Sólo tú (37 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
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ríos muertos de afluentes vivos.

Mi mar,

atrapado entre montañas blancas

y valles verdes de pasión.

No se detiene.

El sol no calienta su corazón frío.

Su fondo me acoge en paz.

Sereno.

Mi mar es mi sudario.

Eterno.

 

Y de pronto no pudo más.

¿Para qué fingir?

Los labios de Rogelio, el cuerpo de Rogelio, el sexo de Rogelio, las caricias de Rogelio...

 

Esa brasa que es tu boca,

    abrasa.

Me toma con tu lengua hecha de amor,

me inunda cada poro de la piel,

moja mi alma y la hace tuya.

Esa brasa húmeda de carne generosa,

    hermosa.

Devora mis labios y los derrite,

muerde mi tierra desnuda,

lame mis dientes hambrientos.

Esa boca, tu boca, mi boca,

deja que la penetre

con mi aliento.

 

Su último poema, o lo que fueran aquellas líneas apresuradas, la hizo romperse en pedacitos, hasta acabar convertida en una arenilla capaz de ser borrada con sólo una ligera brisa.

 

Amor de momentos,

hecho de pedazos de tiempo,

días robados, horas intensas,

minutos de gloria, segundos de paz.

Amor, amor de momentos,

y entre ellos la nada,

distancias hechas de sueños,

anhelos y esperanzas que pasan,

a la espera de más momentos.

 

 

Creía que no iba a llamarla. Anochecía y sólo faltaba él. Llevaban tantos días sin mantener contacto debido a su ostracismo y su deseo de apartarse del mundo que no sabía ya de quién era la culpa, si suya por no telefonearlo o de Gonzalo por no interesarse por ella, a pesar de haberle dicho al marcharse al pueblo que necesitaba aislarse y reflexionar.

Por eso, al sonar el móvil y ver el número en la pantallita suspiró con alivio.

—¡Gonzalo!

—Hola, Beatriz.

—¡Qué alegría oírte! —suspiró.

—Felicidades.

—¡Gracias!

—¿Qué tal sientan?

—No lo sé. Soy la misma. Te lo diré a mi regreso.

—¿Te lo pasas bien?

Fue sincera.

—No.

—Yo tampoco sin ti.

—Tienes a Carlos.

—No es lo mismo. Su sensibilidad musical está a la altura de un zapato. Estos días te he necesitado más que nunca.

—¿Por qué? ¿Has estado componiendo?

—Mucho.

—Cántame algo.

—¿Por teléfono?

—Sí, ahora. Será tu regalo de cumpleaños.

—¡Pero se oirá fatal!

—¿Quieres cantarme algo o no, pesado?

—Un momento, que cojo la guitarra.

La dejó en suspense. Luego imaginó que había colocado el teléfono en algún soporte, cerca de su voz, para tener las manos libres y así poder tocar la guitarra.

—¿Preparada?

—Sí.

—Es mi última canción. Se titula
Necesito
.

Escuchó los primeros acordes de la guitarra, una entrada acústica, la melodía, el guante siempre perfecto para que la voz transitara por ella.

 

Necesito un ángel de la guarda

para hacerle el amor día y noche

que cuide mi alma en celo

y aplaque mi lujuria encendida.

 

Necesito que sus alas me turben

envolviendo mi sexo de seda

el placer de las horas vividas

el dolor de tus largas ausencias.

 

Necesito un orgasmo tan vivo

que me rompa en pedazos el norte

y gritar por pasiones tan sucias

que me alcen a cielos en llamas.

 

Necesito de su furia sincera

que desgarre mi paz y me quiebre

sus besos de fuego y espinas

sus caricias de manos sin tiempo.

 

Necesito un demonio que cante

y me arrastre al infierno gritando

para resucitar entre brasas

y volver a la vida a tu lado.

 

Necesito un espacio sin fondo

y mil años de locas torturas

tocar con el vientre el deseo

agotar con mi sed tus pantanos.

 

Necesito un ángel de la guarda

que tenga tu rostro y tu voz

tus manos, tus pies y tu piel

tu cuerpo de diosa hechicera.

 

Concluyó la canción y Gonzalo recuperó el teléfono.

—¿Qué tal?

—Impresionante.

—Tengo que retocar la letra, hay frases que no me encajan del todo bien. Pero la idea es ésa.

—Sinceramente, y no es pasión de amiga, creo que ya estás maduro y preparado para intentarlo. Podrías grabar la tira de discos con el material que tienes.

No hubo respuesta inmediata. El silencio fue tal que miró el teléfono por si se había cortado la línea debido a una súbita falta de cobertura.

—¿Gonzalo?

—Sí, sí, es que...

—Cuando vuelva te ayudaré, tranquilo.

—No es eso —el tono se revistió de dudas—, es que juré no decirte nada y... sinceramente, no puedo fingir que...

—¿Qué sucede? —se alarmó.

—No sabes nada de Rogelio, ¿verdad?

Se quedó muy fría.

Helada.

—No, ¿por qué?

—Su compañía, Discos Karma, fue vendida a BMG Ariola, y él se quedó en la calle, aunque de todas formas ya había tomado la decisión de irse.

No supo qué decir. Era la crónica de una muerte anunciada. Habían hablado de ello.

—Rogelio vino a verme, Beatriz.

—¿Lo hizo?

—Sí. Me llamó, quedamos, le canté mis canciones... Y no una o dos, sino una docena o más. La tira. Cuando acabé, porque ya era tarde, me preguntó si lo aceptaría de mánager.

Seguía helada, pero ahora, además, estaba boquiabierta.

—¿En serio?

—¡Sí!

—¿Qué le dijiste?

—¿Qué querías que le dijera? —El repentino entusiasmo de Gonzalo rayaba en la felicidad absoluta—. ¡Pues que sí! ¡Él sabe de este tinglado, es mi oportunidad! ¡Se ha movido en el mundo de la música y conoce compañías, responsables de programas de la tele o de salas para actuar...! Dios..., si es que, cuando me lo propuso, lo habría besado. Desde entonces hemos estado trabajando, escogiendo canciones... Le han soltado una buena pasta en Discos Karma, ¿sabes?, y va a producirme mi primer disco.

—¿Vas a grabar?

—¿Por qué crees que te he dicho que te necesitaba a mi lado estos días? Tú has sido la primera siempre, en todo. Sin ti me siento perdido. ¡Eres mi mejor crítica!

Se alegraba por Gonzalo.

Mucho.

Pero ¿cómo iba a encajar ella en semejante ecuación?

Rogelio...

—Felicidades, Gonzalo.

—No es todo. Hay más.

—¿Más?

—Debuto en Barcelona el 9 de septiembre, en una de las salas pequeñas de Razzmatazz. Un concierto en solitario, para presentarme a los medios informativos y todo eso. Un sueño. Para entonces tendremos el disco ya casi a punto. Según Rogelio, nos lloverán las ofertas de las grandes compañías, porque... bueno, dice que ahora mismo no hay nadie como yo.

—Te lo dije.

—Ya lo sé.

Contuvo sus deseos de llorar. De felicidad. Pero llorar al fin y al cabo. Una fuerza desgarradora inundaba su pecho. Había intentado no pensar en él, desmarcarlo de su futuro. Y de pronto reaparecía.

Como una curva en mitad del camino, imposible de evitar.

—Tienes que estar a mi lado, Beatriz —susurró Gonzalo.

—No sé si podré. —Acompasó su respiración con dificultad.

—¡Todo te lo debo a ti!

—No es verdad. Te lo debes a ti mismo. Si no hubieras conocido a Rogelio por mí, habrías conocido a otro de cualquier otra forma.

—Sea como sea, no puedes fallarme ahora. No es que vaya a necesitar secretarias o qué sé yo. Te voy a necesitar a ti, porque eres mi única amiga y la única persona en la que confío.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Me responderás con sinceridad?

—Siempre lo he hecho.

—¿Habéis hablado de mí?

Otro silencio, breve aunque contundente.

—No.

El de Beatriz fue mayor.

—De acuerdo.

—Dale tiempo.

—No es fácil.

—Pero ahora será inevitable que os encontréis, y entonces ¿qué?

Había preguntas sin respuesta posible.

Ésa era una de ellas.

Capítulo 25

REGRESO

 

 

 

Otros años, de niña, el regreso a casa después de las vacaciones de verano solía ser triste. Fin del esparcimiento, de la vagancia, del calorcito... Y vuelta a la rutina, con la amenaza del colegio, el invierno, los libros...

Esta vez era distinto.

Con el fin del verano llegaban los primeros pasos de su futuro.

Todavía no había hablado con su madre.

Mejor hacerlo cuando todo estuviese ya en marcha.

Carlota se metió directamente en su habitación y cerró la puerta. Su madre empezó a abrirlo todo, para que se ventilara la casa, dispuesta a empezar a limpiar con el mayor de sus frenesís. Beatriz dejó su bolsa sobre la cama y vaciló entre llamar a Gonzalo o ir a verlo, y también entre eso y subir a casa de Elisabet para decirle que ya estaba allí.

—¡Beatriz!

—¿Sí, mamá?

—O limpias tú y voy a comprar yo, porque como es lógico no hay nada de comida en la nevera para hacer la cena, o limpio yo y vas a comprar tú.

—¿Por qué no va Carlota?

—Porque vas tú y ya está.

Beatriz metió la cabeza por la puerta de la habitación de su hermana, sin llamar. La vio tumbada en la cama, tal cual, boca arriba.

—No estoy de humor —le advirtió.

A Beatriz le dio por sonreír.

Después de todo, era la vuelta a la normalidad.

—Trasto. —Cerró la puerta.

Iría a comprar. Y mientras, ya pensaría en qué hacer luego, o al día siguiente, al despertar.

Ni siquiera sabía de dónde salía su buen humor.

 

 

Teresa había cambiado durante aquellos dos meses. Parecía un poquito más mujer, y estaba muy guapa, con la piel bronceada y los reflejos del verano impregnándola. Mati también mostraba su cambio, en este caso debido al embarazo.

En momentos como aquél sentía un poco de envidia.

Un hogar feliz.

Hecho con dos mitades, sí, pero feliz.

Descubrió que su padre quería hablarle de algo a solas, en privado, cuando de pronto desapareció Teresa y a los diez segundos lo hizo Mati.

—¿Te ha gustado mi regalo?

—Mucho.

Se tocó el pequeño diamante colgado ya de su cuello. No era enorme. Era del tamaño justo para ella, pequeño, pero muy bonito. Brillaba como cien soles. Su primer regalo de mujer. Estaba engarzado sobre una base de plata, triangular, y la cadenita también era del mismo metal. Nunca se había interesado por las joyas, pero aquello era muy especial.

—Quería hablar contigo —dijo él tras el primer comentario evasivo acerca del regalo.

—Lo imaginaba. Sois de un discreto... —Beatriz señaló la puerta por la que habían desaparecido Mati y Teresa—. ¿Pasa algo?

—No. —Su padre hizo un gesto relativizando la cosa—. Es acerca de lo que me comentaste el día de tu cumpleaños.

—¿Lo de independizarme?

—Sí.

—¿Has hablado con mamá?

—No, no. Si no me llama ella y me echa a los perros..., no tengo por qué hacerlo. Es tu vida y estás en tu derecho. Sin embargo...

—¿Qué?

—Tienes demasiado talento para desperdiciarlo.

—Yo no tengo talento.

—Tenía que haberte regalado un cilicio —exhaló el hombre—. ¡Pues claro que lo tienes! ¡Sólo necesitas encauzarlo!

—¿Y qué sugieres?

—Si te pones a trabajar pensando que tendrás tiempo de volver a estudiar en uno o dos años si te apetece, te aseguro que no lo harás. Acabarás en una dinámica diferente, querrás ganar dinero para esto y aquello, te liarás con alguien... En cambio, si lo compaginas...

—¿Trabajar y estudiar?

—Sí.

—Tendría que encontrar algo que fuera lo bastante flexible y me dejara tiempo. Y tal y como están las cosas, con gente dispuesta a echar horas y más horas por una miseria al mes...

—Te dije que te ayudaría.

—No quiero que ningún amigo tuyo me meta en su empresa para hacerte un favor, y olvídate de que trabaje contigo.

—Sé que trabajar conmigo te impediría volar por tu cuenta, y lo respeto —concedió él—. Lo de mis amigos... Tampoco se trata de un favor. Si sé de algo, te lo digo y vas a verlo, sin compromiso.

Estudiar de noche.

Todo un día trabajando y luego...

Siempre se le había antojado algo muy duro, que acotaba aún más la vida, restando tiempo para disfrutar.

—Tú siempre habías dicho que harías Bellas Artes, o Literatura —le recordó él.

—Se me da mejor lo segundo.

—Adelante entonces.

Bajó la vista al suelo. Su padre la ayudaría, hiciera lo que hiciera. No pretendía chantajearla. Pero estaba claro que se preocupaba, y buscaba lo mejor para ella.

—Piénsatelo. Tampoco corre ninguna prisa, salvo que quieras irte de casa de tu madre ya mismo.

—No, no es eso —reconoció.

—En la vida es bueno tener una formación.

—Ya lo sé.

—¿Puedo decirte algo, cariño?

—Claro, papá.

—Estás guapísima.

—Gracias.

—No me gustaría que acabaras de modelo, pero...

—¡Papá! —proclamó con disgusto.

—Aunque te empeñes en disimularlo, lo eres. Lo que hagas con ello es cosa tuya. —Levantó las manos con las palmas hacia afuera a la altura del pecho.

Qué diferente sería todo si él siguiera en casa.

Un matrimonio normal y corriente.

La vida era tan fascinante como inquietante.

Teresa reapareció en el comedor, en silencio y de manera tímida. Los dos la vieron meter la cabeza por la puerta, atisbando el lugar.

—Pasa, pasa —la invitó su nuevo padre.

La breve charla había terminado.

 

 

Las escaleras de los multicines Cinesa Diagonal eran un hervidero por las tardes, especialmente los días de fiesta o las vigilias. Once salas equivalían a muchas personas en busca de entradas, sin olvidar los restaurantes de la zona de Santa Fe de Nuevo México, siempre llenos. Niños corriendo por la plazoleta interior, frente a las taquillas, trepando por la pared escalonada de la rampa paralela a la escalinata, grupos de chicas que se citaban, grupos de chicos que quedaban, parejitas, matrimonios más maduros... Una selecta fauna desparramada por la zona de ocio, quizá más poblada también porque el mundo entero había regresado a casa después de las vacaciones, y las películas estrenadas en verano todavía no las habían visto.

Ellas estaban sentadas en la mitad de la escalera, dominando el panorama aunque sin formar parte de él.

Elisabet le pasó una mano por encima de los hombros.

—Te echaré de menos.

—Caray, que no vamos a dejar de vernos.

—Pero no será lo mismo que vivir tú abajo y yo arriba.

—Vente a vivir conmigo.

—Sabes que ahora no puedo. Mis padres parecen haber encontrado el camino. No quiero dejarlos solos. Nunca he creído que un matrimonio deba seguir unido por los hijos, pero en este caso no puedo fallarles. —Fue sincera al agregar—: Y tampoco tengo tanto valor como tú.

—No es valor, es necesidad.

—Pues que tu necesidad te dé un techo cuanto antes.

—¿Por qué? —La miró con malicia.

—Porque Damián y yo lo tenemos crudo para hacerlo.

—¿Vas a convertir mi futuro piso en un picadero?

—¡Si es que los dos vivimos con nuestros padres!

Beatriz se echó a reír.

—Tengo unas ganas de conocer a tu Damián. —Remarcó el posesivo previo al nombre.

—Y yo de que lo conozcas.

—Lo malo es que después de lo que acabas de decirme no me podré contener la risa. —La mantuvo en su rostro a duras penas.

—Ya le he hablado tanto de ti que es como si te conociera. Y con lo cachondo que es...

—¿Y su gemelo?

—Igual.

—¿No han intentado confundirte?

—No pueden. —Le guiñó un ojo—. Son idénticos, pero Damián tiene una pequeña cicatriz aquí. —Se tocó la barbilla por el lado izquierdo—. Una caricia de un perro siendo niño.

Dejaron de hablar momentáneamente y, ahora sí, otearon el panorama, por simple inercia. Unos escalones más abajo, y a la derecha, dos chicos las observaban. O mejor dicho, la miraban a ella, directamente. Beatriz se dio cuenta y los ignoró sin más.

—Monos —apuntó Elisabet, que se había dado cuenta.

—Me da miedo conocer a Damián, porque a veces tienes un gusto...

—Pues a mí me parecen monos. El del pantaloncito corto no está mal, tiene unas piernas decentes.

—Creerán que estamos hablando de ellos, y como se acerquen...

—Es que estamos hablando de ellos —dijo Elisabet.

Nueva dosis de silencio. Los dos chicos bajaron por la escalera y se colocaron en una de las colas. Una docena de chicas de entre doce y trece años se pusieron a gritar enloquecidas justo en mitad de la placita. Nadie dejó de mirar hacia ellas.

—¿Y Gonzalo?

Habría sido peor que le preguntara directamente por Rogelio.

—Bien, grabando su disco.

—¿Has ido a verlo?

—No.

—¿Y cómo sabes...?

—Me lo cuenta por teléfono.

—¿Por qué no vas al estudio de grabación?

—Porque está él, ya lo sabes. Es el productor.

—Tú lo harías mejor.

—Anda ya —proclamó sin el menor énfasis—. Puede que sepa más de historia, pero Rogelio habrá estado en muchas grabaciones y seguro que sabe lo que se hace. Además, la mayoría de canciones sólo tienen voz y guitarra, aunque en otras ya le han añadido bajo, batería y algo de teclados.

—¿No has escuchado nada?

—Gonzalo me canta cosas por teléfono, sobre todo las que tienen nuevos arreglos, porque de hecho ya las había oído antes todas. Tienen tanto miedo a la piratería que me imagino que no dejan salir nada del estudio.

—¿Ningún comentario?

—No.

—O sea que Rogelio...

—Nada, y cállate ya, ¿quieres?

No lo hizo.

—Tarde o temprano...

—Ya sabe lo que siento. Es él quien debe dar el primer paso.

—Ya, pero...

—No, Elisabet —intentó cortarla en seco—. Sigo enamorada, vale. Lo que pasó fue... turbulento, rápido, excesivo si quieres..., pero sigo enamorada. Me marcó, y para siempre. Si él me ama, si comprende que tenemos una oportunidad y podemos luchar por ella, volverá. Si su miedo y su culpa son superiores... entonces adiós. Yo no puedo hacer nada contra eso.

—Ayudarlo a reflexionar.

—Si me presento ante él perderá su única oportunidad. Sería demasiado fácil, ¿comprendes? Llego, le lloro, o simplemente me ve... ¿y ya está? ¿Lo deslumbro? ¿Pura seducción carnal? Eso es lo sencillo. Lo difícil es que cada cual se enfrente a sus fantasmas y salga adelante. —Llenó los pulmones de aire y luego lo soltó hasta casi vaciarse por completo—. Debe hacerlo él solo.

—¿Y si no lo hace?

No respondió. No era necesario.

—Te quedarás sola, lamentándolo siempre —manifestó Elisabet.

—¿Y qué quieres que haga, que lo llame y le suplique? Tampoco lo quiero a mi lado porque sienta pena, o porque lo haga dudar, o porque crea que vamos a darnos unos cuantos revolcones más y hay que aprovecharlo. Lo quiero para que me ame, por encima de todo y sin reservas, como debe ser el amor.

—Tú y tu sentido romántico.

—Vale, la vida no es ideal, pero si encima no hacemos lo posible para que lo sea... Lanzarse a ciegas es fantástico. Lo complicado es abrir los ojos luego. Ahora toca abrir los ojos.

—Te la juegas.

—¿Y quién no se la juega hoy en día, a cada momento? —Extrajo de su interior un soplo de energía marcado por el agotamiento.

 

 

No esperaba reencontrárselo. O tal vez sí. En el fondo no le habría extrañado nada que Ziberaxes, alias Benigno, fuera quien decía ser y estuviese ya de vuelta en Urko.

—Vaya —dijo Beatriz al detenerse uno frente al otro, delante de la puerta sur del parque.

—¿Cómo estás? ¿Todo bien?

—Te imaginaba muy lejos de aquí.

El mendigo miró a su alrededor con suspicacia.

Bajó la voz.

—He regresado —dijo.

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