Read Tarzán en el centro de la Tierra Online
Authors: Edgar Rice Burroughs
Jana se interesó vivamente por el aeroplano, y se puso a examinar el aparato minuciosamente. Nunca en su vida había sentido tal necesidad de preguntar, porque jamás tampoco había sentido tanta curiosidad por algo, como la que le inspiraba aquella cosa extraña y misteriosa. Y teniendo a su lado a la única persona que podía contestar sus preguntas y saciar su curiosidad, no podía hacerlo porque aquel hombre no la entendía. Por un instante sintió rabia, pero, de pronto, él levantó la cabeza, la sonrió, y estrechó su mano con dulzura; entonces la muchacha, irresistiblemente, le sonrió a su vez, olvidando todo.
—Y ahora —dijo Jason—, ¿dónde vamos? A mí, me da lo mismo un sitio que otro.
Considerándose absolutamente perdido, Gridley se decía que la única esperanza de volver a reunirse con sus compañeros radicaba en que éstos le vieran desde el dirigible; y como esto en realidad iba a resultar difícil, lo mismo le daba dirigirse al norte, al sur, al este o al oeste. En una hora el dirigible podía recorrer una distancia igual a la que él recorrería en varios días del mundo exterior. Aunque ahora se alejara en dirección opuesta al lugar en el que había aterrizado el dirigible, Gridley nunca podría alejarse lo suficiente para que el O-220 no le alcanzara en cualquier punto, si daba la casualidad de que pasara cerca de donde él se encontrase.
Entonces, sonriendo a la muchacha, señaló primero en una dirección y luego en otra, queriendo hacerle entender que él estaba dispuesto a ir hacia donde ella decidiese. Y Jana, comprendiendo el significado de aquellas señas, indicó hacia las altas Montañas de Thipdars.
—Allí está Zoram, mi país —dijo la muchacha.
—Tu lógica es abrumadora, como incomprensibles para mí son tus palabras —murmuró Jason, sonriendo a su vez—. Y no sé lo que daría por entenderte, preciosa amiga, porque con ese lindo rostro y esos dientes tan blancos, no se pueden decir más que cosas interesantes.
Jana no quiso añadir más, y emprendió la marcha hacia el país de Zoram, mientras a su lado caminaba Jason Gridley de California.
La inquieta mente de Jana había estado trabajando activamente, hasta llegar a la conclusión de que no podía resistir mucho más tiempo la tortura que suponía su curiosidad insatisfecha. Tenía que encontrar la manera de comunicarse con el interesante extranjero, y para ello lo mejor que se le ocurrió fue enseñarle su propio idioma. ¿Pero cómo empezar? Jamás ni ella ni nadie de su tribu habían tenido la necesidad de enseñar a nadie su lengua, pues en Pellucidar todos la hablaban, y hasta ahora jamás se le había ocurrido que pudiera necesitar enseñársela a alguien. Si podéis llegar a imaginaros el mundo en el que tenía que desenvolverse la muchacha, concederéis que desde luego aquella joven de la Edad de Piedra poseía una gran inteligencia innata. La cosa no era tan fácil, sino que requería una gran inteligencia y suma habilidad. Darle sino, a un hombre que jamás la haya visto, una máquina de vapor, y decirle que la ponga en marcha. Pero la magnitud de la recompensa la espoleaba, porque no se puede dejar la curiosidad insatisfecha, y más si se trata de una linda joven y el objeto de su curiosidad es un hombre guapo y varonil. Las modas pueden cambiar infinitas veces, pero la naturaleza humana es inmutable.
Así, la Flor Roja de Zoram se señaló el pecho con uno de sus dedos finos y bronceados.
—¡Jana!, ¡Jana! —dijo varias veces.
A continuación miró a su acompañante, y levantó las cejas en un gesto de interrogación. El americano lo entendió todo al momento.
—¡Jason!, ¡Jason! —contestó.
Y de aquel modo, comenzó la lenta y difícil tarea, mientras ambos se dirigían hacia las laderas de las Montañas de Thipdars.
Tenían que andar mucho hasta llegar hasta las elevadas montañas pero, por fortuna, la llanura que iban recorriendo y las bajas colinas en las que ahora se encontraban, eran abundantes en agua, que a través de corrientes y barrancos descendía hacia el valle. En éste también abundaban frutas y plantas comestibles que conocía muy bien Jana, así como la caza.
De camino hacia Zoram, Jason tuvo la oportunidad de estudiar más detenidamente a su compañera, llegando a la conclusión de que la naturaleza había llegado a la cima de la perfección dando nacimiento a aquella bellísima muchacha salvaje. Todo en ella hablaba de belleza y simetría; la Flor Roja de Zoram era un verdadero poema de hermosura. Además de una preciosa boca, Jason tenía que conceder que no eran menos atractivos los ojos, la nariz o cualquiera de sus evidentes encantos. Y cuando la muchacha le ayudó a desollar una pieza de caza, con un tosco cuchillo de piedra, y dispuso la comida, o cuando vio la celeridad y la destreza con la que preparaba y encendía un fuego, valiéndose de los utensilios más primitivos, o cuando vio su maravillosa habilidad para descubrir nidos en los que había huevos y lugares en los que crecían plantas y frutas comestibles, se convenció de que las perfecciones de aquella chiquilla encantadora y salvaje no eran sólo físicas, y experimentó un ansioso deseo de comunicarse con ella y de aprender su lenguaje, aunque comprendía que luego su desilusión y su desengaño serían grandes al comprobar lo limitado de la mente de Jana.
Cuando la muchacha estaba cansada, hacía una especie de lecho rústico de ramas y hojas bajo un árbol, se echaba allí y se quedaba inmediatamente dormida, mientras Gridley quedaba de vigilancia para evitar los peligros de aquella tierra primitiva y salvaje. Casi tan a menudo como Gridley disparaba contra las piezas para procurar carne y comida para ambos, tenía que hacerlo contra las bestias y los animales que les asaltaban, hasta el punto que el toparse con el peligro y la muerte era una cosa tan corriente en su avance, como lo es para los peatones de las grandes urbes de nuestro mundo el esquivar y librarse de las congestiones del tráfico.
Cuando Jason sentía sueño, Jana se quedaba vigilando; otras veces no dormían ninguno y se limitaban a sentarse o a echarse bajo un gran árbol donde se sentían más y mejor protegidos contra los peligros de las selvas y, sobre todo, de los feroces thipdars que daban nombre a aquellas montañas. Aquellos espantosos y terribles reptiles voladores constituían una constante amenaza, pero tan maravillosamente había la naturaleza dotado a los demás seres de una defensa contra ellos, que Jana podía oír su poderoso vuelo mucho antes de que los reptiles pudieran acercarse y descubrirlos.
Jason no tenía idea ni podía calcular el tiempo que había transcurrido desde que se encontrara con la muchacha, aunque estaba seguro de que en nuestro mundo habría sido mucho, cuando llegaron ante un obstáculo que parecía infranqueable. Jason había aprendido ya algunas palabras y frases en la lengua de Jana, y ambos empezaban a entenderse, con gran delicia por parte de la muchacha.
Ahora se encontraban al borde de un profundo desfiladero, excavado durante miles de años por las lluvias y las corrientes que descendían desde las cumbres, y que parecía impedir cualquier acceso desde el valle a las montañas hacia las que ahora se dirigían.
Jana buscó durante largo tiempo un lugar adecuado para descender al fondo del abismo. No quería continuar hacia la izquierda por temor a que aquella dirección les llevara hacia el cañón donde la habían perseguido Skruk y sus compañeros y se encontraran con los hombres de Pheli. Así, guió a Jason hacia la derecha, buscando siempre el sitio más conveniente para poder descender al fondo del desfiladero.
Jason comprendió que tardaban mucho más tiempo así, pero también se dio cuenta de que en Pellucidar el tiempo carecía de importancia. No había que contar con el tiempo por la sencilla razón de que allí no existía, y a Jason le causó una infinita sorpresa observar que él, que siempre había sido esclavo del tiempo, aceptaba con tanta facilidad y alegría aquella existencia sin responsabilidades y tan sencilla de asimilar de Pellucidar. No sólo influía esto en él, sino también el hecho de que su vida allí carecía de ocupación, de objeto o trabajo alguno que cumplir. Al no existir el tiempo, allí no se sentía uno responsable de nada, ya que era el tiempo lo que hacía sentirse al hombre como un esclavo, y lo que originaba su castigo o su recompensa. Pero donde no existe el tiempo, no existe el futuro. Jason experimentó lo mismo que antes había experimentado Tarzán, al pensar en la suerte de sus compañeros extraviados. Lo que le hubiera ocurrido a los infelices les habría ocurrido de todos modos ya, y él, Jason Gridley, no podía evitarlo. No podía llegar a su lado y, por tanto, no podía ayudarles en nada. Y ya que allí no existía el tiempo ni, en consecuencia, la noción de futuro, ¿quién podía hacer planes para el porvenir?
Gridley apartó de su mente aquellos pensamientos atormentadores y se quedó contemplando con delicia el bellísimo perfil de su amiga.
—¿Por qué me miras tanto? —preguntó la Flor Roja, pues ahora ya eran capaces de entenderse el uno al otro.
Gridley se sintió un tanto confuso, apartando la vista de la muchacha. La pregunta de la Flor Roja, formulada a bocajarro, le hizo darse cuenta de que, en efecto, hacía largo rato que la estaba mirando. Fue a contestar algo, pero vaciló y se detuvo. Sí, ¿por qué miraba tanto a la muchacha? ¡Sería demasiado inocente decir que porque la encontraba muy linda!
—¿Por qué no dices nada, Jason? —insistió Jana.
—¿Decir qué? —preguntó él.
—Lo que hay en tus ojos cuando me miras.
Gridley la miró ahora asombrado. Sólo un estúpido no habría entendido el sentido de las palabras de Jana, y Jason no era un imbécil en modo alguno.
¿Era posible que él hubiera estado contemplándola con aquella intención? ¿Es que se habría vuelto loco de remate, para estar acariciando semejantes pensamientos con respecto a aquella muchacha salvaje que apenas conocía, que cogía la carne cruda con ambas manos y la desgarraba con sus dientes de lobezna como una fiera del bosque? ¿Sería posible que sus ojos hubieran dicho a aquella chiquilla bárbara y salvaje, que él acariciaba pensamientos de amor y ternura hacia ella? Y entonces, los prejuicios de miles y miles de años de civilización y cultura surgieron en su pecho, con un sentimiento de horror ante tal idea.
En la imaginación de Jason Gridley surgió el recuerdo y la imagen de la altiva Cynthia Furnois de Hollywood, la hija del famoso director Abe Furnois, más conocido como Abe Fink. Recordó la meticulosidad con que Cynthia observaba las modas, los rituales sociales y su perfección como deportista, que había causado más de una vez sorpresa y admiración al propio Jason. También recordó la belleza aristocrática y la elegancia de Bárbara Green, la hija de John Green, el millonario de Texas, pues aunque el viejo John no tenía ascendientes ilustres, su mujer y Bárbara habían sido exquisitamente educadas, ambas habían estudiado en la Universidad de Coconut Grove, y Bárbara además había pasado dos años en la de Marlborough, de donde había salido hecha una verdadera señorita.
También era verdad que Cynthia era una aristócrata tanto exterior como interiormente, tanto en su porte y trato como en su espíritu, y que el esnobismo y la aristocracia de Bárbara eran artificiales, de ese tipo tan corriente y común en Hollywood que consigue engañar a los más ingenuos.
De todas formas, ambas constituían típicas hijas de la moda y el refinamiento, y al intentar contestar la pregunta de Jana, Jason Gridley se imaginó a la salvaje muchacha comiendo carne cruda como ya la había visto en tantas ocasiones. Jana resultaba una excelente compañera en una aventura como en la que él se encontraba ahora, pero, en cualquier caso, un hombre moderno no iba a quedarse durante toda su vida en aquel mundo de la edad de piedra, y no sería honesto con Jana si le dijera otra cosa. Si sus ojos habían dicho a la muchacha otra cosa que la dulce y amable camaradería que sentía por ella, Gridley lo sentía profundamente, pero, por el bien de ambos, el americano comprendía que jamás podría existir otra cosa.
Mientras Jason vacilaba buscando la respuesta adecuada, los ojos de la Flor Roja de Zoram buscaron el alma del muchacho en sus pupilas, y luego, lentamente, su bella boca se curvó en una triste sonrisa. Quizás era una muchacha salvaje de la edad de piedra, pero no era tonta, y, además, era mujer.
Entonces, lentamente, Jana irguió su linda y perfecta figura y se apartó de Jason dirigiéndose hacia la parte del desfiladero por la que había descendido cuando la perseguían Skruk y sus compañeros.
—¡Jana! —exclamó Gridley—, ¡no te enfades! ¿Adónde vas?
La muchacha se detuvo y, levantando altivamente su rostro, miró fríamente al americano, por encima de uno de sus perfectos hombros.
—¡Sigue tu camino, jalok! —contestó—. ¡Jana seguirá el suyo!