Authors: John Varley
—¡Eso es secuestro! —dijo Lawrence, y entonces comprendió cuál era la alternativa. Volvió a balbucear, asegurando que se quedaría allí y que no causaría problemas.
Travis salió y todos menos Caleb lo seguimos. Kelly fue la primera en hablar.
—Travis, es un borracho, no... Oh, perdona.
—Tranquila. Estaba pensando lo mismo. Podemos emborracharlo. Alicia, ¿hay algo en tu botiquín que podamos utilizar como Mickey Finn?
—¿Como qué?
—Algo para dormirlo un rato.
—Oh, claro, sin problemas.
—Muy bien, que Caleb lo vigile. No necesitará un arma, Betty, Caleb podría ocuparse de ese patético perdedor con las manos desnudas. Dale todo el licor que pueda beber, mezclado con algunas pastillas. Luego podéis dejarlo tirado en un callejón. ¿Qué va a hacer? Será su palabra contra la nuestra.
—Eso haremos, Travis —dijo ella—. Me ha tocado las narices de verdad. No iba a permitir que alguien como ese os arruinara el plan.
—¡Mamá! —dije.
—Sabes que preferiría que no fueras, Manny. Pero no de este modo.
Le di un gran abrazo.
Así que regresamos al almacén, para pasar una noche y un día más dentro de la nave. 2Loose había erigido unos andamios a su alrededor y unas lonas la cubrían.
Subimos por la rampa, sellamos la compuerta exterior, esperamos a que se hubiera completado la secuencia de descompresión y volvimos a entrar en la nave. La partida de Monopoly seguía como la habíamos dejado.
Aparte del hecho de que las latas de Coca-Cola se habían calentado, fue como si nunca nos hubiésemos marchado.
Travis no nos atormentó con más emergencias.
—Me siento sucio —nos dijo por teléfono—. Es muy fácil humillar a un hombre. En especial cuando está caído. Muy fácil. No me siento orgulloso de ello.
—Eso ya es algo —dijo Dak—. Al menos no has disfrutado.
—Bueno, en realidad sí, mientras lo hacía.
—Lo mismo que yo —dijo Kelly—. Además, había que hacerlo.
—Jubal quiere saber si puede quedarse un rato con vosotros —dijo Travis.
—No tiene que preguntarlo —dijo Alicia—. Mándanoslo.
Así que Jubal se unió a la partida de Monopoly durante una hora. Estuvo inusualmente silencioso, sudando un montón y muy nervioso. Tenía la esperanza que no fueran más que nervios de última hora, impaciencia. Sabía que yo los estaba sintiendo. Él no podía estar asustado por el viaje, ¿verdad?
Dormimos, despertamos y dejamos pasar las últimas horas hasta las seis de la tarde, cuando abrimos las compuertas y bajamos por la rampa. Mamá se encontraba allí, junto a Jubal, Gracia, María y Sam. Había un enorme pastel con una pequeña maqueta de la nave en lo alto, y el logotipo del Trueno Rojo dibujado con azúcar glasé de color rojo. María, que era quien lo había preparado, lo cortó y repartió un pedazo a cada uno de los presentes.
—¿De dónde has sacado la maqueta? —le pregunté.
—Oh, tenemos miles de ellas —dijo mamá—. ¿No te lo ha dicho Kelly? Vamos a hacernos ricos con este viaje.
Miré a Kelly.
—Bueno, algo tengo que hacer para mantenerme ocupada cuando os hayáis marchado, ¿no?
—Por mí no hay problema, Kelly —dije.
Entonces, 2Loose nos mostró su obra de arte. Mientras dormíamos había quitado los andamios y las lonas, y una obra maestra se erguía ante nuestros ojos.
Había representado los Seis Días de la Creación, extraídos del Génesis.
El primer tanque mostraba la separación de la luz de la oscuridad. Mis palabras habían resultado casi proféticas. Dios no iba en un vehículo de carrocería baja, sino en una gran Harley con dos tubos de escape, de los que salían la luz y la oscuridad, respectivamente. Entre las enormes nubes blancas y negras que generaban, se movían formas imprecisas.
El tanque dos era la creación del Firmamento, que quiere decir el Cielo, creo. ¿Cómo representaría un maniaco cubano/franco-canadiense los Cielos? Con montones de oro y de azul cielo, y ángeles celebrando una fiesta en Miami Beach bajo unos altavoces.
El tercer día, Dios separó las aguas de la tierra firme. Mares embravecidos, montañas colosales. Que de la Tierra brote hierba y que la hierba dé semilla, y que los árboles den frutos... Había pintado la imagen de una jungla de brillantes colores.
El tanque cuatro, la creación del Sol, la Luna y las estrellas. Puede que fuera el mural más bonito de todos, con un remolino de estrellas que explotaban bajo la presidencia de un gran Sol.
El tanque cinco, la creación de los animales. Grandes ballenas, aves voladoras y un montón de animales que Noé debía de haber olvidado meter en su arca.
Y el sexto día... Él creó la tripulación del Trueno Rojo. Exacto, nosotros seis, pues 2Loose no sabía que Kelly no iba a venir... claro que, en realidad, no sabía que ninguno de nosotros iba a ir. Pero una mirada a la última imagen bastaba para saber que alguna vibración de nuestro absurdo proyecto había alcanzado su corazón de artista y le había revelado la verdad.
Estábamos allí juntos, sonriendo, con nuestras chaquetas de aviador de cuero marrón. Travis estaba al fondo, con una mano en los hombros de Alicia y Kelly y Jubal ocupaba el lugar de honor, delante de nosotros.
—Dios mío —dijo Alicia—. Es... asombroso.
—¿Os gusta? —preguntó 2Loose, impaciente.
—Te has salido, amigo —dijo Travis, dándole una palmada en la espalda.
—Te has ganado el dinero —dijo Kelly.
—¿Cómo, que has pagado por esto? —preguntó Travis.
—Cierra el pico, Travis. Era mi dinero, ¿de acuerdo?
Entonces llegó el momento de romper una botella de champaña sobre la nave... Bueno, para alcanzar la proa del Trueno Rojo, la madrina tendría que montarse en una escalera mecánica de los bomberos así que nos decantamos por una de las patas.
Travis le ofreció la botella a Kelly, quien puso cara de asombro. Pero la aceptó.
—Yo te bautizo, Trueno Rojo —dijo, y le falló la voz. Se aclaró la garganta—. Benditos sean todos los que viajen en ella. —Golpeó la botella con fuerza y todos aplaudimos.
—Creo que aquí es donde me marcho, amigos —dijo—. No estaré mañana en el lanzamiento. No creo que pudiera soportarlo.
Me ardía la garganta y tuve que esforzarme para contener las lágrimas. Nadie tenía nada que decir, pero mamá rodeó a Kelly con los brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho. Entonces Kelly se me acercó y nos besamos. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y parpadeó varias veces para limpiárselas.
—Regresa —me dijo.
—Lo haré.
Se volvió y se encaminó a la puerta, sin mirar atrás una sola vez y entonces, justo antes de salir, levantó la mano para despedirse.
Los tres estábamos mirando a Travis y él nos devolvió la mirada, desafiante.
—Vale, soy el malo de la película. Todos conocéis mis razones.
—Nada, Travis, nada —dijo mamá—. Has hecho lo que tenías que hacer.
Yo distaba mucho de estar convencido de eso. Y un 49 por ciento de mí querría correr tras ella, decirle que no iba si ella no venía con nosotros... pero no creo que me hubiese respetado más por eso. Tenía que aceptar lo que ella había dicho, y ella había dicho ve.
—Ahora id a dormir un poco —dijo Travis—. A primera hora de la mañana despegamos. A estas alturas, lo único que podría impedirlo sería un huracán.
Me había vuelto tan supersticioso con respecto al proyecto que comprobé las previsiones del tiempo, a pesar de saber que era demasiado pronto para que se produjeran huracanes. Y, claro, no había ninguno previsto.
Sabía que no sería capaz de dormir aquella noche.
Pero dormí.
—Jubal no viene con nosotros —dijo Travis. Yo acababa de darle un bocado a un Krispy Kremes, pero de repente había dejado de apetecerme.
Eran las cuatro y media de la mañana. Dak, Alicia, Travis y yo estábamos sentados a una mesa que, sin Jubal y Kelly, tenía un aspecto muy desolado. Las grandes compuertas que daban a la dársena estaban abiertas por primera vez. El Trueno Rojo estaba suspendido de la grúa y la barcaza alquilada esperaba, amarrada al muelle.
—¿Es que está enfermo? —preguntó Alicia.
—En realidad no. —Travis suspiró—. Hace unas semanas decidimos que no podía ir. No quería que os enterarais. Temía que ya no lo quisierais.
—Eso es ridículo —dije.
—Lo mismo le dije yo. Pero ya conocéis a Jubal. Una vez que se le mete una idea en la cabeza, es imposible convencerlo de que se equivoca.
—¿Cuál es el problema, Travis?
—Jubal... Amigos, siempre ha sido una cuestión peliaguda conseguir que Jubal se metiera en ese trasto. —Meneó el pulgar en dirección al Trueno Rojo—. Ni siquiera le gusta volar y, lo que es peor, no soporta los espacios estrechos y cerrados. Puede que no os hayáis dado cuenta pero nunca entraba en la nave. Claustrofobia. Si solo se hubiera tratado de eso, podría haberlo conseguido. Pero con la otra fobia, era poco menos que imposible. La otra noche, casi no pudo soportarlo.
—¿Dónde está ahora? —pregunté.
—Esa es otra cuestión. La razón principal por la que quería que viniera es que sabe demasiado. El único lugar en el que podría protegerlo sería a bordo de la nave. Pero eso es imposible. Va a ocultarse, chicos. Caleb se marchó con él anoche. Va a llevárselo... no sé dónde. Lo que no sepa, no podré revelarlo. Pero aunque lo supiera, no os lo diría.
»Su única esperanza es que lleguemos a Marte y volvamos y mucho me temo que, aun en el caso de que lo consigamos, todos vamos a tener a un abogado como compañero constante durante varios días, o incluso semanas. Hasta que quede claro que si alguien quiere arrestarnos por atentar contra la seguridad nacional, y suspender nuestro habeas corpus... hasta que quede claro que no pueden hacerlo.
Habíamos levantado el Trueno Rojo con la grúa del techo y lo estábamos desplazando, milímetro a milímetro, hacia la barcaza cuando llegó el resto del grupo del lanzamiento, todos los que sabían de la existencia del proyecto menos Jubal y Caleb. Dak estaba en la cabina de la grúa, sudando sangre para mover la nave con penosa lentitud, igual que había hecho una docena de veces con el tanque sobrante que teníamos, y que habíamos llenado de cemento para simular el peso de la nave.
Todos se reunieron en el exterior mientras Dak depositaba la nave sobre la barcaza. A continuación, tres de nosotros se subieron de un salto a la barcaza y empezamos a tirar de las cuerdas atadas a las patas hasta que estuvieron centradas sobre los indicadores de tensión, donde reforzaríamos la cubierta de la embarcación. Dak la bajó. Hubo un fuerte crujido que estuvo a punto de provocarme un ataque al corazón, pero entonces la nave se detuvo y permaneció inmóvil mientras el sol asomaba por el horizonte y los primeros rayos incidían sobre la obra maestra de 2Loose.
Todos llevábamos nuestras chaquetas de aviador, hasta mamá, María y Sam. Cada vez que los miraba pensaba en Kelly, que hubiera debido estar allí. Me sentía zarandeado por un remolino emocional, me sentía engañado, solo, abandonado y a punto de estallar de impaciencia porque, por fin, el gran día había llegado.
Dak situó perfectamente la nave en posición y soltamos los enganches. La grúa volvió a meterse en el almacén y Dak corrió para reunirse con nosotros.
La tía María había traído una cámara de vídeo para grabar lo que podía ser un acontecimiento histórico. Gracia estaba sacando fotos con una vieja Pentax.
—¿Dónde está Seamus el cotilla? —preguntó Travis a Salty en un momento dado.
—Durmiendo apaciblemente en el callejón de atrás de un bar —dijo este—. Despertará entre la basura varias horas después de que os hayáis ido, y podrá contarle su historia a quien le venga en gana. Para entonces, ya seréis famosos.
—Sí. —Miró a su alrededor—. Es una pena que tengamos que guardar el secreto —dijo—. Debería haber una banda de música, una cinta roja y una muchedumbre de curiosos. Organizan más escándalo cuando un crucero sale de Miami en un viaje de cuatro días.
Estábamos todos allí parados, un poco incómodos, sin saber cómo se despide uno cuando parte rumbo a Marte. A Marte, por el amor de Dios.
Sam y mamá nos abrazaron a Dak y a mí, respectivamente.
—Vuelve, ¿eh? —dijo mamá, y me dio un último abrazo.
Nos reunimos para una foto de familia al pie de la rampa y entonces Travis dio la señal al capitán del remolcador que habíamos alquilado para que llevara la nave ocho kilómetros mar adentro. El mar estaba en calma, apenas soplaba el viento, era un día perfecto para un lanzamiento. Sam y Salty soltaron las amarras que mantenían la barcaza unida al muelle... y empezamos a movernos.
Sin embargo, nuestra despedida se vio interrumpida de repente cuando al otro lado del almacén apareció un sencillo sedán blanco a gran velocidad. Se detuvo y de su interior bajaron los agentes Dallas y Lubbock.
—Oh-oh —dijo Dak. Nos encontrábamos a unos doscientos metros del muelle, avanzando en dirección a la Bahía Strickland. Desde allí tendríamos que sortear varios islotes tapizados de palmeras, pasar por debajo del puente de una autopista de cuatro carriles, atravesar Spruce Creek, Ponce de León Cut, cruzar después el río Halifax, atravesar la ensenada y salir a mar abierto. Había aproximadamente una hora hasta la ensenada.
Pero Dallas y Lubbock podían cambiarlo todo.
—Me pregunto qué coño habrá pasado —dijo Travis mientras observaba a los agentes con los prismáticos—. ¿Estaban tras nuestra pista o solo venían a hacernos unas cuantas preguntas más?
—Un poco temprano para una visita, ¿no te parece? —dijo Alicia.
Mientras mirábamos, los agentes llegaron junto a nuestros amigos y quedó claro que estaban furiosos por algo. Empezaron a gritar. Dallas —¿o era Lubbock?— se encontraba de pie delante de mi madre, que no retrocedía un milímetro. Me di cuenta de que estaba apretando los dientes. Como toques a mi madre, bastardo apestoso...
Los teléfonos móviles de Dak y Travis sonaron casi simultáneamente. Vi que Travis y Sam trataban de escabullirse mientras mamá distraía a los agentes. Travis respondió y asintió varias veces.
—Gracias, Salty —dijo—. No os resistáis. Pero si se presenta la ocasión, tratad de sacar el culo de ahí. Creo que estarán demasiado pendientes de nosotros como para prestaros mucha atención. Regresad todos al motel.
Colgó.
—Puede que estén buscándonos —dijo—. Pero no vamos a hacer nada, salvo seguir adelante.