Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Eso es lo que me dijo Vor Duull —murmuró Nil Spaar—. Conociéndome bien, quedó un poco sorprendido ante las excesivas atribuciones que te habías tomado y vino a verme para solicitar mi confirmación.
La consternación ensombreció el rostro de Tal Fraan.
—¿No he sabido ser merecedor de la confianza que habéis depositado en mí,
darama
?
—Eso todavía está por ver, guardián.
Un chispazo de alivio cruzó por los ojos de Tal Fraan.
—¿Significa eso que el mensaje ha sido enviado?
—No —dijo Nil Spaar—. Pero todavía no estoy convencido de que no deba ser enviado. Cuando ha habido un problema de obediencia con los esclavos imperiales, la matanza pública de unos cuantos siempre ha bastado para garantizar el buen comportamiento de los demás.
—Han pasado tantos años que ya no les quedan ánimos para resistirse —dijo Tal Fraan—. Fueron adiestrados y educados para la obediencia. Estas otras criaturas, la reina de las alimañas, su consorte, incluso los pilotos a los que nos hemos enfrentado, parecen distintas. Muestran una estúpida tozudez y una peligrosa independencia.
—Me estás diciendo que te resultan impredecibles.
—No,
darama
. Sigo estando dispuesto a arriesgar mi sangre basándome en mi convicción de que los comprendo. Mostrarles los rehenes que tenemos en nuestro poder les dará nuevas fuerzas en vez de debilitarlos. La incertidumbre nos resulta más conveniente.
—Y sin embargo hay otro asunto del que debemos ocuparnos —dijo Nil Spaar—. Hace una hora Vor Duull me informó de una conversación que uno de los miembros de su cofradía había mantenido con Belezaboth Ourn.
—¿El espía paqwe? Ya hace muchas semanas que no nos ha dado nada que tenga algún valor.
—Quizá lo ha hecho ahora —replicó Nil Spaar—. La alimaña ha informado de que Leia no cree que tengamos a su consorte en nuestro poder, y dice que tampoco nos cree capaces de llevar a cabo semejante intercepción.
—¡Pero permitimos que hubiera testigos!
—Pues entonces sus testigos no fueron escuchados o creídos —dijo Nil Spaar—. Ourn afirma que Leia llora la pérdida de Han Solo, pero que continúa avanzando por el camino que había decidido seguir a pesar de que se enfrenta a un esfuerzo para despojarla de su poder. Seguramente esto confirma que tu primer consejo era correcto. Debemos mostrar nuestro rehén a la reina de las alimañas. Estoy seguro de que eso hará que cambie de parecer.
Tal Fraan, que había apoyado los dorsos de sus manos en las mejillas, caminó lentamente a lo largo del enorme ventanal y volvió sobre sus pasos antes de responder.
—No,
darama
—dijo por fin—. No puedo estar de acuerdo. No hay nada en lo que Ourn ha dicho que nos prometa que el conocimiento de la verdad detendrá sus agresiones. Han Solo me respondió con el desafío y la amenaza. Podemos tener la seguridad de que el fuego que arde dentro de Leia es tan intenso como el suyo. Vos mismo habéis observado la nada común intimidad del vínculo que existe entre ellos. Tanto Leia como Han lo han arriesgado todo el uno por el otro..., osadamente y sin hacer ninguna concesión. Eso figura en el material que me habéis entregado para que lo estudiara.
Nil Spaar dirigió la mirada hacia el gigantesco navío que se extendía por debajo y por delante de él, y se fijó en cómo la luz no filtrada del sol dorado de N'zoth hacía que sus líneas y aristas brillaran igual que el metal recién pulimentado.
—Bien, en ese caso... ¿Qué curso nos aconsejas seguir ahora para eliminar la infección de esas estrellas? —preguntó pasados unos instantes.
—No hemos conseguido hacer que nos temieran —respondió Tal Fraan—. Pero ya existen sombras en las cuales no entrarán, y la más grande de todas esas sombras es el miedo a que los horrores del pasado vuelvan a repetirse. La fortaleza de quienes desafían a Leia se alimenta de ese miedo. Podemos confirmar sus profecías. Podemos ayudarles a destruirla.
Con sus más de cincuenta estructuras interconectadas y sus veinte mil habitaciones y salas, la complejidad y las gigantescas dimensiones del Palacio Imperial habían inspirado muchas historias.
Se decía que hacia el final de los trabajos de construcción ocho obreros desaparecieron durante más de un mes cuando su comunicador de seguimiento dejó de funcionar. Los rumores insistían en asegurar la existencia de una cámara sin puertas, secciones de cien o más habitaciones que nunca habían sido ocupadas y un compartimento del tesoro oculto que contenía las riquezas del «general-pirata» Toleph-Sor.
Había por lo menos once despachos y nueve habitaciones más que tenían sus propias crónicas de crímenes reales, y a eso había que añadir la espantosa historia de Prona Zeffla, que murió sentada detrás de su escritorio y cuyo cadáver tardó más de un año en ser descubierto. Los funcionarios con más años de servicio todavía recordaban que los hijos de los secretarios de Palpatine, a los que se permitía vagabundear a su antojo por el Palacio Imperial, llegaban a pasar tres días enteros jugando al cazador y la presa en los ascensores y pasillos.
Aunque una gran parte del antiguo palacio había sufrido serios daños o había quedado destruido durante el ataque de la Fuerza de Tormenta del clon del Emperador, la parte que sobrevivió o había sido reconstruida seguía siendo lo suficientemente grande para permitir que te escondieras o te perdieras en ella. Ésa era una de las razones por las que el primer administrador había exigido que todos los que tuvieran un nivel de escalafón superior al tres llevaran encima un comunicador y lo mantuvieran conectado en todo momento. Casi todas las personas que se encontraban por encima del tercer nivel exigían a sus subordinados que también adoptaran esa precaución.
Pero el edicto de Engh no se aplicaba a Leia, cuyo comunicador normalmente pasaba tanto tiempo desconectado como conectado. Debido a eso, y nada más estallar la crisis yevethana, Alóle y Tarrick habían establecido una alianza secreta con los servicios de segundad para garantizar que alguien que llevara encima un comunicador activado estaría permanentemente en contacto con la presidenta siempre que ésta se encontrara en el palacio.
Por la tarde ese deber había recaído en Alóle, pero durante un momento en el que tenía mucho trabajo, Leia había abandonado su despacho por la segunda salida sin anunciar adonde iba. La secretaria no descubrió la ausencia de la presidenta hasta que la alerta roja del general Rieekan expulsó cualquier otro asunto de las pantallas en todo el complejo presidencial.
Su primera llamada fue para el Sabueso, quien hubiese debido estar montando guardia junto a la única entrada del nivel ejecutivo.
—¿Está ahí la presidenta? —preguntó Alóle.
—No, señora. No ha salido del piso.
Después Alóle llamó a Tarrick, quien a esas alturas ya se había enterado de la alerta.
—¿Has visto a la presidenta?
—No. ¿No está contigo? —preguntó Tarrick.
—Salió de su despacho en algún momento de la última media hora y no sé adonde ha ido.
—Preguntaré en los puntos calientes —dijo Tarrick, refiriéndose a su lista privada de los nueve despachos y siete secretarios ministeriales que Leia solía visitar con más frecuencia—. ¿Has mirado en la cueva?
—Ahora estoy yendo hacia allí.
Los pies de Alóle la llevaron a toda velocidad por el pasillo que conducía a los escasamente utilizados espacios privados de la torre contigua. Mon Mothma los había usado como extensión del complejo presidencial, y solía tomar el aire y hacer ejercicio en el pequeño pero muy soleado jardín, o celebrar reuniones privadas en el ambiente íntimo y acogedor de su salita particular. Leia rara vez iba allí; cuando las paredes de su despacho empezaban a asfixiarla, la princesa normalmente prefería perder de vista todo el nivel ejecutivo.
Pero allí fue donde la encontró Alóle. Leia estaba profundamente dormida en la cama triangular que ocupaba una esquina de la sala privada, y cuando Alóle vio la expresión de paz que había en su rostro tuvo un momento de vacilación. La fatiga de Leia había resultado obvia para todo el mundo aquella mañana, y ésta era la primera vez desde hacía muchos días en que Alóle veía su rostro totalmente libre de tensión y de las pequeñas arrugas de la preocupación.
Alóle acabó dejando escapar un suspiro y alargó la mano hacia el poste de metal dorado verdoso de la punta más cercana del triángulo. Lo sacudió suavemente, pronunció el nombre de Leia dos veces y después retrocedió un par de pasos.
—He encontrado a la princesa, Tarrick —murmuró con los labios pegados a su comunicador—. Nos pondremos en camino dentro de un par de minutos. Prepara la grabación para que pueda verla. Ah, y averigua si el general Rieekan quiere estar presente.
—Estoy en ello —dijo Tarrick—. El almirante Ackbar ya ha salido de su despacho de la Flota y viene hacia aquí.
El timbre claramente metálico de la voz de Tarrick oída a través de un comunicador pareció ser lo que finalmente acabó abriéndose paso a través de la fatiga de Leia y reclamó su atención. Leia se irguió en la cama con un grito ahogado, los puños apretados y la mirada extraviada.
—Todo va bien, princesa. Soy yo, Alóle... —dijo la secretaria, volviendo a esconder el comunicador en su bolsillo—. Tenemos que darnos prisa. Nil Spaar está hablando por el canal 81.
Cuatro de las seis personas que compartían la mesa de conferencias con Leia estaban viendo el anuncio del virrey por segunda vez. Sólo una de ellas se atrevió a tratar de preparar a Leia para lo que iba a ver.
—Si esto es una respuesta al mensaje de Ourn —dijo el almirante Graff—, el mensaje que nos transmite es que nos hemos estado preocupando por el motivo equivocado. Han Solo ya no es importante.
—Permítame oírlo —dijo Leia, alargando la mano hacia el controlador.
La grabación empezaba con algo que no habían visto antes: el emblema de la Liga de Duskhan, un doble círculo formado por tres estrellas sobre un fondo escarlata. El emblema llenó la pantalla durante unos segundos, y después Nil Spaar apareció en ella.
Pero esta vez tenía compañía. Inmóvil detrás de él había un humano que llevaba el uniforme negro de un Moff imperial.
Graff se inclinó hacia Leia.
—Detrás de ellos... Eso es el puente de un Destructor Estelar de la clase Súper.
Leia hizo callar al almirante con un gesto de la mano.
—Me dirijo a los fuertes y orgullosos líderes de los mundos vasallos de la Nueva República —empezó diciendo el virrey—. Os traigo un anuncio, y una advertencia.
«Mientras hablo, la enorme flota de combate que obedece las órdenes de la princesa Leia prosigue su temeraria invasión del Cúmulo de Koornacht..., un territorio que ha pertenecido al pueblo yevethano durante más de diez mil años.
»Hasta este momento hemos mostrado una gran prudencia a la hora de emplear la fuerza, y eso a pesar de que hemos sido atacados en nuestro propio hogar. Desoyendo los apremiantes consejos de mis comandantes militares, he mantenido en reserva nuestra poderosa nota salvo allí donde las vidas de los civiles corren peligro. He hecho cuanto he podido para reducir al mínimo el número de bajas en ambos bandos. He dado a la princesa Leia todas las oportunidades posibles para que alterase el curso que había decidido seguir y retirara a sus fuerzas.
»Me entristece tener que decir que en vez de retirarlas ha decidido reforzarlas. Durante las últimas semanas, la princesa Leia ha rechazado la sabiduría de sus consejeros y ha enviado en secreto centenares de navíos de guerra más para que amenacen a los mundos de la Liga de Duskhan.
»Eso me entristece, pero no me sorprende. Esta mujer saboteó una prometedora negociación entre mi pueblo y la Nueva República porque la paz no convenía a sus ambiciones. Se sentó ante mí y mintió sobre sus intenciones..., y mientras ella mentía sus agentes nos espiaban, buscando nuestros puntos débiles y planeando una guerra de conquista.
»Sé que ahora mismo los buenos ciudadanos de la Nueva República están intentando expulsar a esa mentirosa de vuestra capital. Pero la princesa Leia ha comprado a un alto precio muchos amigos en Coruscant, y hay otros que tienen razones para temerla. La lucha será terrible, aunque espero que el honor acabe prevaleciendo.
—Ahora viene lo mejor —le susurró Graff a Leia.
—Pero el pueblo yevethano no puede continuar esperando el desenlace de ese combate —siguió diciendo Nil Spaar—. No podemos seguir arriesgando nuestro futuro con la esperanza de que la princesa Leia acabe escuchando la voz de su conciencia y nos dejará en paz. Debemos protegernos. Al rechazar nuestra oferta de amistad y amenazar nuestra mismísima existencia, Leia nos ha obligado a buscar amigos que de lo contrario no habríamos llegado a tener.
Nil Spaar alzó una mano hacia el hombre que aguardaba inmóvil detrás de él.
—Hemos invitado al Imperio a que vuelva al Cúmulo de Koornacht como aliado...
—Eso... Eso es completamente increíble —balbuceó Leia—. Los yevethanos desprecian al Imperio.
—... y ahora os anuncio que la Liga de Duskhan y la Gran Unión Imperial han firmado un tratado de ayuda mutua. El Moff Tragg Brathis está al mando de la flota de guerra estacionada en nuestro sistema.
El hombre uniformado asintió. Nil Spaar hizo una pausa y el encuadre holográfico se deslizó hacia la derecha hasta que el panorama que ofrecían los ventanales del puente confirmó que la nave era de la clase Súper.
Durante unos segundos también pudieron ver un mínimo de media docena de Destructores Estelares que volaban en formación sobre la curvatura de un planeta de color amarillo polvo.
Después Nil Spaar los ocultó al dar un paso hacia adelante.
—Ahora ya han visto lo suficiente para poder entenderlo. Si la Nueva República no se retira de nuestras fronteras y si quien ocupe la presidencia de la Nueva República, sea quien sea, no acepta rápidamente nuestra legítima reclamación de estas estrellas..., entonces el poderío combinado de la Liga y la Unión está preparado para entrar en acción. Sus acciones determinarán el curso del futuro.
La imagen se disolvió para convertirse en un telón escarlata, y el emblema de la Liga de Duskhan volvió a aparecer sobre él durante unos segundos antes de que la pantalla se ennegreciera.
—¿No hay nada más? —preguntó Leía.
—Eso es todo.
Leia presionó un botón del controlador y lo arrojó sobre la mesa.
—¿Hay alguien entre los presentes que piense que lo que hemos visto es real?