Authors: Jordi Sierra i Fabra
âEs su vida.
âEs nuestro grupo. Hemos apostado por ellos con todo lo que tenÃamos.
Marcelo Novoa hizo una mueca con los labios sin dejar de mirarlo.
âEres raro.
â¿Yo?
âLlevas en esto un montón de años y... ¿Nunca te has drogado?
âHe pillado algún pedo, como todos, pero drogas no. ¿Las has probado tú?
âNo es lo mÃo, pero yo soy mayor. Tú, en cambio...
â¿Yo qué?
âA las chicas les gusta, y en cualquier fiesta... âSoltó un bufido y agregóâ: ¡Bah, a la mierda! ¿Qué habrÃa pasado si le haces daño?
âNo le pegué.
âLo empujaste y lo tiraste al suelo.
âO sea que aún cree que me metà en donde no debÃa.
âSÃ. ZQ está furioso.
â¿Y los otros?
âHay disparidad de opiniones. Ellos te aprecian. Saben que si no fuera por ti...
âEntonces que respeten mis decisiones, y que sepan que si vuelvo a ver a uno fuera de lugar, haré lo mismo.
El dueño de Discos Karma sostuvo la mirada.
Se levantó cinco segundos después.
âVoy a ver si el concierto ha disparado las cifras de ventas esta mañana âse despidió de Rogelio.
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Elisabet no podÃa creerlo.
â¿Me lo dices en serio?
âSÃ.
â¿En pleno parque?
âSÃ.
â¿Y asÃ, sin más, de repente?
âSÃ.
â¡Ay, la leche! âTuvo que dejarse caer sobre la cama, como si sus piernas, de pronto, fueran incapaces de sostenerla.
Beatriz ocupó la silla.
âTÃa, tÃa... âSu amiga empezó a reaccionarâ. Esto es lo más fuerte que... Joder, joder...
âTú misma me dijiste el sábado, después de que quedara con él, que habÃa rollo.
âYa, pero tan rápido... ¡Te has colgado de él!
âY él de mÃ.
â¿Seguro?
âSÃ.
â¿Te lo dijo?
âLe vi la cara y los ojos, y sobre todo, lo sentà al besarme.
â¡Mira la experta! ¿A cuántos tÃos te has morreado tú, eh? ¿Y a cuántos has seducido o te han echado los tejos?
âUna sabe cuándo pasa algo.
â¡Yo me lo hice con aquel cretino, Germán!, ¿y qué? ¿Crees que vi la luz o algo asÃ?
âEra distinto. Tú misma lo has dicho: un cretino.
â¡Pero esa noche no me lo pareció, y perdà el culo!
âPerdiste algo más que el culo âle recordó Beatriz.
â¡No me lo recuerdes! âse estremeció su amigaâ. Cada vez que pienso en ello...
HabÃa muchos fantasmas en torno a «la primera vez».
El más usual solÃa ser el rechazo, el dolor, el mal sabor de boca...
âBueno, ¿vas a ser positiva o qué? âdijo Beatriz.
â¡Yo soy positiva!
âPues dime algo agradable.
â¿No me ves la cara? ¡Me corroe la envida! ¡Tu Rogelio está inmenso! ¿Qué quieres más agradable que eso? ¡Te has enrollado con un tÃo de verdad!
âNo me he «enrollado» con él.
âNo, a ver. Os comisteis a besos por pasar el rato.
âNadie se ha enrollado con nadie. Nos hemos... âBuscó la palabra adecuada, porque «enamorado», de pronto, se le antojó fuerte e inapropiadaâ. Nos hemos gustado el uno al otro y ya está.
â¿Ya está? Sabes lo que viene ahora, ¿no?
âPues... sÃ.
âLlamadas, quedadas, decisiones...
â¿Qué decisiones?
â¿Crees que un tipo de treinta y ocho años se lo toma con calma? Querrá cama, rollo, y tú en eso...
â¿Por qué siempre corres tanto?
â¡Porque es lo que hay, tÃa! ¿Qué piensas hacer?
âVer qué pasa.
âSi toma la iniciativa, te llevará a su terreno.
âNo quiero pensar en nada, por favor. âHizo un gesto de fastidioâ. Déjame que lo disfrute tal cual, dÃa a dÃa.
âPor lo menos, un tÃo asà sabe lo que quiere âponderó Elisabetâ. No es un niñato inseguro y tocapelotas.
âYo no estoy tan segura âobjetó ella.
â¿Qué quieres decir?
âQue en el fondo es un crÃo... Bueno, estaba más alucinado que yo. Ha debido de follar mucho, sÃ, ¿y qué? De sentimientos va perdido, y más conmigo.
âTe tendrá pánico.
âMás o menos. âSe echó a reÃr.
Tan feliz que Elisabet se lo notó.
âMÃrala ella. âLevantó las dos manos, con las palmas hacia arriba, para mostrársela a un invisible testigo de su conversaciónâ. ¡La mujer madura!
âElisabet âcalmó sus expansivos ataques de apasionada verborreaâ, es sólo que me parece que ha ido un tanto perdido en estos últimos tiempos, o años, o meses, no sé. Es la impresión que da y la sensación que tengo. Su trabajo, su vida... Como si se hubiera movido en el vacÃo. No creo que lea nada, ni ame de verdad lo que hace, y quizá sà esté en esa crisis de los cuarenta que dicen. Me parece que tiene un enorme agujero en la cabeza y en el alma.
â¿Y tú vas a llenarlo?
âLo llenará él solito. Si yo estoy a su lado y formo parte de eso, mejor. Mira âsu tono se hizo dulce, lo mismo que su miradaâ, lo único que sé es que desde el primer momento nos pasó, a los dos. En el parque, luego el sábado en el concierto, y finalmente, ayer de nuevo en el Turó. Esas cosas no pueden detenerse, ni razonarse, ni... ¡Pasó y ya está! ¡Y está pasando ahora! ¿Qué quieres que te diga, que estoy alucinada? ¡Lo estoy! ¿Y en una nube? ¡Pues sÃ! ¡Sólo quiero estar con él, verlo, oÃr su voz, besarlo y que me bese! No voy a pensar en nada más porque no quiero pensar en nada más. ¡Me siento viva!
Elisabet se incorporó.
Llegó hasta ella y la rodeó con los brazos.
âEntonces, adelante âmusitó cerca de su cabeza, porque ella estaba de pie y Beatriz sentadaâ. Adelante y a por él.
Take no prisoners!
Tampoco era necesario que se lo dijera.
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La llamada telefónica lo pilló concentrado escribiendo el modelo de correo electrónico de agradecimiento a todos los crÃticos por haber asistido al concierto del sábado. Y no importaba el trato dado al grupo. Sólo la cortesÃa. Comprobó el número y se encontró con el de su hermana Martina.
Le vino a la cabeza de golpe algo que tenÃa olvidado por completo: que Martina habÃa llevado a Miguel a casa la noche pasada, mientras él flotaba en su nube personal, para presentarlo a sus padres.
Contestó de inmediato.
â¿SÃ?
âRogelio, soy yo.
âYa, dime.
âFue mejor de lo que esperaba.
â¿Cómo de mejor?
âPapá estuvo correcto y mamá muy en su sitio. No hubo cohetes, pero tampoco frialdad o mal ambiente.
Suspiró, aliviado, quitándose un inesperado peso de encima. HabÃa temido que su padre gritara, la llamara loca, o se pasara con Miguel hasta el punto de humillarlo o...
Era capaz de eso y más.
âCuéntame.
âNada, llegamos y, de entrada, mamá se quedó muy impresionada, porque no la habÃa avisado ni nada. Eso la desconcertó. Digamos que la obligué a comportarse como una señora y que se mantuviera en su papel. No tuvo tiempo de prepararse, ¿entiendes? Con esa pequeña batalla ganada, llegó el momento. Pasado lo inesperado de su presencia, le dije a papá que Miguel y yo estábamos saliendo juntos desde hacÃa un tiempo, y naturalmente captó la idea. Hablamos un rato, hizo de «padre de la novia», lo llenó de preguntas acerca de su trabajo, qué hacÃa, quién era... ¡Sólo le faltó preguntarle a quién votaba! Y asÃ, de la manera más sencilla posible, Miguel sacó el tema de sus hijos. Hasta les mostró una fotografÃa. La niña de diez años es un ángel, y el chico de siete es guapÃsimo, ¿sabes? Mamá se enterneció. Papá mantuvo la seriedad, sin dejar de mirarme a mÃ. Pero entre mi cara de felicidad y la seriedad y el aplomo de Miguel creo que... En fin, que no hubo temporal ni tormenta. Acabamos hablando de su ex mujer y de la situación de sus hijos. ¡Lo impensado! Mi miedo se desvaneció por completo.
âMe alegro, de verdad.
âPuede que por dentro mamá siga pensando que me conformo con eso que me dijo, lo de ser «plato de segunda mesa», y que papá crea que me equivoco, ¡y hasta que haga investigar a Miguel, porque es capaz! Pero de momento, la corrección ha imperado y las aguas están tranquilas, lo cual, para mÃ, es más de lo que habrÃa soñado.
âY cuando se marchó él, ¿qué te dijeron?
âEra el segundo momento crucial de la noche, pero tres cuartos de lo mismo. Mamá, correctÃsima, me dijo que «parecÃa un buen hombre» y hasta agregó que, si era como él decÃa, «habÃa tenido muy mala suerte en su matrimonio». Ya ves. Desde luego, la ex de Miguel es una especie de arpÃa, interesada, egoÃsta, a la que sólo mueve su propio beneficio y seguridad... En cuanto a papá... Me preguntó si era feliz, le dije que sÃ, y asintió con la cabeza. Tuve ganas de abrazarlo y darle un beso.
â¿No lo hiciste?
âPapá es un témpano.
Rogelio no pudo contener una risita.
â¿Ninguna referencia a la diferencia de edad?
âNo.
Ni siquiera supo cómo dijo aquello.
â¿Qué dirÃan si yo me presentara con una chica de dieciocho años?
â¿Estás de broma? âdijo Martinaâ. TendrÃa la edad de MarÃa.
MarÃa.
No habÃa pensado en ella. Una muerte a los tres años de edad, y de eso hacÃa quince, era tan sólo un recuerdo doloroso, lejano, cada vez más impreciso en el tiempo, aunque para sus padres siempre estarÃa presente, viva, mucho más que Marcos, Martina o él.
âTú eres la hija predilecta, y yo, la oveja negra, recuerda âbromeó sin ganas.
âPorque siempre has estado en guerra con papá.
Era un tema a discutir.
Se quedó con la pregunta que Martina no habÃa llegado a responder completamente, salvo por su comentario.
âTengo que dejarte âse despidió ellaâ. Sólo querÃa decÃrtelo, y darte las gracias por comer ayer con nosotros. Fue muy importante para los dos.
âCuÃdate.
âClaro.
Los dos colgaron al mismo tiempo.
IMÃGENES
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El zumbido de su móvil la alertó más o menos a la misma hora que el dÃa anterior habÃa estado en el parque con él.
Llevaba mucho rato deseando llamarlo, pero habÃa preferido esperar.
Esperar.
Tomó aire, intentó relajarse y cerró los ojos al descolgar, para concentrarse mejor en su imagen y su recuerdo.
âHola.
âHola.
Hubo una primera pausa, breve, como si de pronto tocara ordenar, o reordenar las ideas y las palabras.
â¿Qué tal?
âBien.
â¿Tu examen...?
âMejor no hablar de eso.
â¿Te ha ido mal? âLa voz tuvo un deje de alarma.
âNo, me ha ido bien, pero quieren que repita el de lengua dentro de un par de dÃas.
â¿Por qué?
âMenos guapo, le dije de todo al imbécil que me da clase.
âPero ¿repetir un examen...?
âO me suspendÃan, o me expedientaban, o... qué sé yo. Ahora para mà es una cuestión de orgullo, ¿sabes? Ese cabrón no me conoce. Aunque me deje las pestañas, voy a sacar nota.
âEntonces ¿no podremos vernos?
âLo siento.
âUna escapada. Al parque.
âNo seas malo.
âNecesito... âNo supo cómo terminar su urgenciaâ. Bueno, es que no sé si sucedió de verdad, ¿entiendes?
âSucedió.
â¿Estás segura?
âYa lo creo. De los sueños te despiertas. Esto, en cambio...
Se produjo una segunda pausa, ésta más larga que la primera, y también más llena de evocaciones.
Algo muy lánguido flotó a través de la lÃnea telefónica.
Hasta que Rogelio tomó la iniciativa.
â¿Estás bien?
âSÃ, mucho. ¿Y tú?
âTambién.
â¿Sigue el shock?
âClaro.
âFuerte.
âMuy fuerte.
âTe estoy grabando unas canciones para ponerte al dÃa.
âOh.
âYa tengo unas cuantas escogidas, y muy variadas:
California
de John Mayall,
Both sides now
de Joni Mitchell,
Madman across the water
de Elton John,
Gypsy
y
Sara
de Fleetwood Mac,
Somebody to love
de Jefferson Airplane,
Avalon
de Roxy Music,
Find the cost of freedom
de Crosby, Stills & Nash,
Black water
de Doobie Brothers,
Running up that hill
de Kate Bush,
Solsbury Hill
de Peter Gabriel,
Babe I'm gonna leave you
de Led Zeppelin,
Do it again
de Steely Dan,
Blue lines
de Massive Attack,
Rooms on fire
de Stevie Nicks,
Layla
de Eric Clapton,
As the years go passing by
de Eric Burdon,
Like a rolling stone
de Bob Dylan,
Suzanne
de Leonard Cohen,
Magic bus
de los Who,
Nights in white satin
de Moody Blues,
A whiter shade of pale
de Procol Harum,
John Barleycorn must die
de Traffic,
The sun ain't gonna shine anymore
de Walker Brothers,
I'm not in love
de 10 C.C...
Finalmente, Rogelio no pudo evitar una limpia carcajada.
â¿Qué? âpreguntó extrañada Beatriz.
â¿Me vas a pasar toda la historia de la música? âcontinuó alucinado.
â¡Son sólo unas canciones! ¡Tengo más de mil que considero básicas!
â¿Pretendes que haga un cursillo acelerado?
âNo sé lo que va a durar esto, asà que es mejor no dejarlo para después.
La tercera pausa.
â¿Por qué dices que no sabes cuánto durará esto?
âPorque no lo sé. âFue sincera.
â¿No crees en el amor eterno y esas cosas?
âNo.
âMuy dura.
âEl amor es lo que tienes aquà y ahora. Lo importante es aprovecharlo. Si el aquà y ahora dura cuarenta años, perfecto. Si dura cuarenta dÃas, lo mismo.
âTú me pondrás al dÃa en música, y yo a ti, en cuestiones vitales.
â¿Como cuáles?
âNo sé, la vida, la experiencia, la necesidad de creer y apoyarte en algo...
âEntonces empieza.
â¿Por teléfono?
âCuéntame cosas. âLa voz de Beatriz se convirtió en un susurro.
â¿Qué clase de cosas?
âTú sabrás. Las parejas se pasan horas hablando por teléfono.
âO en silencio, sin decir nada.
âBueno.
Otra pausa, la más larga.
âQuiero besarte âdijo Rogelio.
âHazlo.
â¿AsÃ?
âSÃ.
â¿Más?
âMás.
âAyer fue muy... especial.
âYa.
âNunca...
âNo lo digas.
â¿El qué?
âQue jamás habÃas besado de esa forma.
âEs cierto.
âNo me mientas nunca, por favor.
âNo tengo por qué hacerlo.
âRecuérdalo âdijo con el mismo tono susurrante.
â¿Por eso quieres que te cuente cosas?
âQuiero saber todas tus verdades.
â¿Qué clase de verdades?
âDe ti, de tus amores...
â¿De mis amores?
âPor lo menos de uno, del que te marcó la vida y te dejó asÃ.
Rogelio se sintió como si hubiera sido atravesado por una descarga eléctrica.
Beatriz lo comprendió.
Se aferró al teléfono, como si se hundiera y él fuese su único punto de contacto con la realidad, su tabla de salvación.
QuerÃa salir corriendo, olvidarse de su examen y encontrarse con él.
âMurió âdijo entonces Rogelio.
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No era necesario que pasara por el parque al salir del instituto, pero siempre lo hacÃa, dando un pequeño rodeo, para cruzar aquel territorio en el que se sentÃa unas veces pequeña, lo mismo que una planta o un insecto, y otras, como si fuera la dueña de su espacio.
La primavera todo lo sublimaba.
Y el inminente verano lo reafirmaba.
Llevaba la cámara en la mano, dispuesta, y a los pocos pasos ya disparó la primera instantánea. Una parejita de jóvenes que no llegaba a los veinte, con sus caritas de susto ocultas bajo la pátina de su desafÃo amoroso. A la segunda la pilló caminando, ejecutivo con corbata él, veintimuchos, enfermera de bata blanca ella, veintipocos. Quizá no tuvieran más que una hora para verse, sin siquiera comer, alimentándose de besos. Suficiente para ambos. A la tercera pareja la fotografió con el zoom, porque estaba sentada en uno de los bancos que flanqueaban el estanque. De nuevo jóvenes, mucho, tal vez demasiado, una quinceañera y un quinceañero. Hablaban como cotorras, y le habrÃa encantado grabarlos.
¿De qué hablaban los enamorados de quince años?
¿DecÃan las mismas bobadas que los de veinte, treinta o cincuenta?
Lo extraordinario era que siempre hubiera alguien nuevo, más y más parejas. Sólo de vez en cuando, y a determinadas horas, algunas se repetÃan. Sólo muy de tarde en tarde veÃa a un hombre o a una mujer caminando solos por los caminos que antes habÃan compartido unidos. Y sólo una vez habÃa fotografiado a un chico con dos parejas distintas con tres meses de diferencia.
No se detuvo para quemar ninguna foto.
Eso deberÃa esperar.
Los tres lugares en los que se habÃa besado con Rogelio, de pronto se le antojaban puertas del paraÃso, escenarios únicos e irrepetibles. Una especie de cápsulas protegidas en las que todo era ya posible. Y el último, el contiguo a la salida, la hizo estremecer de pies a cabeza.
Salió del parque y apretó el paso.
No huÃa, aunque ahora comenzaba a sentir el dolor del amor, el de la ausencia, el de los pequeños recuerdos amontonados, el de la opresión en el pecho.
El primer miedo ante la propia vida.
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Odiaba a Cervantes. Y menos mal que habÃa sido manco, porque de lo contrario... ¿cuántas páginas habrÃa tenido el dichoso
Quijote
?
Le costaba concentrarse, le costaba estudiar, pero ahora la motivación era muy fuerte. Nunca habÃa sido excesivamente peleona. Tozuda, sÃ. Pero peleona hasta el punto de sentirse rabiosa... QuerÃa ganar al maldito BuendÃa. QuerÃa demostrarle quién era. QuerÃa que se acordara de ella para los restos.
IrÃa a machacarla.
DependÃa de sà misma que lo lograra o no.
Era su última contribución a la larga etapa escolar...
En cuanto oyó el primer zumbido del móvil, sin embargo, Cervantes, BuendÃa, la rabia..., todo desapareció de su mente.
Luego se calmó.
No era Rogelio. Era Gonzalo.
âHola âdijo alargando la «a» con cansancio.
âHola, Beatriz âcantó la voz de su amigo.
âEstoy estudiando. âLa suya fue de fatiga.
â¿Te llamo el mes que viene?
âNo, pero al menos dime algo agradable âcontinuó poniendo voz de dormida y de dolor de cabeza.
âPara mà lo es.
â¿Qué? âse animó.
âNos besamos.
â¿En serio? âse despejó del todo.
â¡SÃ!
â¿Con... Carlos?
â¿Con quién si no? ¿Crees que cambio de gusto de un dÃa para otro?
âPero ¿cómo fue? Pensaba que...
âEl dÃa que le dije que me gustaba, que estaba enamorado de él, lo dejé muy confundido. Me contestó que no era gay, que tal y cual, y como ya te dije, el único que tal vez no se diese cuenta de sus inclinaciones era él mismo. Sabes que me dejó muy mal sabor de boca. Pensaba que lo habÃa perdido... No sé, han sido unos dÃas muy raros. Pero finalmente, ayer vino a verme.
â¿Ãl a ti?
âMe dijo que estaba hecho un lÃo, que siempre habÃa creÃdo que le gustaban las chicas. Yo le dije que tal vez fuera bisexual, y se lo dije con toda naturalidad porque... bueno, estábamos serenos, calmados, hablando... Entonces me preguntó cómo lo habÃa sabido yo, y le conté mis reacciones en la niñez, en la adolescencia, y que una vez, al besar a una chica, me quedé tan frÃo que... En fin, no querÃa que pensara que buscaba una excusa.
âClaro.
âPero es que es la verdad. El primer beso con el que sentà algo fue... muy fuerte, ¿entiendes? Y era un chico. Se llamaba Sebastián.
â¿Entonces...?
âMe pidió que lo besara.
â¿Y?
âLe dije que si no ponÃa algo de su parte, no resultarÃa, porque un beso es algo compartido. No funciona si uno besa y el otro se deja besar. Asà que me prometió entregarse.
âLo hizo. âNo fue una pregunta, sino una afirmación categórica.
âBeatriz... ¿que si lo hizo? Fue increÃble.
â¿Qué dijo al separaros?
âNada, pero por la cara vi que le habÃa gustado. Estaba demasiado asustado para reconocerlo o echarse en mis brazos o pedirme otro. Respiró a fondo, asintió con la cabeza, despacio, un par de veces, y me dijo que necesitaba pensar en ello, y mucho. Asà que me dio las gracias y se marchó.
â¿AsÃ, sin más?
â¿Qué querÃas, que le pidiera ya un compromiso? ParecÃa muy emocionado. TenÃa que digerirlo.
Beatriz se imaginó a Gonzalo, radiante, capaz de escribir una docena de canciones de amor, letra y música.
âSupongo que es un primer paso.
âTotal.
No era amanerado. Nunca lo habÃa sido. Nadie, salvo quizá otro gay, lo habrÃa reconocido como tal. Pero esa última palabra le salió del alma con toda la ternura de su condición.
Ella sonrió.
âParece que la primavera nos ha alterado la sangre a todos este año âaseguró.
âA Elisabet no.
âNo seas malo.
â¿Has vuelto a verlo?
âAún no.
âSi yo estoy cagadito de miedo, tú has de estar...