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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (8 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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—Una tregua, entonces. Te daré el nombre de una de las reliquias. ¿Conoces un objeto llamado
Ídolo de Kolkuth
?

Nagaira frunció el ceño, y sus negras cejas se arrugaron con expresión pensativa.

—He visto ese nombre... en alguna parte.

—Nada de juegos, hermana —siseó Malus.

—¿Tienes alguna idea de cuántos libros tengo en mi sanctasanctórum? —contestó Nagaira—. ¿Cuántos pergaminos y tablillas? Leí ese nombre en alguna parte, pero ahora mismo no sé dónde. —Le dedicó una ancha sonrisa—. Pero dame tiempo. Lo encontraré.

—Tiempo no es algo de lo que disponga en abundancia —replicó el noble—. El demonio me advirtió que dispongo de un solo año para conseguir los objetos, o la empresa fracasará.

La bruja ladeó la cabeza con aire interrogativo.

—¿Y por qué iba a decirte eso? ¿Qué tiene que ver un año con nada de todo esto?

—¿Acaso soy un brujo, hermana? ¿Cómo quieres que lo sepa? El demonio dijo que disponía de un año, no más. Y ya he dedicado casi tres meses a regresar a Hag Graef. Así pues, como ves, el tiempo es de vital importancia.

Nagaira suspiró.

—Bueno, si el tiempo de que disponemos es tan breve, tendría mucho más sentido investigar todos los objetos a la vez.

—¿Estoy equivocado, o tú no deseas compartir ese poder? Si yo no puedo obtenerlo, tampoco lo harás tú, y tendrás el nombre de una sola reliquia por vez. No intentes regatear conmigo como una pescadera.

La voz de la bruja se volvió fría.

—Podría simplemente estrujarte para sacártelo de dentro como si fueras un trapo empapado en sangre.

El noble sonrió.

—¿Después de todos los afanes que has pasado para restablecerme, dulce hermana? ¡Qué desperdicio!

Ella lo miró con ferocidad durante un momento, y luego echó la cabeza atrás y rió.

—¡Ah, cuánto te he echado de menos, querido hermano! —dijo—. Nadie me veja más dulcemente que tú. De hecho, te complacerá saber que he preparado una gran celebración en tu honor.

—¿Una celebración? —preguntó Malus, como si no estuviera familiarizado con la palabra.

—¡Sí, ya lo creo! Un gran festín de vino y carne, de polvos, especias y dulce sangre. Entonces, verás hasta dónde llegan mis contactos; muchos de mis aliados están ansiosos por conocerte, y podrías obtener gran rédito de relaciones semejantes. Me figuro que saborearás un poquitín del poder que sé que has ansiado durante toda tu vida.

—¿Y cuántos devotos del templo lograrán entrar en la celebración e intentarán clavarme cuchillos en la garganta?

—Deja que vayan —replicó la bruja con una sonrisa presumida, mientras daba golpecitos en el borde de la copa de Malus con una larga uña—. Me vendrían bien unas cuantas copas más para los invitados. —Sus ojos se abrieron más—. Y hablando de festejos, tengo otro regalo para ti.

Metió una mano dentro de la manga contraria del ropón, y sacó un paquete cuidadosamente envuelto, un poco más grande que su mano.

—Debería escandalizarme por la manera en que te prodigo cosas costosas —dijo mientras depositaba el paquete sobre el féretro y lo desenvolvía cuidadosamente—. Todos los invitados a la fiesta llevarán una de éstas —añadió mientras alzaba el objeto hacia la luz bruja—. Creo que te quedará bien.

Malus tendió una mano y cogió el objeto que ella le ofrecía. Un diestro artesano había usado cuchillos muy afilados para retirar la parte superior de la cara de un druchii y separarla de los músculos. La piel había sido luego montada sobre un molde y curtida con cuidado para que recuperara la forma original, y después había sido decorada con lo que parecían intrincados tatuajes. Era una máscara exquisita; los tatuajes formaban la imagen de los ojos y el hocico de un dragón.

—Máscaras sobre máscaras —dijo el noble mientras se colocaba la piel curtida sobre el rostro. Se le ajustaba perfectamente.

5. Atuendos de sangre

Faltaban dos noches para que comenzara la espléndida celebración. Por orden de Nagaira, Malus estaba instalado en uno de los apartamentos de la torre, donde se le proporcionaban todos los lujos. Una constante procesión de sirvientes se presentó ante él con ropas nuevas, armas y piezas de armadura. Le entregaron negros ropones de satén de seda que le acariciaban la piel, y finos ropones de lana teñida de añil para llevar encima, además de un kheitan de la más resistente y flexible piel de enano que jamás hubiese visto. Un armero del barrio de los Príncipes le entregó un plaquín de fina malla y una temible armadura de placas articuladas para ponerse encima. Un fabricante de armas de las famosas forjas Sa hreich apareció con un exquisito juego de vraith y un esclavo humano sobre el que probarlas. Las esbeltas hojas estaban forjadas con runas en el plano para mantenerlas afiladas, y eran capaces de rechazar cualquier cosa que no fuesen las más terribles armas brujas sin sufrir daño. Eran regalos dignos de un príncipe, acompañados por todas las formas de lujo que podía imaginar, desde vino a carne, pasando por especias y vapores exóticos.

Sin embargo, a pesar de todo, Malus sabía que era un cautivo.

Todas sus solicitudes de volver a su propia torre obtenían una astuta negativa por respuesta. Primero, Nagaira le dijo que aún no estaba completamente recuperado de los rituales de curación y que necesitaba recobrar las fuerzas. A continuación adujo que la torre había permanecido deshabitada durante más de dos meses y que había que prepararla para su llegada. Luego, no podía marcharse porque la gran fiesta era inminente, y hasta que hubiese acabado, era imposible no prescindir de esclavos para que trasladaran sus pertenencias. En varias ocasiones perdió la paciencia con las serenas protestas de Nagaira; lo cierto era que los acalorados intercambios de palabras lo agotaban con rapidez. Pasado un tiempo, comenzó a desear que eso se debiera a que aún estaba recuperándose; la idea de que Nagaira pudiese haberlo incapacitado, por medios mágicos, para resistirse a las sugestiones de ella, era demasiado espantosa para considerarla siquiera.

Al menos, le habían permitido reunirse con sus guardias un día después de concluidos los rituales. Por Silar supo que los habían devuelto al servicio de Malus el mismo día en que lo habían entregado a los cuidados de Nagaira y que de inmediato habían intentado hacerse cargo de él. Nagaira había rechazado todos los intentos, y había habido momentos en los que Silar había considerado el derramamiento de sangre para rescatar a su señor. Sólo después del intento de asesinato acaecido en la torre de la bruja, los guardias admitieron de mala gana que estaba mejor protegido en la torre de Nagaira que en la suya propia, y abandonaron futuros planes para recuperarlo.

Por desgracia, la presencia de los guardias era intermitente en el mejor de los casos. Había una tensión palpable entre los hombres de Malus y los de Nagaira; evidentemente, había corrido la noticia de la muerte de los guardias de Nagaira en el norte y, de algún modo, eso se traducía en animadversión contra sus propios guardias. Malus tenía pocos efectivos para sostener una rivalidad manifiesta entre ambos bandos, así que, al final, se vio obligado a enviar a Silar y los demás a su torre. Si Nagaira le deseaba algún mal, ya había tenido suficientes oportunidades para perjudicarlo, aunque resultaba evidente que se había embarcado en una amplia campaña para mantenerlo aislado del mundo exterior. Por de pronto, estaba dispuesto a esperar el momento oportuno y ver cuál sería el siguiente movimiento de ella.

—¿Y qué debo ponerme para esta... fiesta?

Malus miró a Nagaira con el ceño fruncido, desde una silla de respaldo alto situada cerca de una de las ventanas de la torre, mientras bebía sorbos de vino del cráneo del aspirante a asesino que había intentado matarlo. Pasó la mirada por encima de las ahusadas torres de la ciudad, envueltas en espesa niebla nocturna. Le resultaba extraño sentirse más confinado en la casa de Nagaira de lo que había llegado a sentirse cuando colgaba de las cadenas en la torre del vaulkhar.

—Lo que tú quieras —replicó ella con una sonrisa fugaz.

Nagaira se encontraba de pie ante un alto espejo, atendida por un par de esclavas druchii. Tenía el pelo recogido hacia atrás; lucía una gruesa trenza envuelta en alambre, y diminutas hojas con punta de flecha destellaban malignamente en el negro cabello trenzado. El cuerpo desnudo de la bruja estaba cubierto de tatuajes de espirales. Había tardado todo el día en pintarlos, y a Malus le recordaron los dibujos con que se había decorado el cuerpo la noche anterior a la incursión en la torre de Urial, que se retorcían y atraían su mirada. Esta vez, sin embargo, parecían rodearla de un oscuro atractivo, y la sangre le ardía con cada mirada fugaz que le lanzaba.

—Pero deja aquí la fría armadura... Creo que te resultaría incómoda antes de que pasara mucho rato.

Mientras Nagaira hablaba, las esclavas le pusieron un ropón de seda y se lo sujetaron flojamente con un cinturón formado por calaveras de plata.

Con un gruñido, Malus se levantó de la silla y sacó el kheitan de un baúl. Podía soportar la idea de dejar allí la coraza y el plaquín, pero quería contar con algo de protección, aunque se tratara de una fiesta en su honor. Para cuando acabó de cerrar las hebillas de la armadura ligera en torno al pecho, Nagaira ya lo miraba desde detrás de su propia máscara. Parecía ser de piel de druchii, como la de Malus, pálida y fina, con largas tiras de piel desollada alrededor de las sienes, que pendían hasta sobrepasar los hombros de la bruja. Los tatuajes trazaban dibujos arcanos en las mejillas de la máscara, pero su propósito era más ornamental que mágico, según percibió Malus.

—¿Preparado? —preguntó ella con voz sibilante tras la máscara.

—Hace rato que estoy preparado, mujer —gruñó el noble—. ¿Es que la fiesta no ha comenzado hace una hora?

Nagaira rió.

—Por supuesto. Pero debes ser el último en llegar. ¿Acaso tu madre no te enseñó nada sobre costumbres sociales cuando eras niño?

—Mi madre estuvo encerrada en el convento casi desde el momento en que llegó a Hag Graef. Tuvo poco tiempo para fiestas.

La hermana le dedicó una sonrisa lánguida.

—En ese caso, esto será educativo para ti —dijo, y lo llamó con un gesto—. Ven.

Lo condujo fuera de sus aposentos, situados cerca de la parte superior de la torre, y bajó con él por una larga escalera de caracol. Los dos nobles pasaron ante numerosos guardias armados que se encontraban en la escalera; iban ataviados con la armadura completa y con las manos cubiertas por guanteletes sujetaban las armas de acero desnudas. A pesar de lo mucho que se enorgullecía de su magia, Malus reparó en que Nagaira no dejaba nada a la casualidad. Si esa noche el templo enviaba sus acólitos a la torre, los asesinos pagarían un precio muy alto.

Aparte de los guardias, los corredores y las escaleras estaban desiertos. Un poco antes, cuando Nagaira se preparaba para la fiesta, habían hervido de actividad; el noble no se había dado cuenta de cuántos esclavos poseía su hermana, hasta que los había puesto a trabajar como hormigas. En ese momento, por comparación, el silencio y la quietud de la torre resultaban inquietantes.

El descenso duró varios minutos y acabó, al fin, en la planta baja de la torre. La gran estancia circular estaba vacía, salvo por un grupo de elfos armados que hacían guardia ante la entrada principal. Las altas puertas dobles eran el acceso por el que entraban y salían la mayoría de los visitantes, desde esclavos y comerciantes a invitados de la ciudad. Entonces, las puertas estaban cerradas y aseguradas con frías barras de hierro, que encajaban en pesadas abrazaderas situadas a ambos lados del marco. El centro de la estancia lo dominaba la alta e imponente estatua de una doncella druchii y una mantícora echada, talladas en impresionante mármol negro. La expresión de la cara de la doncella parecía amenazadora e insinuante a un tiempo, aunque no había nadie para admirarla.

Malus le lanzó a Nagaira una mirada de soslayo.

—Hermosa concurrencia. No puedo decir que esperara otra cosa para una fiesta ofrecida en mi honor.

Nagaira le dedicó una ancha sonrisa y sus ojos destellaron con expresión traviesa.

—Muchacho estúpido, ¿cuándo aprenderás que en mi propiedad nada es lo que parece?

Dicho esto, avanzó rápidamente hasta la enorme estatua... y desapareció en el interior.

Tz'arkan se removió.

—Una ilusión aceptable —observó el demonio—. Parece que tu dulce hermana tiene una gran cantidad de talentos..., de brujería y de otros tipos. Me pregunto dónde los habrá aprendido.

—Tal vez tenga un demonio dentro que la atormenta —gruñó Malus con un susurro, y luego se preparó para seguir a Nagaira.

No sintió más que un leve roce al atravesar la estatua ilusoria; tuvo que cerrar los ojos en el último instante porque no logró convencerse de que no estaba a punto de darse de bruces contra un enorme bloque de mármol tallado.

Una mano pequeña se apoyó en su pecho y lo detuvo en seco. Cuando abrió los ojos, se encontró con que estaba en lo alto de una estrecha escalera curva que desaparecía en el suelo. Un círculo de símbolos mágicos rodeaba el descansillo, y el aire tenía un relumbre polvoriento. Con el rabillo del ojo, Malus casi logró distinguir la silueta de la estatua vista desde el interior, pero la ilusión se desvanecía en cuanto intentó mirarla directamente.

—Bien —dijo el noble—, ¿qué otra cosa no me has contado, querida hermana?

—Ven a descubrirlo —replicó ella, y lo tomó del brazo.

Descendieron hacia la oscuridad; las botas de Malus resonaban en el estrecho espacio. Por la escalera ascendía un perfume de especias que le hacía cosquillas en la nariz. Justo cuando estaba a punto de preguntar dónde acababa la escalera, giraron en otro recodo cerrado y el noble pudo contemplar desde lo alto una gran sala subterránea iluminada con luz bruja verde pálido.

Los aguardaban los invitados, todos ocultos tras máscaras de piel. Los druchii se encontraban dispuestos en círculos concéntricos en torno a la escalera de caracol —seis en el primer círculo, doce en el siguiente, dieciocho en el tercero—, todos de cara a él y con los brazos alzados en un gesto de súplica. En el momento en que Malus apareció, gritaron, y la estancia reverberó con una salmodia exultante entonada en un idioma que no entendía.

Detrás de los círculos de enmascarados yacía un mar de carne que se contorsionaba.

Decenas y más decenas de esclavos llenaban el resto de la estancia, tendidos en el suelo en un delirio causado por drogas, y subiéndose unos encima de otros a causa de un deseo irresistible. En torno a la sala había braseros que inundaban el aire con incienso y hierbas psicodélicas. El corazón de Malus se aceleró al ver un banquete tan tentador expuesto ante él. Le hormigueaba la piel con cada inspiración y, por una vez, incluso el demonio pareció experimentar el mismo ardiente deseo.

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