Authors: Jordi Sierra i Fabra
âPara un rollete de verano...
Un rollete de verano.
¿Era realmente una vieja o es que nadie hablaba ya de amor?
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El pueblo era pequeño, se encontraba lejos de Barcelona e, incluso, de Girona, pero la media docena de grandes casas de las familias más poderosas tenÃan su sello propio, su identidad. Los Cabestany, los Serra, los Montflorit... Casas de montaña, refugios, islas privadas dentro del océano pirenaico. Unos por haber nacido allà y haber hecho fortuna en Barcelona sin renunciar a sus raÃces, otros por haber construido un lugar en busca de paz y sosiego, la élite formaba parte del lugar manteniendo su propia idiosincrasia.
La fiesta en casa de los Serra reunÃa a unos cincuenta chicos y chicas de entre dieciséis y veinte años, la mayorÃa residentes estivales en el pueblo, aunque no faltaban algunos llegados de Girona que, a su vez, habÃan traÃdo a otras amistades. La zona principal era la que rodeaba la piscina, dominando el amplio y cuidado jardÃn con el bosquecillo recortado sobre una loma a unos treinta metros del agua. Todas las luces de la casa estaban encendidas, y también las de la caseta con los aperos de la piscina y los vestuarios y duchas. Las farolas del jardÃn, asà como los focos acuáticos de la piscina acababan de dar al conjunto un aspecto impresionante. Hollywood a la catalana. Una mesa con comida y bebida instalada en las escalinatas del chalé procuraba el aporte final. La música, alta, los bañaba a todos gracias a los cuatro altavoces diseminados por la zona.
Ningún adulto.
Su noche.
â¿Te das cuenta de cómo te miran?
Se habÃa dado cuenta. Pero no se lo dijo a VÃctor.
âNo.
âEstás impresionante.
âNo, no lo estoy. Ni siquiera me he arreglado.
âTú no necesitas arreglarte.
Le hablaba al oÃdo. Para los demás, era como marcar territorio. Y hacÃa cuanto podÃa por apartarla del núcleo duro de la fiesta, los que bailaban sobre las maderas colocadas en la hierba. A Beatriz no le importaba. Le daba lo mismo. Intentaba disfrutar de la música aunque el precio a pagar fuese la verborrea de VÃctor.
â¿Quieres más? âLe señaló su vaso, dispuesto a ir a buscar otra bebida.
âNo, gracias.
âUn poco de chispa no viene mal, mujer.
âTú ya la tienes âle hizo ver.
â¡No! âSu gesto fue de suficienciaâ. Aguanto mucho.
âCreÃa que los deportistas no bebÃais.
âEstamos en verano. âLa abarcó con una sonrisa interminable en la que brillaron sus dientes perfectosâ. ¡Tiempo de locura!
Quizá tuviera razón.
Algunas de las parejas lo harÃan más tarde, podÃa apostar el alma por ello. En cualquiera de las habitaciones, en el jardÃn, donde fuera que los invadieran sus instintos. Colofón a una noche perfecta. Sexo libre. SÃ, el verano era el tiempo de las locuras, de la adrenalina a tope, del despertar erótico. Todos los amores breves, las infidelidades cortas, actuar primero y arrepentirse después... Todo se disparaba entre julio y agosto. Bastaba con mirarlas a ellas, guapas, luciendo sus pieles bronceadas, sus pequeños vestidos, camisetas de lujo o pantaloncitos, braguitas marcadas o insinuadas, emergiendo por encima de sus nalgas apretadas, sus manos cuidadas, sus pies perfectos. Y bastaba con mirarlos a ellos, siempre a punto, ansiosos por añadir una muesca más a su arma, elegantes, intentando parecer más adultos de lo que su edad marcaba.
Beatriz miró a VÃctor.
Era guapo. Absurdo pero guapo. BeberÃa de más, y antes o después lo intentarÃa. Ãse era el juego.
DependÃa de ella.
¿Le servirÃa de algo un revolcón?
¿Se vengarÃa asà de Rogelio, de su mala suerte, de la incertidumbre?
¿Probar lo que era el sexo con otra persona?
âTráeme algo más, sÃ. âLe tendió su vaso vacÃo.
â¿Fuerte?
âTanto da.
Lo vio alejarse en dirección a la mesa con la bebida. Un par de chicos, mayores, miraron hacia ella. Temió que uno se arriesgara. No pasó nada porque en ese momento, una de las chicas más jóvenes se cayó al agua, o se lanzó, o la empujaron.
AcabarÃan todos en la piscina, vestidos, en traje de baño o desnudos.
Beatriz pensó en irse a casa ya.
Continuó inmóvil, viendo como VÃctor regresaba con su vaso, bailando ridÃculamente, convencido de que era seductor y de que ésa era su noche.
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Cuando la besó no sintió nada.
No se movió. HacÃa rato que lo esperaba. Simplemente dejó que sucediera. Allà estaban sus labios.
VÃctor peleó por abrÃrselos, pugnando con su lengua.
El chico acabó mirándola. TenÃa ya los ojos muy enrojecidos. Su expresión era incierta.
âEres preciosa âcomentó.
No dijo nada.
âPreciosa y turbulenta.
â¿Turbulenta? âLe hizo gracia el término.
âPareces tan frÃa, y sin embargo...
âSoy frÃa.
âNo. Yo estoy a cien, y es por ti.
âNo seas tonto.
âDéjame...
Volvió a besarla, y Beatriz reaccionó igual. Mantuvo los labios cerrados. Ni siquiera pensó en excitarse, porque sabÃa que eso era imposible.
Ni pensando en Rogelio.
Era como si nunca pudiera volver a sentir nada.
âCuando te vi en el rÃo...
¿MatarÃa sus fantasmas si se acostaba con él?
¿O despertarÃa al dÃa siguiente odiándose a sà misma?
Quizá no le irÃa mal un poco de odio.
Sólo que eso era autocastigarse.
Y ella no habÃa hecho nada.
âPensé en hacértelo allà mismo... âjadeó VÃctorâ. Nunca he visto nada más sensual que tú con los pies en el agua...
Cerró los ojos.
â¿Te acuerdas de cuando éramos niños?
Sintió la mano del chico en su pecho, por encima de la ropa, buscando la forma de atravesarla y alcanzar su carne. TenÃa un cien por cien de sensibilidad en sus senos, sobre todo en sus pezones. PodÃa perder la cabeza.
Se los tocó.
Y lo que sintió fueron náuseas.
No era Rogelio. No era nadie. Asà que difÃcilmente podÃa sentir algo hermoso.
La lengua le abrió los labios. Buscó las profundidades de su boca. La mano le acarició el pecho. También se apretó contra ella, contra su pelvis, para hacerle notar su erección.
Beatriz no habÃa vomitado desde aquella noche.
Al salir de casa de Rogelio, la última vez que lo habÃa visto.
Tuvo que apartarlo de un empujón, para no vomitarle encima. Lo hizo justo a tiempo, mientras se doblaba sobre sà misma y expulsaba la cena, los canapés de la fiesta, la bebida...
âPero ¿qué...? âVÃctor dio un paso atrás, invadido por el asco.
Beatriz se arrodilló. No tenÃa ningún punto de apoyo. VÃctor tampoco se lo ofreció. Continuó sacando la papilla de su interior hasta que no quedó nada. Y aun asÃ, expulsó más y más bilis, babas, hasta quedarse vacÃa, mareada.
Y también liberada.
âJoder... âexclamó VÃctor.
Ella se puso en pie.
No tuvo que mirarlo. No hizo falta.
Dio media vuelta y se encaminó hacia la salida del jardÃn sabiendo que él no la retendrÃa.
CAMBIOS
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La primera llamada fue de Elisabet, a las diez de la mañana.
Casi le sorprendió escuchar el sonido del móvil, porque el dÃa anterior habÃa estado completamente mudo, fuera de cobertura.
La voz de su amiga la atronó nada más descolgar, sin darle tiempo a decir nada.
â¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te desea tuammiii-gaaa, cumpleaaañooos feeeliiiz! âle cantó a pleno pulmón.
âGracias. âSe desperezó.
â¡Dieciocho, tÃa!
âPor fin.
â¡Ahora sà que el mundo es tuyo!
â¿Ha sido tuyo desde que los cumpliste tú?
âDel todo. Que Ricardo pase de mà no significa que no me haya sentido una auténtica depredadora. Esta semana...
â¿Está semana qué?
âCuando vuelvas te lo presentaré.
Se puso las pilas aún más rápido.
â¿A quién?
â¡Ah!
Surprise, big surprise
âcontestó en inglés.
â¡Venga ya, tÃa!
âEs un cielo. Se llama Damián. A su lado, Ricardo es una gamba congelada.
â¿En serio?
â¡SÃii! âvolvió a gritar Elisabet.
âVaya, me alegro.
âNo me pidas que te lo describa. Tienes que verlo.
âO sea que a ti también te ha dado fuerte.
â¡Estamos en pleno verano! ¡Uao! âA través de la lÃnea se oyó algo parecido al chasqueo de sus labiosâ. ¡Fuerte es poco! ¡No sabes lo mucho que te echo de menos! ¡Y lo que falta! ¿Qué tal por el pueblo?
âIgual.
â¿Tan muermo?
âSÃ.
âEl próximo año ya pasas, consuélate. Si ya no estoy con Damián nos vamos las dos por ahÃ. Y si estoy, los tres. O los cuatro. Tiene un hermano gemelo, ¿sabes?
â¿Lo tienes por duplicado?
â¡Y además es monÃsimo! ¡Guapo de morirse! ¡Oh, Beatriz, dieciocho y sin fiesta de cumpleaños!
Dieciocho y todavÃa no sabÃa qué hacer con su vida.
Salvo que pasarÃa de estudiar.
QuerÃa volar libre.
Trabajar.
â¿Estabas todavÃa en la cama?
âAjá.
â¿Te he despertado?
âNo. Estoy perezosa. He engordado un kilo.
âJo, no me extraña.
Se quedaron sin conversación de golpe. Beatriz se la imaginó en su habitación, frente a Johann Sebastian Bach, cerca del Turó Parc, en medio de un barrio con las tiendas cerradas y escasos coches aparcados en la calle. Un sueño.
Miró por su ventana, hacia el bosque y la montaña.
â¿Sabes algo de él?
¿Se lo habÃa preguntado Elisabet o era su propia voz, flotando libre por su cabeza?
âNo, nada.
âCerdo...
âNo digas eso.
âPues ya me dirás tú.
âHe estado pensando mucho en lo sucedido aquella noche, la de su borrachera.
â¿Y?
âHay más cosas además del miedo o la culpa.
â¿Como cuáles?
âIntentaba protegerme.
â¿De qué?
âDe sà mismo.
â¡Anda ya!
âSÃ, de sà mismo y de mà misma, y de la locura que desata el amor y desatamos nosotros esos dÃas en los que estuvimos ciegos de pasión.
âDios âpareció estremecerse Elisabetâ. Ciegos de pasión. Gran frase.
âFue pasión, y eso quema. Devora. ¿Viste aquella pelÃcula de un chico que se queda paralÃtico y entonces corta con su novia para que ella no se ate a él, para que sea libre? Lo que hace es demostrarle lo mucho que la ama, renuncia a su egoÃsmo. Prefiere que sea feliz sin él a que se sienta desgraciada con él.
âO sea que tu Rogelio se merece una corona de espinas por haber renunciado a ti.
Dicho por ella sonaba muy crudo.
âEsa mujer murió accidentalmente, pero sé que él se está castigando por ello. Si no se libra de esa carga, lo sepultará. âPensó en las palabras de su abuela contándole la historia de su madreâ. Me gustarÃa tanto saber qué hace, cómo se encuentra...
âLlámalo.
âNo, eso no.
â¿Por qué no?
âNo puedo.
â¿Y cuando vuelvas?
âNi idea.
Faltaba tanto todavÃa...
Cada dÃa era como una losa que debÃa apartar de sà misma para echar a andar.
âEstás muy aislada ahÃ, ¿verdad?
âMucho.
âLlámame. Yo es que no sé...
âNecesitaba un tiempo de soledad y reflexión.
âVale, lo entiendo.
â¿Y tus padres?
Por la lÃnea oyó un suspiro.
Las estadÃsticas decÃan que en verano se producÃan más separaciones, por el calor, el roce continuo, el deseo sexual más a flor de piel.
âEstuvieron hablando hace unos dÃas. Dijeron que no podÃan seguir asÃ, y que por lo menos, debÃan intentar no pelearse por todo. De momento lo están cumpliendo. Ya veremos.
âOjalá salga bien.
â¿Me lo dices o me lo cuentas? âbromeó su amiga.
âOye, ¿y cómo conociste a tu Damián? ¡Si es que no puedo dejarte sola!
Se retrepó en la cama dispuesta a escucharla. Conociéndola, sabÃa que serÃa una larga explicación, detallada y completa. Y además, le apetecÃa que fuera asÃ, y escucharla, y volver a pensar que la vida seguÃa, allà y en otras partes. En el mismo Turó Parc.
Elisabet empezó su relato.
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La segunda llamada le llegó a media mañana.
Esta vez sà que la esperaba, asà que no se habÃa movido de la zona para no perder la cobertura. Carlota ya se habÃa ido a la piscina. Y tanto la abuela como su madre, a hacer la compra.
Contestó, feliz.
âHola, papá.
âFeliz cumpleaños, cariño.
âGracias.
â¿Cómo estás?
âAburrida, pero bien.
âTengo tu regalo.
âYa lo sé. ¿Qué es?
âNo puedo decÃrtelo. Pero son dieciocho, asà que...
â¿Una tarjeta VISA oro? âbromeó.
âVaya, ¿cómo lo has sabido? Aunque no es oro, es superplatino.
Los dos se rieron.
Brevemente.
âMe habrÃa gustado ir a verte.
âY a mà que lo hicieras.
âPero sabes que no serÃa bien recibido.
Tal vez si quedaran a la entrada del pueblo.
âNo, claro.
â¿Y tu abuela?
âComo un toro. Incombustible.
â¿Habla de mÃ?
âYa sabes que no. Suiza total.
â¿Qué te han regalado?
âNo lo sé. Esta noche habrá cena especial. ¿Cómo lleva Mati el embarazo?
âMuy bien. Hace calor pero es soportable. Vamos a la playa y todo eso.
â¿Y Teresa?
âSi quieres, luego te la paso.
âBueno.
Lo mismo que con Elisabet, les sobrevino un silencio cargado de nostalgias y ternuras, marcado por la distancia y los dÃas pasados sin verse.
Hasta que ella se lanzó.
Era tan buen momento como cualquier otro.
âPapá.
â¿SÃ, cariño?
âNo voy a seguir estudiando.
Una pausa.
â¿Lo has meditado bien?
âSÃ. A fin de cuentas, puedo volver. No pasa nada si pierdo un año o dos. Sabes que no te miento. Si descubro que me he equivocado, lo aceptaré y punto.
â¿Qué dice tu madre?
âAún no se lo he dicho a ella.
â¿Esa decisión tuya de trabajar tiene que ver con tus ganas de emanciparte?
âSÃ.
â¿Tanto te pesa seguir en casa?
âQuiero vivir sola ârectificóâ. Necesito vivir sola.
âSabes que es un riesgo.
âClaro.
âY muy duro.
âNo me da miedo.
âTe ayudaré a buscar un trabajo. Tengo contactos.
âDicho asà pareces uno de la mafia. âSe echó a reÃr antes de recuperar la seriedadâ. En realidad, lo que sà necesito de ti es saber si puedo contar contigo.
âNo tienes que preguntármelo.
âDebo hacerlo, papá. Necesitaré dinero para empezar, adelantar los meses que me pidan del alquiler de un piso, comprar lo más indispensable, una cama, una mesa...
âCuenta con ello. Tu madre me matará pero cuenta con ello.
â¿Cuántas veces te ha matado ya, papá?
â¡Uf, la tira!
âEntonces no viene de una ni será el fin del mundo.
âPero ésta va a ser gorda. Me culpará de apartarte de su lado.
âHablaré con ella.
âSuerte cuando lo hagas.
âSólo quiero manejar mi propia vida. Lo necesito.
âSiempre he estado orgulloso de ti, y lo sabes.
Se preguntó si su padre sabrÃa lo del incidente sexual de su madre en la adolescencia. Si conocÃa las causas Ãntimas de que ella fuera como habÃa sido a lo largo de su vida de casados. Si en algún momento se lo contó, para justificarse, o para descargarse, o para...
Le dio vergüenza hablar de ello por teléfono.
Sobre todo, por si le decÃa que no lo sabÃa.
âFeliz cumpleaños, cariño ârepitió su padreâ. Te paso con Teresa.
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No tenÃa acceso a Internet, pero en determinados dÃas sentÃa la necesidad de escribir algo, soltarse, vaciarse.
Y ése era uno de ellos.
Asà que cogió el bolÃgrafo, se inclinó sobre la hoja de papel, y comenzó a trenzar las palabras con mesurada calma, extrayéndolas del fondo de su corazón. Las colgarÃa en cuanto le fuera posible.
Probablemente, el mismo dÃa de regreso a casa.
Lo primero que le salió fue un poema nostálgico.
Desgarrador.
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No puedo dejar de pensar en ti.
No puedo dejar de amar tu luz.
No puedo dejar de desearte tanto.
El amor es esclavo de la pasión.
El amor es el tormento y el éxtasis.
El amor es como vivir en la locura.
No puedo dejar de sentir al diablo.
No puedo dejar de ver tu cielo.
No puedo dejar de buscarte en mis sueños.
El amor es como un paraÃso blanco.
El amor es pintarlo de colores.
El amor eres tú con tu nombre.
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Siguió escribiendo, ahora febril, sacudida de repente por una furia inquieta. Las palabras se encadenaban a los sentimientos y éstos se convertÃan en breves poemas, ráfagas, disparos de una ametralladora mental que fluÃa sola.
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Me desnudo en tu boca.
Ves mi cuerpo ávido con tu lengua.
Es la dimensión del estruendo.
La que te rompe en pedacitos de cristal.
Saberte mÃo en el instante es lo enorme.
Profanarte al borde del camino.
Como péndulos danzantes se agita mi pecho.
Y quiero transformar mi lengua en brocha.
Para lamer la trama de tu piel y salpicarte.
Humedecerte, encenderte hasta el amanecer.
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Miró en dirección a las montañas. Formaban un muro, casi una cárcel. La tarde se desvanecÃa. Con la llegada de la noche tendrÃa ya dieciocho años y un dÃa.
No quiso pensar más en Rogelio. No quiso escribir otro poema teniéndolo a él en la mente. Por alguna extraña razón, viajó hasta el Turó Parc, el estanque de aguas plácidas.
El mar.
Â
Ese mar que no cesa,
    no cesa.
En oleadas vivas me desborda,
inunda las riberas de mi tierra,
y sumerge bajo sus aguas mi horizonte.
Ese mar,
    a ese mar,
le doy la frontera de mi ansiedad.
Cada lágrima sube la marea.
La luna no se refleja en su calma,
la devora para sus criaturas,
monstruos que suben por mi espalda,