Trueno Rojo (19 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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En otras ocasiones, como Jubal estaba allí para echar una mano, mamá y la tía María salían a divertirse. Mamá decía que ya se le había olvidado cómo hacerlo.

Se enfadó de verdad cuando le di el dinero que Travis me había obligado a aceptar.

—Le dije que confiábamos en él, pero a pesar de ello me pagó con una tarjeta de crédito —siseó después de que yo le entregara el fajo de billetes de cien. A mamá no le gusta gritar, pero es capaz de derribar un edificio con sus siseos—. Tú sabes que la habitación de Jubal no vale tanto dinero ni de lejos. Por este dinero podría quedarse cuatro meses.

—Travis dijo que también era para la comida.

Se puso muy tiesa y me fulminó con la mirada.

—Esto no es un restaurante, Manuel. Jubal es un amigo. Es bienvenido a nuestra mesa siempre que quiera. A los amigos no se les cobra la comida.

Ya lo sabía. No pude más que encogerme de hombros.

—Es una locura —musitó—. No hay quien entienda a ese hombre. Deberíamos pagarle nosotros. De hecho, se lo ofrecí, pero se negó a aceptar. A diferencia del bobo de mi hijo.

No iba a quedarme callado ante eso, pero ella reculó y se disculpó. Luego siguió murmurando que iba a devolver el dinero... bueno, ella se encargaría. Yo decidí ahorrarme la escenita cuando llegara el momento.

No veo tan claro el asunto de la comida. A mí me parece lógico que, si te quedas un tiempo en un sitio, pagues por ello. Pero lo que mamá más teme es que piensen que es una roñosa. Posee ese orgullo quisquilloso que desarrollan algunos pobres de solemnidad... en realidad, muy pocos, al menos en mi experiencia, pero sí algunos. Podía ofenderse con mucha facilidad por el menor comentario que pudiera sugerir que no era capaz de arreglárselas sola o pagar sus facturas, y nunca, pero nunca, pedía préstamos ni aceptaba caridad.

Un día, Jubal empezó a limpiar nuestra pequeña piscina con forma de riñón. ¿Qué íbamos a hacer, quedarnos mirando? Dak y yo nos sumamos a él — después de estudiar; Jubal no nos lo habría permitido en caso contrario— y, a no tardar demasiado, el fondo estuvo calafateado y pintado, la bomba y el filtro cambiados, y la piscina llena de agua por primera vez en casi tres años. Dimos una fiesta para celebrarlo, y vi a mi madre y a mi tía en bañador por primera vez en mi vida, al menos que recuerde. Vinieron los propietarios de los negocios cercanos y probaron los fabulosos bizcochos y galletas de la tía María, y probaron la bebida de tofu de Alicia antes de echarla a los tiestos de las plantas y cambiarla por una cerveza. Se deshicieron en elogios sobre la vieja piscina y hablaron de sus planes de renovar, reparar y mejorar sus propios negocios, a menudo entre miradas nerviosas a la ominosa masa de hormigón del Manatí Dorado. Sabían que tenían problemas y estaban buscando un modo de salir de ellos. La mitad de los vecinos había vendido ya a la compañía propietaria del Manatí, Pillock & Burke. Otros lo harían muy pronto, podéis apostar por ello.

Enviamos una invitación al Manatí, como broma. Para sorpresa de todos, se presentó el gerente. Se llamaba Bruce Carter. Se mostró muy educado con mamá y con la tía María y habló un poco con la mayoría de los propietarios que había en la fiesta. Hasta lo hizo un rato conmigo. Me dijo lo mucho que le gustaba la Triumph. Me había visto pasar con Jubal. Me contó que hacía tiempo había tenido una, así que estuvimos un rato hablando de motos. Entonces volvió al trabajo, dejándome deprimido. Creo que es mucho más fácil cuando tu enemigo es un auténtico capullo. A aquel tío no parecía hacerle especialmente feliz lo que nos estaba pasando. No nos lo echó en cara una sola vez. Pero sabía tan bien como yo que el Despegue tenía los días contados. Si Pillock & Burke no nos echaban del negocio, otro lo haría.

La décima, o puede que undécima noche que Jubal pasaba con nosotros, estábamos jugando al Monopoly, y yo estaba a punto de acabar en bancarrota, como de costumbre. Era mi noche de guardia en la entrada así que estaba pendiente del timbre de la puerta.

De improviso, Jubal se puso en pie y gritó:

—¡Holly! —Todos nos volvimos hacia él y vimos que estaba señalando la pantalla de la televisión. Miré y vi que era uno de esos retratos de grupo de los que la NASA está tan orgullosa, en el que se veía a los siete astronautas de la misión a Marte, flotando con los carrillos hinchados y el pelo revuelto, en la ingravidez de su cámara de oficiales. Una de las mujeres, Holly Oakley, tenía el micrófono en la mano y estaba respondiendo una pregunta.

—Es Holly —dijo Jubal, con un poco más de calma.

—Es cierto —dije—. ¿La conoces? —No resultaba muy difícil de creer, teniendo en cuenta que su primo Travis había sido astronauta.

—¿Dónde está? ¿En la estación?

—No, ahí abajo dice que está en la Ares Siete.

—¿Qué es la Ares Siete?

—La nave de Marte, Jubal —le dije—. Me sorprende que no hayas oído hablar de ella.

—No veo la televisión —dijo con el ceño fruncido. No le gustaba seguir las noticias, si podía evitarlo. Subió el volumen.

—... y nos gustaría dar las gracias a todos por su valioso tiempo. Al capitán Bernardo Aquino, a la primer oficial Katisha Smith, al doctor Brin Marston, y a los especialistas, doctores Holly Oakley, Cliff Raddison, Lee Welles y Dimitri Vasarov, los astronautas de la norteamericana Ares Siete. ¡Buena suerte y que Dios les dé alas a todos!

Hubo una pausa de quince segundos enteros mientras los astronautas se quedaban allí, estúpidamente parados, con las sonrisas congeladas en el rostro, y la señal de radio iba hasta la Ares Siete y regresaba a la velocidad de la luz. Las emisoras de televisión habían colocado un cronómetro en una ventana secundaria para que le gente no se impacientara demasiado, pero no sirvió de mucho. Iba a ser su última entrevista en vivo. A partir de entonces, los periodistas enviarían todas sus preguntas de una vez y los astronautas las responderían del mismo modo, y la entrevista se editaría posteriormente para que pareciera que se producía en tiempo real.

...0.03... 0.02... 0.01...

—Ha sido un placer, muchas gracias —respondió el capitán Aquino y entonces los siete astronautas se despidieron antes de continuara el programa, que creo que era 60 minutos.

—¿Así que conoces a esa mujer, Jubal? —le preguntó la tía María.

—Oh, sí, la conozco muy bien. Es la madre de las dos preciosas hijas de Travis. Es su ex mujer, sí.

No jugamos más al Monopoly aquella noche.

Creo que todos nos sentíamos asombrados y encantados de tener un vínculo con la misión a Marte, aunque fuera tan tenue. Queríamos saber más cosas de ella, pero no sacamos gran cosa en claro. Para Jubal era muy doloroso, porque era totalmente leal a Travis, pero al mismo tiempo sentía un enorme aprecio por Holly y las chicas.

Jubal quiso saberlo todo sobre la misión a Marte. Nos tocó a Dak y a mí satisfacer su curiosidad, puesto que nuestras novias y parientes no estaban ni de lejos tan interesadas o informadas sobre el asunto como nosotros.

Pero, ¿por dónde empezar? Era una historia tan política como científica, igual que lo habían sido el Proyecto Apolo y el Proyecto Mercurio anteriormente. En aquel entonces eran los rusos.

—Hoy son los chinos a quienes queremos derrotar —dije.

—Buena suerte —resopló Dak.

Los chinos llevaban una década desarrollando un programa de exploración espacial. El programa espacial ruso, grandioso en su tiempo, había quedado reducido por falta de dinero a algunas contribuciones puntuales a las estaciones internacionales, que llegaban las más de las veces tarde y con problemas de financiación. Además de los EEUU y Rusia, había otras naciones con lucrativos programas de puesta en órbita de satélites, incluidas Francia, Japón, Brasil e Indonesia. Los analistas habían asumido que China encontraría su lugar en este grupo.

Habían desarrollado un tipo de vehículo conocido en el mundo del viaje espacial como "Gran Motor Tonto", algo que los críticos de la NASA llevaban pidiendo más de cuarenta años. Los rusos tenían una de estas naves prácticamente desde el principio, la Energía. La idea que sustentaba el GMT era muy fácil de expresar: que fuera grande y que fuera sencillo. Resultaba mucho más barato poner en órbita una carga utilizando un GMT que un vehículo espacial tripulado como las antiguas Lanzaderas o el VStar. Los vehículos tripulados han de dedicar grandes cantidades de masa a las instalaciones de soporte vital. El nivel de seguridad requerido para el lanzamiento de una nave tripulada es de un orden de magnitud superior que el de una nave no tripulada, y eso quiere decir costes adicionales.

El GMT de los chinos ponía en órbita pequeños satélites. Entonces, en una acción sorpresa digna del lanzamiento del Sputnik Uno en los 50, lanzaron una pequeña estación espacial con una tripulación de tres hombres.

Poco después de esto, enviaron dos sondas a Marte. Dos de ellas lograron aterrizar sin contratiempos en la superficie del planeta. Eran naves de tipo "pathfinder", que llevaban los suministros necesarios para una larga estancia en Marte. Luego vino la Armonía Celestial, una nave tripulada que seguiría la trayectoria Hohmann de mínimo consumo para llegar al planeta rojo, y una vez más, Estados Unidos se volvió loco.

Hay mil trayectorias diferentes para llegar a Marte, pero todas ellas deben tener presente varios inconvenientes.

Para empezar, todas comienzan en la misma dirección. Antes de que enciendas siquiera tus cohetes, ya estás viajando a una velocidad de más de cien mil kilómetros por hora, la velocidad orbital de la Tierra. Para ir en la dirección contraria, tendrías que superar esa velocidad, de modo que la regla número uno es seguir la corriente.

Siempre hay que tener presente que la Tierra y Marte se mueven a velocidades diferentes en sus órbitas, y Marte se encuentra más lejos del Sol. Debes escapar de la órbita de la Tierra y no olvidar que cada segundo de camino, la gravedad de la Tierra estará frenándote.

Lo tercero es que no puedes apuntar a Marte cuando enciendes los motores. Tienes que apuntar al lugar en el que Marte estará cuando llegues allí. Es como un cazador que se anticipa a su presa en el momento de apretar el gatillo.

Y luego está el peor de los inconvenientes cuando uno se plantea ir a Marte. No se puede aterrizar en el Planeta Rojo, recoger algunas rocas, tomar unas fotografías y luego despegar y regresar a casa al día siguiente. A causa de las limitaciones de combustible y al movimiento de los dos planetas, todos los proyectos de viaje a Marte implican un período de espera, mientras los planetas regresan a una posición en la que el viaje de regreso resulte económicamente viable. Con la órbita Hohmann que las naves de suministro chinas habían utilizado, esta espera era de un año.

Un ser humano necesita un kilo y medio de alimento, tres kilos y medio de agua y dos kilos de oxígeno al día. Todos los viajes de ida y vuelta a Marte que se han proyectado hasta la fecha requieren alrededor de un año de tiempo. Una tripulación de siete personas consumiría quince mil kilos de alimentos, agua y oxígeno en un año, y en esta cifra no se incluye el agua necesaria para lavarse. Todo este peso ha de situarse en la órbita de la Tierra y a continuación impulsarse hasta alcanzar una velocidad que le permita llegar a la órbita de Marte. Y para esto hace falta mucho combustible.

Ya de camino a Marte, será mejor que estés preparado para arreglar cualquier cosa que se estropee, porque la Asociación Americana del Automóvil no estará por allí para echarte una mano cuando lo necesites.

Ahí arriba, estás solo.

—Los chinos tomaron la que mucha gente cree que es la ruta más sensata para llegar a Marte —dijo Dak—. Envías primero naves de suministros, utilizando las trayectorias lentas pero baratas. Tardan un año en llegar. Luego envías a los astronautas con la comida, el agua y el aire suficiente para llegar. Y entonces ellos utilizan el material que ha llegado con antelación. Extraerán el combustible del dióxido de carbono de la atmósfera del planeta. Ya andan bastante adelantados. ¿Cuánto les falta, Manny? ¿Seis meses?

—Más o menos.

—Pero, ¿y los americanos? —preguntó Jubal—. ¿Van a llegar primero?

Dak resopló.

—Imposible. La gente piensa que si nuestros chicos pisaran un poco el acelerador, podrían adelantar a esos comunistas asque... a los malos, pero las cosas no funcionan así. Los chinos llegarán a Marte dentro de seis meses y, o bien hacen un cráter enorme, o bien aterrizan con suavidad. Nuestros chicos llegarán allí unas dos semanas después. Fin de la historia. El primero en poner el pie en Marte será un chino, vivo o muerto. Joder.

Puso cara de querer morderse la lengua, pero Jubal no reparó en la palabrota. Su mirada se había perdido en el espacio y su mente estaba ocupada con cálculos que dudo que yo pudiera seguir. Entonces volvió a mirarnos.

—Los americanos utilizarán Venus para impulsarse, ¿verdad?

—Sí —dije. No sé cómo lo había deducido—. Rodearán Venus y utilizarán su campo gravitatorio para impulsarse. Llegarán a Marte y entonces solo tendrán que esperar cosa de un mes para poder despegar de nuevo y regresar a la Tierra. Nuestros chicos llegarán después que los chinos.

Jubal volvió a quedarse pensativo un momento y a continuación me miró.

—La nave americana no utiliza cohetes normales, ¿verdad? Supongo que tendrá otra cosa.

—Se llama CMPIEV —dije—. Cohete Magneto-Plasmático de Impulso Específico Variable. Es un motor de plasma, con un impulso específico muy alto y una aceleración muy baja. Pero puedes estar acelerando todo el viaje. Y al final compensa.

—Me temo que me he perdido —dijo Kelly.

—Los astronautas de antes —dije—, parecía que no tenían peso, pero en realidad no era así, no del todo. Su motor estaba encendido pero la aceleración no llegaba ni a una g. Lo que no es suficiente para mantenerte pegado al asiento. El CMPIEV es lento pero constante.

—La tortuga y la liebre —sugirió Alicia.

—... Algo así —dijo Dak—. Solo que esta vez, el que gana es el conejito.

Jubal seguía pensando. Finalmente me miró.

—Manuel, mon cher, tengo que saber todo lo que pueda sobre ese CMPIEV.

—Claro, Jubal —dije—. Puedo enseñarte algunas páginas web para empezar.

—Vale —dijo. Se dio una palmada en las rodillas y se encaminó a la puerta. Lo oí murmurar mientras bajaba a mi cuarto delante de mí.

—La primera persona que llegue a Marte tiene que ser americana —dijo.

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