Dio el regalo a Jorgito, una maqueta de Lego. En realidad, se había pasado: «Lego Racers 8199 – Atraco de furgón blindado». Leyó el texto del dorso. «El coche acorazado está parado debido a unas obras públicas cuando es embestido por el camión verde, que quiere hacerse con el dinero».
Trató de preguntar a Paola qué había ocurrido. Por qué había tenido que dejar el trabajo.
Hablaron durante un rato. Se sentaron. La mesa de madera tenía unos círculos producidos por tazas de té demasiado calientes.
—No solo me han despedido a mí. Ha habido recortes por todas partes. Hay reglas para estas cosas.
—Pero ¿y en la sección de economía?
—Solo estábamos tres, y yo fui la última en llegar. El último que llega, el primero que sale, como dicen. Si no encuentro trabajo dentro de noventa días, lo tendré complicado.
El
feeling
de Jorge: le daba pena. Al mismo tiempo: paro de noventa días sonaba bastante bien. Ella ya era una currelanta de nueve a cinco. Era una parte del sistema. Y en breve: él tendría independencia económica; podría ayudar a Paola con lo que fuera.
Puso un brazo alrededor de ella. Vio imágenes en la cabeza. Él y Paola juntos. El estéreo de su madre, encendido. Carcasas de CD por todo el suelo. Paola hurgando entre los discos. Leyendo los textos de las contraportadas. Tratando de explicarle a Jorge por qué Janet Jackson y Mariah Carey eran las mejores. Ponía canciones, cantaba las letras de las canciones:
Oooooh, I’m gonna take you there, that’s the way love goes
.
Pero para Jorge: ella: su ídolo más grande. En realidad: el único ídolo que había tenido nunca.
Jorgito volvió a la cocina. Miró a Paola.
—Ya he montado el atraco.
—Entonces me lo tienes que enseñar —dijo Jorge.
Paola le miró.
—¿Qué has dicho, Jorgito?
—Ya he montado el Lego. Es un atraco muy guay. El camión choca con el coche que tiene el dinero.
Paola se dio la vuelta y miró a Jorge. Suspiró.
—Eso no está bien.
Jorge esbozó una sonrisa socarrona.
—Ya te estás largando. Hablaremos luego —dijo Paola.
—No seas así, si al chico le encanta el Lego. Y te prometo que se arreglará. No tienes por qué preocuparte.
—No, vete, por favor. Y no quiero tu dinero. No encaja aquí.
Jorge se detuvo.
—¿Qué quieres decir? No me vengas con estas bobadas otra vez. Pensaba que ya lo habíamos superado.
Paola ya se estaba dirigiendo a la habitación de Jorgito.
—No puedes mantenerme a mí con lo que ganas en la cafetería. Eso ya lo sé. Así que, si hablas de arreglar algo para mí, tiene que ver con dinero sucio. Y no queremos ese tipo de dinero. ¿No te habías enterado?
En ocasiones normales: Jorge, un rey. J-boy
the man
, el tío que siempre tenía buenas salidas y un pedazo de
flow
de éxito. Ahora: no sabía qué decir. Callado como un móvil estrellado. Patético como un mocoso apaleado en el suelo de un bar.
Salió al vestíbulo. Echó una rápida mirada al cuarto de Jorgito. Los pensamientos le rebotaban en la mollera: si Paola no quería ayuda, ya podría dejar de lloriquear. Si ella no quería su
cash
, Jorgito tampoco iba a tenerlo. Si su pasta era tan sucia, el Lego también lo era. ¿O no? Debería entrar y recoger los juguetes del cuarto del pequeño Jorge.
Dio un paso hacia delante en la habitación del niño. El chaval estaba junto a su construcción. Esperándole a él y a Paola para enseñarles lo que había hecho.
Sus ricitos, sus ojos traviesos llenos de risa. Una persona inocente.
Jorge dio un paso hacia atrás. Volvió al vestíbulo.
Abrió la puerta.
La cerró de golpe. Tan fuerte como pudo.
En el coche, camino de casa: pedazo de bola de nervios en la tripa. Puso
The Voice
.
Robyn, como siempre en todos los canales de radio.
Sonó el móvil. Pensaba que sería Paola, disculpándose.
Era Tom Lehtimäki. Una conversación breve, sin nombres ni detalles. Siguiendo los principios de Jorge.
—Tenemos problemas.
—¿Y eso?
—El ocho está atrancado, lo intenté como dijiste, pero nada.
—¿Qué le pasa?
—La verdad es que no hay más que mierda.
—¿Podemos quedar para hablarlo?
—Estoy en casa.
—Vale, voy para allá. Ya.
Jorge llevaba tiempo sospechándolo. El marica de Viktor no estaba a la altura. El tío trataba de viajar gratis a costa de los demás.
Había llegado el momento de hablar con ese chorbo.
Un día después, estaban de vuelta en la casita de verano de la madre de Jimmy. Las sillas estaban en su sitio. El trípode, con la pizarra colocada. El sol pegaba con fuerza fuera; había llegado el verano. Iba a ser un verano largo con una cantidad loca de
cash
.
Pero para eso todo tenía que funcionar.
El fin se estaba acercando. En la última semana se habían arreglado muchas cosas. Ningún marica llamado Viktor iba a poder sacar una entrada libre.
No way in
hell
.
[27]
Pero también había cosas importantes pendientes. La valla. La cámara. El plan privado.
Echó un vistazo a los chicos de la casita.
Mahmud: hermano de cafetería. Hermano de planificación. Hermano de armas. Los ojos oscuros y tristones con pestañas largas: como unas medias lunas invertidas. El árabe tenía pinta de estar cansado.
Sergio: su propio primo. Javier: latino. Ambos:
hermanos
, pero posiblemente les encantaban más los porros que el plan. La última vez que había hablado con Javier: el tío estaba tan colocado que su caspa nevaba sobre la luna. El propio J-boy había sido un fumador de primera. Pero para él: aquello se había acabado. Aun así, lo dejó pasar; necesitaba a estos tíos. Además: Javier no era un don nadie; conocía a todo Alby.
Robert: taciturno. Iba a lo suyo. Pero no tomaba iniciativas propias. En realidad: eso estaba bastante bien.
El pavo de Jimmy: también se portaba decentemente. La única desventaja, el tío era colega de Viktor.
Tompa: un talento con humor. Un técnico con contactos. Hasta ahora se había portado de manera ejemplar. Al mismo tiempo: exigía
mucho
. Quería decidir cada detalle. Dar su opinión. Escuchar su propia voz. Pero Jorge pensó: «Hay que darle cuerda, siempre y cuando responda después».
Viktor, por otro lado: un jeta que debería haber pedido disculpas hace tiempo.
Jorge comenzó a hablar. Repasó brevemente todo lo que ya estaba hecho. Parloteó sobre el planteamiento, el equipo, las armas. Repasó fechas, horas, momentos clave. Los ingresos de toda el área metropolitana de Estocolmo eran depositados en las cajas de servicio de los bancos, se juntaban, se recogían por guardias jurados y transportes blindados, terminaban en la central de recuento de Tomteboda. Y allí también estaba lo que tenía que salir al día siguiente.
Además: en la cámara estaban los restos, lo que podría no salir, lo que quedaba de la semana anterior. Pedazo de superávit de
cash
.
Los tíos parecían contentos a pesar de que Jorge les dijera que seguía sin averiguar cómo forzar las verjas y la cámara.
—Pero también tenemos otro problema —continuó—. Un problema gordo. Hablaré claro. Uno de nosotros no está dando la talla. A uno de nosotros se la suda todo el asunto. Solo piensa en sí mismo. Como un marica.
Los tíos le miraban fijamente. Solo Tom y Mahmud sabían de qué hablaba Jorge.
La cabeza de Jorge: hirviendo.
—Uno de nosotros quiere que los demás hagan el trabajo mientras él se limita a aprovecharse de las ventajas. Quiere colarse en el metro sin billete, pero esta vez cobrando, según parece.
La mirada de Jorge: clavada en Viktor. El tío comenzaba a comprender.
Ya podía soltar la noticia.
—Estoy hablando de ti, Viktor. No estás haciendo ni una mierda. Ni siquiera contestas al teléfono. ¿Te das cuenta de los riesgos que los demás hemos corrido por ti?
Los otros tíos miraron a Viktor.
Respiraban, aliviados de que Jorge no estuviera hablando de ellos. Al mismo tiempo: caras inquisitivas. ¿Era verdad que Viktor solo trataba de aprovecharse de ellos?
La mollera de Jorge: las sienes estaban latiendo. La saliva salía a chorros.
Los pensamientos estallando en su interior: ¿quién hostias pensaba que era, ese vikinguillo de mierda? ¿El pringado de Viktor realmente pensaba que les podía engañar?
Jorge se puso en pie. Levantó la voz.
Venga a darle: problemas de actitud, estilo pasota de pringado. Viktor: una postura de perdedor respecto al golpe. Su compromiso con el equipo daba por culo.
Viktor no hacía más que devolverle la mirada chunga. Jorge trataba de pillarlo. Los ojos del tío parecían asustados. Pese a todo, iba de guay. ¿Qué hostias le pasaba?
Tras unos segundos. Jorge paró para respirar. Mirada asesina. Seguía de pie. Los ojos clavados en Viktor.
—¿Ya has terminado? Porque estoy hasta los huevos de ti —dijo Viktor.
—¿Cómo?
—He dicho: estoy hasta los huevos de ti. Estás tan lleno de mierda que te sale por los oídos.
El humor de Jorge: avería total. Aulló. Dio unos pasos hacia Viktor.
—¡Puto marica de mierda!
Viktor: soltó algo en plan chulito. Se puso de pie.
Las alertas de follón de todos: a nivel rojo oscuro.
Mahmud también se levantó.
—Relájate, Viktor.
—¡Venga, pringado, inténtalo! —gritó Viktor.
Tom se puso de pie.
—Siéntate, Viktor. Relájate ya, joder.
Demasiado tarde.
Jorge voló los últimos metros. Si ese payaso quería que le dieran de hostias, él se las daría.
Todo le estaba hirviendo por dentro: la falta de gratitud de Paola, la actitud de Viktor, las dificultades con la verja y la cámara que todavía estaban sin resolver.
Empujó a Viktor en el pecho con todas sus fuerzas.
El tío tropezó y cayó hacia atrás. Golpeó el sofá.
Jorge: ya estaba encima.
Abofeteando a la
puta
como a una tía insoportable. Clis-clas.
Viktor trató de desviar los brazos de Jorge. Agitaba las manos como una pava.
Trató de ponerse en pie.
Jorge ya estaba con los puños: dio un par de derechazos medio decentes al pringado.
Después terminó. Javier y Mahmud ya lo estaban sujetando. Agarrándole de la cintura. De los brazos.
Las mejillas de Viktor estaban rojas como la casita de verano de la vieja de Jimmy; el tío soltaba palabrotas. Después se dio la vuelta.
Salió corriendo de la casa.
Diez minutos después. Jorge se había calmado. Estaba en la cocina con Mahmud y Tom. En un rincón: un viejo horno; tendría cien años. Hierro negro, iniciales grabadas en la parte frontal, un montón de ornamentos en las manillas. Jorge no entendía por qué la gente guardaba esas cosas.
Los demás se habían quedado en el cuarto de estar.
Tom hablaba en voz baja.
—Jorge, creo que Viktor está cagado de miedo.
—¿Por qué hostias le metiste en esto, entonces?
—Vale, me apunto ese error. Pero ahora en serio, está cagado de verdad.
—¿Porque vamos a prender fuego a coches?
—No. ¿No sabes quién es Viktor?
—Sí, un marica.
Tom repiqueteó con los dedos contra la mesa.
—¿Qué pasa? —preguntó Jorge.
Tom dejó de mover los dedos. Esperó unos microsegundos.
—Viktor está saliendo con la hija de Radovan Kranjic.
Jorge le miró fijamente.
—El tío está endeudado hasta las cejas —dijo Tom—. Teme que nuestra operación salga mal. Pero sobre todo teme por su vida, se ha metido en una familia que es peligrosa de verdad.
S
e notaba que estaba llegando el verano también dentro de la penitenciaría. Había más claridad en las celdas, los pájaros cantaban desde los muros, soplaban brisas suaves en el patio. Esmeralda dijo que esto, normalmente, afectaba a los presos. Se levantaban de mejor humor, tenían los cuerpos más inquietos, había más chistes verdes. Calentamiento previo al partido.
Pero ahora: los ánimos estaban por los suelos. Según Esmeralda no había hinchas suficientes en las gradas y, además, el ambiente en el vestuario era penoso.
Una guerra fría en la penitenciaría, que en cualquier momento podría convertirse en un conflicto abierto. Otra vez. La pelea en la celda de JW: Omar y el amigo habían dado de hostias al Tubo. El presidente también había machacado bien a Tim el Tarado. Y le había dado tanta caña a JW con la pata de la silla que el resultado fue un diente roto, dos puntos en la ceja, ocho puntos en el muslo y cuatro días en la enfermería.
Hägerström estaba contento con su planteamiento. Torsfjäll estaba más contento aún. Había conseguido que el Tubo y Tim el Tarado fueran transferidos a otra prisión. Formaba parte del protocolo. Si se producían conflictos graves, había que separar a los pendencieros. A alguno se le trasladaría, otro podría pasar un par de semanas en aislamiento. O, si no, se les castigaba con otra cosa. Cancelando los permisos vigilados, o lo peor de todo: cancelando el tercio. No saldrían en libertad condicional después de cumplir dos tercios de la condena. Para JW, esto supondría hasta dos años más entre rejas.
Pero lo principal era que Omar Abdi Husseini se quedaría, él no iba a tener que cambiar de penal ni de sección. Y JW también se quedaría. Dos gallos peleones en el mismo gallinero.
En otras palabras, JW se quedaría solo con su nuevo enemigo mortal. Se agobiaría. Se preocuparía. Además, echaría en falta sus papeles y su móvil.
Ahora sí que había algo que Hägerström podía hacer por él.
Pasaron los días. Hägerström trabajaba como un loco, cogiendo todos los turnos que podía. Quería estar siempre en la prisión.
JW se mantenía al margen todavía más que antes del conflicto. Pasaba la mayor parte del tiempo en su celda. A la hora del almuerzo siempre tenía al chaval joven, Charlie Nowak, muy cerca. Pero las cosas habían cambiado. Charlie Nowak trataba de ponerse a la altura de la situación. Jugar a ser guardaespaldas para JW, tomar el control. Pero sin el Tubo y Tim el Tarado faltaba la fuerza indiscutible, los nombres de peso.
El miedo a más ataques impregnaba el aire, aunque nadie quería reconocerlo abiertamente.