Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (26 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
12.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No lo hicimos —admitió Graff—. Su secretaría no estaba incluida en la lista de entrevistas.

—Pues entonces echemos un vistazo fuera de mi secretaría y empecemos a pensar en las personas que sólo vienen a hacerme una visita. ¿El primer administrador, quizá? —preguntó Leia con voz desafiante—. ¿Qué me dice del almirante Ackbar?

—No.

Leia volvió la mirada hacia el asiento ocupado por Ackbar.

—¿Almirante?

Ackbar puso las manos sobre la mesa.

—Es cierto que me he tomado un interés especial en Plat Mallar. No he intentado mantenerlo en secreto, salvo cuando eso podía permitir que Mallar escapara a la mancha de mi favoritismo. También es cierto, almirante Graff, que en el pasado he intentado convencer en repetidas ocasiones a la presidenta de que hiciera pública la grabación de Mallar..., y sean cuales sean los medios a través de los que se ha conseguido, me alegra que eso haya acabado ocurriendo.

—Nadie puede dudar de... —empezó a decir Graff.

—Espere un momento. —El almirante torció el cuello hasta que pudo sostener la mirada de Leia—. Para responder a la pregunta que no ha formulado en voz alta, debo decirles que tengo una copia de la grabación guardada en un compartimento de seguridad de mi casa. Pero les doy mi palabra de que ni yo ni esa copia hemos sido la fuente de la filtración. No sé quién ha sido el responsable.

—Acepto sus garantías, almirante —dijo Leia, volviéndose hacia Graff—. Pero no acepto las suyas. Nadie debe quedar excluido de su investigación.

—Entendido, princesa —dijo Graff, que había aprendido la lección.

Para el general Carlist Rieekan, jefe de Inteligencia de la Nueva República, el problema consistía en evaluar los daños causados por Ourn y evitar que alguien pudiera repetir sus actos de espionaje en el futuro.

Para lo primero tenía que descubrir con toda exactitud qué información había proporcionado Ourn a los yevethanos. Para lo segundo tenía que explicar cómo Ourn había logrado escapar a la atención oficial hasta que decidió entregar la caja negra y, con ello, entregarse a sí mismo.

—No es que eso tenga mucha importancia dadas las circunstancias, princesa, pero parece ser que nos ha entregado al espía equivocado —dijo Rieekan.

—¿Por qué dice eso?

—He mantenido fuera de la cama a setenta personas durante toda la noche para que investigaran este asunto, y no hay ninguna conexión plausible entre Belezaboth Ourn y la intercepción de la
Tampion
—dijo Rieekan—. Ourn es un don nadie que carece de relaciones importantes, y no es más que un diminuto parásito oportunista dentro del que sólo hay aire y mucha vanidad. No tuvo ni una sola ocasión de obtener y transmitir ningún dato que tuviera un nivel de secreto tan alto como los asignados a la misión del general Solo o el plan de vuelo de la
Tampion
.

—¿Está seguro de eso?

—Estoy casi totalmente seguro de ello. Ourn acabó desmoronándose ya muy avanzada la noche, y entonces empezó a decir la verdad tan deprisa como podía conseguir que la llegara a balbucear su lengua. Ni siquiera sabe que el general ha sido capturado.

—Entonces hay otro espía yevethano..., situado en un lugar más alto.

—Por lo menos uno —dijo Rieekan.

—Los visitantes que fueron a ver al virrey aquella tarde —dijo Graff—. Los senadores Marook, Peramis y Hodidiji...

—Todos están siendo sometidos a una investigación lo más profunda posible —dijo Rieekan.

—¿Qué hay de la caja negra? —preguntó Leia.

—Es un aparato muy interesante —dijo Rieekan—. No es del todo negra en el sentido de opacidad que atribuimos a ese término de ingeniería, pero se le aproxima bastante. La metimos en la sala fría y la abrimos en condiciones de vacío y oscuridad completa. Fue una suerte que se nos ocurriera hacerlo de esa manera, porque el suministro de energía está conectado a un fusible de oxidación que ha sido ajustado para entrar en fase crítica si la caja es abierta. La onda expansiva probablemente sería tan potente como la producida por una granada protónica. Tomamos hologramas y volvimos a cerrar la caja..., con mucho cuidado.

»Después la colocamos dentro de un sistema de transmisión falso conectado tal como nos explicó Ourn. La caja negra no puede saber que el sistema de transmisión es falso, pero lo cierto es que ahora sólo cuenta con una diezmillonésima parte de la salida de energía que necesitaría para llegar a abrir un canal de hipercomunicaciones; de hecho, sólo dispone de la energía necesaria para que podamos grabar la señal a fin de analizarla.

»Acababa de recibir un nuevo informe de última hora sobre este asunto antes de venir a la reunión —siguió diciendo Rieekan—. Al parecer la caja utiliza un algoritmo de compresión concentrada que todavía no hemos logrado descifrar del todo para ocultar la señal dentro del ruido. Muy eficiente, desde luego... —Alzó la mirada hacia Leia—. Y según mi jefe de ingenieros, también muy claramente imperial. Probablemente fue diseñada y construida aquí mismo, en Coruscant, durante los días de gloria de la Sección Diecinueve y los brujos de Warthan.

—¿Puede usar lo que ha averiguado sobre esta caja negra para localizar las otras? —preguntó Leia.

—Posiblemente —dijo Rieekan—, ya que a partir de este momento deberíamos poder captar cualquier nueva transmisión. Y ahora que sabemos qué hemos de buscar, tal vez tengamos un poco de suerte y descubramos algunas transmisiones antiguas escondidas dentro del tráfico archivado. Pero me gustaría sugerir otra forma en la que podemos utilizar lo que hemos averiguado.

—Le escucho.

—Disponemos de las herramientas necesarias para iniciar una pequeña campaña de desorientación —dijo Rieekan—. Tenemos una caja negra que funciona y un ex espía desesperadamente dispuesto a cambiar de bando que hará prácticamente cualquier cosa que le pidamos. ¿Qué me diría de permitir que Ourn siguiera hablando con los yevethanos?

Leia asintió con expresión pensativa.

—¿Tiene alguna idea sobre lo que podemos querer que diga?

—Yo tengo una idea —intervino Nanaod Engh, atrayendo la atención hacia su extremo de la mesa por primera vez desde el inicio de la reunión—. En realidad todavía no estamos seguros de si los yevethanos han capturado al general Solo o de si, y discúlpenme, si el general está vivo. Nil Spaar ha ignorado todos los mensajes que le hemos enviado. Salvo a través de sus acciones, ni siquiera ha intentado comunicarse con nosotros desde que se fue de Coruscant. Quizá Ourn podría conseguir que rompiera su silencio...

Cuando volvió al
Orgullo de Yevetha
, la primera preocupación de Nil Spaar fue inspeccionar sus nuevos reproductorios. Había tres, y cada uno estaba provisto de cuarenta y ocho alcobas. Antes de la reconversión habían sido bloques de detención, y todavía conservaban una gran parte de su carácter anterior; de hecho, la reconversión había requerido unos trabajos de renovación sorprendentemente reducidos.

Nil Spaar fue escogiendo celdas al azar y las inspeccionó hasta tener la seguridad de que cada una de ellas reunía las condiciones adecuadas para poder colgar y nutrir un receptáculo de nacimiento. Las paredes estaban limpias y austeramente desnudas, las cañerías podrían ser utilizadas como conductos de alimentación y la ventilación estaba totalmente aislada de los sistemas que proporcionaban aire limpio al resto de la nave. Incluso había desagües individuales en cada alcoba para los sacrificios y el rito de la emergencia.

Los nuevos reproductorios requerían una nueva cosecha de cuidadores, que ascendía a un total de dieciocho. Después de haber inspeccionado las nuevas instalaciones, Nil Spaar hizo que los cuidadores fueran convocados para que pudiera evaluar su capacidad. La mayoría eran cuidadores experimentados que habían conocido muchas nidadas coronadas por el éxito, pero sólo unos cuantos habían sido castrados.

—Mucho antes de que todas estas alcobas hayan sido llenadas de marañas en proceso de maduración empezaréis a sentir el poder de la magia reproductora —les advirtió el virrey—. El grito de los viejos imperativos de la carne y la alegría se convertirá primero en una distracción y luego en una compulsión. Debéis volveros inmunes a esa llamada, porque de lo contrario podríais traicionar vuestro solemne deber como custodios del futuro.

Nil Spaar no pensó ni por un solo instante en concederles la opción de abandonar su servicio. Servir al
darama
era un honor inigualable, y servir al
darama
a bordo del gran navío insignia era un honor que carecía de precedentes. La mera sospecha de que cualquiera de los cuidadores pudiera llegar a rechazar semejantes honores meramente para preservar sus escasas probabilidades de alcanzar la paternidad resultaba totalmente inconcebible. El presidente de la cofradía de cuidadores de reproductorios de Giat Nor se había encargado de emitir las recomendaciones y de hacer los arreglos necesarios para que las casas afectadas recibieran sustitutos, y ésa era toda la consideración necesaria.

Después de aquello, lo único que le quedaba por hacer era inspeccionar a las
marasis
que habían sido traídas a bordo para ayudar a Nil Spaar a llenar los nuevos reproductorios. Elegidas de entre los millares que se habían ofrecido a sí mismas, las veinte jóvenes hembras que esperaban en lo que anteriormente había sido el bloque de detención eran, sin ninguna excepción, atractivamente esbeltas y deliciosamente deseosas de complacer..., y como era lógico y comprensible, todas estaban muy nerviosas.

Nil Spaar encontró la combinación muy tonificante y, decidiendo permitirse un pequeño capricho, eligió a una de las
marasis
para aparearse con ella allí mismo. Cuando hubieron terminado, las
marasis
de las celdas contiguas se estaban retorciendo en incontrolables convulsiones de pura necesidad como respuesta a los olores y sonidos, y un Nil Spaar todavía más revigorizado tomó a cada una de ellas en sucesión. Cuando el tercer acto hubo llegado a su jadeante culminación, Nil Spaar llamó a la
naradati
, que se había alejado discretamente para así poder fingir que no había oído los gritos de pasión.

—Ésta —dijo, avanzando por el pasillo y señalando una celda dentro de la que aguardaba una marasi que aún no había conocido su contacto—, y también esta otra. Llevadlas a mis aposentos esta noche después de que se haya leído el
tolotan
.

—Sí,
darama
—dijo la
naradati
, inclinándose respetuosamente ante Nil Spaar.

—¿Cuándo traerán a bordo a las otras?

—Esperamos la llegada del próximo grupo dentro de veinte días —respondió la
naradati
.

—¿Os habéis ocupado de los nidos? ¿Están vacíos y preparados?

—Sí,
darama
, tanto aquí como en el bloque G.

—Pues entonces acelera la selección —dijo el virrey—. Quiero que el próximo grupo sea recibido lo más pronto posible.

—Sí,
darama
. Aunque... Vuestro jefe de cuidadores nos ha advertido de que los
maranas
deberían ser colgados a intervalos, y siempre teniendo en consideración el ritmo de los nacimientos y las exigencias de que se haga objeto al reproductorio. Un número excesivo de
maranas
que estén demasiado juntos...

—Eso no es problema tuyo —la interrumpió Nil Spaar—. Llena los nidos con tus mejores ejemplares, y mantenlos llenos.

—Sí, darama.

Sólo entonces estuvo dispuesto Nil Spaar a conceder nuevamente el acceso a su augusta presencia a Tal Fraan, quien había estado molestando a Eri Palle con incesantes preguntas sobre el programa de actividades del virrey y nerviosas súplicas de que se le otorgara una audiencia lo más pronto posible. Se reunieron en la sala de mando superior, un gran compartimento semicircular que se encontraba a una considerable altura en el muro delantero de la torre de mando. Los ventanales de doble panel de la sala de mando proporcionaban un espectacular panorama de los ocho kilómetros de longitud del casco en forma de punta de lanza del Destructor Estelar.

—Ver cuánto poder ha acabado acumulándose en las manos de los Benditos siempre te da nuevas fuerzas, ¿verdad? —dijo Nil Spaar mientras Tal Fraan era introducido en la sala—. ¿Acaso puede haber alguna duda de que somos los hijos del Todo, los herederos de la antigua gloria? —Dio la espalda a los ventanales y aceptó la rendición de Tal Fraan con un roce de sus dedos—. ¿Hasta dónde nos llevará esa gloria, mi joven discípulo? ¿Cuánto llegaremos a reclamar con nuestra ambición?

—No cabe duda de que somos los herederos,
darama
—dijo Tal Fraan—. Pero nuestras legítimas aspiraciones han sido discutidas incluso dentro de las fronteras del Todo. Se diría que la ambición por sí sola no puede medir nuestro destino.

—¿Dónde hay una nave que pueda igualar el poderío de ésta? ¿Dónde hay una sangre tan poderosa como la de los Puros? En ningún lugar del universo —dijo Nil Spaar—. A su debido tiempo y con el transcurrir de los años, todos se doblegarán ante nosotros.

—He venido a hablaros de alguien que todavía se resiste —dijo Tal Fraan—. He conseguido hacer nuevos descubrimientos sobre lo que se oculta en el corazón de las alimañas de piel pálida. No debemos enviarles la grabación del mirador, porque el contemplarla no los empujará hacia la rendición..., sino hacia la ira.

Nil Spaar flexionó sus robustas manos.

—¿Me engaña la memoria, o fuiste tú quien me aconsejó que enseñáramos nuestros rehenes a Leía?

—Estaba equivocado —dijo Tal Fraan sin tratar de disculparse—. Sólo el miedo nos proporcionará el resultado que deseamos: el miedo por lo que pueda ser de ellos mismos, el miedo por su propia seguridad... El miedo por lo que le pueda ocurrir a un rehén quizá detenga una mano, pero no hará cambiar de parecer al corazón. Y cuando un rehén sufre algún daño, entonces la furia sustituye al miedo.

—¿Y de dónde ha venido esta nueva revelación?

—De la alimaña —dijo Tal Fraan—. Hablé con Han Solo cuando viajábamos a bordo de la lanzadera. Deseaba medir su respuesta a la ejecución de su compañero, y quería averiguar si había servido para que temiera por su vida. Deseaba saber si la experiencia había incrementado su sensibilidad a nuestras preocupaciones o sus deseos de cooperar con nosotros y ayudarnos.

—Y te llevaste una desilusión.

—Quedé muy alarmado. Ahora estoy convencido de que si transmitimos la grabación de la ejecución, las alimañas nunca se marcharán —dijo Tal Fraan—. Mi alarma fue tan grande que ordené que el mensaje fuera retenido hasta que tuviera ocasión de hablar con vos.

Other books

If He's Sinful by Howell, Hannah
The Last Pilgrim by Gard Sveen
Gucci Gucci Coo by Sue Margolis
Remainder by Stacy H. Pan
Reconsidering Riley by Lisa Plumley
The H.G. Wells Reader by John Huntington