Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (39 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—¿Qué es lo que...? ¿Hay algo escrito ahí? ¿Se supone que he de verlo, o he de oírlo?

—Sí —dijo Akanah, contestando a todas sus preguntas con una sola respuesta.

—No me estás ayudando mucho, ¿sabes? —murmuró Luke, entrecerrando los ojos.

—Olvídate de la Fuerza —dijo Akanah—. Esto es algo en lo que la Fuerza no puede ayudarte, Luke. Has estudiado y te has ejercitado hasta que aprendiste a ver las sombras. Ahora debes permitirte ver la luz.

Luke respiró hondo e intentó concentrarse en la pared, tratando de abrir su consciencia a todos los aspectos de su existencia como objeto material que viajaba a través del tiempo, y se esforzó por captar todas las cualidades inmanentes perceptibles en cualquier plano: color y textura, masa y temperatura, el débil tirón de la gravedad, el suave destello de la radiación, cómo su solidez desviaba las corrientes de aire, cómo su opacidad impedía el paso de la luz, su contribución al sabor y el olor del aire, y cien sutiles medidas más que definían su realidad.

—Deja que te ayude —dijo Akanah, cogiéndole la mano—. ¿Percibes la pared?

—Sí...

—Tienes que ir más allá de esa mera percepción de la pared. Deja de percibir la sustancia. Haz que desaparezca de tus pensamientos, y mira dentro de ella. Mantente abierto... Deja que guíe tus ojos.

Y entonces lo vio, no escrito sobre la pared sino dentro de ella, y Luke por fin pudo distinguir el tenue resplandor de los símbolos blancos dibujados no con materia, sino con alguna esencia elemental que hervía y giraba dentro de ella.

—¿Es eso? —preguntó, como si, además de guiar sus ojos, Akanah también pudiera ver a través de ellos.

Akanah sonrió y le apretó la mano un poquito más fuerte.

—El camino al hogar siempre está indicado. Es la promesa que se nos hizo.

—¿Puedes leerlo? ¿Qué dice?

—Sé adónde tenemos que ir —replicó Akanah, y le soltó la mano—. ¿Puedes verlo ahora, sin mi ayuda?

Los símbolos se habían estado volviendo más luminosos, pero se desvanecieron de repente en cuanto el contacto quedó roto.

—No... Ha desaparecido por completo. Puedo recordar las formas, pero ahora ya no puedo verlas.

—No importa —dijo Akanah, asintiendo—. Si puedes ver la escritura de la Corriente mientras alguien te guía, entonces puedo enseñarte a verla por ti solo. Así es como aprenden los niños.

—¿Hay más..., en las otras viviendas, o fuera, en los otros edificios?

—No, sólo aquí. Es un mensaje que dejaron para mí.

—El ataque... se produjo después de que hubieras estado dentro de la casa —dijo Luke, comprendiendo de repente lo que había ocurrido—. Sabían que había algo aquí. Ésa es la razón por la que el Imperio todavía tenía algunos agentes aquí.

Estaban esperando la llegada de alguien que pudiera leer el mensaje para salir de sus escondites.

—Pero ¿crees que el Imperio correría el riesgo de enviar una nave a un mundo que se encuentra tan cerca del centro de la Nueva República?

—Eso depende de hasta qué punto alguien siga queriendo utilizar el poder de los fallanassis —dijo Luke—. No creo que debamos quedarnos aquí para averiguarlo.

Akanah frunció el ceño.

—No.

—Y no podemos permitir que nos sigan.

—No —convino ella—. ¿Puedes ocultarnos?

—Puedo disfrazar nuestra apariencia. Pero tenemos que hacer algo más que eso —dijo Luke—. Tienes que borrar el mensaje.

Incluso sin mirarla, Luke percibió su resistencia y lo poco que le gustaba la idea.

—Es la única manera de estar seguros de que esta trampa ha quedado desactivada —siguió diciendo—. ¿Puedes borrarlo? ¿Puede hacerse?

—La escritura de la Corriente abre una diminuta brecha entre lo real y lo irreal —acabó diciendo Akanah mientras asentía lentamente—. Destruirla siempre resulta más fácil que crearla. —Titubeó durante unos momentos, y después suspiró—. Espérame fuera.

Akanah no le hizo esperar durante mucho rato.

—Ya está —dijo, cogiéndole del brazo mientras se reunía con él—. Pero, y sólo para estar segura de que nadie puede rehacer lo que he borrado, te ruego que destruyas la casa.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

—Sí —dijo Akanah—. Nunca volveré aquí. Destrúyelo todo.

Luke hizo lo que le pedía sin moverse de donde estaban. Un empujón en el centro de una pared y un tirón aplicado sobre una esquina hasta hacerla girar abrieron una telaraña de grietas. Las grietas se fueron volviendo más y más anchas, y finalmente los muros se derrumbaron y el techo cayó sobre ellos, levantando una nube de polvo amarillo.

—Y ahora será mejor que nos demos prisa —dijo Luke.

—Hay una cosa más —dijo Akanah—. Tienes que entrar en la casa de tu madre.

Luke meneó la cabeza en una lenta negativa cargada de tristeza.

—No hay tiempo.

—Tómate todo el tiempo que necesites —replicó Akanah—. Yo me encargaré de ocultarnos a los dos, y así podrás mantenerte abierto mientras estés ahí dentro.

—Akanah...

—Unos cuantos minutos más no cambiarán nada —dijo—. Si los hombres a los que mataste tenían algún amigo cerca de aquí... Bueno, o estará a punto de llegar o todavía se encontrará muy lejos, ¿no? Pero esos minutos pueden significar mucho para ti. Ve.

Luke se sentó en el centro de lo que había sido el suelo de la morada semiderruida y susurró el nombre de su madre, como si estuviera preguntando a las piedras si se acordaban de ella.

—Nashira... —dijo.

Pero el sonido huyó hacia los rincones llenos de oscuridad y se desvaneció en ellos.

—¡Nashira! —gritó.

Pero los ecos escaparon por las grietas y fisuras de las paredes.

Luke apartó el polvo y los guijarros a un lado y colocó las palmas de las manos sobre el suelo, y después introdujo aquel aire polvoriento en sus fosas nasales, lo saboreó con su lengua y sondeó lentamente todo lo que le rodeaba, buscando cualquier cosa que pudiera haber pertenecido a la última persona que había convertido aquel espacio en su hogar.

—Madre... —dijo.

La realidad de aquel momento fue creciendo poco a poco dentro de él. Era un punto de contacto, después de tantos años sin haber tenido ninguno. Su madre había estado allí, en el mismo sitio en el que se hallaba Luke en aquel momento.

Que no pudiera encontrar ningún vestigio de su presencia atrapado en la tosca sustancia de la que se hallaba rodeado era algo que carecía de importancia, porque le bastaba con saber que su madre había estado allí.

El imaginar por fin se había vuelto posible allí donde antes sólo era posible fingir, y la imaginación cruzó de un gran salto el abismo de tiempo que los separaba.

Su madre había dormido y reído allí, se había retirado a aquel lugar en busca de un santuario, había llorado y tratado de encontrar la paz allí, quizá había amado y sufrido allí, y se había movido por aquel espacio siendo tan real como la vida y tan humana como el torrente de anhelo y nostalgia que Luke estaba sintiendo en aquellos momentos.

Luke no podía ver su rostro ni oír su voz pero, aun así, en ese momento su madre se había vuelto más real para él de lo que jamás lo había sido antes.

No era suficiente, desde luego, pero por lo menos era un comienzo.

La aldea ya había quedado envuelta en sombras cuando Luke salió de la morada de Nashira y se reunió con Akanah. El sol se había ocultado detrás de las colinas, y la brisa ya no soplaba con tanta fuerza como antes.

—¿Cuánto tiempo he estado ahí dentro?

—No importa —dijo Akanah—. ¿Estás preparado?

Luke asintió.

—Tenías razón —dijo—. Gracias, Akanah.

—Sabía que era importante que entraras ahí, pero ahora será mejor que nos demos prisa. Oscurecerá antes de que lleguemos al aeródromo.

Ninguno de los dos tuvo nada más que decir mientras volvían a la carreta y subían al pescante para el viaje de regreso. Luke inspeccionó minuciosamente el vehículo en busca de alguna señal indicadora de manipulaciones o de que habían ocultado algún sensor en él, y después usó sus poderes levitatorios para elevarlo y dejarlo flotando en el aire a un metro del suelo.

—Nada de baches en este viaje —dijo con una leve sonrisa—. De todas maneras, si estuviera en tu lugar yo procuraría buscar algo sólido a lo que agarrarme. ¿Cómo llaman a esas aves carroñeras que están revoloteando por ahí?

—Nackhawns.

—Pues entonces eso es lo que somos. Sí, somos un enorme y feísimo nackhawn...

Luke hizo que la carreta girase en un gran círculo sobre las colinas que rodeaban laltra y examinó los alrededores en busca de otros vehículos. No encontró ninguno, y se preguntó cómo se las habían arreglado los agentes imperiales para seguirles hasta allí.

Pero Luke expulsó aquellos pensamientos de su cabeza y, con un poderoso empujón mental, hizo que la carreta saliera disparada como una flecha hacia el suroeste y el aeródromo. Se alejaron en silencio, salvo por el sonido del aire que chocaba con los contornos de un vehículo que jamás había sido diseñado para volar.

Poco después de que se hubieran ido, los cuerpos de los dos agentes imperiales muertos se confundieron con las sombras que los habían ido envolviendo entre las ruinas de la aldea de laltra, y se esfumaron como si nunca hubieran existido.

13

El navío de exploración astrográfica de la Nueva República
Astrolabio
surgió del hiperespacio en las proximidades de una enana marrón situada en la periferia del Cúmulo de Koornacht.

Toda la ancha quilla del pequeño navío desprovisto de armamento estaba erizada de sensores. Cuatro plataformas de detección contenían todas las clases de equipo imaginables, desde grabadores de imagen estereofónica hasta sondas de neutrones, pasando por detectores de quarks y sistemas fotométricos de banda ancha. Muchos de los instrumentos estaban duplicados como precaución contra las averías. La combinación del casco aplanado y la configuración de los sensores había hecho que los navíos de exploración de la clase Astrogador se ganaran el mote de «lenguados», que a su vez había dado origen a un logotipo extraoficial muy popular entre sus tripulaciones.

—Su agencia de viajes, el Instituto de Exploración Astrográfica, les da la bienvenida a Doornik-1142 —le dijo el piloto a su equipo de inspección—. Procuren aprovechar al máximo todas las maravillosas ocasiones de diversión que ofrece esta joya todavía no descubierta del Sector de Fairfax, así que... ¡miren por los ventanales! Después de haberlo hecho, ¡podrán volver a mirar por los ventanales! Y hagan lo que hagan durante sus diecinueve horas de estancia aquí, ¡asegúrense de que dedican un poco de tiempo a mirar por los ventanales!

Era un chiste muy viejo conocido por todos, y sólo consiguió arrancar risitas rituales al equipo de exploración. Los navíos del IEA eran los eternos e incansables viajeros de las estrellas, unos turistas profesionales que siempre estaban embarcados en expediciones por los más soberbios panoramas de toda la galaxia. Capaces de alcanzar velocidades excepcionalmente altas en el espacio real, un lenguado rara vez necesitaba más de un día para completar su travesía cartográfica y de exploración por todo un sistema estelar.

La inmensa mayoría de los planetas eran sobrevolados a velocidad máxima.

La nave de exploración sólo reduciría la velocidad hasta un cuarto si los datos obtenidos durante la aproximación indicaban que había señales de vida. Sólo las más extraordinarias anomalías podían hacer que el piloto de un lenguado diera la vuelta y llevara a cabo una segunda pasada, y los descensos eran tan raros como para poder ser considerados prácticamente inexistentes.

El
Astrolabio
había recibido la orden de interrumpir sus trabajos de exploración en el Sector de Torranix para llenar un hueco en las cartas estelares. Ese hueco había sido originado por el obsesivo amor al secreto del Imperio, que trataba los datos astrográficos ordinarios referentes al territorio que controlaba como si fuesen datos militares de alto secreto.

El piloto, un veterano con dieciocho años de experiencia conocido por su tripulación como Gabby, había sobrevolado más de mil planetas a lo largo de su carrera..., pero sólo había puesto los pies en tres. Su inspectora de mundos, Tanea, había acumulado casi tres mil vuelos planetarios en su historial, pero sólo guardaba recuerdos de la superficie de media docena.

Rulffe, el inspector de segunda categoría, esperaba superar la marca de los quinientos planetas en aquel viaje, pero nunca había respirado la atmósfera de ningún mundo salvo el suyo.

Aquella misión había empezado como todas las otras. La primera hora fue la más ajetreada: mientras Tanea y Rulffe comprobaban los sensores, Gabby calibró el sistema de navegación automática para que eligiera la pasada cartográfica más corta por encima del cuarteto de gélidos planetas gaseosos del sistema. No tenían ninguna razón para pensar que su visita a Doornik-1142 fuera a ser otra cosa que mera rutina, y todos pensaban que sería corta y sin nada de particular, y que terminaría con un envío de datos comprimidos a Coruscant seguido por un salto al siguiente pozo gravitatorio.

Pero la visita terminaría más pronto de lo previsto, y de una manera bastante brusca.

Gabby y Tanea estaban jugando a un juego de palabras por el comunicador de la nave mientras el
Astrolabio
se aproximaba al segundo planeta.

—Hemostático —dijo Gabby.

—Oh, ésa es muy fácil. Estadístico.

—Eh... Experiencia.

Tanea se echó a reír.

—No es una propuesta válida, pero te la admito de todas maneras porque soy una santa. Encefalitis.

—Tejido.

Tanea frunció el ceño.

—No tendría que haber sido tan buena contigo. Me parece que ahora me has pillado...

Entonces, y sin ningún aviso previo, la nave empezó a temblar violentamente. Un rugido que parecía un viento animal, una especie de gruñido ahogado acompañado por un chisporroteo como el del fuego, llenó la cabina.

—¿Qué demonios ocurre? —exclamó Rulffe.

—¡Tenemos algún problema con los motores! —gritó Gabby mientras el rugido se convertía en un silbido ensordecedor.

Un instante después, el aire fue arrancado de sus pulmones bajo la forma de un chorro de vapor helado, y el silencio se adueñó de todo.

La temperatura cayó en picado, y las luces de la cabina se apagaron. El tablero de problemas, que se había convertido en una masa de cuadrados rojos y amarillos que se encendían y se apagaban, pasó a ser la única fuente de iluminación.

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