Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (42 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Bravo, bravo —murmuró Drayson para sí mismo mientras asentía con la cabeza—. Lo estás haciendo muy bien.

—Lamento las bajas producidas —siguió diciendo Nil Spaar—, pero no puedo asumir ninguna responsabilidad por esas muertes. Estuvimos solicitando el permiso para despegar de Coruscant durante más de tres días. Tres miembros de su Senado presenciaron dichos intentos, y pueden atestiguar que la única respuesta que recibimos fue el silencio.

»Advertimos a la torre de control de Puerto del Este y a la presidenta de que si no nos dejaban otra elección, entonces despegaríamos sin haber obtenido el permiso previo. Su única respuesta consistió en rodear nuestra nave con más soldados y sustituir a las dotaciones de superficie por agentes del Servicio de Inteligencia.

«¡Ah! —pensó Drayson—. Muy interesante... Veamos, ¿piensas que se creerán cualquier acusación lanzada contra el Servicio o realmente dispones de una carta oculta, de un poquito de verdad que te ayudará a conseguir que se traguen todo ese montón de mentiras?»

Drayson permitió que sus dedos se entrelazaran y empezó a mecerse lentamente en su sillón mientras esperaba oír la respuesta a su pregunta.

—Oh, por todas las llamas estelares... —jadeó Engh—. ¿Es posible que haya algo de verdad en todo esto? ¿Es posible que realmente se haya producido alguna clase de malentendido, y que no oyéramos cómo pedían permiso para despegar?

—Cállese —dijo Leia.

En el Senado apenas quedaban asientos libres. Aquellos que no habían sido ocupados por sus titulares habían sido requisados por los intrusos llenos de curiosidad. Docenas de ayudantes y secretarios se alineaban a lo largo de los pasillos y junto a la pared del fondo, y se apelotonaban en las zonas abiertas situadas junto a las puertas. La imagen de seis metros de altura de Nil Spaar que llenaba las pantallas atraía su atención de una manera mucho más poderosa de lo que estaban acostumbrados a ver ninguno de los ocupantes del estrado o el pozo.

—Acabó resultando obvio que el gobierno de Leia Organa pretendía retenernos aquí en contra de nuestra voluntad —dijo Nil Spaar—. Comprendí que no podíamos esperar ni un segundo más. Corríamos el riesgo de perder no sólo el derecho a la libertad de navegación que se nos había prometido, sino también la capacidad de ejercitarlo. El
Aramadia
es un navío consular, y no cuenta con el equipo necesario para repeler una agresión armada.

»Estoy seguro de que aquellos de ustedes que creen conocer a la princesa Leia Organa tal vez dudarán de que sea capaz de ordenar que unos soldados ataquen a unos diplomáticos. Después de haber pasado tantas horas con ella, yo creía conocerla, y a mí también me costaría mucho creerlo..., si no fuese porque existen otras pruebas de su mala fe.

La imagen de la pantalla parpadeó, y el rostro de Nil Spaar fue sustituido por planos de trozos de metal quemado y retorcido esparcidos sobre las planchas color bronce de una cubierta.

—Están viendo los restos de una nave espía de la Nueva República que violó la hegemonía territorial de la Liga de Duskhan hace cuatro días. La nave se autodestruyó cuando su presencia fue detectada por una patrulla de la zona, pero conseguimos recuperar una parte lo bastante grande de ella para poder identificar su propósito y origen.

En ese momento, quienes estaban oyendo a Nil Spaar en el Senado, en los despachos esparcidos por toda la Ciudad Imperial y en todos los mundos de la Nueva República, vieron cómo manos yevethanas daban la vuelta a un fragmento de gran tamaño para revelar una porción reconocible del sello de la Nueva República: el blasón azul, el anillo de estrellas, y el círculo dorado.

Drayson se inclinó hacia adelante, mantuvo los ojos clavados en la pantalla durante unos instantes y después se incorporó, moviéndose muy despacio.

—Oh, maldita sea... Eso no es ningún navío de espionaje. Eso es un lenguado, o lo había sido. —Dejó caer un dedo sobre su ordenador de comunicaciones—. Verificación.

—Verificado: Drayson, Hiram.

—Llama a Kiles L'toth y codifica la transmisión.

—Llamando a Kiles L'toth. A la espera. Verificando. Conexión establecida.

—Kiles, aquí Drayson. Esa nave que el embajador yevethano está exhibiendo por todas las redes de noticias es una de las tuyas, ¿verdad?

—Nosotros... Eh... Sí, creemos que sí —respondió el director asociado con voz un poco temblorosa—. Podría ser el
Astrolabio
. Ya hace cuatro horas que debería habernos enviado la información que hubiera recogido en Doornik-1142.

—Cuatro horas... El virrey ha dicho que esto ocurrió hace cuatro días. ¿Cómo es posible que no supieras que habíais perdido a uno de vuestros pájaros?

—Ya sabes que mientras están dentro de un sistema apenas nos comunicamos con ellos. Oye, lo que está diciendo Nil Spaar..., bueno, es mentira. El
Astrolabio
no estaba llevando a cabo ninguna misión de espionaje. Era un mero trabajo cartográfico de rutina y...

—No te he hecho ninguna pregunta al respecto —dijo Drayson—, pero otros sí las harán. Será mejor que vayas preparando tus respuestas.

El rostro de la princesa Leia palideció cuando las tres bolsas rojas para cadáveres aparecieron en la pantalla durante unos momentos.

—Lamento informar que no hubo supervivientes —estaba diciendo Nil Spaar—. Pudimos recuperar estos tres cuerpos, y estamos dispuestos a llegar a un acuerdo que permita adoptar las medidas necesarias para que sean entregados a la Nueva República.

El rostro del virrey volvió a aparecer en el monitor.

—Pero no podemos negociar ni éste ni ningún otro asunto con la princesa Leia Organa Solo, presidenta de la Nueva República, y en el futuro no mantendremos ninguna clase de negociación con ella. Sus acciones han revelado que todo cuanto nos ha dicho era mentira. Leia Organa Solo afirma negociar guiándose por la buena fe mientras que envía espías a nuestros mundos. Afirma respetar nuestra independencia, y sin embargo envía una flota de la Nueva República a nuestro territorio. Afirma querer un tratado entre iguales, y sin embargo pretende debilitar nuestra posición mediante el espionaje y las amenazas.

»La creo capaz de hacer cualquier cosa, si piensa que con ello conseguirá reforzar su poder. Me he llevado una terrible decepción, porque he descubierto que la princesa Leia no siente ningún respeto por los ideales a los que aspira la Nueva República.

»En este mismo instante, yo, mi séquito y mi tripulación nos hallamos prisioneros dentro del escudo planetario de Coruscant. Estamos siendo vigilados por un crucero de combate de la flota de Coruscant. Lo único que deseamos es volver a nuestro mundo natal..., pero la princesa Leia se interpone en nuestro camino, negándonos esas libertades de las que tanto habla y que tan falsamente afirma defender.

»Pido a los miembros del Senado y a cada uno de los mundos representados en él que utilicen cualquier influencia de la que puedan disponer para persuadir a la princesa de que abandone el curso de acción, tan agresivo como temerariamente innecesario, que ha adoptado. Abran el escudo. Permítannos volver a casa.

El rostro de Nil Spaar desapareció de las pantallas, y el Senado estalló en una erupción de voces enfurecidas y ásperos gritos.

—Apáguenlo —dijo Leia, y se dejó caer en un asiento—. ¡Apáguenlo! —repitió secamente al ver que Engh y Ackbar no se apresuraban a hacer lo que les había pedido.

Engh acabó obedeciendo, y el monitor volvió a recuperar el color y la débil luminosidad de la pared sobre la que estaba instalado. El silencio más absoluto reinó en la sala durante unos momentos.

Ackbar se volvió hacia el ventanal, no queriendo ver la expresión de dolor y confusión que ensombrecía el rostro de su amiga.

—Esto es una catástrofe —se limitó a decir.

—Es como si Nil Spaar no hubiera entendido absolutamente nada de cuanto he llegado a decirle —dijo Leia con incredulidad—. ¿Cómo ha podido ocurrir? Hemos hecho que sus peores temores se convirtieran en una horrible realidad. ¿Cómo es posible que todo haya acabado saliendo tan mal?

—Leia... Debemos hacer algo... —dijo Engh, dirigiéndole una mirada suplicante.

Leia asintió, y el gesto pareció costarle un gran esfuerzo.

—Póngase en contacto con el general Baintorf, y haga que abra el escudo. Dígale al
Brillante
que se aleje de allí lo más deprisa posible. Que se vayan, si eso es lo que desean... Pregúntele a Benny si querrá nombrar a un representante del Senado para que se ocupe de negociar la devolución de los cadáveres.

—Sí, princesa. De inmediato —dijo Engh, y pareció alegrarse enormemente de poder salir de allí.

—Impecable, realmente impecable... —dijo Hiram Drayson.

El almirante estaba inmóvil delante del monitor con los brazos cruzados encima del pecho y contemplaba cómo el senador Peramis y el senador Hodidiji presentaban Solicitudes de Abandono de la Nueva República en nombre de sus respectivos mundos. Tres pequeños planetas más, todos ellos representados en el Senado por sus gobernantes hereditarios, imitaron su ejemplo antes de que Behn-kihl-nahm consiguiera suspender la sesión.

Las redes de noticias concluyeron su transmisión en directo para iniciar los análisis de lo ocurrido, y Drayson pulsó una tecla del monitor para volver a ver la grabación del discurso de Nil Spaar.

—Impecable, realmente impecable —volvió a decir cuando hubo acabado de verlo por segunda vez, confirmando su primera opinión. Había algo más que una sombra de admiración en su voz—. Pero falta una pieza, virrey —añadió, acariciándose la cara con una robusta mano mientras sus penetrantes ojos negros adoptaban una expresión pensativa—. ¿Qué has sacado tú de todo esto? ¿En qué te beneficia el debilitar la posición de Leia y crear toda esa agitación en el Senado? Hay algo que no hemos visto...

Drayson se volvió hacia su escritorio e hizo girar su ordenador hasta dejarlo frente a él.

—Verificación.

—Verificado: Drayson, Hiram.

—Llama a Etahn Ábaht. Codifica la llamada y utiliza el canal de máxima seguridad.

—Llamando a Etahn Ábaht. Cumpliendo instrucciones. A la espera. Verificando...

—Almirante Ackbar...

El corpulento calamariano dio la espalda al ventanal y vio que la princesa estaba inmóvil junto a la puerta.

—¿Qué hacía una nuestras naves tan cerca de Koornacht? ¿Sabía usted algo sobre esto?

—No tengo ninguna respuesta que dar a esas preguntas —dijo Ackbar, sintiéndose visiblemente incómodo.

—Pues entonces intente encontrar algunas —dijo Leia, y giró sobre sus talones.

—¿Adónde va?

Leia le lanzó una rápida mirada por encima del hombro.

—A casa, a pensar en mi dimisión.

—Leia...

—No intente discutir conmigo —le interrumpió Leia—. Ahora no. Tal vez mañana.

El Centro de Operaciones de Combate del transporte de personal
Intrépido
estaba desierto, con la salvedad de dos generales que llevaban sobre sus hombros una carga muy desagradable. El general Etahn Ábaht cargaba con el peso de saber lo que había hecho, mientras que el general Han Solo cargaba con el peso de saber qué iba a ocurrir.

Ábaht llevaba más de dos horas en contacto con Coruscant, intentando hablar directamente con la princesa Leia. Hasta el momento todos sus intentos, en los que había utilizado hasta la última ruta directa e indirecta que tenía a su disposición, habían fracasado.

Se había puesto en contacto con Operaciones de la Flota, el centro de mensajes administrativos, un Primer Administrador que no paró de pedirle disculpas, un almirante Ackbar desusadamente taciturno, el androide de comunicaciones y protocolo de la presidenta, y las cajas de mensajes de media docena de despachos y los altos cargos que los ocupaban. Pero Leia parecía haberse esfumado de la estructura de mando y comunicaciones de la Ciudad Imperial, y ninguna de las personas con las que había hablado Ábaht parecía sentir muchos deseos de dar con ella.

Finalmente Ackbar había accedido a llevar un mensaje de Ábaht a la residencia presidencial y a pedir a Leia que se pusiera en contacto con él a bordo del
Intrépido
. Ése fue el momento en el que empezó la espera, que pronto se convirtió en un ejercicio agotadoramente tedioso de contemplación del cronómetro y silencios incómodos. El espacioso Centro de Operaciones de Combate, que podía acoger sin ningún problema a docenas de oficiales y suboficiales cuando estaba ocupado por su dotación, parecía tan claustrofóbico como una celda en el bloque de arresto del
Intrépido
.

Cuando la luz indicadora del hipercomunicador se encendió por fin y el altavoz graznó una alerta de Línea Roja, los dos hombres se sobresaltaron.

Cuando la holopantalla se iluminó para mostrar la imagen de Leia, tomada desde los hombros para arriba, Han quedó atónito y consternado al ver lo pálido que estaba su rostro y lo oscuros y carentes de vida que parecían sus ojos.

—General Ábaht —dijo Leia con una leve inclinación de cabeza.

Su voz sonaba más ronca de lo habitual, y carraspeó para aclararse la garganta después de haber hablado.

—Princesa Leia —dijo Ábaht—. Le agradezco que haya accedido a mi solicitud de que habláramos.

—El almirante Ackbar me ha dado a entender que dispone de cierta información que comunicarme.

—Sí, princesa. —Ábaht se irguió en su asiento—. Soy el responsable de que las sondas astrográficas fueran enviadas a Farlax. Antes de que la Quinta Flota zarpara, solicité una puesta al día inmediata de los datos cartográficos de ese sector, el Cúmulo de Koornacht incluido. Era plenamente consciente de que con ello violaba sus órdenes. No puedo ofrecerle ninguna excusa, y acepto toda la responsabilidad de mis actos.

El rostro de Leia apenas mostró un destello de reacción.

—Gracias, general. Queda relevado del mando con efectividad inmediata. La próxima persona que se siente en este sillón decidirá qué más hay que hacer. —Sus ojos buscaron a Han—. General Solo...

—Sí, Leia —dijo Han, dando un paso hacia adelante.

—Le pongo al mando en sustitución del general Ábaht. Sus órdenes consisten en hacer que la Quinta Flota regrese a Coruscant lo más pronto posible.

—Eh... Leia...

El dolor que sentía Leia logró abrirse paso durante una fracción de segundo a través de su máscara de impasibilidad.

—Vuelve a casa, Han..., por favor.

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