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Authors: Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb (11 page)

BOOK: Sin noticias de Gurb
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21.30
Cuando hemos pasado revista a cincuenta y dos señoritas y rezado una oración por el eterno descanso de sus almas, decido darle un billete de cinco mil pesetas al conserje.

21.31
El propio conserje sube conmigo en el ascensor, tarareando por lo bajo, para que no eche en falta el hilo musical.

21.32
El conserje me deja solo en el rellano. Llamo al timbre. Tin-tan. Silencio. Tin-tan. Nada. Por fortuna, en el rellano hay una maceta y puedo desahogar en ella mi nerviosismo.

21.34
Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo metía.

21.35
La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.

21.36
Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira una llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ¿Y si saliera corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.

21.37
La puerta se ha abierto de par en par. Una señora en bata y zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa. En la penumbra del rellano y sin gafas, me había tomado por el conserje. Como siempre viene a esta hora, ¿sabe? Sí, sin duda me he confundido de puerta. Sí, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna molestia. Sí, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. Sí, todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha puesto. Y ya que estoy aquí, ¿me importaría bajar la basura? Está a punto de empezar el programa de Ángel Casas y no se lo querría perder. Sí, atrevidillo, pero una está curada de espanto. Hala, majo, no pierdas más tiempo o tendrás que ir a llevar la bolsa al container.

21.45
Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.

21.47
Abre la puerta un caballero. ¿Me he vuelto a equivocar? No. La señorita me está esperando. Si tengo la bondad, por aquí, por favor.

21.48
Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros, flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aquí con una mano atrás y otra delante.

21.49
Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo carmesí. El individuo que me acompaña me dice que tras esta puerta está la señorita. Esperándome. Él, por si no lo he deducido de su porte y maneras, es el
mayordomo
, me dice. Pero también sabe kárate, añade. En realidad, aclara, hace mejor el kárate que lo otro. De modo que nada de tonterías. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo que significa la palabra
mayordomo
, pero el tono de quien dice serlo no deja lugar a dudas.

21.50
La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase: anda, hombre, pasa. ¿Será posible?

21.51
¡Es posible!

02.40
Nos dan las tantas contándonos nuestras respectivas aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque él se empeñó en que hiciera la tesis. Luego vinieron otros. Él buscaba un hombre serio y fino, un tipo, dice, como José Luis Doreste, pero, sin saber cómo ni por qué, siempre acaba enamorándose de los más mandantes. Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta que interviene el
mayordomo
para recordarnos (con la máxima discreción) que dos extraterrestres en misión espacial no deberían perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, añade, por semejantes tonterías. Él, si quisiera, podría contarnos casos realmente conmovedores. Casos, dice, que nos moverían al llanto. Porque él, dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran quince de familia. En realidad, él era hijo único, pero tenía dos padres, cuatro abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia pasaron tanta hambre, que se comían los cupones de racionamiento antes de que llegara el día de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro y leche en polvo. Al oír la descripción de tantos sinsabores, y antes de que el relato se eternice, derramamos abundantes lágrimas, le pagamos los días que lleva trabajados y lo despedimos.

02.45
Gurb me enseña el piso. Ideal. Me dice que él lo ha elegido
todo
personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el mío y
se me cae
la cara de vergüenza.

02.50
Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto, nunca la ha usado ni piensa hacerlo, pero le sirve para mantener calientes los churros.

02.52
Mientras me pongo
morado
de churros, le pregunto si ha sido él el causante de mis recientes desgracias. Responde que sí, pero que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la comunicación telepática es que se puede hablar con la boca llena. Le pregunto por qué ha saboteado el plan de vida que yo había trazado, convirtiéndome en un crápula a los ojos del mundo y me responde que no podía permitir que acabase despachando cortados en el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, y mucho menos que acabara liándome con mi vecina, aunque las probabilidades de que esto sucediera, añade
con sorna
, eran remotas, porque yo estaba llevando el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta. Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos a viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya está acostumbrado. En cambio, la comunicación telepática se oye a través de la tele, y no veas la lata que da, dice.

03.00
Como se ha hecho tardísimo, decidimos irnos a dormir y continuar mañana la conversación. Antes de acostarnos rezamos el santo rosario. En el segundo misterio (de gozo) he de reñir a Gurb, porque lo descubro hojeando a hurtadillas
La maison de Marie Claire.

03.15
Obligo a Gurb a lavarse los dientes. Sabe Dios el tiempo que hace que no se los habrá cepillado
comme il faut
.

03.20
Pregunto a Gurb si puede dejarme alguna prenda de dormir. Me muestra el armario de la lencería. Prefiero no mirar.

03.30
Gurb se acuesta en su cama; yo, en el sofá del living. Dejamos la puerta entreabierta. Buenas noches, Gurb. Hasta mañana. Que descanses. Tú también. Felices sueños, Gurb.

03.50
Gurb. ¿Qué? ¿Duermes? No, ¿y tú? Tampoco. ¿Quieres un vasito de leche? No, gracias.

04.10
Gurb. ¿Qué? ¿En qué piensas? En nada, ¿y tú? En que, ahora que nos hemos encontrado, podremos volver por fin a nuestro querido planeta. Ah.

04.20
Oye. ¿Qué, Gurb? ¿Tú tienes ganas de volver a nuestro querido planeta? Pues claro, ¿tú no? Ay, chico, no sé qué decirte. La verdad es que aquello es un rollo patatero. Hombre, Gurb, un poco de razón ya tienes, pero ¿qué alternativa le ves? Bueno, pues quedarnos en éste. ¿Y hacer qué? Uf, mogollón de cosas. Como por ejemplo qué. Montamos un bar tú y yo. Mira qué bien: cuando yo quería quedarme con el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, me metes varas en las ruedas; y ahora, como la idea es tuya, ya me tiene que parecer bien. No compares; al bar del señor Joaquín y la señora Mercedes sólo iban jubilatas; el que yo te digo sería otra cosa: diseño a tope, música en directo, billar, tarot, abierto hasta la madrugada, y los sábados concurso de miss tanga. Hum. Prométeme que lo pensarás. Te lo prometo.

04.45
Oye, Gurb. ¿Qué? ¿Tú crees que eso daría dinero? Bah, ¿quién piensa en el dinero? Yo. Está bien; pierde cuidado: este tipo de locales siempre dan un pastón. Sí, al principio, sí, pero a la temporada siguiente se pone de moda otro local y te tienes que meter el diseño por donde tú ya sabes. ¿Y eso qué más da? Cuando se acabe el negocio montamos otro; esta ciudad es un filón por explotar; y cuando nos cansemos, nos vamos a Madrid. Chico, aquello es jauja; sólo el puente aéreo ya vale la pena. No sé, no sé; no lo veo sólido. Mira, si lo que te preocupa es el futuro, no tienes más que hacerte un plan de pensiones: con una expectativa de vida de nueve mil años, no te digo la de disgustos que le darás a la Caixa. Y ahora, déjame dormir. Está bien, Gurb, no te enfades conmigo. No me enfado, pero duerme. Buenas noches, Gurb. Buenas noches.

DÍA 23

10.13
Me despierta un timbrazo. ¿Dónde estoy? En un sofá. ¿Y este living tan mono? Ah, ya recuerdo. ¿Dónde está Gurb? La puerta de su alcoba está cerrada. Debe de estar durmiendo a pierna suelta. Siempre ha sido de mucho dormir. No como yo, que soy madrugador y diligente. El timbre sigue sonando.

10.15
Golpeo suavemente con los nudillos la puerta de la alcoba. No hay respuesta. Decido acudir personalmente a la llamada.

10.16
Abro. Es un mocito que trae un ramo de azucenas. Para la señorita, dice. Le doy dos duros de propina y me entrega el ramo. Cierro la puerta.

10.18
En la cocina. Anoto los dos duros que he puesto de mi propio bolsillo y que, en rigor, ha de pagar Gurb. Busco un jarro. Cuando lo encuentro, lo lleno de agua y dispongo las flores en el jarro como mejor sé. El resultado deja bastante que desear. Quizá no debería haber cortado tanto los tallos. Ahora ya es tarde para arrepentirse.

10.12
Abro el sobre que acompaña el ramo. Contiene una tarjeta escrita a mano. No debo leer lo que dice, pero lo leo. A mi Caqui preciosa con un millón de besitos shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch Pepe.

10.24
Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae una caja de trufas heladas. Dos duretes.

10.26
Anoto el desembolso efectuado. Guardo la caja de trufas en el congelador. La vuelvo a sacar, me como diez trufas, redistribuyo el resto para que no se note y vuelvo a guardar la caja de trufas en el congelador. Leo la tarjeta. No me atrevo a repetir lo que dice. Temperatura, 25 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento; vientos flojos del sudoeste; estado de la mar, rizada.

10.29
Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae un cestillo. En el cestillo, un jabón de olor, un gel de baño, crema hidratante, body milk, esponja, eau de toilette. Dos duros. Llevo el muestrario al cuarto de baño. Echo la tarjeta al water (sin leerla) y tiro de la cadena. Anoto el desembolso efectuado. Suena el timbre.

10.32
Decido acudir personalmente a la llamada. Esta vez no es un mocito, sino un mocetón. Trae las manos vacías y dice que quiere hablar con la dueña de la casa. Respondo que la dueña de la casa no está visible en estos instantes. Si lo desea, añado, puede volver más tarde o dejarme su tarjeta de visita. El mocetón me pregunta si soy por azar el marido de la dueña de la casa. No, señor, ni hablar. ¿Su novio, tal vez? No. ¿Su amigo? Tampoco. Entonces, ¿quién soy yo y qué carajo estoy haciendo aquí? Soy el
mayordomo
, respondo, y sé kárate; de modo que nada de tonterías, ¿entendido?

10.34
El mocetón me hace una cara nueva y se va. Por lo menos, me he ahorrado los dos duros.

10.36
Cuando me dirijo a la cocina tanteando las paredes por el pasillo me topo con Gurb, a quien han despertado los golpes de mi cabeza contra el felpudo, la jamba y el dintel. Le cuento lo sucedido y, en vez de compadecerme, se echa a reír. Al verme
fruncir el ceño
, sofoca esta risita boba que no sé de dónde ha sacado y me cuenta que el mocetón es un pretendiente celoso que le viene persiguiendo desde hace varios días. Ayer, sin ir más lejos, le saltó los dientes al anterior
mayordomo
de un guantazo. Es muy violento y apasionado, dice; por eso le gusta, agrega.

10.40
Me curo las heridas con agua oxigenada. Estoy tan lleno de magulladuras que me transformo en Tutmosis II y así me ahorro el trabajo de ponerme vendas.

11.00
Al salir del cuarto de baño oigo la voz de Gurb que me llama desde la terraza. Salgo y compruebo (con satisfacción) que ha preparado el desayuno y lo ha servido en una mesita de mármol, bajo el parasol. Decepción: medio pomelo, té con limón, tostadas con mantequilla y mermelada inglesa de naranja. Añoro la tortilla de berenjena y la cerveza del bar de la señora Mercedes y el señor Joaquín, pero me como lo que me dan y no digo nada. De las ventanas y azoteas del vecindario asoman prismáticos, catalejos y telescopios, que enfocan la bata de seda color salmón que lleva Gurb. Considero la posibilidad de enviar un rayo desintegrador a los curiosos, pero opto por simular que no me doy cuenta de lo que pasa.

11.10
Acabamos el desayuno en un abrir y cerrar de ojos. Gurb enciende un cigarrillo. Finjo una tos violentísima para que se dé cuenta de que el humo es molesto y sumamente nocivo. Si él quiere intoxicarse, que se intoxique, pero a los demás, que no nos obligue a respirar un aire contaminado. El saludable mensaje que lleva implícito mi tos cae en saco roto: Gurb continúa fumando y yo me pongo la garganta en carne viva.

11.15
Pregunto a Gurb si lo que decía anoche iba en serio. Gurb, a su vez, me pregunta a mí a qué me refiero. A qué va a ser: a lo del bar de modernos. Pues claro que iba en serio. ¿Y lo de miss tanga? ¿También iba en serio? Por supuesto, dice. Y yo, ¿podría hacer de presentador? Naturalmente, dice. ¿Y ponerle la banda a la ganadora? Todo lo que me diera la gana, dice; por algo sería el dueño del local.

11.20
Recojo el desayuno, lo llevo a la cocina. Gurb se queda en la terraza leyendo
La Vanguardia
. Coloco los platos, las tazas y los cubiertos en el lavavajillas.

11.30
Saco brillo a la plata.

12.30
Paso el aspirador. Cambio la bolsa.

13.00
Hago cristales. Quiera Dios que no se ponga a llover.

13.30
Pongo una lavadora. Plancho sábanas. Encuentro una sábana vieja y deshilachada; hago trapos.

14.00
Pregunto a Gurb que a qué hora se come en esta casa. Respuesta: en esta casa no se come a ninguna hora. Por lo que a él respecta (a Gurb, se entiende), le esperan dentro de media hora en el Café de Colombia, en la Vaquería y en el Dorado Petit (en el de Barcelona y en el de Sant Feliu). Siempre acepta las invitaciones de tres en tres, dice, para poder elegir en el último minuto. En cuanto a mí, puedo hacerme algo con lo que haya en la nevera, dice.

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