Authors: John Varley
Alicia pasaba todo el día en sus clases de paramédico. Por las tardes se reunía con Sam y Dak e iba con ellos al almacén, donde Kelly y Dak, y a veces ambos, la ayudaban con los deberes. Dak nos dijo que era una de las primeras de la clase, cosa que provocó que ella resplandeciera literalmente de orgullo. Sin duda, había encontrado el trabajo de su vida.
Yo estaba encargado de las pruebas de materiales y equipos. Lo hacía en mis numerosísimos ratos libres, cinco minutos aquí, diez minutos allá. Hasta mamá, la tía María y Gracia contribuyeron a las pruebas, ayudándome a verificar que cada sello, cada perno, cada artefacto y cada accesorio de aquella enorme colección de materiales de construcción y piezas de ferretería estaba a la altura del cometido que se le había asignado.
En los años 50 habían llevado a cabo un experimento sobre la vida en un entorno cerrado, que había terminado prematuramente porque resultó que el suelo, una especie de linóleo, emitía unos gases muy tóxicos, que hicieron enfermar a todo el mundo. Nosotros contaríamos con filtros para eliminar tanto el dióxido de carbono como la mayoría de contaminantes que podían aparecer en el aire, así como detectores de monóxido de carbono y otros venenos. Pero era preferible eliminar todas estas amenazas potenciales antes de despegar.
Por suerte, la NASA había probado ya una inmensa cantidad de sustancias para verificar su idoneidad en naves y estaciones espaciales. Gracias a esto, el 99 por ciento de lo que utilizaríamos contaba ya con un certificado de seguridad. Una vez más, como ocurría con tantas otras cosas, si este trabajo no se hubiera llevado a cabo con antelación, nunca habríamos podido conseguirlo a tiempo.
Pero había algunos objetos, aquí y allá, que nunca habían sido probados y si era indispensable llevarlos en nuestro viaje, no quedaba más remedio que hacerlo en nuestra pequeña cámara sellada.
Esta era una de las pruebas que había que hacer. Pero invertimos bastante más tiempo y esfuerzo para asegurarnos de que podían soportar el frío, el calor y el vacío.
Por ejemplo, unas ruedas de automóvil.
—¿Ruedas? —preguntó Dak. Parecía pensar que estaba bromeando.
—Sí, neumáticos, hombre. Las típicas radiales, de caucho, con llantas de acero. Quiero ver cómo responden al frío y el vacío.
Sabía que Dak no me haría perder el tiempo y sabía que probablemente no respondiera demasiadas preguntas, así que al día siguiente pedimos una rueda Goodyear de primera calidad.
Nuestra cámara de pruebas de vacío contaba con un tanque de nitrógeno líquido a más de ciento cuarenta grados bajo cero y una bomba que movía el gélido fluido por una serie de tuberías del interior del tanque. Para poner a prueba las condiciones extremas teníamos poderosos radiadores.
Introdujimos la rueda en la cámara y la enfriamos más allá de los sesenta grados bajo cero. Vista desde el otro lado de la pequeña ventanilla de plexiglás parecía estar bien.
—Baja a menos ochenta o menos noventa.
La dejamos así durante doce horas, luego extrajimos todo el aire durante otras tantas y encendimos los radiadores hasta que la temperatura ascendió a casi sesenta grados sobre cero.
Cuando abrimos la cámara, Dak sacó la rueda con guantes acolchados... y el caucho se le quedó en las manos, en tiras. No dijo nada. Se limitó a llevar la rueda al contenedor de basura y tirarla.
Después de aquello, pasó dos días con cara de pocos amigos. Empecé a pensar que aquella expresión se le pegaría permanentemente al rostro. En un par de ocasiones casi me grita por auténticas tonterías, cosa que no era propia de él. Entonces, el tercer día, apareció con una gran sonrisa en el rostro.
—¿Pasa algo? —pregunté.
—Ya lo verás, dentro de unas pocas semanas —dijo, y no insistí más.
Al día siguiente trajeron al almacén dieciséis mantas eléctricas de color rosa. A la mañana siguiente habían desaparecido, Dak se las había llevado al taller.
Problema resuelto, pensé y dirigí mi atención a otras cosas.
Y al séptimo día descansamos... el tiempo suficiente para celebrar la reunión semanal, y para que Kelly nos dijera que llevábamos cinco días de retraso.
—La construcción de la estructura de soporte está resultando más complicada de lo esperado —dijo.
—Lo siento, Kelly —dijo Caleb—. Si hubiera estado aquí en el momento de la planificación, te habría dicho que íbamos a tardar más.
—¿Cuántos días más calculas que vas a necesitar?
—Una semana.
Kelly empezó a teclear en su pantalla portátil.
—Hay algunas cosas que puedo adelantar. Pero de aquí a cuatro días, más o menos, nos quedaremos sin gran cosa que hacer hasta que no tengamos estructura de soporte.
—Todavía está el asunto de los trajes espaciales —dijo Travis.
—Eso lo he dejado en tus manos —dijo Kelly—. Si me dices que vamos a necesitar dos semanas para fabricarlos, podemos relajarnos, porque la carrera a Marte ha terminado.
—Necesitaré tres días, cuatro como máximo —dijo Travis—. Tengo que hacer un viaje. Puede que este sea el mejor momento para hacerlo, si Dak y Manny pueden encargarse del trabajo metalúrgico solos. Bajo la supervisión de Caleb, por supuesto.
—Yo podría ayudarlos —dijo Kelly.
—Bien —dijo Caleb—. Si Dak puede dejar el proyecto del transporte y trabajar en el taller a jornada completa durante cuatro o cinco días, con la ayuda de Kelly... no supondrá gran diferencia que estés aquí o no, Travis.
—Puedo hacerlo —dijo Dak, pero no parecía muy contento.
—¿Y si os echo una mano? —dijo Alicia.
—No —dijeron Kelly y Travis al unísono. Kelly indicó a Travis que continuara.
—El hecho de que estés sacándote un título de paramédico es una de las razones que me convencieron a aceptar. Tiene que haber alguien a bordo capaz de encargarse de un problema médico mayor que un padrastro, que es lo máximo que yo estoy cualificado para curar.
—Me estás poniendo nerviosa, Travis —dijo Alicia—. Si crees que al acabar el curso seré capaz de llevar a cabo un trasplante de corazón, estás muy equivocado. ¿Por qué no llevamos a un médico?
—Lo he pensado —admitió Travis—. Pero cuento con que seas capaz de tratar la mayor parte de traumatismos, desde rodillas magulladas a miembros amputados, pasando por quemaduras de tercer grado. Lo más lógico es que si se presenta algún problema sea del tipo físico, como los que se producen en caso de accidente automovilístico. Si hay que reconstruir caderas, realizar operaciones de cirugía plástica o trasplantes de piel, el paciente tendrá que esperar a que regresemos a la Tierra. Lo único que necesito es que seas capaz de mantener a la víctima de un accidente con vida durante los tres días que la ambulancia tardará en llegar al hospital.
—Creo que eso puedo hacerlo —dijo Alicia con un suspiro.
—¿Sigues haciendo esa lista? —le preguntó Dak. Alicia metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y sacó un trozo arrugado de papel que le entregó a Kelly.
—Ya he comprado muchas de estas cosas —dijo Kelly—. Vamos a tener una enfermería bastante bien equipada para diagnósticos y tratamiento. Ya contamos con todo el instrumental necesario, desde esfigmómetro a un pequeño martillo de goma.
—Un esfigono... —Jubal parecía encantado. ¡Una nueva palabra larga!
—Sirve para medir la presión sanguínea.
—No compraré la sangre ni el plasma hasta que estemos a punto de salir — dijo Kelly—. Tengo una lista de medicamentos, pero solo la mitad de ellos pueden adquirirse sin receta.
—Es probable que yo pueda encargarme de eso —dijo Salty. Todos lo miramos. Salty era hombre de pocas palabras y raramente tenía algo que decir en las reuniones de los domingos—. Conozco a un tipo en Méjico. Puede comprar todo lo que sea legal, y lo que no, bueno...
La tácita pregunta quedó suspendida en el aire pero nadie la formuló. Era asunto suyo, me dije.
Salty se encogió de hombros y la respondió de todos modos.
—Es un camello. Yo no tomo drogas, lo que le compro es marihuana, y a veces codeína y morfina. Mi mujer tiene artritis reumática y la maría es lo mejor para los dolores en los días normales. Los días malos toma las pastillas.
Era evidente que Caleb y Gracia estaban al corriente de aquello, pero Travis y Jubal habían puesto cara de estupefacción. Jubal parecía a punto de echarse a llorar.
—Lo tenemos muy controlado, no os preocupéis —dijo Salty—. A los médicos no les gusta medicarla, así que tenemos que encargarnos nosotros mismos.
—Naturalmente.
—Pues claro.
—Lo siento, Salty.
Todos le ofrecimos nuestras simpatías y aquello pareció incomodarlo, de modo que Alicia volvió al tema que nos ocupaba.
—En mi lista hay morfina —dijo.
—Te la conseguiré.
Había algunos asuntos más en el orden del día, que dejamos resueltos en cosa de media hora. Concluido esto, nos dispusimos a volver al almacén, pero Travis se empeñó en que fuéramos al lago a pescar.
—Y nada de hablar del proyecto —declaró.
Resultó difícil durante la primera hora. Pero entonces capturé una gran lubina y me concentré en la pesca durante varias horas.
Travis tenía razón, creo. De vez en cuando hay que tomarse un respiro. Cuando volvimos al trabajo, todos lo hicimos con más determinación todavía.
Aquella noche Kelly me dijo adónde se iba Travis.
—Le he reservado billetes para Daytona, Atlanta, Moscú y Ciudad de las Estrellas.
—¿Ciudad de las Estrellas? ¿Ciudad de las Estrellas? —Tengo que admitir que el nombre que los rusos le han dado a su principal base espacial le gana por varios cuerpos al viejo Cabo Cañaveral. Me hubiera encantado poder verla—. A lo mejor puedo ir con él, aunque sea para llevarle las maletas.
—¿Quieres que te reserve los billetes?
—¿En primera clase o en turista?
—En primera clase, naturalmente. Pero se los paga de su propio bolsillo. "Es un gasto extraordinario", me ha dicho. Es lo que dicen en Hollywood para los capítulos que no se incluyen en el presupuesto normal. Como los treinta millones de dólares del salario de una estrella.
—¿Qué crees que va a hacer en Rusia?
—Bueno, he tenido varias horas para pensar en ello. A menos que vaya a vendernos a los sucios zaristas rusos, creo que sabe dónde puede conseguir unos trajes espaciales usados.
—¡Joder! —Estaba acordándome de aquello que había pensado hacía tiempo, que no existían tiendas de saldo donde se pudieran adquirir media docena de trajes espaciales usados. Pero sí que las había, claro. Desde la caída del Comunismo, Rusia se ha convertido en una gran tienda de saldos, donde se venden hasta las paredes. Boris el Loco Dice, "¡Hay que Venderlo Todo!". Supongo que, con los contactos de Travis, no debía de ser difícil encontrar trajes espaciales.
Cuando Kelly recibió la notificación sobre el vuelo de regreso de Travis, intercambiamos los papeles y me correspondió a mí ir a Atlanta a recogerlo en la camioneta. Llovió durante todo el camino de ida y el de vuelta, pero no me importó. Por un día, era agradable poder salir a la carretera.
Travis estaba sentado en una terminal de carga, con diez cajones de madera cubiertos de instrucciones y advertencias grabadas en ruso. Cuatro de ellos eran cubos de metro y medio, pero los otros cinco eran casi del tamaño de ataúdes, y tenían la misma forma. Le pregunté qué tal le había ido el viaje. Parecía cansado, pero al mismo tiempo demasiado inquieto como para relajarse.
—He estado casi todo el tiempo volando —me dijo—. No sé si lo hubiera conseguido en clase turista. Ya no soy tan joven. No voy a mentirte, Manny, sin el Antiabuso, no sé si lo hubiera conseguido. Bebidas gratis todo el camino. Y por todas partes la misma cantinela, "¡bebe esto!", "¡bebe aquello!". —Pero entonces me sonrió—. Pero lo conseguí, muchacho. Limpio y sobrio, el viaje entero.
—Enhorabuena. Estamos todos muy orgullosos de ti.
Me imagino que tenía más cosas de que hablar, aparte del alcohol, pero todavía no había terminado.
—Por esos lares sigo siendo una especie de héroe, Manny. No como aquí, donde soy un apestado y la mayoría de mis amigos han palmado. Pero los rusos... había un ruso en aquella nave que tuve que aterrizar en África y nunca lo han olvidado. El hecho de que estuviera borracho no les importa. De hecho, hay algo en el espíritu de los rusos que hace que me respeten más precisamente porque estaba borracho cuando lo hice.
»En cualquier caso, sigo teniendo amigos allí, amigos a los que no he tenido la ocasión de echar de mi lado. Lo único que hace falta es un poco de dinero para engrasar los engranajes, un poco más para pagar lo que necesitas... y antes de que quieras darte cuenta, ya tienes lo que habías ido a buscar, a la décima parte de su precio real.
—Entonces, ¿los trajes están en esas cajas?
—Puedes apostar a que sí.
—¿Por qué hay diez cajas?
—Los trajes espaciales no son camisetas. Requieren algunas herramientas especializadas. Los cascos y las mochilas están en las otras cajas. —Miró por la ventana y se estremeció—. Georgia, Georgia, vaya por Dios. Cuanto antes salgamos de aquí, tanto mejor.
—¿Qué le pasa a Georgia?
—Odio venir a este estado. Ojalá Kelly me hubiera reservado un vuelo para el aeropuerto de Dulles, o incluso el de Miami. Pero ya la conoces. Me ha ahorrado casi quinientos dólares con estos billetes.
Al cabo de diez minutos con los ojos cerrados, se incorporó en su asiento y sacudió la cabeza. Abrió un poco la ventanilla para que la brisa le diera en la cara.
—El día que aterricé el Montana en Atlanta llovía como hoy.
—¿Sí?
—Sí. ¿No te lo he contado?
—Creo que no. —Estaba completamente seguro de ello. Por qué no lo había hecho, es algo que no sé, pero decidí dejar que prosiguiera. Cosa que hizo.
—Durante las comprobaciones previas, se encendieron algunos pilotos de advertencia. Se encendían y luego se apagaban. Yo quería posponer la reentrada, ponerme un traje, salir al exterior y dar algunos martillazos, ver si las luces se quedaban encendidas o apagadas. Pero me enviaron un procedimiento desde la Tierra y me juraron que si lo seguía, todo iría bien. Así es como se hacían las cosas, al menos abajo.
»Les dije que se metieran su procedimiento donde les cupiera, que no iba a salir de la estación hasta que hubiera averiguado qué pasaba. Y entonces ellos me dijeron que no olvidara que el Senador No-sé-qué iba a bordo y que tenía que participar en una importante votación y que rodaría mi cabeza si llegaba tarde. Como si hubiera podido olvidarlo...