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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (6 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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La mano se cerró sobre su pie derecho y tiró.

Gritó de dolor cuando los garfios que tenía clavados en la espalda, en los brazos y en las piernas se tensaron cruelmente. Los músculos perforados se desprendieron de los huesos, hasta que se rompieron los tendones.

Una segunda mano salió de la negrura y lo cogió por el otro pie. Una mano tras otra comenzaron a ascender por él.

Sintió que los músculos empezaban a desgarrársele. La piel le temblaba con ondas de brillante dolor abrasador. Se le cerró la garganta, pero los alaridos continuaron manando como jadeantes ruidos entrecortados cada vez que las manos ascendían un poco más.

Un yelmo emergió de la negrura: ahusado y decorado con plumas al estilo de un caballero druchii, sin rostro y amenazador. Poco a poco, la figura acorazada salió de la oscuridad, desgarrándolo en pedazos con cada lento movimiento metódico.

Una mano ascendió lo bastante como para cerrarse en torno a su garganta. El cuerpo pareció aflojarse contra los garfios cuando los huesos quedaron colgando, libres del envoltorio carnoso. Los agudos gritos cesaron cuando los dedos de acero le aferraron el cuello.

El casco ascendió hasta que los negros agujeros de los ojos quedaron a la altura de los suyos. Sentía la respiración del caballero: era fría y rancia como el aire de una tumba.

La mano libre subió para retirar el yelmo. Del interior cayeron multitud de finas trenzas negras; arañas y ciempiés corrían entre masas de marga que había incrustadas en el pelo.

La piel del caballero era gris y estaba hundida a causa de la putrefacción, pues los músculos se habían transformado en icor maloliente hacía ya mucho tiempo. Un solo tajo profundo corría desde lo alto de la cabeza del caballero hasta justo por encima de la ceja izquierda, y el ojo de debajo era un hinchado globo negro en cuya pupila brillaba moho sepulcral.

Los ennegrecidos labios de Lhunara se tensaron en una sonrisa espeluznante y dejaron a la vista afilados dientes amarillos.

No hubo sensación de recobrar el sentido; la conciencia no regresó poco a poco cuando las drogas dejaron de calmar el dolor. En un momento había oscuridad y sueños febriles, y al siguiente tenía los ojos abiertos y ella estaba de pie ante él.

Era una escultural figura de negro, ataviada con el severo hábito del convento. Su cara de alabastro, grave y compuesta, parecía flotar como una aparición en la oscuridad de la estancia. El largo cabello negro estaba recogido en una sola trenza pesada envuelta en alambre de plata, y una tiara de plata labrada con diminutas runas arcanas adornaba su frente. Las delgadas manos sujetaban una cadena de oro hecha de grandes eslabones planos que tenían piedras preciosas engarzadas. En las profundidades de sus ojos violeta se agitaba un poder incognoscible. Era absolutamente perfecta, una imagen de la mismísima Madre Oscura encarnada, y la deseaba con cada fibra de su ser.

Malus tuvo la seguridad de que se trataba de otra aparición, hasta que la mujer avanzó sin hacer ruido y le deslizó la pesada cadena en torno al cuello. En el instante en que el frío metal le tocó la piel, lo recorrió un potente estremecimiento desde la cabeza a los pies. A continuación, el terrible dolor se desvaneció y los últimos vestigios de las drogas desaparecieron como niebla matinal. Tenía la cabeza clara y alerta, y de repente se dio cuenta de quién era la figura que estaba ante él.

—¿Madre? —preguntó, agotado.

La penetrante mirada de Eldire recorrió la ruina en que habían transformado el desnudo cuerpo de su hijo.

—Lurhan se ha superado a sí mismo —dijo con frialdad—. Dudo de que el propio drachau pudiese haberlo hecho mejor. Esto será algo para recordar durante años a partir de ahora. Llevarás estas cicatrices con orgullo.

Malus intentó dedicarle una débil sonrisa, que fue poco más que labios resecos que se apartaban de un cráneo amarillento.

—¿Acaso seré algún espectro que se vanagloriará de las cicatrices en el campo de los túmulos? Permaneceré aquí hasta que muera, madre. Lurhan lo dejó muy claro.

—No dijo nada parecido, niño. Dijo que te haría sufrir hasta que estuvieras dispuesto a matarte tú mismo. Un matiz de pusilánime, pero es la única estratagema que tiene a su disposición el gran señor de la guerra. —Le posó una mano en una mejilla y le quitó capas de sangre seca—. Sin embargo, has resistido bastante más allá de sus expectativas.

Malus no preguntó cómo sabía Eldire lo que se habían dicho él y su padre. Mantenían a las brujas druchii encerradas en conventos en todas las grandes ciudades, y un decreto del Rey Brujo les prohibía caminar entre los ciudadanos; pero las más poderosas tenían medios de llegar hasta más allá de los muros de los conventos.

—¿Cuánto tiempo?

—Hoy es el quinto día —replicó Eldire—. Tu padre está furioso. El drachau le ha ordenado que te mate, pero si lo hace tendrá que saldar cuentas conmigo. Éste es el mejor modo que tenía para intentar aplacarnos a ambos, y ahora parece que la maniobra probablemente fracasará.

Malus respiró profundamente e intentó concentrar los pensamientos.

—Yo tenía razón. Cualquier acuerdo que hubieras forjado con Lurhan incluía engendrar un hijo. Si me mata, perderá tus dones.

Eldire le aferró el mentón con dedos sorprendentemente fuertes.

—No te entrometas en asuntos que no son de tu incumbencia, niño —dijo la bruja con severidad—. Basta con que sepas que, después de hoy, con cada día que pase se hará más obvio que Lurhan tiene intención de torturarte hasta que mueras. Entonces, el vaulkhar tendrá que decidir a quién le da más miedo disgustar. Debes resistir un poco más. —Se inclinó hacia él y miró profundamente a los ojos de su hijo—. Eres más fuerte de lo que incluso yo había esperado, niño.

—El odio es una cura para todo, madre. Tú me enseñaste que...

—No me refiero a eso —replicó ella de modo terminante—. Tu cuerpo está más fuerte de lo que yo esperaba que estuviera tras un maltrato semejante. Algo ha cambiado en ti..., algo que no estaba cuando te marchaste a los Desiertos.

Sin previo aviso, Malus sintió que un puño se cerraba en torno a su corazón. Los bucles del demonio se tensaron..., ¿o estaban encogiéndose por temor a atraer la atención de Eldire?

—Yo... Fue un viaje difícil —jadeó Malus—. Me vi obligado a regresar al Hag en solitario, y los Desiertos consumen a los débiles de voluntad. —Logró dedicarle una sonrisa desafiante—. Sufrí cosas mucho peores que ésta durante semanas enteras.

Eldire frunció el ceño.

—¿Y tuviste éxito en tu viaje? ¿Encontraste lo que buscabas?

Malus se puso rígido.

—Sí... y no. Encontré poder allí, pero no la clase de poder que puede servirle a alguien como yo.

—Tonterías —le espetó Eldire—. ¿Hay espadas que no puedas blandir porque no fueron hechas para tu mano? ¿Hay torres en las que no puedas cobijarte porque no las hicieron pensando en ti? Al poder le da forma quien lo esgrime. Está hecho para servir, del mismo modo que un esclavo es sometido por la voluntad de su amo.

Malus comenzó a formular una respuesta cuando, de repente, se le ocurrió una idea. Entonces le tocaba a él mirar a Eldire con suspicacia.

—¿Cómo te enteraste de mi viaje, madre? ¿Quién te lo dijo?

La bruja rió sin alegría.

—¿Acaso no soy una vidente, niño? ¿Acaso no cabalgo los vientos del tiempo y el espacio?

—Por supuesto —convino Malus—. Pero nunca antes te habías tomado tanto interés por lo que yo hacía.

—Eso no es cierto —replicó Eldire, que se le acercó más—. Tú eres mío, niño; nacido de mi carne y mi sangre. Mis ojos están siempre sobre ti. —Alzó una mano para acariciarle el enredado cabello—. Conozco tus ambiciones, tus odios y tus deseos secretos. Y si me quieres, te los concederé todos, en su momento. ¿Me quieres, niño?

Malus miró las profundidades de los ojos violeta de Eldire.

—Tanto como he querido nunca a nadie, madre.

La bruja sonrió y le dio un tierno beso en los labios.

—Entonces, sobrevivirás, te harás poderoso y, en su momento, vencerás, querido niño. No lo olvides.

Dicho esto, se retiró. Malus sintió que le quitaba la cadena del cuello. Abrió la boca para responder, pero el océano de dolor que la cadena había mantenido controlado cayó sobre él con una fuerza aplastante. Lo sumergió, y no supo nada más.

Después de eso, no hubo sueños.

Dejaron de darle
hushalta
y sólo le mojaban los labios con vino aguado. Perdió el conocimiento muchas veces, pero siempre que volvía a abrir los ojos Lurhan estaba allí, aplicando los finos cuchillos al destrozado cuerpo de Malus.

—¿Por qué no quieres morir? —El vaulkhar lo repetía una y otra vez—. ¿Qué te retiene en este cuerpo destrozado? Eres débil. Lo sé. ¿Por qué no quieres acabar con esto?

Necesitó una eternidad para recordar cómo se hablaba. Inspirar ligeramente representaba un esfuerzo heroico.

—R..., rrr..., rencor —jadeó al fin, con una débil risa estertórea.

A medida que pasaba el tiempo, la obra de Lurhan se volvía más frenética y tosca. Recurría a cuchillos más grandes y cortaba cada vez más profundamente.

Y, sin embargo, él resistía.

Sentía cómo la negra contaminación del demonio se extendía por su cuerpo como las raíces de un árbol gigante; enormes raíces gruesas y diminutos capilares finos como cabellos que corrían desde su torturado cerebro hasta las puntas de los pies. Si concentraba la atención, le parecía que aún podía percibir una diferencia entre los dos —el límite donde él acababa y comenzaba Tz'arkan—; al menos, de momento.

Sintió que tiraban de él. Había una presión sobre su cuello.

Vagamente, se dio cuenta de que Lurhan lo había cogido, pero ya no podía sentir nada con claridad. Algo brillante destelló ante sus ojos. «Un cuchillo», supuso. Uno grande.

—Se acabó, Malus —siseó Lurhan—. Esto debe terminar ahora. ¡Debe terminar! Implórame que acabe con tu vida. Lo haré de prisa, y tu agonía concluirá. No es ninguna deshonra. Nadie te lo reprochará.

Una vez más, Malus se esforzó por inspirar.

—Haz... una cosa... por mí.

—¿Sí? —Lurhan se inclinó hacia adelante y casi apoyó una oreja contra los destrozados labios de su hijo.

—Dime... qué... día... es... hoy.

Lurhan lanzó un salvaje grito de cólera. El contacto del cuchillo resultaba benditamente fresco, como un trozo de hielo que lo aliviara al deslizarse entre sus costillas. Los esclavos gritaron con alarma y llamaron al vaulkhar, pero Malus no les prestó la más mínima atención. Sintió que la conciencia lo abandonaba, que goteaba fuera de él como vino de un pellejo perforado. Él frío se propagó por su pecho, se llevó el dolor, y él se rindió felizmente a él.

Había una tela contra su cara, ligera y fresca. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas atadas entre sí. Con un esfuerzo, Malus abrió los ojos y vio sólo una fina capa de tela posada sobre sus párpados. En el aire flotaba olor a ungüentos y especias.

«¿Estoy amortajado?», pensó.

—De no ser por mí, lo habrías estado —dijo una voz dentro de su cabeza. Malus no le prestó atención.

—Le falta una gran parte de la piel y de la carne de debajo, o las tiene cortadas en jirones —dijo una voz diferente—. Mi señor respetó la mayor parte de la cara y los ojos. Una gran cantidad de nervios también han sido separados y descarnados. De verdad que nunca había visto una serie de tormentos tan extensa. Para nosotros es un verdadero misterio el hecho de que haya sobrevivido durante siete días, y las heridas que tiene superan nuestra capacidad de curación.

Una sombra pasó entre Malus y la luz mortecina. Las delicadas puntas de unos dedos, ligeros como alas de avispa, acariciaron el rostro de Malus. Unos movimientos rápidos y precisos retiraron la tela que le cubría los ojos. Por un momento, incluso las luces brujas le resultaron cegadoras.

—Yo puedo ayudarlo —dijo una voz desde la brillante luz.

Cuando los ojos de Malus se adaptaron, vio que una silueta borrosa se encontraba a su lado. Las frescas puntas de los dedos le acariciaron una mejilla, y la figura se inclinó hacia él.

—Hay poderes, más allá de las vendas y los ungüentos, capaces de curarlo —dijo Nagaira, en cuyos labios apareció una sonrisa—. Su madre le ha ordenado al vaulkhar que me lo entregue a mí, y yo le demostraré que la fe que tiene en mi poder no carece de fundamento. Es lo mínimo que puedo hacer para volver a tener entre los brazos a mi amado hermano.

4. Máscaras de carne

Malus estuvo rodeado de voces durante días; salmodiaban y susurraban palabras que provocaban vibraciones en el aire que lo rodeaba. Siluetas borrosas oscilaban y hacían gestos ante sus ojos velados. A veces, en plena noche, unas figuras se precipitaban en su campo visual, emitiendo sonidos agudos que casi reconocía, y al marcharse le dejaban una sensación de comezón dolorosa en la piel.

Lo atendían sirvientes de suaves manos perfumadas que le quitaban las vendas capa a capa. Poco a poco fue saliendo del sufrimiento como un dragón de un huevo cuya concha se desgastaba inexorablemente a medida que la piel y los músculos se rehacían y las fuerzas volvían a su cuerpo.

A cada día que pasaba percibía más cosas del mundo a través de las vendas, y según éstas iban disminuyendo, comenzó a captar detalles de los acólitos que ejecutaban los rituales de curación. Aunque no entendía la lengua arcana que hablaban, sus voces se individualizaron y se hicieron familiares. Todos eran nobles druchii, tanto mujeres como hombres, y siempre salmodiaban en grupos de seis. Nagaira presidía todos los rituales; su voz dirigía, y las otras respondían en coro discordante. Cada vez que se llevaba a cabo un ritual, Malus sentía que Tz'arkan reaccionaba deslizándose contra su caja torácica y susurrando de blasfemo placer.

Los rituales seguían una pauta que Malus acabó por discernir: una vez, una hora antes de la salida del sol, y otra, una hora después de la puesta, con dos rituales cortos al salir y ponerse la luna. De este modo, calculó que hacía al menos cinco días que era huésped de su hermana. El hecho de que ella no le hubiese clavado un cuchillo en un ojo ni hubiese convertido su cráneo en taza mortificaba sobremanera al noble.

Había sido Nagaira quien lo había engañado para que emprendiera el mortal viaje a los Desiertos; la que se había embarcado en un elaborado plan para ponerlo en contra de su hermano Urial a causa de una ofensa trivial. Porque él la había abandonado sin previo aviso el verano anterior, para poner en práctica un audaz plan destinado a mejorar su fortuna mediante una improvisada incursión con el fin de capturar esclavos, ella había decidido vengarse. Había desdeñado los avances de su hermano menor, Urial, y lo había atribuido claramente a la devoción que sentía por Malus. El resultado había sido que le tendieran una astuta emboscada en el exterior de Ciar Karond, la cual le había costado todos los esclavos que tan afanosamente había capturado durante el verano y lo había enemistado mortalmente con los inversores. Con los enemigos cerrando el círculo en torno a él al olfatear la sangre, y los asesinos del templo de Khaine juramentados para matarlo, había resultado demasiado fácil seducirlo con el cuento de un templo oculto y un poder antiguo perdidos en los Desiertos.

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