Authors: John Varley
Yo prefería las células energéticas. Son tan elegantes que es difícil no adorarlas. Metes oxígeno e hidrógeno por un lado y sale agua y energía por el otro. Pero Salty decía que eran demasiado propensas a las averías.
—Bueno, entonces podemos llevar un montón —sugerí.
A Dak le gustaban los generadores.
—Es una tecnología probada hasta la saciedad —decía—. Después de haber pasado por las manos de mi padre y las mías, un generador no puede fallar.
Y por si tal cosa llegara a ocurrir, podíamos llevar dos.
A Salty le gustaban las baterías de níquel-cadmio. Yo pensaba que eran demasiado pesadas. Pero él, al igual que Travis, dijo que se suponía que no debíamos preocuparnos por el peso.
Al final, llevamos los tres sistemas. Como con todo en el Trueno Rojo, queríamos sistemas triples y reservas triples siempre que fuera posible. Cualquiera de los tres podría habernos llevado hasta Marte y de regreso desde allí.
El tanque cuatro estaba reservado para el misterioso Explorador Marciano de Sam y Dak, que nadie había visto todavía. Dak nos dijo que lo único que teníamos que hacer en él era montar un cabestrante pesado en lo alto y recubrirlo de aislante, como estábamos haciendo con todos los demás. Sam y él nos prometieron que tendrían algo que enseñarnos dos semanas más tarde.
El tanque central contenía los habitáculos.
En el centro se encontraba el puente, los dominios de Travis. Había una segunda silla para el copiloto. Todos salvo Jubal practicamos en ella un día entero, pero nadie era tan tonto como para creer que si le pasaba algo a Travis pudiera sustituirlo.
Para la navegación contábamos con instrumentos ópticos básicos y el programa informático más sencillo que habíamos podido encontrar. Con suerte, se introducían las coordenadas de algunas estrellas, un destino, y el ordenador te decía adónde debías apuntar y con qué velocidad. Así funcionaba en las simulaciones... casi siempre. Yo estrellé la nave en el simulador preparado por Jubal las cinco primeras veces que intenté aterrizar. Y eso que era el mejor de los tres.
—Espero que no te pase nada, Travis —le dijo Kelly con desánimo una noche, después de haber evaluado los resultados del programa de instrucción.
—No te preocupes —dijo Travis con una sonrisa—. Me he comprometido a traeros de regreso sanos y salvos y para hacerlo tengo que cuidar también de mi propio trasero.
Debajo del puente se encontraban los demás sistemas de la nave. Había treinta y cinco pantallas planas de televisión en las paredes, mayores que la del puente, una por cada una de las cámaras que habíamos montado en el interior y el exterior de la nave. Eran cámaras diminutas de alta calidad, más pequeñas que un dedo, baratas y prácticamente indestructibles. Algunas de ellas estaban montadas sobre los motores, pero la mayoría ofrecían una imagen estática del estado de la nave. Las consolas de control de cada uno de los sistemas de la nave estaban también allí, y los cuatro asientos de aceleración. Eran buenas y sólidas sillas de salón. El único problema que les veía yo era que resultaban demasiado cómodas y me daba miedo quedarme dormido durante las guardias de control del sistema de aire.
Por debajo de esta cubierta se encontraba la sala común. A un lado estaba la cocina, con una pila, una nevera vertical Amana y un congelador casi del mismo tamaño, clavados los dos al suelo y con sólidos pestillos. El congelador estaba lleno a rebosar con la mejor comida precocinada de una tienda de gourmet y la mejor pizza congelada qué se podía comprar. Travis nos explicó que la queja más frecuente en las estancias de larga duración en las estaciones espaciales se refiere a la calidad de la comida. También llevábamos helados y polos.
La nevera contenía latas de refrescos, fruta fresca y verduras. Alicia había exigido que lleváramos harina de trigo entera, para poder hacer pan. Yo dudaba que pudiera encontrar tiempo para ello pero, ¿por qué no? Me gusta el pan recién hecho tanto como a ella. Así que metimos también algo de fiambre, mantequilla de cacahuete y mermelada.
Teníamos un microondas y un horno lo bastante grande para preparar una pizza o varias barras de pan. Junto a ellos descansaba nuestra máquina de café.
Al otro lado de la pequeña cocina habíamos instalado un pequeño comedor prefabricado. Lo habíamos adquirido en una tienda de muebles de la zona y tenía un aire a restaurante de los 50, con asientos de vinilo acolchados y un techo de formica. Cabíamos holgadamente los cinco.
Llevábamos cartas, un tablero de Monopoly y un juego de dominó. Solo Travis y Jubal sabían cómo se jugaba. Travis prometió enseñarnos, pero algo me decía que las lecciones podían salirnos muy caras. Puede que volviese a la Tierra aún más arruinado que al salir.
La cubierta inferior era la que contenía las escotillas de comunicación con cinco de los otros tanques. Montamos la enfermería allí. En el momento del lanzamiento, y hasta que la necesitáramos, si es que llegábamos a necesitarla, la enfermería estaría casi vacía. Llevábamos suficientes camas plegables para alojar a toda la tripulación del Ares Siete si llegaba a ser necesario. El instrumental y el material médico se guardaban en unos armarios, apoyados en las paredes de la enfermería.
Las dos cubiertas que había por debajo eran los aposentos de la tripulación, dos "camarotes" por cubierta. El capitán y Jubal ocupaban los dos de la cubierta superior y debajo de estos se encontraban el que compartirían Alicia y Dak y mi solitario camastro. Las habitaciones eran pequeñas y carecían casi de adornos, aunque las habíamos pintado de colores alegres para que no parecieran celdas carcelarias. Cada una de ellas contenía un colchón de aire sobre una plataforma en la que se podía guardar la ropa, una mesita de noche con su lámpara y su despertador, un sencillo intercomunicador y un timbre de alarma.
Construimos de abajo arriba. Cuando se terminaba una cubierta, se introducía el techo en el tanque y se soldaba, con lo que ya teníamos suelo para la siguiente. Los suelos estaban hechos de rejilla metálica. Esto hacía que el sistema de ventilación fuera más sencillo, puesto que el aire podría abrirse paso por los suelos además de por los conductos.
Al terminar una cubierta, se instalaba el revestimiento aislante en todas las paredes: utilizábamos el típico Owens-Corning, ese que tiene dibujos de la Pantera Rosa, cubierto a su vez con grandes paneles de corcho sintético. Todas las tuberías y conductos estaban a la vista, para que fuera más fácil acceder a ellos en caso de que hubiera que hacer reparaciones.
Pasadas dos semanas, habíamos cerrado uno de los tanques exteriores, con dos días de antelación, de modo que, a treinta días del día-M, el retraso era de solo tres.
Una semana más tarde, habíamos cerrado otros dos tanques más... pero también habíamos tenido que sacar el primero y reinstalar su parte del sistema de aire, que estaba dándonos un sinfín de problemas. Perdimos uno de los días que habíamos ganado.
Construir simplemente el Trueno Rojo en sesenta días no hubiera supuesto un problema. Pero no bastaba con construirlo.
—El problema tiene tres partes —nos instruyó Travis—. Construcción, pruebas y entrenamiento. La construcción es la parte fácil. No vamos a despegar en una nave que no sepamos manejar.
Conforme la nave cobraba forma, teníamos que ir haciendo pruebas exhaustivas de cada uno de sus sistemas, forzándolos hasta sus límites y a veces más allá. Habíamos tenido la prueba patente de la conveniencia de este proceder cuando se estropeó el sistema de aire y fuimos incapaces de arreglarlo con las herramientas que llevábamos a bordo. Así que hubo que sacarlo, volver a diseñarlo, construirlo de nuevo y probarlo hasta el límite. Cada elemento que no funcionaba como debía la primera vez o cualquiera de las veces siguientes suponía un nuevo retraso. Travis no estaba nada confiado y a pesar de que nos negábamos a aceptarlo, sabíamos que tenía razón.
Pero lo peor fue el entrenamiento.
Desde los primeros tiempos de los vuelos espaciales tripulados, en la época de los primeros Mercury, el entrenamiento que reciben los astronautas ha sido más riguroso que en casi cualquier otro campo. La idea es que si te entrenas lo bastante duro, sabrás de forma casi instintiva lo que debes hacer en cualquier situación determinada. Tus respuestas se automatizarán y conservarás la calma porque será una situación que ya has vivido. Era un sistema probado y refrendado por el tiempo... solo que yo no creía que tuviéramos tiempo para el programa que Travis había elaborado.
Y como si esto no fuera suficiente, también teníamos que entrenarnos en el manejo de los trajes espaciales rusos.
Teníamos una traducción del manual y para cuando terminó el programa, casi nos lo sabíamos de memoria. Cada uno de nosotros tuvo que cumplir diez horas de trabajo en el interior de la piscina, con pesos en los pies. Eso significaba que tenía que haber otra persona supervisando la operación desde la grúa para sacarte del agua si algo marchaba mal.
Y había cosas que marchaban mal. Los trajes llevaban casi una década abandonados sobre una estantería, cosa que no les había sentado demasiado bien. En mi primera sesión de entrenamiento, que teóricamente iba a utilizar para aprender a manejar una llave inglesa automotriz para medio ingrávido de la NASA, pasé los primeros quince minutos tiritando, porque el sistema de enfriamiento del traje redujo la temperatura casi hasta los cero grados centígrados, y cuando conseguí ajustarlo, resultó que el guante izquierdo tenía una fuga y hubo que abortar el procedimiento.
Estábamos en una de nuestras reuniones dominicales. Kelly estaba rodeada de papeles y no menos de tres ayudantes digitales, extendidos sobre la mesa de picnic del rancho. Todos los domingos nos hacía entrega de un cuadernillo en el que se detallaban todas las tareas de la semana entrante.
Miré a mi alrededor. Dak parecía haber perdido peso, cosa que no podía permitirse. Alicia no estaba sonriendo demasiado últimamente. A todos nos había desalentado mucho el estado de conservación de los brazos.
—Un brazo más y una pierna más y creo que tendremos cinco trajes espaciales completamente fiables —estaba diciendo Kelly. Levantó la mirada hacia Travis. Era su dinero.
—Adelante —dijo este. Pero no parecía muy contento. Reparar los trajes estaba resultando más caro de lo previsto.
Pasamos una hora hablando. Cuando todo terminó, Kelly abrió la gran caja que había traído a la reunión. Sacó algo de ella.
—¿Una chaqueta de aviador? —preguntó Travis con una sonrisa.
—Tenían una oferta en Banana Republic —dijo Kelly. Se levantó y se la puso. Estaba preciosa, pero eso no era ninguna sorpresa. Ella esta preciosa con cualquier cosa que se ponga.
Dak y Alicia se habían levantado al instante y estaban buscando sus chaquetas para ponérselas. Kelly me lanzó la mía. La examiné antes de ponérmela. Parecía usada, pero eso es bueno en una chaqueta de cuero. Por alguna razón, el cuero se tensa sin llegar a debilitarse, así que se vuelve flexible y suave. Me la puse y me gustó su tacto, aunque era demasiado calurosa para un día estival de Florida. En la parte delantera, donde un soldado llevaría sus medallas, había un nombre cosido: GARCÍA. Debajo de este había un emblema triangular bordado. Mostraba una nave en órbita alrededor de Marte y tenía el nombre Trueno Rojo en la base. La chaqueta llevaba el mismo emblema en la espalda, solo que más grande.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó Travis mientras señalaba la espalda de su chaqueta.
—No tengo tanto talento. Un amigo mío es diseñador gráfico. ¿Os gusta?
Nos gustaba. Y nadie puso la menor objeción a las chaquetas. Eran mil veces mejores que los viejos monos de color azul que utiliza la NASA.
—¿Quién es? —pregunté.
—Un tío llamado 2Loose.
Aquello me dejó estupefacto y encantado.
—¿Tú también lo conoces?
Henry "2Loose" La Beck era un antiguo compañero de clase, el rey de los muralistas callejeros de Florida Central. En sus tiempos de clandestinidad debía de haber pintado no menos de un millar de paredes y dos mil vagones de tren. Pasó algún tiempo en la cárcel por esto, pero se le daba tan bien que, a menudo, el propietario del edificio mancillado retiraba los cargos tras estudiar un poco mejor la obra. Y además de eso, corría como una gacela.
Lo último que había sabido de él era que había abandonado las calles, se había hecho legal, había fundado su propia compañía y le estaba yendo muy bien. Se encendió una bombilla dentro de mi cabeza.
—Oíd, ¿y si le pedimos que pinte la Trueno Rojo?
De momento, lo único que conseguí fue un montón de miradas vacías.
—Pero si ya está pintado —dijo Travis.
—Sí, pero no como 2Loose podría pintarlo —dijo Dak con una sonrisa—. Trabajó un poco en el Trueno Azul. Solo las telas entrelistadas. Yo no quería una Capilla Sixtina en mi vehículo.
—Pero sería capaz de pintar una Capilla Sixtina —dije—, si a uno no le importara ver a Dios en moto y a Jesús con pelo de punky y lleno de tatuajes.
—Me gusta —dijo Alicia.
—Y a mí. —Kelly se echó a reír—. Vamos a preguntárselo.
—Eh, un momento —dijo Travis. Pero lo sometimos a votación y, tal como él había dicho, seguiríamos siendo una democracia hasta el momento del despegue. Así que decidimos ofrecerle el trabajo a 2Loose.
Tras otra semana de trabajo duro, le ganamos un día más al calendario.
Cada vez estaba más claro que el momento crítico sería la última semana. Travis había programado un ensayo general de sistemas para ella. Durante siete días, todos nosotros salvo Travis y Jubal estaríamos encerrados en la nave, aislados totalmente del medio exterior. Beberíamos el agua almacenada, respiraríamos el aire embotellado y comeríamos la comida congelada mientras hacíamos una sola cosa: entrenar, entrenar y entrenar.
No estaba dispuesto a permitir que se rebajara un solo día.
—Siete días ya es poco —nos dijo—. Sería mucho mejor probarla un mes entero. La única razón por la que acepto una semana es que la Trueno Rojo es tan potente y rápida que no pasaremos más de tres días y medio de viaje. Supongo que podemos hacer las cosas lo bastante bien para que duren tres días y medio.
Ganamos otro día reduciendo las horas de sueño. A tres días del día-M menos siete, cuando daría comienzo el ensayo general, cerramos la parte superior del tanque siete, el módulo central. El Trueno Rojo estaba terminado... en el exterior. Pero todavía teníamos por delante cinco días de trabajo que había que hacer antes de poder realizar el ensayo.