Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Te pido disculpas por lo que voy a decir, Akanah. No quiero parecer suspicaz, pero..., ¿cómo sabes todo esto? —preguntó Luke—. Dijiste que sólo eras una niña, y que estabas fuera del planeta por aquel entonces.
—No, Luke. Cuando el general Tagge llegó a Lucazec, yo todavía estaba ahí —dijo Akanah—. Mi madre (se llamaba Isela) fue una de las mujeres que se reunieron con Wialu en la ceremonia del círculo para decidir qué había que hacer después de su llegada. Y en nuestra comunidad los niños no estábamos protegidos de las preocupaciones de los adultos, a diferencia de lo que ocurre en muchos sitios. Isela me habló de la invitación del Imperio, y de lo que podía significar el rechazarla.
—Bueno, entonces supongo que no te he entendido bien —dijo Luke, intentando recordar dónde había oído el nombre de aquel general anteriormente—. ¿Cómo acabaste separada de tu pueblo? Supongo que los fallanassis prefirieron irse de Lucazec antes que aceptar o rechazar la invitación del Imperio, ¿no?
—No, eso ocurrió meses después —le explicó Akanah—. Wialu rechazó la oferta del general Tagge. Le dijo que los fallanassis eran leales a la Luz, y que no permitiríamos que se nos utilizara en beneficio de la ambición de los generales, reyes o emperadores.
—Tagge... Ahora me acuerdo —dijo Luke—. Se encontraba a bordo de la primera Estrella de la Muerte cuando los imperiales capturaron a Leia. —Después hizo una pausa antes de seguir hablando—. Probablemente seguía a bordo cuando mi torpedo protónico la hizo pedazos.
Luke no sabía qué extraño impulso había hecho que se atribuyera aquella hazaña delante de Akanah, y su reacción hizo que se sintiera todavía más avergonzado y comprendiera que acababa de hacer el ridículo. La joven se fue envarando mientras hablaba y Luke pudo sentir cómo se distanciaba de él, a pesar de que apenas hubo ningún movimiento físico por su parte.
—¿Pretendes que te honre por ello? —repuso Akanah—. Con el tiempo llegarás a comprender que los fallanassis no honran a los héroes por haber matado enemigos, ni siquiera en el caso de que ese enemigo fuera nuestro torturador.
—Lo siento —dijo Luke.
Un instante después de haber pronunciado esas palabras, Luke se preguntó si realmente hablaba en serio. Todo parecía haberse vuelto del revés en cuestión de segundos. Que la acción por la que había sido tan respetado y admirado quedara repentinamente oscurecida por la pena resultaba extraño e inquietante, sobre todo porque lo que provocaba esa pena era la destrucción de un enemigo que había torturado a su propia hermana. Aquel momento había decidido tanto el futuro de Luke como el de la galaxia, y durante todos los años transcurridos desde entonces, Luke nunca había dudado ni un solo instante de que hubiese obrado correctamente.
Akanah asintió, y la expresión de su rostro pareció suavizarse un poco.
—No volveré a hablar de ello.
Luke se alegró de que pudieran dejar atrás aquellas palabras tan irreflexivas que quizá nunca hubieran debido salir de sus labios, y el caos de pensamientos y sensaciones inquietantes que habían hecho surgir dentro de él.
—¿Y cómo reaccionó el Imperio ante la negativa de Wialu? —preguntó—. ¿Fue entonces cuando te marchaste de Lucazec?
—No, eso todavía tardó un poco en ocurrir —dijo Akanah—. Tagge intentó obligarnos a colaborar con él destruyendo nuestra relación con nuestros vecinos. Por aquel entonces Lucazec era un mundo abierto a la inmigración, y muy tolerante..., o eso pensábamos nosotros. Comprábamos en las aldeas de los alrededores, y contratábamos a trabajadores de aquellas aldeas. Tagge introdujo agentes en esas aldeas para que mataran a los animales, provocaran incendios y envenenaran las aguas, y para que hicieran que ocurriesen otras cosas extrañas.
—Y después hizo que culparan a los fallanassis de todo aquello —murmuró Luke.
—Sí. Los agentes del Imperio empezaron a esparcir rumores horribles sobre nosotros, hasta que llegó un momento en el que quienes habían sido nuestros amigos acabaron temiéndonos. Los trabajadores dejaron de acudir a nuestra aldea, y tres miembros de nuestro círculo fueron atacados cuando habían ido a Jisasu para obtener comida y para vender nuestras medicinas.
»Fue entonces cuando mi madre decidió enviarme lejos de allí..., no para protegerme, pues ella y los otros podían proteger a los niños sin ninguna dificultad. Pero no quería que estuviera expuesta al odio que nos rodeaba por aquel entonces. Fui una de los cinco niños que fueron enviados lejos, a escuelas de Teyr y Carratos o a casas de amigos en Paig.
—¿Cuántos de vosotros fuisteis a Carratos?
—Sólo yo —dijo Akanah. Sus labios se curvaron en una sonrisa melancólica, y el brillo de las lágrimas iluminó sus ojos—. Tenían que hacernos volver cuando Lucazec volviera a ser el mundo tranquilo y pacífico que había sido siempre, o venir a buscarnos cuando se dirigieran hacia un nuevo hogar.
—Pero nunca lo hicieron.
—No. Nunca volví a saber nada de ninguno de los integrantes del cuerpo. —Akanah meneó la cabeza—. No sé por qué.
—¿Y sigues sin saber qué ocurrió?
—Lo único que pude averiguar fue que se marcharon de Lucazec, y que nuestra aldea quedó abandonada y en ruinas. Ni siquiera pude encontrar a los otros niños de Teyr y Paig. Creo que el círculo fue a recogerlos. Me parece que fui la única que no volvió a reunirse con el cuerpo.
Akanah intentó hablar en un tono firme y despreocupado, pero no pudo evitar que el dolor de aquel viejo recuerdo fuera claramente visible en su rostro.
—O quizá eres la única a la que el Imperio no consiguió encontrar. ¿Has pensado en esa posibilidad?
—He intentado no pensar en eso —dijo Akanah, y su mirada fue más allá de Luke para posarse en el disco marrón claro de Lucazec—. Preferiría ser la única que quedó abandonada a ser la única que sobrevivió.
La región de Lucazec que Akanah llamaba la Meseta del Norte carecía de un verdadero espaciopuerto. Luke recibió instrucciones de dirigir la
Babosa del Fango
hacia un pequeño aeródromo identificado únicamente mediante su latitud y su longitud. Una vez allí, Luke y Akanah fueron recibidos por tres hombres que llevaban prendas de color marrón oscuro tan similares entre sí que muy bien podrían haber sido alguna clase de uniforme.
Los tres hombres se identificaron como el alguacil del aeródromo, el censor del distrito y el magistrado del puerto. El censor había traído consigo una pequeña grabadora, que usó para registrar tanto sus preguntas como las respuestas que le fueron dando.
—Punto de origen.
—Coruscant —dijo Luke.
—¿En qué planeta está registrada su nave?
—En Carrales —dijo Akanah.
—¿Afirma que ambos son ciudadanos de la Nueva República?
—Lo somos —dijo Luke.
—Motivo de su visita.
—Investigación —dijo Akanah—. Investigación arqueológica.
—No está permitido hacer ninguna excavación sin haber obtenido permiso previo del guardián de la historia —les advirtió el magistrado—. Todos los artefactos deben ser examinados por el Departamento del Guardián para poder determinar las tasas adecuadas. La evasión de las tasas que pesan sobre las antigüedades es un crimen estatal que puede ser castigado con...
Luke movió la mano en un gesto casi imperceptible, hendiendo el aire con las puntas de los dedos.
—Somos conscientes de que existen ciertas reglas, magistrado.
—¿Cómo? Sí, por supuesto —dijo el magistrado, y se calló.
Luke se volvió hacia el más bajo de los tres hombres.
—Alguacil, ¿puede hacer que guarden mi nave en un hangar? No quiero que ningún niño curioso tenga algún accidente y se haga daño.
—Me temo que no hay...
—Estoy dispuesto a pagar las tarifas razonables y acostumbradas, por supuesto.
—¿Cuánto tiempo cree que se quedarán en Lucazec?
—No puedo decírselo —respondió Luke—. ¿Supone eso algún problema?
—No, no. Creo que hace poco quedó disponible algún espacio en el Hangar Kaa, que es el más nuevo y mejor protegido de todos nuestros hangares. Haré que remolquen su nave hassta allí. Es una Aventurera Verpine, ¿verdad? He oído comentar que es una nave excelente. Creo que nunca habíamos visto una Aventurera Verpine por aquí antes...
—Gracias —dijo Luke, y sus ojos se clavaron en el censor—. ¿Hay algún asunto más del que debamos ocuparnos?
—Debo ver sus tarjetas de identidad, naturalmente —dijo el censor, abombando el pecho.
—Ya se las hemos enseñado —dijo Luke, mirándole todavía más fijamente que antes y aumentando su concentración.
—Claro —dijo el censor, y sus ojos se volvieron repentinamente opacos e inexpresivos—. Su destino era...
—Jisasu —dijo Akanah.
—Sí, por supuesto. Bien, entonces querrán alquilar una carreta. Vayan por el Sendero del Distrito Este: el puente del Camino del Paso de la Corona se derrumbó debido a las últimas lluvias, y el río no puede ser vadeado a causa de los restos acumulados en el cauce.
Luke asintió.
—Son ustedes muy amables —dijo, sonriendo con afabilidad—. Me aseguraré de mencionar la gran ayuda que nos han prestado en mi informe. —Después cogió las dos bolsas de viaje y se las echó al hombro—. Venid, dama Anna. Me gustaría llegar allí antes de que haya oscurecido.
—¡Dama Anna! —exclamó Akanah en cuanto estuvieron disfrutando de la soledad del camino y mientras se bamboleaban en uno de los toscos vehículos de transporte de dos asientos y grandes ruedas comunes en Lucazec—. Me gusta... ¿Y cómo he de llamarte? ¿Quieres ser el duque de Skye?
—Preferiría no dar ningún nombre —dijo Luke—. De hecho, lo que quiero es que ninguna de las personas con las que lleguemos a encontrarnos sea capaz de recordar con exactitud mi rostro, o mi nombre, como si estuvieran demasiado distraídos por tu presencia para prestarme atención.
—A mí también me gustaría eso —replicó Akanah, y sonrió.
En los alrededores del aeródromo había unas cuantas estructuras que podían haber sido casas, pero el Camino del Distrito Este se había convertido rápidamente en una carretera que avanzaba a través de una nada marrón y montañosa.
—¿Todavía no has visto nada que te resulte familiar? ¿Conoces esta parte del distrito?
—Todo me resulta familiar, en cierta manera. Conocía mejor el Camino del Paso de la Corona, ya que era la ruta más corta entre Jisasu y Colina Grande. Pero el aeródromo está tan edificado que apenas si lo he reconocido.
Luke le lanzó una mirada llena de sorpresa.
—¿Edificado?
—Oh, sí. Cuando me fui de aquí, el aeródromo no era más que una pequeña llanura que todo el mundo había acordado no cultivar o vallar, y unas cuantas señales en el suelo para guiar a los pilotos durante el descenso. No había ningún hangar, porque nunca había ningún vehículo aéreo estacionado allí.
—O quizá fuera al revés —dijo Luke—. Me alegro de que no necesitáramos una pista de atraque en esta parada, porque entonces habríamos tenido que bajar a quinientos kilómetros de aquí.
—Sí, en Las Torres. Es un viaje muy largo. Pero... Bueno, recuerdo que este viaje también se te hacía muy largo y... Mira, el río está allí, justo delante de nosotros. Se puede distinguir su curso gracias a los árboles. ¿Ves ese sitio en el que el terreno se vuelve más montañoso? Eso es la Cuenca del Hastings. Toda esa calina se debe a los fuegos que usan para cocinar: hay pequeños pueblos esparcidos por todo el Hastings, y encontrarás uno en cualquier sitio donde haya un suministro permanente de agua.
—¿Qué impresión te ha producido nuestro comité de bienvenida?
—La de que la bienvenida ha sido bastante fría —dijo Akanah—. Por aquel entonces nadie llevaba encima una tarjeta de identidad o pedía verla. La gente no te miraba con sospecha automáticamente.
—Esos hombres eran unos burócratas —le recordó Luke.
—Cuando vivía aquí, no había ningún funcionario cuyo trabajo consistiera en sospechar de los demás.
—Bueno, no hay que olvidar que el Imperio ocupó todo este territorio. Por muy dócil y afable que sea un animal, si lo golpeas con la frecuencia suficiente... Ooops, agárrate.
La carreta se inclinó bruscamente hacia adelante y se detuvo cuando la rueda delantera se introdujo en un surco bastante profundo. Tanto Luke como Akanah se vieron arrojados hacia adelante, y faltó poco para que fueran catapultados de sus asientos. Akanah se agarró al tablero lateral y al respaldo del asiento, mientras que Luke se aferraba a la palanca de control con una mano y apoyaba un pie en el pescante.
Los motores de velocidad constante que hacían girar las ruedas traseras emitieron un chirrido de protesta durante un instante que pareció interminable, y después la rueda delantera salió del surco y la carreta reanudó su avance con una violenta sacudida.
—Oh, hay algo más —dijo Akanah—. Ahora las carreteras tienen muchos menos baches.
—Bromeas.
—No. Solíamos tener que sujetarnos con las dos manos durante todo el trayecto hasta Jisasu. —El recuerdo la hizo sonreír—. Los niños lo convirtieron en un juego: te ponías de pie en el compartimiento de la carga, y te agarrabas al respaldo de los asientos, o no, y tratabas de evitar caerte al suelo o salir despedido del vehículo. A mí me ocurrieron las dos cosas. —Una roca pasó por debajo de la rueda izquierda en ese mismo instante y produjo una violenta sacudida que subió por las columnas vertebrales de Luke y Akanah—. Pero ya hace mucho tiempo de eso. Supongo que no hay ni que soñar en usar un poquito de levitación, ¿verdad?
—¿Es una oferta, o es una petición?
—Cualquiera de las dos cosas. Ambas.
Otra carreta apareció por encima de la cuesta que había delante de ellos, y se les fue aproximando.
—Creo que será mejor que mantengamos las ruedas en el suelo —dijo Luke—. Ya es un poco tarde para empezar a disfrazarnos de torbellino de polvo.
Akanah asintió, levantando las manos unidas y llevándoselas a la boca para saludar al anciano y nervudo granjero y a la mujer, bastante más joven y de aspecto adustamente respetable, que viajaban en la carreta que se estaba aproximando a la suya.
—Y sigo pensando que ocultarnos sería un error —dijo después—. Puede que todavía tengamos que hablar con los vecinos para reunir la información que necesitamos. —Akanah guardó silencio mientras la otra carreta pasaba muy cerca de ellos sin que ninguno de sus ocupantes respondiera a su saludo o les ofreciera más que una rápida e impasible mirada de soslayo—. Si es que alguien quiere hablar con nosotros, claro está...