Authors: Jordi Sierra i Fabra
rÃos muertos de afluentes vivos.
Mi mar,
atrapado entre montañas blancas
y valles verdes de pasión.
No se detiene.
El sol no calienta su corazón frÃo.
Su fondo me acoge en paz.
Sereno.
Mi mar es mi sudario.
Eterno.
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Y de pronto no pudo más.
¿Para qué fingir?
Los labios de Rogelio, el cuerpo de Rogelio, el sexo de Rogelio, las caricias de Rogelio...
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Esa brasa que es tu boca,
    abrasa.
Me toma con tu lengua hecha de amor,
me inunda cada poro de la piel,
moja mi alma y la hace tuya.
Esa brasa húmeda de carne generosa,
    hermosa.
Devora mis labios y los derrite,
muerde mi tierra desnuda,
lame mis dientes hambrientos.
Esa boca, tu boca, mi boca,
deja que la penetre
con mi aliento.
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Su último poema, o lo que fueran aquellas lÃneas apresuradas, la hizo romperse en pedacitos, hasta acabar convertida en una arenilla capaz de ser borrada con sólo una ligera brisa.
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Amor de momentos,
hecho de pedazos de tiempo,
dÃas robados, horas intensas,
minutos de gloria, segundos de paz.
Amor, amor de momentos,
y entre ellos la nada,
distancias hechas de sueños,
anhelos y esperanzas que pasan,
a la espera de más momentos.
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CreÃa que no iba a llamarla. AnochecÃa y sólo faltaba él. Llevaban tantos dÃas sin mantener contacto debido a su ostracismo y su deseo de apartarse del mundo que no sabÃa ya de quién era la culpa, si suya por no telefonearlo o de Gonzalo por no interesarse por ella, a pesar de haberle dicho al marcharse al pueblo que necesitaba aislarse y reflexionar.
Por eso, al sonar el móvil y ver el número en la pantallita suspiró con alivio.
â¡Gonzalo!
âHola, Beatriz.
â¡Qué alegrÃa oÃrte! âsuspiró.
âFelicidades.
â¡Gracias!
â¿Qué tal sientan?
âNo lo sé. Soy la misma. Te lo diré a mi regreso.
â¿Te lo pasas bien?
Fue sincera.
âNo.
âYo tampoco sin ti.
âTienes a Carlos.
âNo es lo mismo. Su sensibilidad musical está a la altura de un zapato. Estos dÃas te he necesitado más que nunca.
â¿Por qué? ¿Has estado componiendo?
âMucho.
âCántame algo.
â¿Por teléfono?
âSÃ, ahora. Será tu regalo de cumpleaños.
â¡Pero se oirá fatal!
â¿Quieres cantarme algo o no, pesado?
âUn momento, que cojo la guitarra.
La dejó en suspense. Luego imaginó que habÃa colocado el teléfono en algún soporte, cerca de su voz, para tener las manos libres y asà poder tocar la guitarra.
â¿Preparada?
âSÃ.
âEs mi última canción. Se titula
Necesito
.
Escuchó los primeros acordes de la guitarra, una entrada acústica, la melodÃa, el guante siempre perfecto para que la voz transitara por ella.
Â
Necesito un ángel de la guarda
para hacerle el amor dÃa y noche
que cuide mi alma en celo
y aplaque mi lujuria encendida.
Â
Necesito que sus alas me turben
envolviendo mi sexo de seda
el placer de las horas vividas
el dolor de tus largas ausencias.
Â
Necesito un orgasmo tan vivo
que me rompa en pedazos el norte
y gritar por pasiones tan sucias
que me alcen a cielos en llamas.
Â
Necesito de su furia sincera
que desgarre mi paz y me quiebre
sus besos de fuego y espinas
sus caricias de manos sin tiempo.
Â
Necesito un demonio que cante
y me arrastre al infierno gritando
para resucitar entre brasas
y volver a la vida a tu lado.
Â
Necesito un espacio sin fondo
y mil años de locas torturas
tocar con el vientre el deseo
agotar con mi sed tus pantanos.
Â
Necesito un ángel de la guarda
que tenga tu rostro y tu voz
tus manos, tus pies y tu piel
tu cuerpo de diosa hechicera.
Â
Concluyó la canción y Gonzalo recuperó el teléfono.
â¿Qué tal?
âImpresionante.
âTengo que retocar la letra, hay frases que no me encajan del todo bien. Pero la idea es ésa.
âSinceramente, y no es pasión de amiga, creo que ya estás maduro y preparado para intentarlo. PodrÃas grabar la tira de discos con el material que tienes.
No hubo respuesta inmediata. El silencio fue tal que miró el teléfono por si se habÃa cortado la lÃnea debido a una súbita falta de cobertura.
â¿Gonzalo?
âSÃ, sÃ, es que...
âCuando vuelva te ayudaré, tranquilo.
âNo es eso âel tono se revistió de dudasâ, es que juré no decirte nada y... sinceramente, no puedo fingir que...
â¿Qué sucede? âse alarmó.
âNo sabes nada de Rogelio, ¿verdad?
Se quedó muy frÃa.
Helada.
âNo, ¿por qué?
âSu compañÃa, Discos Karma, fue vendida a BMG Ariola, y él se quedó en la calle, aunque de todas formas ya habÃa tomado la decisión de irse.
No supo qué decir. Era la crónica de una muerte anunciada. HabÃan hablado de ello.
âRogelio vino a verme, Beatriz.
â¿Lo hizo?
âSÃ. Me llamó, quedamos, le canté mis canciones... Y no una o dos, sino una docena o más. La tira. Cuando acabé, porque ya era tarde, me preguntó si lo aceptarÃa de mánager.
SeguÃa helada, pero ahora, además, estaba boquiabierta.
â¿En serio?
â¡SÃ!
â¿Qué le dijiste?
â¿Qué querÃas que le dijera? âEl repentino entusiasmo de Gonzalo rayaba en la felicidad absolutaâ. ¡Pues que sÃ! ¡Ãl sabe de este tinglado, es mi oportunidad! ¡Se ha movido en el mundo de la música y conoce compañÃas, responsables de programas de la tele o de salas para actuar...! Dios..., si es que, cuando me lo propuso, lo habrÃa besado. Desde entonces hemos estado trabajando, escogiendo canciones... Le han soltado una buena pasta en Discos Karma, ¿sabes?, y va a producirme mi primer disco.
â¿Vas a grabar?
â¿Por qué crees que te he dicho que te necesitaba a mi lado estos dÃas? Tú has sido la primera siempre, en todo. Sin ti me siento perdido. ¡Eres mi mejor crÃtica!
Se alegraba por Gonzalo.
Mucho.
Pero ¿cómo iba a encajar ella en semejante ecuación?
Rogelio...
âFelicidades, Gonzalo.
âNo es todo. Hay más.
â¿Más?
âDebuto en Barcelona el 9 de septiembre, en una de las salas pequeñas de Razzmatazz. Un concierto en solitario, para presentarme a los medios informativos y todo eso. Un sueño. Para entonces tendremos el disco ya casi a punto. Según Rogelio, nos lloverán las ofertas de las grandes compañÃas, porque... bueno, dice que ahora mismo no hay nadie como yo.
âTe lo dije.
âYa lo sé.
Contuvo sus deseos de llorar. De felicidad. Pero llorar al fin y al cabo. Una fuerza desgarradora inundaba su pecho. HabÃa intentado no pensar en él, desmarcarlo de su futuro. Y de pronto reaparecÃa.
Como una curva en mitad del camino, imposible de evitar.
âTienes que estar a mi lado, Beatriz âsusurró Gonzalo.
âNo sé si podré. âAcompasó su respiración con dificultad.
â¡Todo te lo debo a ti!
âNo es verdad. Te lo debes a ti mismo. Si no hubieras conocido a Rogelio por mÃ, habrÃas conocido a otro de cualquier otra forma.
âSea como sea, no puedes fallarme ahora. No es que vaya a necesitar secretarias o qué sé yo. Te voy a necesitar a ti, porque eres mi única amiga y la única persona en la que confÃo.
â¿Puedo preguntarte algo?
âClaro.
â¿Me responderás con sinceridad?
âSiempre lo he hecho.
â¿Habéis hablado de mÃ?
Otro silencio, breve aunque contundente.
âNo.
El de Beatriz fue mayor.
âDe acuerdo.
âDale tiempo.
âNo es fácil.
âPero ahora será inevitable que os encontréis, y entonces ¿qué?
HabÃa preguntas sin respuesta posible.
Ãsa era una de ellas.
REGRESO
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Otros años, de niña, el regreso a casa después de las vacaciones de verano solÃa ser triste. Fin del esparcimiento, de la vagancia, del calorcito... Y vuelta a la rutina, con la amenaza del colegio, el invierno, los libros...
Esta vez era distinto.
Con el fin del verano llegaban los primeros pasos de su futuro.
TodavÃa no habÃa hablado con su madre.
Mejor hacerlo cuando todo estuviese ya en marcha.
Carlota se metió directamente en su habitación y cerró la puerta. Su madre empezó a abrirlo todo, para que se ventilara la casa, dispuesta a empezar a limpiar con el mayor de sus frenesÃs. Beatriz dejó su bolsa sobre la cama y vaciló entre llamar a Gonzalo o ir a verlo, y también entre eso y subir a casa de Elisabet para decirle que ya estaba allÃ.
â¡Beatriz!
â¿SÃ, mamá?
âO limpias tú y voy a comprar yo, porque como es lógico no hay nada de comida en la nevera para hacer la cena, o limpio yo y vas a comprar tú.
â¿Por qué no va Carlota?
âPorque vas tú y ya está.
Beatriz metió la cabeza por la puerta de la habitación de su hermana, sin llamar. La vio tumbada en la cama, tal cual, boca arriba.
âNo estoy de humor âle advirtió.
A Beatriz le dio por sonreÃr.
Después de todo, era la vuelta a la normalidad.
âTrasto. âCerró la puerta.
IrÃa a comprar. Y mientras, ya pensarÃa en qué hacer luego, o al dÃa siguiente, al despertar.
Ni siquiera sabÃa de dónde salÃa su buen humor.
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Teresa habÃa cambiado durante aquellos dos meses. ParecÃa un poquito más mujer, y estaba muy guapa, con la piel bronceada y los reflejos del verano impregnándola. Mati también mostraba su cambio, en este caso debido al embarazo.
En momentos como aquél sentÃa un poco de envidia.
Un hogar feliz.
Hecho con dos mitades, sÃ, pero feliz.
Descubrió que su padre querÃa hablarle de algo a solas, en privado, cuando de pronto desapareció Teresa y a los diez segundos lo hizo Mati.
â¿Te ha gustado mi regalo?
âMucho.
Se tocó el pequeño diamante colgado ya de su cuello. No era enorme. Era del tamaño justo para ella, pequeño, pero muy bonito. Brillaba como cien soles. Su primer regalo de mujer. Estaba engarzado sobre una base de plata, triangular, y la cadenita también era del mismo metal. Nunca se habÃa interesado por las joyas, pero aquello era muy especial.
âQuerÃa hablar contigo âdijo él tras el primer comentario evasivo acerca del regalo.
âLo imaginaba. Sois de un discreto... âBeatriz señaló la puerta por la que habÃan desaparecido Mati y Teresaâ. ¿Pasa algo?
âNo. âSu padre hizo un gesto relativizando la cosaâ. Es acerca de lo que me comentaste el dÃa de tu cumpleaños.
â¿Lo de independizarme?
âSÃ.
â¿Has hablado con mamá?
âNo, no. Si no me llama ella y me echa a los perros..., no tengo por qué hacerlo. Es tu vida y estás en tu derecho. Sin embargo...
â¿Qué?
âTienes demasiado talento para desperdiciarlo.
âYo no tengo talento.
âTenÃa que haberte regalado un cilicio âexhaló el hombreâ. ¡Pues claro que lo tienes! ¡Sólo necesitas encauzarlo!
â¿Y qué sugieres?
âSi te pones a trabajar pensando que tendrás tiempo de volver a estudiar en uno o dos años si te apetece, te aseguro que no lo harás. Acabarás en una dinámica diferente, querrás ganar dinero para esto y aquello, te liarás con alguien... En cambio, si lo compaginas...
â¿Trabajar y estudiar?
âSÃ.
âTendrÃa que encontrar algo que fuera lo bastante flexible y me dejara tiempo. Y tal y como están las cosas, con gente dispuesta a echar horas y más horas por una miseria al mes...
âTe dije que te ayudarÃa.
âNo quiero que ningún amigo tuyo me meta en su empresa para hacerte un favor, y olvÃdate de que trabaje contigo.
âSé que trabajar conmigo te impedirÃa volar por tu cuenta, y lo respeto âconcedió élâ. Lo de mis amigos... Tampoco se trata de un favor. Si sé de algo, te lo digo y vas a verlo, sin compromiso.
Estudiar de noche.
Todo un dÃa trabajando y luego...
Siempre se le habÃa antojado algo muy duro, que acotaba aún más la vida, restando tiempo para disfrutar.
âTú siempre habÃas dicho que harÃas Bellas Artes, o Literatura âle recordó él.
âSe me da mejor lo segundo.
âAdelante entonces.
Bajó la vista al suelo. Su padre la ayudarÃa, hiciera lo que hiciera. No pretendÃa chantajearla. Pero estaba claro que se preocupaba, y buscaba lo mejor para ella.
âPiénsatelo. Tampoco corre ninguna prisa, salvo que quieras irte de casa de tu madre ya mismo.
âNo, no es eso âreconoció.
âEn la vida es bueno tener una formación.
âYa lo sé.
â¿Puedo decirte algo, cariño?
âClaro, papá.
âEstás guapÃsima.
âGracias.
âNo me gustarÃa que acabaras de modelo, pero...
â¡Papá! âproclamó con disgusto.
âAunque te empeñes en disimularlo, lo eres. Lo que hagas con ello es cosa tuya. âLevantó las manos con las palmas hacia afuera a la altura del pecho.
Qué diferente serÃa todo si él siguiera en casa.
Un matrimonio normal y corriente.
La vida era tan fascinante como inquietante.
Teresa reapareció en el comedor, en silencio y de manera tÃmida. Los dos la vieron meter la cabeza por la puerta, atisbando el lugar.
âPasa, pasa âla invitó su nuevo padre.
La breve charla habÃa terminado.
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Las escaleras de los multicines Cinesa Diagonal eran un hervidero por las tardes, especialmente los dÃas de fiesta o las vigilias. Once salas equivalÃan a muchas personas en busca de entradas, sin olvidar los restaurantes de la zona de Santa Fe de Nuevo México, siempre llenos. Niños corriendo por la plazoleta interior, frente a las taquillas, trepando por la pared escalonada de la rampa paralela a la escalinata, grupos de chicas que se citaban, grupos de chicos que quedaban, parejitas, matrimonios más maduros... Una selecta fauna desparramada por la zona de ocio, quizá más poblada también porque el mundo entero habÃa regresado a casa después de las vacaciones, y las pelÃculas estrenadas en verano todavÃa no las habÃan visto.
Ellas estaban sentadas en la mitad de la escalera, dominando el panorama aunque sin formar parte de él.
Elisabet le pasó una mano por encima de los hombros.
âTe echaré de menos.
âCaray, que no vamos a dejar de vernos.
âPero no será lo mismo que vivir tú abajo y yo arriba.
âVente a vivir conmigo.
âSabes que ahora no puedo. Mis padres parecen haber encontrado el camino. No quiero dejarlos solos. Nunca he creÃdo que un matrimonio deba seguir unido por los hijos, pero en este caso no puedo fallarles. âFue sincera al agregarâ: Y tampoco tengo tanto valor como tú.
âNo es valor, es necesidad.
âPues que tu necesidad te dé un techo cuanto antes.
â¿Por qué? âLa miró con malicia.
âPorque Damián y yo lo tenemos crudo para hacerlo.
â¿Vas a convertir mi futuro piso en un picadero?
â¡Si es que los dos vivimos con nuestros padres!
Beatriz se echó a reÃr.
âTengo unas ganas de conocer a tu Damián. âRemarcó el posesivo previo al nombre.
âY yo de que lo conozcas.
âLo malo es que después de lo que acabas de decirme no me podré contener la risa. âLa mantuvo en su rostro a duras penas.
âYa le he hablado tanto de ti que es como si te conociera. Y con lo cachondo que es...
â¿Y su gemelo?
âIgual.
â¿No han intentado confundirte?
âNo pueden. âLe guiñó un ojoâ. Son idénticos, pero Damián tiene una pequeña cicatriz aquÃ. âSe tocó la barbilla por el lado izquierdoâ. Una caricia de un perro siendo niño.
Dejaron de hablar momentáneamente y, ahora sÃ, otearon el panorama, por simple inercia. Unos escalones más abajo, y a la derecha, dos chicos las observaban. O mejor dicho, la miraban a ella, directamente. Beatriz se dio cuenta y los ignoró sin más.
âMonos âapuntó Elisabet, que se habÃa dado cuenta.
âMe da miedo conocer a Damián, porque a veces tienes un gusto...
âPues a mà me parecen monos. El del pantaloncito corto no está mal, tiene unas piernas decentes.
âCreerán que estamos hablando de ellos, y como se acerquen...
âEs que estamos hablando de ellos âdijo Elisabet.
Nueva dosis de silencio. Los dos chicos bajaron por la escalera y se colocaron en una de las colas. Una docena de chicas de entre doce y trece años se pusieron a gritar enloquecidas justo en mitad de la placita. Nadie dejó de mirar hacia ellas.
â¿Y Gonzalo?
HabrÃa sido peor que le preguntara directamente por Rogelio.
âBien, grabando su disco.
â¿Has ido a verlo?
âNo.
â¿Y cómo sabes...?
âMe lo cuenta por teléfono.
â¿Por qué no vas al estudio de grabación?
âPorque está él, ya lo sabes. Es el productor.
âTú lo harÃas mejor.
âAnda ya âproclamó sin el menor énfasisâ. Puede que sepa más de historia, pero Rogelio habrá estado en muchas grabaciones y seguro que sabe lo que se hace. Además, la mayorÃa de canciones sólo tienen voz y guitarra, aunque en otras ya le han añadido bajo, baterÃa y algo de teclados.
â¿No has escuchado nada?
âGonzalo me canta cosas por teléfono, sobre todo las que tienen nuevos arreglos, porque de hecho ya las habÃa oÃdo antes todas. Tienen tanto miedo a la piraterÃa que me imagino que no dejan salir nada del estudio.
â¿Ningún comentario?
âNo.
âO sea que Rogelio...
âNada, y cállate ya, ¿quieres?
No lo hizo.
âTarde o temprano...
âYa sabe lo que siento. Es él quien debe dar el primer paso.
âYa, pero...
âNo, Elisabet âintentó cortarla en secoâ. Sigo enamorada, vale. Lo que pasó fue... turbulento, rápido, excesivo si quieres..., pero sigo enamorada. Me marcó, y para siempre. Si él me ama, si comprende que tenemos una oportunidad y podemos luchar por ella, volverá. Si su miedo y su culpa son superiores... entonces adiós. Yo no puedo hacer nada contra eso.
âAyudarlo a reflexionar.
âSi me presento ante él perderá su única oportunidad. SerÃa demasiado fácil, ¿comprendes? Llego, le lloro, o simplemente me ve... ¿y ya está? ¿Lo deslumbro? ¿Pura seducción carnal? Eso es lo sencillo. Lo difÃcil es que cada cual se enfrente a sus fantasmas y salga adelante. âLlenó los pulmones de aire y luego lo soltó hasta casi vaciarse por completoâ. Debe hacerlo él solo.
â¿Y si no lo hace?
No respondió. No era necesario.
âTe quedarás sola, lamentándolo siempre âmanifestó Elisabet.
â¿Y qué quieres que haga, que lo llame y le suplique? Tampoco lo quiero a mi lado porque sienta pena, o porque lo haga dudar, o porque crea que vamos a darnos unos cuantos revolcones más y hay que aprovecharlo. Lo quiero para que me ame, por encima de todo y sin reservas, como debe ser el amor.
âTú y tu sentido romántico.
âVale, la vida no es ideal, pero si encima no hacemos lo posible para que lo sea... Lanzarse a ciegas es fantástico. Lo complicado es abrir los ojos luego. Ahora toca abrir los ojos.
âTe la juegas.
â¿Y quién no se la juega hoy en dÃa, a cada momento? âExtrajo de su interior un soplo de energÃa marcado por el agotamiento.
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No esperaba reencontrárselo. O tal vez sÃ. En el fondo no le habrÃa extrañado nada que Ziberaxes, alias Benigno, fuera quien decÃa ser y estuviese ya de vuelta en Urko.
âVaya âdijo Beatriz al detenerse uno frente al otro, delante de la puerta sur del parque.
â¿Cómo estás? ¿Todo bien?
âTe imaginaba muy lejos de aquÃ.
El mendigo miró a su alrededor con suspicacia.
Bajó la voz.
âHe regresado âdijo.