Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (59 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—¿No cree que por lo menos deberíamos advertir al general Calrissian de que vamos hacia allá?

—Nada de señales —dijo Luke—. Nada de sonidos y nada de toberas en acción. Nada que pueda perturbar el flujo de la corriente o que anuncie nuestra presencia.

Eckels volvió la cabeza hacia el Vagabundo.

—Sí, pero... ¿No cree que ese navío puede vernos con tanta facilidad como nosotros podemos verlo a él?

Luke movió la cabeza de un lado a otro en una lenta negativa.

—Se encuentra a bordo de un submarino, doctor, no de una nave espacial —dijo después—. Estamos a quinientos metros por debajo de la superficie, y nos limitamos a flotar a la deriva siguiendo el curso de la corriente. No sabrán que estamos allí hasta que aparezcamos junto a ellos.

El científico acogió las palabras tranquilizadoras de Luke con una expresión bastante dubitativa.

—Confío en que ya habrá hecho esto antes.

—No —dijo Luke—. Es la primera vez.

—Oh, cielos...

—Pero vi hacerlo no hace mucho tiempo.

Eckels tragó saliva.

—Bien, por lo menos confío en que habrá estado practicando desde entonces.

Luke sonrió sin abrir los ojos.

—Durante todo el trayecto hasta aquí. Relájese, doctor. Aprendí este truco de ciertas personas que siempre ganaban el primer premio en el campeonato de esconderse. —Luke hizo una breve pausa antes de seguir hablando—. Pero aun así, quizá prefiera dejar que me concentre sin más interrupciones.

Eckels frunció los labios, se dejó caer sobre el respaldo de su sillón y clavó la mirada en el Vagabundo, que ya ocupaba la mitad del cielo por delante de ellos.

—Lando.

Oír su nombre hizo que Lando se removiera y alargara lentamente la mano hacia su comunicador.

—¿Qué pasa, Lobot?

—Hay alguien aquí.

—¿Aquí? ¿Dónde es aquí? —preguntó Lando, emergiendo bruscamente de su estado de adormilada languidez.

—Fuera, cerca de la popa —Lobot hizo una pausa antes de seguir hablando—. Estamos perplejos. Hay un contacto, y sin embargo no conseguimos localizar su fuente.

—Están llamando a la puerta —dijo Lando con impaciencia—. Ábrela y así podremos ver qué entra por ella.

Hubo un largo silencio.

—Los visitantes están en el interespacio —dijo Lobot por fin.

—De acuerdo, de acuerdo. ¿Y quién o qué son?

—No los reconocemos.

—Voy a echar un vistazo —gruñó Lando. La fatiga y el hambre le habían sumido en un estado de perpetua irritación—. Vamos, Erredós... Conéctate de una vez. Erredós...

El androide permaneció inerte. Al igual que le había ocurrido a Cetrespeó tres días antes, sus reservas de energía se habían agotado por fin.

—Oh, claro, por supuesto... —masculló Lando—. Oímos un ruido en la oscuridad y siempre he de ser yo el que va a ver de qué se trata, ¿verdad? Si no volviera nunca, os estaría muy bien empleado.

—Ah de la nave —dijo una nueva voz desde el comunicador—. ¿Hay alguien en casa?

Lando parpadeó e intentó obligar a su mente a identificar lo que estaba oyendo.

—¿Luke? Luke, ¿eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?

—Si te parece que éste no es un buen momento para recibir visitas, puedo irme y...

—Vete sin mí y te perseguiré por toda la galaxia hasta encontrarte, y luego te iré matando célula a célula en cuanto te haya encontrado —le advirtió Lando, y no había ni la más mínima sombra de humor en su voz—. Quédate donde estás. Voy a salir.

—Ya estamos dentro —dijo Luke—. El casco del Vagabundo se abrió y nos engulló.

—Noooo....

—Cálmate, Lando —dijo Luke—. Todo va bien. Estamos en una especie de hangar, una zona de gravedad cero entre los cascos exterior e interior..., e incluso parece que disponemos de amarras. Me estoy poniendo el traje para ir a reunirme con vosotros. No os mováis de donde estáis ahora, y seguid hablando para que podamos localizaros más deprisa.

Lando cogió el litro de agua que le ofrecía el doctor Eckels y apuró el recipiente tan deprisa que su estómago se rebeló y amenazó con rechazar el líquido.

—¿Puedes creerlo, Luke? —preguntó después mientras arrojaba el recipiente vacío a un lado—. Toda esta monstruosidad no es nada más que un museo...

Lando se calló para intentar tragar la oleada de amargura que estaba subiendo velozmente por su garganta, y empezó a toser en cuanto el sabor llegó a su boca.

—No deberías hablar, Lando...

Lando rechazó su preocupación con un gesto de la mano.

—¡Un museo! Y cuándo... ¿Cuándo me has visto poner los pies en un museo? —Dejó escapar una áspera carcajada—. Y ni siquiera sabes lo más divertido..., porque lo más divertido es que ninguno de los tesoros es real. No son más que arcilla de modelar... No hay nada que tenga ningún valor.

—¿Sabe de qué está hablando, doctor Eckels?

—Posiblemente —dijo Eckels, hurgando dentro de la bolsa de suministros en busca de un paquete alimenticio Primera Comida.

Lando siguió hablando a toda velocidad, empleando un tono tan melancólico y quejumbroso que casi parecía como si fuera a echarse a llorar de un momento a otro.

—Sólo puedes mirar... No puedes llevarte nada. No hay recuerdos para los turistas. Qué pérdida de tiempo, Luke... Qué asquerosa y lamentable pérdida de tiempo. Como recoger florecitas en el campo. Hoy son preciosas y mañana están muertas...

Los ojos de Lando se posaron en el paquete de comida y enseguida se apresuró a cogerlo, dándoles la espalda como si lo estuviera protegiendo para evitar que se lo robaran.

—¿Dónde está Lobot, Lando?

La respuesta llegó después de que Lando diera una larga chupada a la paja del paquete de comida.

—Tiene nuevos amigos —dijo, y se encogió de hombros—. Ahora ya casi nunca me habla. —Lando se echó a reír—. Se ha vuelto loco. Ya lo veréis.

—Llévanos hasta él —dijo Luke con firmeza—. También tenemos que ocuparnos de Lobot.

Lando giró lentamente en el aire y señaló el interior con una distraída ondulación de la mano.

—Está ahí dentro —dijo—. Izquierda, izquierda, derecha, derecha, centro, derecha, centro. O algo por el estilo, creo. —El paquete de comida expiró con un último sonido de succión—. Enseguida daréis con él. Lobot es el que tiene piernas.

Luke y el doctor Eckels encontraron a Lobot hecho un ovillo dentro de un túbulo lateral, flotando en el aire con los ojos cerrados y las manos curvadas sobre la sien. Los cables transparentes de la conexión partida por la mitad unían su cabeza a la masa redondeada que ocupaba el otro extremo del túbulo.

—¿Tiene alguna idea de qué estamos viendo, doctor?

Eckels examinó el interior de un túbulo adyacente para poder verlo sin obstrucciones.

—Estas cosas tienen el mismo tamaño y la misma geometría que los restos qellas que sacamos del hielo —dijo, visiblemente impresionado.

—A mí no me parecen restos —dijo Luke, entrando en el túbulo dentro del que estaba flotando Lobot—. Lobot... Soy Luke. Despierta, amigo... Ha llegado el relevo.

—¿Está tratando de decirme que están vivos? —preguntó Eckels—. Había desechado esos informes por no considerarlos fiables.

—¿Por qué?

—Pues porque... Es impensable, es algo que carece de precedentes...

—Me parece que toda esta nave está muy viva, doctor —dijo Luke—. Aunque la vida que percibo es de una cualidad distinta a la que estoy acostumbrado a sentir, desde luego.

—¿En qué estriba la diferencia?

—Normalmente un poder tan grande viene acompañado por un grado de consciencia mucho mayor. Es casi como si..., como si estuviera durmiendo. Igual que Lobot, que también parece estar durmiendo. —Luke frunció el ceño, estiró el brazo y hundió las uñas en el codo de Lobot—. Eh... Háblame, Lobot.

—Pero estos cuerpos no tienen miembros —protestó Eckels—. Las criaturas de la superficie eran cuadrúpedas.

—No estoy intentando decirle qué son, doctor. Me limito a decirle que los informes de Lobot no eran meras fantasías: estas cosas están vivas, y esta nave está viva. En cuanto a la relación que hay entre estas cosas y la nave... Bueno, no tengo ni idea de cuál puede ser y esperaré hasta que usted me lo explique.

Lobot ya había empezado a removerse.

—Esperando —murmuró con un tono tan carente de inflexiones como si estuviera en trance.

—¿Qué estás esperando? —preguntó Luke—. ¿A qué pregunta responde eso?

Eckels estaba frunciendo el ceño detrás de él.

—Físicamente, la relación refleja una relación que existe dentro de los qellas, entre los cuerpos Eicroth y... —Un chispazo de sorpresa brilló repentinamente en sus ojos—. He de ver inmediatamente el resto de esta nave, Luke. Debo ver esas salas de exhibición de las que habló Lando.

—Háblame, Lobot —estaba diciendo Luke—. ¿Qué necesitas de mí?

—Esperamos —dijo Lobot, hablando como en sueños.

—¿«Esperamos»? ¿Quiénes están esperando? —preguntó Luke.

—Respuestas —dijo Lobot.

—Sí, necesito respuestas —dijo Luke—. ¿Qué estáis esperando? ¿Qué necesitáis?

Las palabras llegaron lentamente y una por una.

—Esperamos... el... deshielo.

Luke lanzó una mirada de interrogación a Eckels.

—Debo ver la nave —insistió el científico—. Me niego a emitir conjeturas sin fundamento cuando hay evidencias que examinar al alcance de la mano.

—De todas maneras, creo que debemos encontrar alguna forma de conseguir que Lobot rompa con sus nuevas amistades —dijo Luke, inclinando la cabeza para indicar que estaba de acuerdo con el científico—. Ya casi no consigo encontrar ninguna separación entre su mente y todo lo demás. ¿Sabe algo sobre las conexiones neurales o debería limitarme a tirar del cable del enchufe, doctor?

Eckels torció el gesto.

—Haga lo que crea más conveniente. Esperaré fuera.

Transcurrió casi una hora antes de que Lando o Lobot estuvieran lo suficientemente recuperados para poder desempeñar sus últimos deberes como anfitrión y guía. Para Eckels, fue una hora de impaciencia casi insoportable. Para Luke, esa espera le dio ocasión de reactivar a los androides e iniciar las reparaciones en el brazo dañado de Cetrespeó.

—Me alegro mucho de verle, amo Luke —dijo el androide—. No se creerá las historias que tengo que contarle. Para empezar, no sé por qué se me incluyó en esta misión... Vaya, pero si estuve a punto de ser vaporizado por el Vagabundo, y luego fuimos atacados por toda una flota de navíos de combate. El amo Calrissian me dejó abandonado para que fuese capturado por unos intrusos...

Luke sonrió.

—Yo también me alegro de verte, Cetrespeó, y te prometo que dejaré que me cuentes todas esas historias..., más tarde. Si necesitas hacerlo, incluso dejaré que me las cuentes dos veces.

—Es muy amable por su parte, señor.

Cuando los androides hubieron sido trasladados al esquife, Luke fue a explorar el Vagabundo con Lando mientras Lobot acompañaba a Eckels en un recorrido similar. Pero Lando no tardó en decidir que las familiares comodidades de una nave espacial, por muy humilde que fuera ésta, le atraían más que la compañía de Luke, y abandonó la gira turística con una breve disculpa.

Para aquel entonces Luke ya comprendía la geometría y la instrumentación del Vagabundo lo bastante bien para poder desplazarse sin necesidad de un guía. Las salas del «museo» y la galería del interespacio resultaban igualmente asombrosas, pero Luke se encontró atraído al interior, al laberinto de túbulos y las acumulaciones de lo que había empezado a llamar cuerpos Eckels. Esas estructuras eran el centro de la limitada consciencia del Vagabundo, y servían de foco al flujo de energías que recorría la nave. Cuatro horas se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos antes de que Luke pensara en reunirse con los demás. Después transcurrió otra hora y media antes de que lo hiciera.

Todos estaban allí: Lando dormía en la litera, Lobot estaba acostado sobre el suelo del compartimento de sistemas, Cetrespeó permanecía inmóvil bajo las tiras del arnés de seguridad en el asiento de la derecha, y Erredós disfrutaba de los deleites de la conexión simultánea a la salida de datos y el suministro de energía del tablero de conectividades.

Eckels estaba sentado en el asiento del piloto, encorvado sobre las pequeñas pantallas de datos de la nave con el ceño fruncido mientras tecleaba en el cuaderno de datos que tenía encima del regazo con la veloz fluidez de un hombre que está acostumbrado a no mirar las teclas.

—Creo que ahora ya tengo una respuesta para usted —dijo Eckels sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo—. ¿Despertamos a los demás?

—No —dijo Luke—. Ya han hecho su parte. Dejemos que descansen y comparemos nuestras anotaciones antes de despertarlos. Si descubrimos que tenemos alguna pregunta que hacerles, siempre podemos ocuparnos de eso más tarde.

—Mientras me mostraba la nave pude beneficiarme de las ideas de Lobot —dijo Eckels—. Ese ciborg posee un cerebro admirablemente disciplinado.

—La gente ha estado subestimando a Lobot desde que lo conozco —dijo Luke—. Bien, ¿qué ha descubierto?

Eckels se recostó en su asiento y señaló la pantalla de datos.

—Lobot tenía razón —dijo—. Las lunas son la clave.

—Las lunas que vieron en el planetario...

—Sí —dijo Eckels—. Con la ayuda del coronel Pakkpekatt, hemos analizado las grabaciones que Erredós obtuvo cuando la expedición llegó al auditorio y pudo contemplar el diorama. Las órbitas de las lunas que mostraba resultaron ser inestables.

—Ríñame si se me ha pasado por alto algo, doctor, pero Maltha Obex no tiene lunas.

Eckels asintió.

—Pero Qella sí las tenía. No había nada de particular en ellas, por supuesto..., nada que pudiera inspirar una gran mitología. Por lo menos hasta que una de esas lunas cayó del cielo...

—La edad de hielo es el resultado de un impacto lunar —dijo Luke, que había adoptado una expresión solemnemente pensativa.

—Sí, eso parece —dijo Eckels—. La luna más pequeña era una luna de captura que tenía una órbita irregular. Trabajando hacia atrás a partir de las grabaciones de Erredós, descubrimos que la gravedad de la luna más grande perturbó la trayectoria de la luna de captura hasta lanzarla a una órbita perecedera: en números redondos, transcurrieron unos cien años antes de la caída.

—Y los qellas vieron cómo caía. Sabían lo que les aguardaba en el futuro —dijo Luke—. Y utilizaron la advertencia, y el tiempo que les quedaba, para construir esta nave.

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