¿Por qué? Porque faltan los presupuestos para ello.

Existen esas fuentes primitivas romanas y judías, pero, como hemos visto, no ofrecen otro material utilizable que el simple hecho histórico de la existencia de Jesús. También existen, junto a los evangelios reconocidos oficialmente por la Iglesia desde siempre, otros evangelios «apócrifos» ( = secretos, ocultos), adornados en épocas muy posteriores con toda clase de extrañas leyendas y dudosas citas de los dichos de Jesús; pero estos documentos, aparte de no ser utilizados públicamente, sólo contienen unas pocas palabras de Jesús y no proporcionan ningún dato histórico cierto.

Sólo quedan, por tanto, esos
cuatro evangelios
que, según el «canon» (=regla, criterio, lista) de la Iglesia antigua, fueron recogidos en la colección de escritos del «Nuevo Testamento» (de forma análoga a los escritos del «Antiguo Testamento») y destinados al uso público como testimonios originarios de la fe cristiana. Estos cuatro evangelios «canónicos» son una selección que, como el canon neotestamentario en general, se ha mantenido plenamente vigente en su totalidad, a lo largo de dos mil años de historia. Sin embargo, no describen el decurso total de la vida de Jesús con sus diferentes estadios y acontecimientos. Sobre la infancia sabemos pocas cosas seguras; sobre la juventud, hasta los treinta años, absolutamente nada. Y lo más importante: en esos pocos meses o a lo máximo tres años de su actividad pública no es posible determinar lo que es presupuesto obligado de toda biografía: un desarrollo.

En general sabemos que el itinerario de Jesús lo llevó desde Galilea, su patria, a la capital judía, Jerusalén, desde el anuncio de la cercanía de Dios a su confrontación con el judaísmo oficial y a su condena final a muerte por los romanos. Pero los primeros testigos de su itinerario no estaban evidentemente interesados por la cronología y la topología. Y mucho menos por la evolución interior del personaje: no les interesaba la génesis de su conciencia religiosa y mesiánica, ni sus motivaciones, «carácter», «personalidad» y «vida interior». Por esto (y sólo por esto) fracasó en el siglo XIX la tentativa liberal de investigar la vida de Jesús estableciendo sus períodos y motivaciones, como ha constatado Albert Schweitzer en su clásica
Historia de la investigación sobre la vida de Jesús
[6]
: los evangelios no permiten comprobar, sino a lo sumo conjeturar, una evolución externa y, mucho menos, una evolución psicológica interna de Jesús. ¿A qué se debe esto?

También para los teólogos es importante e interesante saber que los
evangelios surgieron
a lo largo de un proceso de unos cincuenta o sesenta años
[7]
. Lucas da noticia de ello en las primeras frases de su evangelio. Es muy sorprendente que Jesús no dejase escrita ni una sola letra ni hiciese nada para garantizar la fiel transmisión de sus palabras. Los discípulos, al principio, transmitieron sus hechos y dichos verbalmente. Y, como cualquier narrador, ponían distintos acentos, seleccionaban, interpretaban, comentaban y ampliaban de acuerdo con su propio temperamento y el carácter del auditorio. Desde el principio debieron de relatarse con sencillez los hechos de Jesús, sus enseñanzas y su suerte.

Los evangelistas, no todos discípulos directos de Jesús, pero sí testigos de la primitiva tradición apostólica, recopilaron mucho más tarde todo el material: las historias y dichos de Jesús trasmitidos oralmente y, en parte, puestos ya por escrito; pero no tomaron sus noticias de los archivos de las comunidades de Jerusalén o de Galilea, sino que las recogieron tal como se conservaban en la vida, la predicación, la catequesis y el culto de las comunidades creyentes. Todos estos textos tenían su «contexto vital»
(Sitz im Leben)
concreto, tenían ya tras de sí toda una historia que les había dado forma, se transmitían ya como mensaje de Jesús. Los evangelistas —que sin duda no fueron meros compiladores y transmisores, como se creyó durante bastante tiempo, sino teólogos originales, con un plan personal— ordenaron los hechos y dichos de Jesús conforme a su propio plan y parecer: trazaron un marco concreto, de forma que resultó una narración continuada. La historia de la pasión, relatada con extraña coincidencia por los cuatro evangelistas, parece haber constituido ya relativamente pronto una unidad narrativa. A la vez, los evangelistas, inmersos en la praxis misionera y catequética de sus propias comunidades, acomodaron los textos recibidos a las necesidades de las mismas: los interpretaron a la luz de los acontecimientos pascuales, los ampliaron y los adoptaron cuando les pareció necesario. De esta manera los distintos evangelios del único y mismo Jesús, pese a sus elementos comunes, adquirieron un perfil teológico muy diverso.

Marcos
fue, según opinión hoy muy extendida, el primero que escribió su Evangelio, poco antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70, en plena fase de transición de la primera a la segunda generación cristiana (prioridad de Marcos frente a la convicción tradicional que consideraba que el Evangelio de Mateo era el más antiguo). El «Evangelio» de Marcos es una obra sumamente original: no obstante su lenguaje poco literario, constituye un género enteramente nuevo, una forma literaria desconocida hasta entonces en la historia.

Mateo
(judeo-cristiano) y
Lucas
(helenista que escribe para un público culto) compusieron sus evangelios después de la destrucción de Jerusalén, utilizando el Evangelio de Marcos y una (¿o tal vez más de una?) colección de dichos de Jesús, conocida con el nombre de «fuente de los logia» o «fuente Q», como abreviadamente se la designa entre los investigadores
[8]
. Esta es la teoría clásica de las dos fuentes, elaborada ya en el siglo XIX y comprobada múltiples veces en el análisis exegético de muchos textos. Esta teoría implica que cada evangelista se ha servido también de un material propio, el llamado «material específico», cuyas particularidades pueden distinguirse con facilidad comparando los diversos evangelios. Esta comparación revela también que Marcos, Mateo y Lucas concuerdan ampliamente en el plan general del relato, en la selección y ordenación del material y no pocas veces hasta en las expresiones, de forma que es posible imprimirlos en columnas paralelas para compararlos con mayor facilidad. Forman una visión conjunta, una «sin-opsis». Por eso se les llama evangelios «sinópticos».

El Evangelio de Juan, que se escribió en un ambiente helenístico, tiene un carácter completamente distinto, tanto en el aspecto literario como en el teológico. El cuarto Evangelio presenta a Jesús hablando de forma muy distinta (empleando la forma no judía de los grandes discursos en monólogo), y su contenido está centrado por completo en la persona misma de Jesús; por eso sólo puede utilizarse en escasa medida como fuente para responder la pregunta sobre quién fue el histórico Jesús de Nazaret. Recuérdese, a modo de ejemplo, lo referente a las tradiciones de la historia de la pasión y de los acontecimientos que inmediatamente la precedieron. Evidentemente el cuarto Evangelio está, en general, mucho más lejos que los sinópticos de la realidad histórica de la vida y obra de Jesús. Es también indudablemente el evangelio que se escribió más tarde, circunstancia que subraya ya David Friedrich Strauss en la primera mitad del siglo XIX. Debió de escribirse hacia el año 100.

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