Authors: Jordi Sierra i Fabra
Mientras bajaba la escalera, pensó en qué dirÃan los padres de su amigo cuando conocieran sus inclinaciones sexuales, qué harÃan cuando un dÃa les presentara a «su pareja», de qué forma reaccionarÃan o si serÃan capaces de entenderlo.
El mundo estaba lleno de caminos infinitos, algunos cerrados, otros que no iban a ninguna parte, la mayorÃa con piedras, casi todos difÃciles.
Caminos que se entrecruzaban, pero no siempre se unÃan.
Llegó a la calle y tuvo un ramalazo de inspiración.
El Turó Parc presentaba su mejor aspecto, como si fuera domingo. Los más pequeños seguÃan al cuidado de sus amas, institutrices o criadas, como las llamaran ahora. Pero los mayores, libres de la escuela, dominaban con sus gritos el ambiente. Una poderosa sensación de libertad lo impregnaba todo. Por delante, un verano, un mundo por llenar. Tiempo de luz.
Gonzalo no estaba leyendo, ni paseando, ni en el estanque, ni en la zona de los juegos infantiles, ni mucho menos en la de los perros. Creyó que se habÃa equivocado y se disponÃa a regresar a su casa cuando se detuvo con una nueva intuición que complementó la primera.
Entonces lo localizó.
En la parte más cerrada, donde ella misma habÃa estado la tarde en que Rogelio y ella se besaron.
Gonzalo y Carlos no se besaban. Ni tan sólo iban cogidos de la mano. Pero estaban allÃ, hablando, ajenos a todo.
No quiso acercarse.
No quiso molestarlos.
Fueron apenas cinco, quizá diez segundos, observándolos, felices, risueños, antes de dar media vuelta y apartarse de su horizonte.
Si querÃa hablar con alguien, únicamente le quedaba Elisabet.
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âNo hay muchas opciones y lo sabes, ¿verdad?
âSà âconcedió Beatriz.
Elisabet cerró la mano izquierda y luego liberó los dedos pulgar, Ãndice y medio. Los mantuvo asà mientras desgranaba sus teorÃas.
âO le ha pasado algo a él, o a su padre, o es un cabrón.
âNo digas eso.
âTÃa, a ver... âQuiso ser consecuente, buscando las palabras menos agresivasâ. Aparece una señora, y según tú, ¡qué señora!, os pilla, le monta el pollo y después de dejarte en casa... ni una palabra más hasta ahora.
âSÃ.
âPues ya me dirás.
âMe lo contó. Esa mujer estaba loca.
âLoca o no, es lo último que recuerdas de anteanoche. No me digas que esa falta de noticias no es coincidente.
Beatriz pareció desinflarse.
âTengo una extraña sensación, eso es todo âle reveló a su amiga.
âPues fÃate de tu instinto.
â¡Pero es que no se trata de...! âSe quedó de nuevo sin las palabras adecuadas y acabó profiriendo un expresivoâ: ¡Es que no sé!
âEn primer lugar, cálmate âle sugirió Elisabetâ. Ya lo has llamado, le has dejado mensajes, has telefoneado a su oficina. No puedes hacer nada más, salvo comerte el tarro. Y eso no es bueno. Cuando una chica se come el tarro por un chico, es el principio del fin. Como pisar mierda. Y si él nota que te agobias, peor. Te tendrá en un puño. Ahora pasemos a lo evidente: Te has acostado con él dos noches seguidas. âLo expresó despacio, con cautelaâ. Según tú, fue algo... âMovió las manos en señal de apoteosisâ. Entonces aparece la abuelita y ¡pum! ¿Qué quieres que te diga? Cualquiera pensarÃa lo más elemental.
â¿Y qué es lo más elemental?
âBien que lo sabes.
âNo, dÃmelo tú.
Elisabet no se calló.
âPues que os ha dado demasiado fuerte, sobre todo a ti, que estás deslumbrada, y ahora él igual se está arrepintiendo, o haciéndose caquitas en los pantalones, o empezando a pasar.
â¡Ãl no es asÃ! ¡Su mundo sÃ, pero él no!
â¿Cuánto hace que lo conoces?
â¡No tiene nada que ver!
â¿Ah, no? Yo dirÃa que sÃ. No sabes nada de él.
â¡He visto sus ojos, y su expresión haciendo el amor!...
â¡Beatriz, tÃa, despierta! ¿Cómo crees que hacen el amor los tÃos, serios, cantando por bulerÃas? ¡Todos ponen cara de carnero degollado, y cuando se corren, son capaces de gritar lo más absurdo o decir lo más insospechado!
âLa experta.
â¡Más que tú, sÃ!
âPensaba que te pondrÃas de mi lado.
â¿Y qué es lo que estoy haciendo?
âNo lo parece.
âSi supieras adónde ir y me pidieras que te acompañara, te acompañarÃa. ¿Qué más quieres?
âNada. âSe encogió de hombros.
âMañana...
âNo puedo esperar a mañana. âFue terminanteâ. Tendrá que ir a casa a dormir.
â¿Y si no es asÃ?
Ya no tuvo respuesta para tanto.
Estaba cansada.
Y decidida a quemar hasta su última oportunidad.
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Se quedó momentáneamente quieta en la acera opuesta, mirando el edificio con aprensión. No era muy tarde, aunque sà de noche. Su madre y ella se las tendrÃan cuando regresara a casa porque, desde luego, no estarÃa allà a la hora de la cena. Eso, unido al tema de las vacaciones, desatarÃa la guerra, encenderÃa todavÃa más el conflicto.
Y le importaba una mierda.
Lo único que necesitaba era...
Cruzó la calzada y no tuvo que llamar al timbre exterior. Una mujer salÃa del portal y lo aprovechó para detener la puerta y colarse dentro. La mujer le lanzó una mirada de desconfianza al no reconocerla como vecina.
â¿A qué piso va? âle preguntó.
âRogelio Muntadas.
â¡Ah! âEsbozó una sonrisa.
Eso fue todo.
Unos segundos después estaba en el rellano, frente a la puerta de Rogelio.
No tuvo que aplicar el oÃdo a la madera.
Want to know what love is
sonaba atronadora desde el interior del piso.
Beatriz suspiró.
Rogelio estaba allÃ.
Tomó aire. Su mano derecha tembló al dirigirse al timbre. Lo pulsó dos veces, muy cortas.
La música no menguó.
La canción se hallaba en su parte álgida, los coros finales.
Repitió su gesto, ahora con mayor intensidad. Pulsó el timbre de forma más prolongada.
El mismo resultado.
En su tercer intento mantuvo el dedo apretando el timbre durante bastante rato. Hasta que la canción de Foreigner cesó. El eco de la llamada se esparció entonces en un viaje de ida y vuelta por el lugar.
Golpeó la puerta con la mano.
Temió lo peor, lo más extraño y absurdo: que él no abriera.
No fue asÃ.
De pronto estaba delante de él, recortado contra el fondo iluminado del piso, mitad vacilante mitad perplejo. Beatriz ni tan sólo se habÃa dado cuenta del momento en que la maldita puerta habÃa sido franqueada. Lo veÃa únicamente a él.
A él.
Borracho, sin afeitar, hecho un guiñapo, como si los cielos le hubieran vomitado encima.
âRogelio... âapenas si pudo proferir.
Hundió sus ojos vidriosos en ella.
â¡Oh! âfue su parca exclamación.
Se apartó de la puerta y, sin más, echó a andar hacia el interior de la casa.
â¡Rogelio!
Beatriz cerró la puerta. Después de la atronadora descarga decibélica, porque el reproductor debÃa de estar puesto a todo volumen, el silencio dominaba ahora el lugar. Rogelio se encontraba ya en el centro de la sala, bamboleante, sin saber muy bien qué hacer, si poner otro CD o alcanzar la botella de whisky, de la que apenas si quedaban dos dedos de bebida.
HabÃa otra botella en una de las butacas.
VacÃa.
âRogelio, ¿qué te pasa? âgimió asustada.
El dueño del piso se volvió despacio. La descubrió de nuevo. La reconoció. Arqueó las cejas y bajó la barbilla, igual que si llevase unas imaginarias gafas y la viera por encima de los cristales. Sus gestos fueron imprecisos.
âTú por aquà âfarfulló de una manera muy aséptica.
â¿Por qué no has contestado a mis llamada? ¿A qué viene... esto?
Plegó los labios. Pareció dudar. Todo lo hacÃa con un ligero efecto retardado, lleno de afectación. Sus ojos eran dos ascuas flamÃgeras. Beatriz tuvo que contenerse para no abrazarlo y arrastrarlo al sofá. Algo le decÃa que no lo hiciera, que primero tenÃa que averiguar qué estaba sucediendo. SentÃa sus manos desnudas. Tanto como aterrada tenÃa el alma.
âSoy un mierda âdijo Rogelio.
âNo es cierto.
âOh, sà âinsistióâ. Un completo mierda.
â¿Y por qué eres un mierda? âintentó dialogar con él.
La pregunta lo hizo moverse. Un paso a la izquierda. Dos a la derecha. Acabó más o menos en el mismo sitio, inmerso en otra dura diatriba personal y mental. Abrió una mano buscando lo evidente.
â¿Qué precio hemos de pagar por la felicidad? âdijo.
âLa felicidad lo vale todo.
â¿Estás segura?
â¿Vas a decirme qué ha sucedido? ¿Es tu padre?
â¿Mi padre? âSu risa fue sardónicaâ. El hijo de puta... No, no es mi padre. Es ella.
â¿Quién es ella?
âAmalia. âOtro gesto evidenteâ. ¿Quién va a ser? Amalia...
â¿La mujer de la otra noche?
âLa otra noche. âAsintió con la cabezaâ. La última noche.
Beatriz sintió más frÃo.
âNo fue la última âmusitó.
âOh, para ella sÃ, ¿no lo sabÃas? âMás pasos imprecisosâ. No, claro, tú qué vas a saber. Tú eres inocente. El cabrón soy yo. Tú...
âMe dijiste que habÃa terminado.
âEstá terminado âasintió de nuevoâ. Se mató al irse de aquÃ, ¿sabes? âPuso las dos manos juntas, como si condujera un volanteâ. La muy loca absurda... âUnió las palmas y emitió un ruido sordo con los labiosâ. ¡Pushhh...!
A Beatriz se le doblaron las piernas.
âDios..., no âexhaló.
âSe mató âdijo sin ambagesâ. Con un camión de la basura. âEso hizo que alzara la comisura del labioâ. ¿Qué te parece? Un poco más y sale reciclada. âSu chiste le hizo graciaâ. Reciclada.
Intentó llegar hasta él. Ahora sÃ.
Rogelio dio un paso atrás, firme. Levantó las dos manos. Fue una señal inequÃvoca. Más alta y fuerte que mil palabras. Su rostro adquirió un tinte de dureza situado más allá de toda razón.
âRogelio, déjame...
Ãl mantuvo la misma actitud, el mismo gesto.
Un Rogelio situado a años luz del que conocÃa.
âFue un accidente âsuplicó Beatriz.
âMurió.
âPero tú no tienes la culpa.
âOh, la palabra.
â¡Es cierto! ¡Ella fue la que...!
â¿De veras lo crees? âHablaba mejor, más seguido, con menos incoherenciaâ. Es curioso: cuando la seduje, por vanidad, porque era fácil, porque sabÃa que era algo asÃ... âchasqueó los dedos de la mano derechaâ, temporal, pasajero..., me pareció excitante. Y dejé que se enamorara. Mucho mejor, ¿no? El amor lo hace todo más sencillo, más directo. No hay pasión sin amor, sólo sexo. Lo hice, y ahora me hablas de... âYa no pronunció de nuevo la palabra.
âEsa mujer era una insatisfecha. Seguro que pedÃa guerra y fuiste tú el que caÃste. Pero pudo haber sido otro.
âFui yo, y por la razón que fuese... me querÃa.
âEso no es verdad y lo sabes.
âNo seas niña...
â¡No me llames niña! âestalló por primera vez con los ojos inundados de lágrimasâ. ¡No te sientes culpable por ella, sino por mÃ!
â¿De qué... estás hablando?
â¡Estás proyectando lo que le ha sucedido a ella sobre mÃ, sobre nosotros! ¿Qué diferencia hay? ¡Una mujer de cuarenta y pico y una chica de diecisiete! ¡Ãsa es la cuestión! ¡Y tú en medio!
âNo es tan sencillo.
âTe lo dije. âApretó los puños empujada por su impotenciaâ. La culpa es poderosa. La muerte de Amalia te ha puesto delante de un espejo y tú has caÃdo en él, como Alicia.
âVete âle pidió.
â¿Quieres que me vaya?
âNo quiero hacerte daño.
â¡Deja que sea yo quien decida eso!
âDios... âAhora el que gimió fue élâ. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
âEntonces ¿de qué tienes miedo? ¡Afróntalo! Cuando una persona le dice «te quiero» a otra, se está comprometiendo. Son palabras mayores. ¡Tienes que saber qué significan! ¡«Te quiero» lo es todo, Rogelio! Abarca el mundo entero.