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Authors: Arnaldur Indridason

Silencio sepulcral (30 page)

BOOK: Silencio sepulcral
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Grímur pasó el brazo sobre los hombros de Tómas.

—¿A quién llamó, Tómas? No debemos tener secretos entre nosotros. Tu mamá piensa que ella sí que puede tener secretos, pero eso es un gran error. Tener secretos puede resultar peligroso.

—No utilices al niño —dijo la madre.

—Ahora se pone a darme órdenes a mí —dijo Grímur dando un masaje en los hombros a Tómas—. Cómo han cambiado las cosas. ¿Qué será lo siguiente?

Símon se colocó al lado de su madre. Mikkelína se arrastró hasta ellos. Tómas se echó a llorar. Una mancha oscura se extendió por los alrededores de la bragueta de su pantalón.

—¿Y quién respondió? —preguntó Grímur; la sonrisa había desaparecido de sus labios, así como el tono de burla: el gesto era serio.

Los demás no despegaban los ojos de la cicatriz.

—No respondió nadie —dijo la madre.

—¿No estaba Dave dispuesto a venir para salvar la situación?

—No —dijo la madre.

—¿Dónde estará el soplón? —dijo Grímur—. Esta mañana salía un barco. Cargado de soldaditos hasta los topes. En Europa nunca hay soldados de sobra. No los pueden dejar a todos en Islandia, sin nada que hacer que no sea follar con nuestras mujeres. O a lo mejor la han tomado con él. Y es que este asunto era más grande de lo que yo me imaginaba y empezaron a caer cabezas. Cabezas mucho más importantes que la mía. Cabezas de oficiales. No estaban nada contentos.

Apartó a Tómas de un empujón.

—No estaban nada contentos.

Símon se apretó contra su madre.

—Pero hay algo que no comprendo —dijo Grímur, que se había aproximado a la madre, y todos sintieron el hedor de su aliento—. Es que no acabo de entenderlo. No lo pillo. Puedo comprender perfectamente que te entregaras al primer hombre que te mirara en mi ausencia. No eres más que una puta. Pero ¿en qué estaba pensando él?

Casi se tocaban.

—¿Qué pudo ver en ti?

Puso las manos sobre la cabeza de su mujer.

—Fea como el pecado, putona de mierda.

—Pensábamos que se iba a lanzar sobre ella y que aquella vez la mataría. Yo temblaba de terror y Símon no se sentía mucho mejor. Yo estaba pensando si podría llegar hasta los cuchillos de la cocina. Pero no pasó nada. Sencillamente se miraron a los ojos y, en vez de atacarla, dio unos pasos atrás, alejándose de ella.

Mikkelína calló.

—Nunca había sentido tanto miedo en toda mi vida. Y Símon nunca fue el mismo después de aquello. Empezó a alejarse de nosotros cada vez más. Pobre Símon.

Bajó los ojos.

—Dave desapareció de nuestra vida tan deprisa como había entrado en ella —continuó—. Mamá nunca volvió a saber de él.

—Su apellido era Welch —dijo Erlendur—. Y estamos intentando averiguar qué fue de él. ¿Cómo se llamaba tu padrastro?

—Se llamaba Thorgrímur —dijo Mikkelína—. Siempre lo llamamos Grímur.

—Thorgrímur —repitió Erlendur.

Recordaba aquel nombre de la lista de islandeses que trabajaban en el campamento.

Empezó a sonar el teléfono en el bolsillo de su abrigo. Era Sigurdur Óli, desde la excavación de la colina.

—Tienes que venir aquí —dijo Sigurdur Óli.

—¿Aquí? ¿Adónde? —preguntó Erlendur—. ¿Dónde estás?

—Bueno, en la colina —dijo Sigurdur Óli—. Han llegado al esqueleto y creo que ya sabemos quién fue enterrado aquí.

—¿Quién fue enterrado ahí?

—Sí, en la tumba.

—¿Quién?

—La novia de Benjamín.

—¿Por qué? ¿Por qué piensas que se trata de ella?

Erlendur se había puesto en pie y había entrado en la cocina para que no le molestaran.

—Sube para acá y míralo tú mismo —dijo Sigurdur Óli—. No puede tratarse de nadie más. Ven y míralo tú mismo.

Y apagó el teléfono.

Capítulo 26

Erlendur y Elinborg llegaron a Grafarholt quince minutos después. Se habían despedido a toda prisa de Mikkelína, que se quedó mirándoles con ojos de asombro desde la puerta. Erlendur no comentó la llamada, se limitó a decir que tenían que ir a la colina, que había aparecido el esqueleto y tenía que pedirle que esperase hasta más tarde para continuar su historia. Era necesario que siguieran hablando.

—¿Queréis que os acompañe? —preguntó Mikkelína desde el umbral mirándoles mientras salían—. Yo...

—Ahora no —le interrumpió Erlendur—. Hablaremos con más tranquilidad. Ha aparecido algo nuevo en el caso.

Sigurdur Óli les esperaba en la colina y les acompañó a donde estaba Skarphédinn, al lado del hoyo.

—Erlendur —dijo el arqueólogo a guisa de saludo—. Ya está aquí. A fin de cuentas no hemos tardado tanto tiempo.

—¿Qué habéis encontrado? —preguntó Erlendur.

—Es una mujer —dijo Sigurdur Óli dándose importancia—. De eso no cabe duda.

—¿Por qué? —preguntó Elinborg—. ¿De repente te has convertido en médico?

—No hace falta ser médico —dijo Sigurdur Óli—. Es evidente.

—En la tumba hay dos esqueletos —dijo Skarphédinn—. Uno es de una persona adulta, probablemente una mujer, el otro de un niño, un niño muy pequeño, quizás un feto aún. Ahí está el esqueleto.

Erlendur le miró confuso.

—¿Dos esqueletos?

Miró a Sigurdur Óli, dio dos pasos en dirección a la tumba y enseguida vio a lo que se refería Skarphédinn. Habían puesto al descubierto la mayor parte del esqueleto grande, que se presentaba con la mano levantada en el aire, la mandíbula abierta, llena de tierra, y las costillas rotas. Había tierra en las cuencas vacías de los ojos, algunas hebras de pelo estaban aún pegadas a la frente y en el rostro la carne no se había podrido por completo.

Encima de él había otro esqueleto extrañamente pequeño, encogido, como en posición fetal. Los arqueólogos habían quitado la tierra que lo cubría con mucho cuidado, usando cepillos. Los huesos de brazos y piernas eran del tamaño de lápices y la cabeza como una pelotita. Estaba debajo de las costillas del esqueleto grande, con la cabeza hacia abajo.

—¿Puede ser alguien más? —preguntó Sigurdur Óli—. ¿Acaso no se trata de la novia? Estaba embarazada. ¿Cómo se llamaba, por cierto?

—Sólveig —dijo Elinborg—. ¿Tan avanzada estaba ya? —se preguntó como para sí, los ojos fijos en los esqueletos.

—¿En esta fase se habla de niño o de feto? —quiso saber Erlendur.

—No tengo ni idea —respondió Sigurdur Óli.

—Ni yo —dijo Erlendur—. Necesitamos un especialista. ¿Podemos llevarnos los esqueletos tal y como están ahora al tanatorio de Barónsstígur? —preguntó a Skarphédinn.

—¿Qué quiere decir «tal y como están ahora»?

—Uno encima del otro.

—Aún tenemos que limpiar parte del esqueleto grande. Si le quitamos algo más de tierra con escobillas y pinceles, llegaremos debajo de los huesos y entonces, con mucho cuidado, podremos levantar los dos juntos. Creo que se puede hacer. ¿No prefieres que el médico los examine aquí mismo, en la tumba, tal como están enterrados?

—No, prefiero llevarlos a un sitio cerrado —dijo Erlendur—. Tenemos que examinarlos a fondo en las mejores condiciones posibles.

Los esqueletos fueron separados de la tierra, hacia el atardecer. Erlendur estuvo presente en el traslado de los huesos, junto con Elinborg y Sigurdur Óli. Erlendur tuvo la impresión de que los arqueólogos trabajaban de forma muy profesional. No se arrepentía de haberles encargado la tarea. Skarphédinn dirigió el proceso con la misma energía que había mostrado durante la excavación. Le comentó a Erlendur que le habían tomado cariño al esqueleto, al que llamaban Hombre del Milenario en su honor, y que lo echarían de menos. Pero su trabajo no había concluido todavía. Skarphédinn, que de pronto estaba muy interesado por la criminología, tenía intención de continuar con su gente en busca de huellas en el talud, para intentar explicar lo sucedido en la colina tantos años atrás. Había mandado grabar la excavación por todos lados, en vídeo y fotografía, y hablaba de dar una conferencia en la universidad, sobre todo si Erlendur conseguía averiguar cómo habían ido a dar allí los huesos, añadió con una sonrisa que dejó ver sus colmillos.

Los esqueletos se trasladaron al tanatorio de Barónsstígur, donde se les haría un examen exhaustivo. El forense estaba de vacaciones en España con su familia y no volvería al país hasta por lo menos una semana después, según le dijo por teléfono a Erlendur aquella misma tarde, ya bien moreno y camino de degustar un rico cochinillo; Erlendur tuvo la sensación de que estaba un poco achispado. El médico de distrito de Reykjavik observó cómo se sacaban los huesos de la tierra y se introducían en un furgón de la policía, y se ocupó de que los colocaran en un sitio adecuado en el tanatorio.

Tal como había pedido Erlendur, los dos esqueletos se habían transportado de una pieza. Para mantenerlos en el mejor estado posible, los arqueólogos habían dejado tierra en las zonas de contacto. Por eso lo que había sobre la mesa de autopsias delante de Erlendur y el médico de distrito, que observaban uno al lado del otro, era una masa un tanto informe, bañada en la luz de los fluorescentes de la sala de disección. Los esqueletos estaban envueltos en una gran sábana blanca que el médico retiró para observar los huesos.

—Es primordial determinar la edad de ambos esqueletos —indicó Erlendur mirando al médico.

—Ya, una determinación de edad —dijo el médico pensativo—. En realidad hay una diferencia muy escasa entre los esqueletos de hombre y mujer, aparte de que las pelvis son distintas, y apenas puede apreciarse a causa del esqueleto pequeño y de la tierra que hay inserta. Me parece que en el grande se conservan los doscientos seis huesos. Las costillas están rotas, lo que ya sabíamos. Es un esqueleto bastante grande, una mujer de considerable estatura. Es lo que se me ocurre a primera vista, pero por lo demás prefiero no tener que pronunciarme con más detalle. ¿Corre mucha prisa? ¿No puedes esperar una semana? No tengo conocimientos especializados en autopsias ni en determinación de edad. Se me pueden pasar por alto toda clase de cosas que un forense especializado sabría observar y explicar. Si quieres que esto se haga bien tendrás que esperar. ¿Corre mucha prisa? ¿No se puede esperar? —repitió.

Erlendur vio al médico con la frente perlada de sudor y recordó que una vez alguien le había dicho que no era excesivamente aficionado al trabajo.

—Desde luego —dijo Erlendur—. No hay ninguna prisa. O no creo que la haya. A menos que estos huesos estén relacionados con algo que aún no conocemos y que pueda tener consecuencias catastróficas.

—¿Quieres decir que alguien que haya seguido el hallazgo de estos huesos sabe lo que está en juego y que quizás tenga consecuencias?

—Esperemos a ver —dijo Erlendur—. Esperemos al forense. No es cuestión de vida o muerte. Pero mira a ver qué puedes hacer tú. Estúdialo con tranquilidad. A lo mejor puedes separar un poco los esqueletos sin destruir ninguna prueba.

El médico de distrito asintió como si no estuviera del todo seguro.

—Veré lo que puedo hacer —dijo al fin.

Erlendur decidió hablar enseguida con Elsa, la sobrina de Benjamín Knudsen, sin dejarlo para el día siguiente, y fue aquella misma tarde acompañado de Sigurdur Óli. Elsa les recibió en la puerta y les pidió que entraran al salón. Se sentaron. A Erlendur le pareció más cansada y temió su reacción cuando supiera que habían encontrado dos esqueletos; imaginó que tenía que ser muy duro para ella que aquel viejo asunto se hubiera descubierto después de tantos años y que su tío pudiera estar implicado en un crimen.

Finalmente se lo dijo; lo más probable era que se tratase de la novia de Benjamín. Elsa miraba a uno y al otro mientras Erlendur terminaba de hablar, y no pudo ocultar un gesto de incredulidad.

—No os puedo creer —exclamó—. ¿Estáis diciendo que Benjamín asesinó a su novia?

—Es probable que...

—¿Y que la enterró en la colina al lado de su casa de verano? No lo creo. No acabo de entender por qué pensáis eso. Tiene que haber otra explicación. Tiene que haberla. Benjamín no era un asesino, tenéis que daros cuenta. Os he dejado venir una y otra vez a esta casa y rebuscar en el sótano a vuestro antojo, pero esto ya es ir demasiado lejos. ¿Pensáis que os habría permitido entrar allí si yo, si la familia hubiera tenido algo que ocultar? No, esto es ir demasiado lejos. Lo mejor es que os vayáis —dijo, poniéndose en pie—. ¡Ahora mismo!

—No es que tú tengas nada que ver en este caso —repuso Sigurdur Óli. Él y Erlendur no se movían de sus asientos—. No es que tú supieras algo y nos lo hayas querido ocultar. ¿O acaso...?

—¿Qué estás insinuando? —dijo Elsa—. ¿Qué yo sabía algo? ¿Estás diciendo que soy cómplice? ¿Vas a detenerme? ¡Me quieres meter en la cárcel! Pero ¿esto qué es? —Miró fijamente a Erlendur.

—Tranquilízate —dijo Erlendur—. Hemos encontrado el esqueleto de un niño junto a un esqueleto grande. Resulta que la novia de Benjamín estaba embarazada. No es tan ilógico pensar que se pueda tratar de ella, ¿no te parece? No estamos insinuando nada. Simplemente estamos intentando llegar al fondo del asunto. Tú nos has prestado una ayuda especialmente valiosa y te la agradecemos sinceramente. No todos han sido tan amables como tú. Pero eso no cambia el hecho de que las sospechas se dirijan especialmente a tu tío Benjamín ahora que hemos llegado hasta los esqueletos.

Elsa clavó los ojos en Erlendur como si fuera un objeto extraño en su casa. Luego pareció relajarse un poco. Miró a Sigurdur Óli y después a Erlendur, y finalmente volvió a sentarse.

—Esto es un error —dijo—. Y lo sabríais si hubierais conocido a Benjamín como yo. No le habría podido hacer daño a una mosca. Jamás.

—Resulta que su novia estaba embarazada —dijo Sigurdur Óli—. Pensaban casarse. Es evidente que él estaba muy enamorado. Su futuro estaba basado en su amor por ella, en la familia que pensaban formar, en la revolución del comercio, en su posición en la alta sociedad de Reykjavik. Fue un golpe terrible. A lo mejor llegó demasiado lejos. El cuerpo de su novia no fue encontrado nunca. Dijeron que se había tirado al mar. Desapareció. A lo mejor, nosotros la hemos encontrado.

—Tú le dijiste a Sigurdur Óli que Benjamín no sabía quién había dejado embarazada a su novia —dijo Erlendur con mucho tacto.

Pensaba que a lo mejor se habían precipitado y maldijo las vacaciones españolas del forense. A lo mejor habrían debido esperar antes de hacer aquella visita. Esperar hasta tener una confirmación.

—Es cierto —dijo Elsa—. No lo sabía.

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