Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Y, debido a todo ese proceso, cuando los navíos de guerra yevethanos
Honor
,
Libertad
y
Devoción
llegaron allí, se encontraron con un planeta que podía presumir de una robusta población formada por casi trescientos mil seres inteligentes, setenta mil androides..., y seis interceptores TIE en condiciones de volar.
—¡Jefe de armamento! ¡Préstame atención! ¿Por qué no ha empezado todavía el ataque?
El jefe de armamento del Destructor Estelar
Devoción
se inclinó ante Jip Toorr antes de hablar.
—Primado, hay una inversión de ionización sobre las nubes de este planeta. La combinación de la inversión y las nubes está interfiriendo el funcionamiento de los ordenadores de puntería de todas nuestras naves. No confío en que la precisión de nuestros disparos satisfaga vuestras expectativas.
—El virrey también tiene ciertas expectativas, y ambos debemos asegurar que se conviertan en realidad —dijo Jip Toorr—. ¿Cómo propones que lo consigamos?
—Señor... Tenemos cazas de exploración esperando despegar de sus hangares para confirmar el éxito de nuestro ataque. Solicito que tres de ellos sean lanzados ahora mismo y que desciendan por debajo de las nubes para dirigir el fuego de nuestras baterías.
—¿Y eso proporcionará la precisión necesaria para asegurar el éxito de nuestra misión?
—Sin duda alguna, primado.
—Entonces ordeno que se proceda de esa manera. Jefe de tácticas, lanza tres cazas de exploración. El jefe de armamento se encargará de dirigirlos.
Si el último de los satélites de navegación de los que dependía el sistema de control de tráfico de Polneye no hubiera dejado de funcionar hacía ya casi un año, la llegada de la fuerza de ataque yevethana habría sido detectada en cuanto las naves salieron del hiperespacio.
Pero los componentes de superficie del sistema de control de tráfico seguían funcionando. Las alarmas empezaron a sonar en el mismo instante en que los cazas de exploración yevethanos atravesaron los límites de la zona de ionización, y enviaron a los técnicos a puestos de control y consolas que rara vez tenían que visitar. Muchos otros polneyios salieron corriendo de donde estuvieran para alzar la mirada hacia el cielo y averiguar qué clase de visitantes habían venido a verles.
Aquellos cuyos ojos eran lo suficientemente agudos vieron tres diminutas naves negras que trazaban círculos justo por debajo de las nubes. Una se encontraba sobre la ciudad llamada Nueve Sur, otra segunda encima de Once Norte, y la tercera sobre la ciudad fantasma de Catorce Norte, que aún estaba siendo utilizada como fuente de estructuras y equipo.
Un instante después un diluvio de fuego cayó del cielo. Haces turboláser de una potencia tremenda abrieron agujeros en las nubes y hendieron el aire, y las tres ciudades desaparecieron bajo acres nubes en forma de hongo que contenían enormes masas de polvo dorado y humo negro. El trueno siguió rugiendo sobre las llanuras de Polneye como un fúnebre redoblar de tambores aun después de que el ataque hubiera terminado.
Los que habían salido a lo que había sido una de las grandes pistas de descenso de Diez Sur para ver a los visitantes quedaron divididos entre los que aullaban y los que estaban paralizados por el estupor. Un hombre cayó de rodillas cerca de Fíat Mallar y empezó a vomitar. Al volver la cabeza para no presenciar aquel horrible espectáculo, Mallar se encontró con que una mujer estaba arañando desesperadamente su mono con tal fuerza que lo que quedaba de sus uñas sangraba profusamente. La visión galvanizó a Mallar, logrando sacarle de su parálisis, y empezó a abrirse paso por entre la confusión para dirigirse hacia el borde este de la pista.
Y entonces un grito se alzó hacia el cielo cuando alguien de la multitud vio que la diminuta nave que había estado trazando círculos sobre Nueve Sur se desplazaba hacia una nueva posición sobre Nueve Norte. La multitud se dispersó y echó a correr en cuestión de momentos, algunos en busca del precario pero aun así reconfortante cobijo de los edificios de la terminal, algunos hacia los espacios abiertos que se extendían más allá de la ciudad, alejándose de ella todo lo que pudieran permitirles sus piernas. Mallar se debatió hasta que hubo podido salir de la repentina estampida, y después giró sobre sus talones y también echó a correr.
Doce estudiantes de su clase de segundo de ingeniería habían sido recompensados con el privilegio de aprender a efectuar los trabajos de mantenimiento y pilotar el interceptor TIE atracado en el hangar y garaje de equipo del Instituto Técnico IOS. El hangar se encontraba hacia la mitad del círculo de la terminal en relación al lugar en el que Mallar había permanecido inmóvil con la multitud, y aunque corrió tan deprisa como pudo, no esperaba ser el primero de los doce en llegar allí.
Pero lo fue. Las puertas del hangar estaban abiertas de par en par, y varios miembros del equipo de aprendices se apresuraban a quitar de en medio a los androides y vehículos que obstruían la entrada, pero la cabina del interceptor aún no había sido ocupada.
Mallar no titubeó. Cogió un casco y un respirador de los armarios del equipo, subió por la escalerilla del lado derecho del interceptor y desconectó el seguro de apertura de la carlinga.
—¡Tú! —gritó, señalando al estudiante más cercano con un dedo—. ¡Necesito un androide suministrador de energía aquí, y lo necesito ahora mismo!
Cuando Mallar acabó de instalarse en la cabina y hubo iniciado la secuencia de activación de los sistemas, ya habían llegado otros dos aspirantes a pilotos. Moviéndose con una gélida y decidida eficiencia que no tenía nada que envidiar a la de la tripulación de una nave militar, los dos estudiantes ayudaron a colocar la masa de color gris metálico del androide suministrador de energía en la posición correcta junto al caza.
Mallar puso al máximo los capacitadores de los dos motores iónicos gemelos apenas la conexión de energía hubo entrado en la portilla de arranque con un suave chasquido, y después redujo la entrada de energía hasta el punto muerto. Completar el resto de comprobaciones de los sistemas no le habría servido de nada. No había tiempo para hacer reparaciones, y la perspectiva de estrellarse no era más temible que la de enfrentarse al siguiente ataque llegado desde más allá de las nubes.
—¡Todo listo! —gritó Mallar por el micrófono—. Desconectad el androide y despejad el hangar: voy a salir de aquí usando los motores.
En circunstancias normales el TIE se hubiese deslizado lentamente sobre sus patines de descenso, siendo remolcado por un androide de carga que lo habría sacado del hangar y lo habría llevado hasta la pista de descenso.
Pero eso habría consumido un tiempo precioso, y Mallar ya temía haber llegado demasiado tarde. En cuanto el último estudiante hubo salido corriendo por la puerta del hangar, Mallar empujó la palanca de control.
El interceptor salió disparado hacia adelante mientras la emisión de las toberas levantaba del suelo un diluvio de restos y objetos no asegurados y lo derramaba sobre los paneles solares endurecidos para el combate del caza. Adquiriendo velocidad rápidamente, la nave empezó a elevarse en el mismo instante en que cruzaba la puerta del hangar, y el borde superior del panel izquierdo rozó el marco de duracero con un chirrido que hizo estremecer a cuantos estaban lo bastante cerca para oírlo, Mallar incluido.
Después, con un bamboleo y una sacudida, la nave salió del hangar para emerger a la intensa y difusa luz de un mediodía de Polneye. Mallar dirigió las protuberancias gemelas del cañón montado en el ala hacia el cielo, y obligó al interceptor a iniciar una vertiginosa ascensión a plena potencia.
Las diminutas naves negras continuaban describiendo círculos en las alturas como si fueran aves de carroña. Mallar conectó su sistema de seguimiento de blancos y se alegró al ver que tres de los otros interceptores TIE con que contaba la colonia habían despegado. Seleccionó el blanco más cercano y fue hacia él, y después Mallar hizo algo que ningún instructor había autorizado jamás: abrió las cuatro entradas de energía del cañón láser Seinar.
El sistema de puntería usó un insistente pitido para informar a Mallar de que había identificado el blanco primario como un TIE/cr, un caza de reconocimiento. Pero, y eso sorprendió bastante a Mallar, no había ningún sistema de bloqueo interno que le impidiera disparar sobre lo que el interceptor consideraba era un blanco amigo. El ordenador de ataque centró sus miras en el blanco unos instantes después de que éste hubiera sido identificado.
Blanco al alcance, dijo la pantalla de la cabina mientras los indicadores pasaban del rojo al verde.
Mallar presionó los dos gatillos, y la nave se estremeció a su alrededor mientras el cañón cuádruple dejaba oír su voz.
Nadie quedó más sorprendido que el mismo Mallar cuando el blanco siguió inmóvil en sus miras durante un momento para estallar en una bola de llamas blancoamarillentas una fracción de segundo después. Ya fuese debido a la velocidad superior del interceptor, a la nada sofisticada maniobra de ascenso a plena potencia desde la superficie que había empleado Mallar, o a la pura y simple sorpresa, lo cierto era que el TIE/cr nunca había llegado a responder a la presencia de la nave que se le aproximaba.
Mientras dejaba atrás los restos que empezaban a caer hacia la superficie, Mallar oyó voces exultantes por el comunicador de combate del interceptor.
Pero no sintió ni alegría ni alivio. Estaba temblando y se hallaba cubierto de sudor pegajoso, y la inercia temeraria se había disipado y la horrible realidad estaba empezando a ser asimilada por fin.
El interceptor entró en las nubes, y un instante después Mallar quedó repentinamente cegado por la oleada de luz que atravesó sus visores. El interceptor fue bruscamente empujado hacia un lado como por una gran mano invisible, y se estremeció violentamente al chocar con la onda expansiva.
Durante un momento interminable Mallar estuvo seguro de que le habían dado y de que estaba a punto de morir.
Pero el momento se fue prolongando, y Mallar no murió. Los destellos residuales del fogonazo empezaron a desaparecer de sus ojos y su nave, que seguía ascendiendo, emergió intacta al vacío que se extendía entre las nubes y las estrellas.
El sistema de localización de blancos entró en acción un instante después y volvió a dirigirle sus insistentes pitidos, y Mallar entrecerró los ojos, primero para leer el mensaje de la pantalla y después para mirar por el visor. Lo que acabó viendo muy cerca de él le dejó tan aterrado que faltó muy poco para que perdiera el control de sí mismo. Flotando en una órbita de gran altura por encima de él había la nave más gigantesca que Mallar había visto en toda su vida, una inmensa silueta triangular erizada de portillas artilleras que estaba lanzando al espacio cazas por los hangares de sus dos flancos.
—Identifica el blanco.
Objetivo primario: destructor estelar de la clase victoria, le informó el ordenador.
Y Mallar seguía subiendo hacia él.
Objetivos secundarios:
—No quiero saberlo —dijo Mallar, sintiéndose cada vez más nervioso.
Hizo virar el interceptor y se alejó de la nave estelar siguiendo un vector angular de gran apertura a la máxima velocidad posible, buscando el cobijo de las nubes.
El jefe de armamento del
Devoción
estaba encogido sobre la pasarela del puente. El primado de la nave, cuyo golpe asestado con el dorso de la mano había derribado al jefe de armamento hacía unos instantes, se alzaba sobre él.
—¡Tu incompetencia ha sacrificado la vida de un piloto yevethano! —aulló el primado—. ¿Cómo compensarás a su familia por ese deshonor?
—¡Señor! No se me dijo que esta plaga era capaz de ofrecer resistencia...
—El caza de exploración obedecía tus instrucciones. No le diste permiso para iniciar la persecución o emprender una acción evasiva cuando el caza de las alimañas apareció. Ése es el crimen que has cometido.
—Nos estábamos preparando para abrir fuego...
—Quedas relevado de tu cargo, y te prometo que habrá un precio de sangre que pagar. Sal de aquí, y preséntate en el recinto de arresto. —El primado se volvió hacia el jefe de tácticas—. Lanza tus cazas. Quiero que los cielos de Polneye queden limpios de alimañas.
La batalla de Polneye no duró mucho tiempo. Uno de los tres interceptores que habían seguido a Mallar cuando despegó estaba pilotado por un estudiante de primer curso que nunca había volado. Que lograra despegar sin perder el control de la nave decía mucho en favor de la sencillez del diseño de la cabina imperial. Pero el objetivo del estudiante se confundió con las nubes mientras él todavía estaba pidiendo que le explicaran qué debía hacer para poder desactivar los seguros del cañón láser. Poco después, un escuadrón de cazas yevethanos siguió la señal de su comunicador y cayó sobre él desde las nubes. El vuelo del estudiante terminó con un veloz giro envuelto en llamas y una explosión en las llanuras al este de Doce Norte.
El interceptor lanzado desde Once Sur estaba pilotado por el instructor de ingeniería. Al igual que Mallar, el instructor ascendió a través de la capa de nubes hasta llegar al comienzo del espacio y se encontró con el crucero
Libertad
en órbita por encima de él. A diferencia de Mallar, el instructor no logró escapar después de su descubrimiento. Una batería turboláser anticazas del crucero siguió la trayectoria del interceptor y lo convirtió en un millar de fragmentos, que volvieron a la superficie bajo la forma de una lluvia de metal.
El interceptor de Nueve Norte estaba pilotado por un veterano piloto de combate, pero a duras penas si consiguió escapar de la destrucción de la ciudad, y uno de los motores del caza quedó dañado por el impacto de un trozo de metal. El motor falló del todo después de que el interceptor hubiera empezado a librar un encarnizado combate con tres cazas yevethanos, y el piloto y su nave desaparecieron en una cegadora bola de llamas.
El cuarto interceptor fue destruido en el suelo por el fuego de una escuadrilla de cazas TIE mientras una desesperada tripulación de voluntarios intentaba prepararlo para el despegue.
El quinto se perdió en los primeros momentos del ataque, cuando Once Norte se encontró sometida al salvaje cañoneo del
Libertad
.
El éxito obtenido por Plat Mallar contra el TIE/cr fue la única victoria de la jornada, y nadie era más consciente de lo poco que significaba que el mismo Mallar. Porque temía morir, Mallar huyó hacia el otro lado del planeta y se escondió en las nubes, ocultándose debajo del escudo de ionización que el Imperio había creado para Polneye. Porque no se atrevía a enfrentarse con esa voz interior que le acusaba de no haber muerto, Mallar permaneció escondido allí y fue trazando círculos en el cielo.