Tarzán en el centro de la Tierra (14 page)

Read Tarzán en el centro de la Tierra Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Tarzán en el centro de la Tierra
8.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

De repente, un extraño ruido, totalmente nuevo para su oído, llamó su atención, y, mirando hacia arriba, acabó descubriendo al animal que lo profería.

Un gran thipdar —al menos lo parecía—, zumbaba en el aire. Era un animal enorme, como jamás había visto en su vida.

Al mirarlo, descubrió, de improviso, otro thipdar mucho más pequeño que volaba por encima del primero. De pronto, el más pequeño de los dos thipdars se precipitó sobre el otro considerándolo una especie de presa. Jana oyó débilmente el estruendo de un choque, y los dos colosales animales cayeron dando vueltas hacia tierra. En ese momento, Jana vio que algo se separaba de la masa de los dos animales, un cuerpo extraño, encima del cual, de repente, se desdobló una cosa inexplicable que tenía la forma de un enorme hongo, y que hizo que el objeto que caía pareciera detenerse un instante en el espacio. Luego, empezó a descender lenta y suavemente, de un modo acompasado, balanceándose ligeramente en el aire, como Jana había visto hacer a una piedra que ella ataba a veces con una correa.

Cuando aquel extraño objeto se acercó a tierra, Jana se estremeció de terror al darse cuenta de que lo que se balanceaba en el extremo de una larga cuerda era un hombre.

El pueblo de Jana tenía pocas supersticiones, no habiendo avanzado lo suficiente como para inventar una religión; pero aquello era algo sobrenatural. La muchacha había visto dos enormes reptiles voladores chocar en el aire, y de uno de ellos había salido un hombre. Era algo increíble, pero, sobre todo, aterrador. Y así, la Flor Roja de Zoram, obrando lógicamente, echó a correr, presa del pánico.

El instinto la hizo correr de nuevo hacia el desfiladero del que acababa de salir, pero apenas había avanzado unos pasos cuando descubrió a Skruk y sus compañeros.

También los hombres de Pheli habían presenciado la extraña batalla aérea, y aquella cosa misteriosa que caía a tierra flotando lentamente en el espacio. Y como no habían podido descubrir lo que era, estaban a punto de volver sobre sus pasos y huir despavoridos, cuando Skruk vio a Jana que llegaba corriendo hacia ellos. Entonces, todos sus terrores y todas sus ideas desaparecieron ante la vista de la hermosa muchacha, y su deseo, sobreponiéndose a todo, le hizo gritar nuevas órdenes a sus compañeros, al tiempo que él mismo se lanzaba en dirección a Jana con salvaje ímpetu.

Jana se dirigió hacia su derecha para intentar escapar, pero Skruk ordenó a uno de sus hombres que le cortaran el paso, y cuando la muchacha volvió a cambiar de dirección, pudo ver como sus cuatro enemigos la estaban cercando.

Prefiriendo cualquier suerte, por dura que fuera, a la que le esperaba si caía en poder de Skruk, Jana se volvió de nuevo sobre sus pasos y corrió en dirección al valle perseguida por los hombres de Pheli.

En el momento en que Jason Gridley tiraba de la cuerda de su paracaídas, un trozo de la hélice, al hacerse añicos, le dio un fuerte golpe en la cabeza. Cuando recobró el sentido, se encontró tendido sobre una hierba muy alta, en un hermoso valle, cerca del cual se abría un desfiladero que se perdía en un país montañoso.

Disgustado por el desgraciado fin que habían tenido sus aventuras en busca de sus compañeros, Gridley se levantó, desembarazándose del paracaídas. Se tranquilizó un tanto al convencerse de que sólo había sufrido una ligera herida en la sien.

Su primer pensamiento fue para el aeroplano, y aunque tenía la certeza de que se había estrellado contra el suelo, se dijo que tal vez pudiera salvar el rifle y las municiones.

De pronto, su atención fue atraída por un coro de salvajes ladridos que sonaba a sus espaldas. Entonces, pudo ver, en una ligera eminencia del terreno, aunque a cierta distancia, cuatro feroces perros lobo de Pellucidar. En nuestro mundo se habría denominado a aquellas bestias hienodontes, y allí se las llamaba jaloks. Eran más grandes, altos y corpulentos que un perro mastín, con largas y gruesas patas, y enseñaban con gesto de espantosa ferocidad sus poderosos colmillos.

Jason se dio cuenta, al descubrir a los hienodontes, que estos no le habían visto a él. Al mirar en la dirección en la que lo hacían las fieras, distinguió a una muchacha que corría velozmente hacia los animales, perseguida de cerca por cuatro hombres. 

Al sonar en aquel paraje silencioso los ásperos ladridos de los hienodontes, la muchacha se detuvo en seco. Era evidente que hasta aquel momento la infeliz no se había dado cuenta de aquella nueva amenaza; pero, al ver a los hienodontes, la Flor Roja, loca de terror, pareció encogerse, volviendo luego la cabeza para mirar a sus perseguidores.

Los hienodontes empezaron a avanzar entonces hacia la muchacha con un ligero trote. La joven miró a su alrededor con ademán enloquecido. No tenía más que una vía de escape y, al echar a correr en aquella dirección, descubrió a Gridley. De nuevo se detuvo y vaciló.

Jason comprendió la naturaleza de la duda que embargaba a aquella muchacha salvaje. Perseguida por los que para ella eran enemigos conocidos, veía interrumpido su camino por otro, extraño y misterioso, que le cortaba la única retirada posible.

Entonces Gridley, obrando impulsivamente y de acuerdo con el código que había regido siempre todas sus acciones, corrió a su vez hacia la joven, a la vez que le gritaba palabras de aliento y la animaba a que se acercase a él.

Skruk y sus compañeros la acosaban por detrás y por la derecha; a su izquierda se encontraban los jaloks. Entonces, la muchacha, optando por arrojarse en brazos del peligro desconocido antes que caer en manos de Skruk o en las garras de las bestias, echó a correr hacia Gridley, perseguida cada vez más de cerca por las cuatro fieras y los cuatro hombres.

Gridley, corriendo a su vez hacia la muchacha, desenfundó uno de sus Colts 45.

Jana tropezó en ese instante y cayó al suelo, en el momento en el que uno de los hienodontes estaba a punto de darla alcance. Pero Gridley disparó y la bestia rodó por el suelo, cayendo encima de la muchacha.

Al oír el ruido del disparo, que ni hombres ni bestias habían escuchado jamás, los hienodontes se detuvieron en seco y los hombres les imitaron.

Apartando rápidamente el cadáver del hienodonte, Gridley ayudó a la muchacha a levantarse, pero Jana, con un movimiento fulgurante, sacó del cinto su cuchillo de sílice. Jason nunca supo lo cerca lo cerca que estuvo en aquel instante de la muerte, ya que para Jana cualquier hombre que no fuera de Zoram era un enemigo natural. La ley más simple y elemental impulsaba a la muchacha a matar antes de que la mataran. Sin embargo, cuando se disponía a hundir su cuchillo en el cuerpo del enemigo, vio algo en los ojos y en el rostro de aquel hombre que no había visto hasta entonces en ningún otro rostro ni ojos humanos. Con tanta claridad como si se lo hubiera expresado en palabras, comprendió que aquel desconocido había venido a prestarla ayuda, a salvarla; que era un amigo antes que un enemigo. Así, aunque aterrada por el humo y el estrépito de aquella cosa inexplicable, aquel corto palo que aún empuñaba el desconocido, que había causado en hombres y fieras un efecto cercano al pavor, la muchacha se dio cuenta que aquel había sido el medio empleado por su salvador para protegerla de sus perseguidores.

Jana bajó su cuchillo, y al ver que el hombre le sonreía, la Flor Roja de Zoram le sonrió a su vez.

Ambos permanecieron inmóviles un instante en aquella actitud. Por fin, Gridley la levantó, pasándole un brazo por la espalda y sosteniéndola con gesto protector, mientras volvía la cabeza para mirar a los perseguidores de Jana, que, luego de haberse detenido durante un momento, ahora vacilaban, como si se dispusiesen a volver al ataque.

No obstante, dos de los hienodontes habían reparado en Skruk y sus compañeros, mientras el tercero se acercaba lentamente hacia Jana y Jason, mostrando en un gesto horrible sus afilados colmillos.

Los hombres de Pheli se habían puesto en guardia para detener el ataque de los jaloks, retrocediendo un poco y disponiendo sus garrotes. Al cargar los hienodontes, dos de los hombres arrojaron sus armas contra cada una de las bestias. Skruk disparó la suya con fuerza hercúlea contra la fiera que le atacaba, rompiendo una de las patas delanteras del animal, que cayó al suelo. Entonces, otro de los compañeros de Skruk saltó junto a la desplomada bestia y le descargó un furioso aluvión de golpes en la cabeza.

El garrote dirigido al otro hienodonte, dio al animal en un flanco, pero no llegó a detener el ímpetu de la fiera, que se precipitó sobre el hombre, cuya única defensa era ahora su cuchillo de sílice. Pero otro de sus compañeros corrió en su ayuda, alzando en el aire su garrote, al tiempo que Skruk y el cuarto de los jóvenes acudían también en auxilio del atacado.

La salvaje batalla entre hombres y bestias pasó inadvertida para Jason Gridley, cuya atención estaba centrada únicamente en el cuarto perro lobo, que se acercaba hacia Jana y hacia él con aire amenazador.

Jana, comprendiendo que la atención de los hombres estaba concentrada en defenderse de los jaloks, se dijo que aquel era el momento ideal para escapar. Sentía el brazo del desconocido en su cintura, pero con una presión dulce y suave, tan suave que a la muchacha no le costaría nada liberarse y escapar. Sin embargo, había algo en la presión de aquel brazo que comunicaba a Jana una sensación de protección y seguridad como jamás había sentido desde que había dejado las cavernas de su pueblo. Tal vez fuese el instinto protector del hombre sobre la mujer; pero fuera lo que fuese, la muchacha no huyó, sino que optó por permanecer inmóvil, sintiéndose allí más segura y protegida que en cualquier otro lugar.

Entonces, el cuarto hienodonte se lanzó al ataque, pero fue contenido por un nuevo disparo del Colt. La bestia rodó por el suelo, pero sólo por un instante, ya que enseguida se levantó, enloquecida por el dolor y haciendo frente a la muerte. De su hocico hediondo surgía una baba viscosa cuando se lanzó a la garganta de Gridley.

De nuevo sonó un disparo, y esta vez Jason rodó por el suelo debido al ataque del hienodonte, mientras los hombres de Pheli remataban a la segunda de las bestias que les habían atacado.

Gridley sintió la garra del animal sobre su garganta, mientras que con la otra le inmovilizaba el brazo, y esperó la muerte. Pero las garras del hienodonte no llegaron a abatirse sobre la carne del hombre, que, de repente, se liberó con relativa facilidad del peso del monstruo. Al levantarse, pudo ver como la muchacha tiraba de su pequeña lanza con punta de sílice, que se hallaba clavada en el cuerpo del hienodonte.

Gridley no supo si fue su último disparo o el lanzazo de la valiente muchacha lo que había rematado a la bestia, pero experimentó una inmensa admiración hacia aquella, que permanecía a su lado sin haber perdido ni el equilibrio ni la serenidad durante la batalla.

Los cuatro hienodontes yacían muertos, pero la inquietud de Jason no había desaparecido ni mucho menos, porque apenas se acababa de levantar tras la muerte del segundo hienodonte, cuando la muchacha, agarrándole por el brazo, le indicó algo a su espalda.

—¡Vienen! —dijo Jana al mismo tiempo—. ¡Vienen! ¡Te matarán y me llevarán con ellos! ¡Oh, no les dejes que lo hagan!

Jason no comprendió ni una palabra de lo que ella decía, pero adivinó por la actitud de la muchacha y por la aterrada expresión de su bello rostro que los cuatro hombres que ahora se acercaban le inspiraban más terror que los hienodontes. Gridley se dio cuenta de lo que ocurría al ver el horrible aspecto de aquellos seres peludos que avanzaban hacia ellos. En sus rostros no se leía ninguna pasión, ni siquiera mostraban la furia que antes había visto en las bestias, lo que era curioso de observar al comparar al hombre con las llamadas especies inferiores.

Entonces, Gridley apuntó con su revolver hacia el primero de los que avanzaban, que no era Skruk.

—¡Marchaos! —gritó—. ¡Vuestros feos rostros asustan a la chica!

—¡Yo soy Gluf! —repuso el hombre de Pheli—. ¡Voy a matarte!

—Si pudiera entender lo que dices, estaría de acuerdo contigo —dijo a su vez Gridley, sonriendo—, pero tus enormes patillas y tu rostro peludo y pequeño hacen que me parezcas un borracho.

No quería matar al hombre, pero era consciente de que no podía dejarle que se acercara mucho. Sin embargo, los escrúpulos que le impedían matar a aquel individuo no eran compartidos por la muchacha, que hablaba atropelladamente, impulsándole a todas luces a la acción. Cuando se dio cuenta de que él no la entendía, se atrevió a tocar ligeramente el cañón del arma de Jason, señalando a continuación con un dedo extendido hacia Gluf. 

El hombre se encontraba ahora a sólo quince pasos de ellos, y Jason observó que los otros empezaban a rodearles. Sabiendo que tenía que hacer algo, disparó su arma, pero apuntando por encima de la cabeza de Gluf. Al oír el disparo, los cuatro guerreros de Pheli se detuvieron asustados; pero al ver que ninguno de ellos estaba herido, estallaron en gritos y amenazas, y Gluf, queriendo apoderarse cuanto antes de la muchacha para poder regresar a su país, reanudó su avance, al tiempo que agitaba su garrote por encima de la cabeza. Entonces Jason, muy a pesar suyo, apuntó y disparó. Gluf se detuvo en seco, se irguió como si lo hubiera alcanzado un rayo, se giró y cayó de bruces.

Volviéndose de nuevo hacia los otros, Gridley disparó de nuevo, temiendo que los garrotes de los salvajes les pudieran alcanzar. Otro hombre rodó por la hierba, y entonces, Skruk y el individuo que quedaba se dieron la vuelta y huyeron.

—¡Demonios! —exclamó Gridley, luego de lanzar una mirada a los cuerpos de los hienodontes y de los salvajes caídos—; ¡este es un hermoso país, pero debe de ser difícil llegar hasta aquí para contemplar tanta belleza! 

La Flor Roja de Zoram le miraba mientras tanto con ojos admirativos. Todo en el desconocido despertaba su interés, excitaba su curiosidad y estimulaba su imaginación. No se parecía en nada a los demás hombres que había visto hasta entonces. Nada de lo que llevaba encima se parecía ni remotamente a lo que ella había visto llevar a otros hombres. Aquella arma que arrojaba humo y fuego, acompañados de un terrible estrépito, la llenaba de admiración y temor; pero lo que colmó todo su asombro fue el no sentir miedo de aquel hombre, porque para ella el temor ante los desconocidos no sólo era instintivo, sino que desde su más tierna infancia la habían inculcado que debía de huir de todos los hombres que no fueran de su propia tribu, y escapar de su lado a la mínima ocasión. Tal vez había sido la sonrisa de aquel hombre lo que la había desarmado, o tal vez el brillo y la expresión de amistad y protección que había en sus ojos, y que la hacía sentirse tranquila y se ganaba la confianza de la muchacha. Fuera lo que fuera, lo cierto es que la Flor Roja de Zoram no hizo esfuerzo alguno por escapar del lado de Jason Gridley, que se encontraba a su vez completamente perdido en un mundo extraño, y que además era lo suficientemente loco para haber añadido a tantos peligros y responsabilidades como le rodeaban, la protección de una muchacha desconocida y salvaje, joven y hermosa, que no comprendía ni una sola de sus palabras y que no se podía tampoco hacer entender por Gridley.

Other books

In Another Country by David Constantine
The Dragons of Argonath by Christopher Rowley
Cruzada by Anselm Audley
The Prince by Machiavelli, Niccolo
Night on Terror Island by Philip Caveney
Sweeter Than Wine by Michaela August
The Spare by Carolyn Jewel
Moondance by Black, Karen M.