Read Tarzán en el centro de la Tierra Online
Authors: Edgar Rice Burroughs
T
ar-gash y Thoar miraban asombrados los restos del aeroplano, mientras Tarzán se precipitaba a buscar el cuerpo destrozado del piloto. El hombre mono experimentó una sensación de alivio, al comprobar que allí no había cadáver alguno, y unos instantes después descubrió sobre la alta hierba del prado, las huellas de unas pisadas que se alejaban en dirección opuesta a aquella en que había caído el aeroplano, unas huellas hechas por pies calzados con botas, y que Tarzán reconoció inmediatamente como las de Jason Gridley. Aquello le indicaba que el americano no sólo no había muerto en el accidente, sino que ni siquiera estaba malherido.
A este descubrimiento le siguió otro que le intrigó sobremanera: al lado, y mezcladas con las huellas de Gridley, había otras más pequeñas hechas por unos pies calzados con sandalias.
Un examen más detenido del terreno hizo comprender a Tarzán que dos personas, una de ellas Gridley y la otra aparentemente una joven de alguna tribu de Pellucidar que acompañaba al aviador, se habían aproximado al aeroplano después de haberse estrellado este, habían permanecido cerca del aparato durante algún tiempo, y luego habían vuelto a marcharse por el mismo sitio por donde habían venido. Con estos indicios en su poder, era cosa fácil para Tarzán seguir el rastro del aviador y de su acompañante.
A tenor de los detalles, parecía que Gridley se había visto obligado a abandonar el aeroplano en pleno vuelo, y que había descendido con el paracaídas sin novedad; pero lo que no podía adivinar Tarzán era dónde, cuándo y en qué circunstancias había podido encontrar Gridley a su compañera.
Le costó gran trabajo a Tarzán arrancar a Thoar del lado del aeroplano, ya que el extraño artefacto había llenado al salvaje de gran curiosidad, y no se cansaba de hacer preguntas y más preguntas.
A Tar-gash, en cambio, le sucedía lo contrario. El gorila había mirado los restos del aparato con débil interés y desconfiada curiosidad.
—¿Qué es esto? —se limitó a preguntar.
—Esto es lo que pasó antes por encima de nosotros, y que tú decías que era un reptil volador —contestó Tarzán—. Ya te dije que aquí iba uno de mis amigos. Algo le ocurrió, y esta cosa cayó a tierra, pero mi amigo ha escapado sin ser herido.
—¿No tiene ojos esto? —preguntó el gorila—. ¿Cómo podía ver para volar?
—Esto no era un animal, no tenía vida —contestó Tarzán.
—Pues yo le oí rugir —dijo el gorila, sin poderse convencer de que aquello no era un animal, un ser que tenía vida antes de la catástrofe que había acabado con él.
Finalmente dejaron el aeroplano, y apenas habían avanzado una corta distancia siguiendo las huellas de Jason y Jana, cuando encontraron el cadáver de un enorme pteranodonte. Su cabeza aparecía medio aplastada, machacada y casi separada del cuerpo, y en ella se veía clavada una gran astilla de pulida madera que Tarzán reconoció inmediatamente como un fragmento de la hélice del aeroplano. Entonces Tarzán adivinó inmediatamente la causa de la catástrofe sufrida por Gridley.
Media milla más lejos encontraron nuevas evidencias que confirmaron la opinión de Tarzán, pero algunas de ellas muy inquietantes: un paracaídas totalmente extendido yacía sobre la hierba, y a corta distancia se veían cuatro hienodontes muertos y los cadáveres de dos hombres peludos.
Al examinar unos y otros, Tarzán pudo comprobar enseguida que los hombres y dos de las bestias habían muerto a consecuencia de las balas de un arma de fuego. Por todas partes se veían, marcadas sobre la hierba, las huellas de las sandalias de la compañera de Gridley. Tarzán, con su perspicacia y su experiencia, comprendió de inmediato que otros dos hombres, también salvajes nativos de aquel país, habían tomado parte en la batalla que se había librado en aquel prado. También dedujo que los dos hombres eran de la misma tribu que los que yacían muertos sobre la hierba, ya que las huellas de las sandalias correspondían exactamente a las que calzaban los cadáveres, mientras que las de la compañera de Gridley eran totalmente distintas.
Examinando el terreno, Tarzán descubrió rápidamente que los dos hombres que habían huido lo habían hecho en dirección a un desfiladero cercano, mientras que Jason y su compañera se habían dirigido entonces hacia el lugar en el que se encontraban los restos del aeroplano. Luego habían regresado, marchándose finalmente hacia las montañas, pero mucho más hacia la derecha del camino que habían tomado los indígenas fugitivos.
Thoar estaba también muy interesado en las diferentes huellas que aparecían sobre la hierba del llano donde se había librado la batalla, pero no dijo nada hasta que Tarzán hubo concluido sus investigaciones.
—Aquí ha habido cuatro hombres y una muchacha, o un joven, con mi amigo —dijo al fin Tarzán.
—Los cuatro hombres eran de la tribu de Pheli, y la otra, una muchacha de Zoram —aclaró Thoar.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tarzán siempre deseoso de completar sus conocimientos sobre todo lo referente a las selvas, llanuras, huellas y demás.
—Las sandalias de las gentes del llano no se ajustan tan bien al pie como las de las gentes de las montañas —contestó Thoar—; además la suela de aquellas es mucho más fina, al ser hecha con la piel del thag, mientras que las de los montañeses está hecha con la piel del Maj, una de las variedades del tandor, que es mucho más dura y más gruesa, para poder caminar por los terrenos de piedras y granito. Si observas las huellas de la muchacha de Zoram, verás que las sandalias aparecen casi nuevas, mientras que las suelas de las de los muertos están gastadas y llenas de agujeros.
—¿Se halla Zoram muy lejos de aquí? —preguntó Tarzán.
—No —contestó Thoar—. Está más allá, en aquellas primeras montañas que se divisan frente a nosotros.
—Cuando nos encontramos, tú me dijiste que eras de Zoram, Thoar —dijo Tarzán.
—Sí —repuso Thoar—; Zoram es mi pueblo.
—En ese caso, ¿conoces a la joven que acompaña a mi amigo?
—Sí; es mi hermana —contestó Thoar.
Tarzán de los Monos miró vivamente y con sorpresa a Thoar.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—He encontrado sus huellas en un sitio donde no había hierba, sino sólo polvo y tierra removida, y he podido reconocer sus sandalias. La forma en la que están trabajadas y el corte especial de su suela han hecho que la reconociera enseguida. Además, cada tribu tiene una especie de marca especial en la suela; así, por ejemplo, la tribu de Zoram tiene en la suela de la sandalia izquierda tres pequeños cortes característicos, como mellas, que sirven para distinguirnos.
—¿Pero qué hacía tu hermana tan lejos de su país natal, y cómo es que viaja en compañía de mi amigo?
—Es sencillo —contestó Thoar—. Estos hombres de Pheli han intentado capturarla; uno de ellos debía quererla como esposa, pero mi hermana escapó, y la debieron perseguir a través de las Montañas de Thipdars, llegando hasta aquí, a las llanuras, donde se encontraron con los jaloks. Entonces llegó tu amigo, mató a las bestias y a dos de los hombres de Pheli, e hizo huir a los otros dos. Es evidente que mi hermana no pudo escapar de él, y tu amigo se la ha llevado consigo.
Tarzán de los Monos sonrió.
—Las huellas no parecen indicar que tu hermana haya hecho ningún esfuerzo para escapar del lado de mi amigo —dijo.
Thoar se quedó indeciso.
—Es verdad —contestó—, y no lo entiendo. Las mujeres de mi tribu nunca se emparejan con extranjeros, y además Jana, mi hermana, preferiría que la mataran antes que aceptar a un hombre que no fuera de Zoram o de las Montañas de Thipdars. Se lo he oído decir en muchas ocasiones, y mi hermana no es de las que hablan por hablar.
—Mi amigo no se la habría llevado con él a la fuerza —dijo Tarzán—. Si ella se ha ido con él, lo ha hecho voluntariamente. Creo que, si llegamos a encontrarlos, comprobaremos que mi amigo simplemente va acompañando a tu hermana en su regreso hacia Zoram, pues él nunca dejaría que una mujer viajase sola y desamparada por medio de las montañas.
—Ya veremos —murmuró Thoar—. Pero si se ha llevado a Jana contra su deseo, tu amigo morirá.
Mientras Tarzán, Tar-gash y Thoar seguían el rastro de Jana y Jason, un grupo de hombres, llenos de desaliento, caminaban por el extremo de las Montañas de Thipdars, a cincuenta millas al Este de donde se encontraban Tarzán y sus compañeros, penetrando luego en el Gyor Cors, o gran llanura de los gyors.
El grupo se componía de diez guerreros negros y un hombre blanco, e, indudablemente, jamás en la historia de la humanidad once hombres se habían encontrado tan completa e irremediablemente perdidos como aquellos.
Muviro y sus guerreros, los más hábiles rastreadores de huellas que nunca hubo, estaban descorazonados y desesperados al descubrir su impotencia para encontrar el camino que les llevase de vuelta con sus compañeros.
La ciega huida de las bestias enloquecidas por el miedo, y de la que los waziris y von Horst habían escapado milagrosamente, había borrado de tal modo del suelo las huellas del grupo humano, que los negros no pudieron volver a encontrar el camino por el que habían llegado hasta allí, y aunque todos tenían la seguridad de que no se habían alejado mucho de la famosa explanada, lo cierto es que no pudieron volver a encontrarla. Por eso von Horst hacía ahora que todos marchasen por campo abierto, con la esperanza de que los compañeros del dirigible, que no dejarían de salir en su búsqueda, pudieran encontrarlos.
A bordo del O-220, el grave temor que había nacido entre los oficiales y la tripulación por la suerte de los trece miembros desaparecidos se convirtió en una profunda convicción de que les había ocurrido alguna desgracia, al ver que, transcurrido un tiempo prudencial, tampoco Gridley regresaba con su aeroplano.
Entonces, el capitán Zuppner se decidió a enviar una nueva partida al mando del teniente Dorf en busca de sus compañeros ausentes; pero al cabo de setenta horas, el grupo volvió al dirigible para comunicar al capitán su completo fracaso. La partida había seguido el sendero selvático, hasta llegar a una gran explanada en la que habían encontrado numerosos chacales devorando los putrefactos cuerpos de varios animales; pero a partir de allí no pudieron descubrir rastro alguno de sus compañeros.
En la ida y en la vuelta, la partida había sido acosada por los enormes tigres de Pellucidar, con tanta ferocidad, que Dorf, al regresar al dirigible, le dijo al capitán que existían grandes posibilidades de que todos los compañeros que faltaban hubiesen sido devorados por los grandes felinos.
—Hasta que no tengamos prueba evidente de ello —dijo el capitán—, no hay que perder la esperanza, ni desistir de encontrarlos vivos o muertos. Y eso no se puede conseguir permaneciendo aquí.
Ya no había nada que impidiera la salida del dirigible. Empezaron a hacerse los preparativos para la partida; se pusieron los motores en movimiento y comenzaron a vaciarse los tanques respectivos. En el momento en que el inmenso dirigible empezó a despegar del suelo, el cocinero negro escribió estas palabras en su cuadernillo de notas: “Salimos a mediodía”.
Cuando Skruk y su compañero, huyeron dejando dueño del terreno al victorioso Jason, este guardó su revólver y se volvió hacia Jana.
—Y bien, ¿qué hacemos ahora? —le preguntó.
Ella hizo un dulce gesto de negación.
—¡No te entiendo! —contestó—. Tú no hablas el lenguaje de los gilaks.
Jason permaneció indeciso.
—En vista de que no nos podemos entender el uno al otro —murmuró—, y que por ahora no vamos a poder entablar una conversación, voy a echar un vistazo a mi aeroplano, y a rogar a todos los dioses que mi rifle y las municiones estén a salvo. Ya es una gran suerte el que no se haya incendiado, porque si no habría visto las llamas o el humo, toda vez que no debe haber caído muy lejos de aquí.
Jana le escuchó atentamente, y luego repitió su movimiento en señal de negación.
—Ven conmigo —dijo Gridley a continuación, avanzando hacia el sitio en que creía que debía haber caído el aeroplano.
—No, no; por ahí, no —dijo Jana, que corriendo hacia su salvador, le cogió de un brazo, intentando detenerle, al tiempo que señalaba hacia las montañas en las que se encontraba el país de Zoram.
Jason intentó la difícil tarea de explicar a la muchacha, mediante un lenguaje de señas y gestos, que estaba buscando los restos del aeroplano que debía de haber caído cerca de allí; pero cuando se convenció de que era imposible, acabó por sonreír, y cogiendo a Jana de una mano, tiró de ella llevándola en la dirección que quería seguir.
Una vez más, aquella dulce sonrisa del hombre desarmó a la Flor Roja de Zoram, y aunque la muchacha sabía que su salvador la llevaba en dirección opuesta a su poblado, se dejó conducir, si bien experimentando una gran extrañeza al no sentir ningún miedo ni desconfianza de aquel extraño que había caído del cielo, y sin explicarse tampoco porque se dejaba llevar voluntariamente por él, que ni siquiera debía ser un gilak, pues no hablaba la lengua de éstos.
Media hora de búsqueda bastó para que Jason y la muchacha encontraran los restos del aparato, que había sufrido mucho menos daño del que Gridley esperaba.
Era evidente que al caer debía haberlo hecho planeando, y aunque desde luego sus múltiples averías no podrían repararse allí ni mucho menos, Jason se alegró de que no hubiera ardido en llamas, ya que gracias a ello pudo recuperar su rifle y sus municiones, que no habían sufrido daño alguno.