Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Y entonces todo cuanto había ante él y todo cuanto había a su alrededor quedó transformado en un abrir y cerrar de ojos. Los cadáveres calcinados se desvanecieron. Las manchas negras desaparecieron de las piedras, los bloques hechos añicos se curaron de repente, las torres y los muros derrumbados quedaron restaurados, y las colinas repletas de cicatrices fueron milagrosamente pintadas y alisadas. La tragedia de las ruinas se transformó en una soberbia obra cuyo continuo progreso llenaba el valle en todas las direcciones y que, a su vez, estaba llena de la vitalidad de millares de h'kigs solemnemente diligentes.
Akanah lanzó una mirada desafiante a Wialu, y Wialu respondió a ella con otra mirada donde había tanto pena como un suave reproche.
—Por todas las estrellas —jadeó Luke—. ¿La colonia no fue destruida? ¿Habéis estado escondiendo todo esto de los yevethanos...?
—Sí —dijo Wialu—. Akanah debe de haber pensado que era importante que llegaras a saberlo.
Luke meneó la cabeza, no pudiendo creer en lo que estaba viendo.
—El resumen táctico de la Flota hablaba de una colonia religiosa... No tienen ni idea de lo que... ¡Fíjate en lo que han hecho! ¿Cuánto tiempo llevan aquí los h'kigs?
—Ni siquiera cincuenta años —dijo Wialu—. En el poco tiempo transcurrido desde que llegamos hemos visto cómo crecía de una manera casi increíble. Es un continuo prodigio.
Un cuarteto de h'kigs que tiraban de un trineo pesadamente cargado pasó por entre Wialu y Luke.
—¿Y hacen todo el trabajo de manera manual? —preguntó Luke—. ¿Sin cortadores de fusión, sin androides?
—Ése es el significado y el propósito que encierra. La construcción es una manera de rendir honores, y ese trabajo no puede ser confiado a una máquina —dijo Wialu—. El templo es una encarnación física de su visión del universo y de sus esencias místicas: lo inmanente, lo trascendente, lo eterno y lo consciente.
—¿Cuánto falta para que terminen?
—Tal vez nunca lo hagan —dijo Wialu—. Es la obra de una comunidad unida por un propósito que la define, y toda la vida de la comunidad está y estará dedicada a ella.
—¿Y por eso estáis aquí?
—Sí —dijo Wialu—, y por eso debes marcharte.
—Estáis protegiéndoles. Estáis protegiendo esto.
—Ha llegado a ser necesario —asintió Wialu.
—¿Y durante cuánto tiempo estás dispuesta a seguir haciéndolo?
—Hasta que deje de ser necesario. —Wialu dio un paso hacia él—. Por favor... Tu nave se ha posado en lo que será el Patio Interior de lo Trascendente. Está distrayendo a los h'kigs, y crea una disrupción en su obra. Debes irte.
—Espera un momento —dijo Luke—. El día del ataque. El bombardeo, los haces desintegradores lloviendo sobre el planeta... Todo eso no fue ninguna ilusión, ¿verdad?
—No.
—Pues entonces... ¿Qué ocurrió aquí?
—Ya te lo he explicado. Nos protegimos, y protegimos a estos seres y a los demás allí donde podíamos hacerlo. No diré nada más.
—Los protegisteis mediante ilusiones —dijo Luke—. Wialu, tú sabes que éste no es el único proyecto de construcción emprendido en este mundo. Hay una nave de colonos yevethanos estacionada en una órbita sincrónica al otro lado del planeta, y están construyendo toda una ciudad colonial en la superficie. Akanah lo sabía, así que estoy seguro de que tú también lo sabes. Los yevethanos piensan que ahora este mundo les pertenece.
—Se equivocan —dijo Wialu.
—No necesariamente —dijo Luke—. Los yevethanos reclaman la propiedad de todas las estrellas que hay en el cielo, y de todos los mundos que giran alrededor de esas estrellas. Lo que pudiste evitar que ocurriese aquí sucedió en una docena de planetas donde no había ningún Círculo de los fallanassis para crear un escudo y engañar a los yevethanos. Los cadáveres de esos mundos son reales.
—Sabemos qué ocurrió en esos mundos —dijo Wialu.
—Pues entonces permíteme que te pregunte qué sabes sobre lo que está a punto de ocurrir —dijo Luke—. Mi hermana se opone a lo que los yevethanos han hecho aquí. Su decisión de adueñarse de este planeta y de todos los demás va a ser rechazada..., y con un gran vigor. Dos flotas enemigas están agrupando sus efectivos sobre vuestras cabezas: cientos de naves, decenas de millares de soldados... Si esta guerra llega, será larga, brutal y sangrienta..., y también llegará hasta aquí.
Luke vio que sus palabras habían dado de lleno en el centro de los temores de Wialu.
—Lo he visto aproximarse.
—¿Me ayudarás a tratar de detener la guerra?
—No podemos permitir que se nos utilice de esa manera. Debemos lealtad a la Luz, y seguimos el camino de la Corriente. Nada ha cambiado.
—Si nada ha cambiado, entonces seguís estando tan divididos como cuando vivíais en Lucazec —dijo Luke, y sus ojos fueron más allá de Wialu y buscaron otros rostros fallanassis entre los h'kigs—. Entre vosotros tiene que haber por lo menos un miembro del Círculo que crea que debéis hacer lo que podéis hacer, de la misma manera en que habéis protegido a estas criaturas.
—No es nuestra guerra —replicó Wialu—. Es vuestra guerra, y la de los yevethanos.
—Y la que se libró aquí tampoco era vuestra guerra —dijo Luke—. Pero intervinisteis y salvasteis estas vidas, y este tesoro. —Señaló a Akanah—. Me desafió, ¿sabes? Me pidió que prescindiera de mi arma y tratase de encontrar otras formas de servir a mi conciencia. Lo que me pidió no me resulta nada fácil, pero he comprendido que merece la pena intentarlo. Ahora yo os desafío a que renunciéis a vuestro aislamiento, y os pido que seáis el agua que extingue la llama.
En ese momento otra mujer, esbelta y de grandes ojos, apareció junto a Wialu, decidiendo renunciar a la invisibilidad que la había estado ocultando hasta entonces para tomar parte en el coloquio.
—¿Puede hacerse? —preguntó.
—Por supuesto que puede hacerse —dijo otra voz que llegó desde otra dirección.
Luke se volvió para ver a dos fallanassis más, inmóviles junto al muro del templo.
—Los yevethanos son vulnerables a nuestros poderes —dijo el más bajo de los dos—. Si deseáramos que los invasores lanzaran su nave sobre la ciudad que están construyendo, cualquiera de nosotros podría obligarles a hacerlo en cualquier momento.
Una joven duu'ranhiana apareció prácticamente junto al codo de Luke, sobresaltándole durante un segundo.
—Pero ¿puede hacerse sin recurrir a semejante tipo de violencia? —preguntó—. El objetivo es evitar una guerra, no unirse a ella o decidir cuál va a ser el bando vencedor. No podemos elegir entre un bando y otro.
—Debéis hacerlo —dijo Luke—. No basta con evitar que haya combates, porque el conflicto que se oculta detrás de ellos debe resolverse de una manera u otra. Tenéis que elegir frustrar la voluntad de un bando o de otro..., de los yevethanos o de la Nueva República.
—La diferencia existente entre ellos es inmaterial —dijo una nueva voz detrás de Luke. Cuando giró sobre sus talones, Luke vio a una ukanisiana de cuerpo opulento y redondeado que sostenía en brazos a un niño—. Construir una flota de guerra supone aceptar la moralidad de la violencia y los métodos coercitivos. Los dos bandos son igualmente culpables.
—Cuando llega la guerra, el precio es pagado por un igual tanto por los culpables como por los inocentes —dijo Luke.
—Y nosotros estamos pagando el precio en vez de los h'kigs —dijo Akanah—. Mientras los yevethanos permanezcan aquí nunca podremos marcharnos.
—No a menos que estéis dispuestos a ver cómo estas personas y este lugar son destruidos —dijo Luke—, y los yevethanos nunca se marcharán por voluntad propia. Creen que son los legítimos herederos de todos los mundos que han conquistado..., J't'p'tan incluido.
Luke describió un lento círculo y vio que más de veinte fallanassis se habían revelado a sí mismos.
—Tenéis que decidir si vais a confirmar su creencia o si vais a rechazarla —dijo—. Debéis elegir.
—¿Y qué elegiríamos si tomáramos la decisión de involucrarnos? —preguntó Wialu—. Si los yevethanos están tan decididos a seguir adelante con sus conquistas como dices, ¿cómo se va a poder frustrar su voluntad sin recurrir a la fuerza?
Luke se volvió rápidamente hacia ella.
—No estoy seguro de que pueda hacerse —dijo—. Lo que os estoy preguntando es si estáis dispuestos a intentarlo. ¿Estáis dispuestos a utilizar vuestros dones en un esfuerzo para evitar la guerra..., y hablo de una guerra que llegará con toda seguridad si no hacéis nada? Ya queda muy poco tiempo. En cuanto las dos flotas empiecen a combatir, cualquier posibilidad que pudiera existir desaparecerá. El fuego se hará demasiado grande, y no habrá agua suficiente para apagarlo.
—¿Una posibilidad de intentar qué? —preguntó Norika—. ¿Qué podemos hacer?
—Podéis engañarlos, tal como habéis hecho aquí..., pero a una escala más grande. —Luke dio un paso hacia Wialu, extendiendo las manos abiertas ante él—. No sé cuáles son los límites de vuestro poder para proyectar ilusiones. Pero si los fallanassis son capaces de crear la ilusión de una vasta flota de la Nueva República, si pueden crear una proyección que posea el mismo intenso grado de realidad que vi cuando llegamos aquí...
Wialu levantó una ceja en un enarcamiento de interrogación.
—Crees que si los yevethanos tienen que enfrentarse a un enemigo abrumadoramente superior en número tal vez decidan renunciar a sus conquistas.
—He de pensar que sus vidas significan algo para ellos..., y esperar que signifiquen más que su deseo de reclamar J't'p'tan —dijo Luke—. Tanto si se rinden como si se limitan a retirarse, lo importante es que eso salvará muchas vidas en ambos bandos.
—¿Y qué haría la Nueva República? —preguntó Norika—. ¿Aceptaría su rendición, o se limitaría a usarla como una oportunidad para exterminar a los yevethanos?
—Leia nunca permitiría algo semejante —dijo Luke—. Estoy dispuesto a jugarme mi honor en ello.
—Antes quizá deberíamos averiguar si podemos expulsar de aquí a una nave yevethana mediante esos trucos —dijo otra mujer.
Luke giró sobre sus talones, buscando el rostro al que pertenecía aquella voz.
—No... No, eso sería un error. No sin que haya por lo menos un auténtico navío de combate cerca para respaldar el engaño —dijo—. Hemos de proporcionarles todas las razones posibles para que crean..., y sólo una ocasión de decidirse, porque todo dependerá de la decisión que tomen.
—Entonces será necesario que el comandante de la flota forme parte de ese plan —dijo Wialu.
Luke se volvió hacia ella e inclinó la cabeza en un asentimiento lleno de esperanza.
—Sí.
—¿Sabes dónde está, o cómo podemos encontrarle?
—Puedo localizar a la flota —dijo Luke—. Puedo llevaros hasta el general Ábaht.
—Entonces iré contigo —dijo Wialu—, y averiguaremos hasta qué punto es grande ese incendio del que hablas. —Se volvió hacia Akanah y clavó una mirada inescrutable en su rostro—. Tú también vendrás.
El perímetro de la residencia de Mon Mothma no se hallaba marcado por muros o centinelas. La antigua líder de la Nueva República seguía estando bajo la protección del ministerio de Seguridad, pero la presencia de éste en la propiedad se limitaba a una parrilla sensora atendida por dos equipos de respuesta rápida que tenían su base fuera del recinto. Una patrulla especial de tráfico se encargaba de que el espacio aéreo de los alrededores de la residencia estuviera limpio de posibles amenazas.
Aunque Leia no había sido invitada ni se había solicitado su visita, ninguna de aquellas precauciones estorbó en lo más mínimo su llegada. Posó su saltador orbital sobre la más pequeña de las dos pistas de descenso situadas en la esquina noreste de la propiedad, y después echó a andar por el largo camino que serpenteaba a través de los jardines exteriores y el foso de árboles hasta llegar a la casa.
Los jardines estaban salpicados por vívidas manchas de púrpura, azul cobalto y naranja pálido. Los íntibus, las commelinas y los anagallis se hallaban en plena floración, y los brotes de centaurea estaban por todas partes, prometiendo ofrecer toda una erupción de rosa dentro de uno o dos días. El aire del foso de árboles era deliciosamente fresco, y estaba agradablemente impregnado de sombras y enriquecido por complejos aromas.
Leia sintió que la profunda paz de un viejo bosque iba envolviendo todo su ser.
El círculo formado por el foso contenía la casa y los jardines interiores, y tanto una como otros eran más modestos de lo que podría haberse imaginado un visitante después de haber visto lo que los rodeaba. La casa, más bien baja y de forma cuadrada, sólo tenía tres habitaciones, todas con paredes y techos transparentes, y los jardines interiores sólo eran pequeñas parcelas de arbustos y flores esparcidas entre los senderos y las extensiones de césped.
Mon Mothma estaba dentro de la casa, sentada en lo que ella llamaba su salón con los pies apoyados en un escabel y un cuaderno de datos encima de su regazo. Alzó la mirada cuando Leia fue hacia la puerta, y la invitó a entrar con un gesto de la mano.
—Leia... —dijo con una sonrisa—. Llevabas meses sin visitarme. Entra.
Leia quedó bastante sorprendida ante la apariencia de Mon Mothma. Sus cortos cabellos se habían vuelto asombrosamente plateados, y las finas arrugas que había alrededor de sus ojos eran claramente visibles desde el otro extremo de la sala.
—Mon Mothma —consiguió decir—. Espero que perdonarás mi intromisión...
—Siempre eres bienvenida, y tu presencia difícilmente puede ser considerada una intromisión —dijo Mon Mothma—. Pero veo que me miras como si no me reconocieras —añadió con afable dulzura.
—Yo...
—Lo que ves ya no desaparecerá jamás, pero no es la marca de la traición de Purgan. —Mon Mothma se refería al intento de envenenarla llevado a cabo por el embajador caridano que había estado a punto de ser coronado por el éxito..., y que había precipitado su abandono de la presidencia—. Me he ganado cada cana y cada arruga, Leia. De la misma manera en que tú estás empezando a ganarte las tuyas, desde luego... Aun así, es cierto: me niego a pintarme la cara y fingir juventud y falta de experiencia. ¿Crees que eso supone una muestra de vanidad por mi parte?
—Creo que sigues estando llena de sorpresas, Mon Mothma..., y que sigues aprovechando cada oportunidad de dar pequeñas lecciones que se te presenta.
Una risita iluminó los ojos de Mon Mothma.