La impresión general era inequívoca. El líder de Born to be Hated no era santo de la devoción de Johan Westlund.
La estrategia parecía funcionar después de unos días. Hägerström supo por diferentes fuentes que las cosas se ponían cada vez más calientes. Otros chapas dieron a entender que los rumores se habían arraigado. Oyó del propio Omar que el presidente de Born to be Hated había oído las mismas cosas de la boca del tío de Werewolf Legion y otros. Parecía que el marica de JW tenía opiniones. El tío cascaba. Largaba chorradas.
Hägerström seguía difundiendo informaciones falsas.
Sabía que la conclusión de Omar seguiría la lógica de una ley natural: había que darle un escarmiento a JW.
Eran las siete y media de una tarde, justo antes del cierre, cuando estalló. Hägerström observó la situación desde cierta distancia, sin interferir. Ya no era un juego. Omar no iba a aguantar más mierda.
JW estaba con la puerta de la celda entreabierta, estudiando, como lo llamaba él.
Omar abrió la puerta sin un ruido y entró. Después sacó las tabas de los nudillos provocando un ruido alto: pop-pop-pop.
JW levantó la mirada.
—Qué hay, ¿quieres algo?
Omar no dijo nada. Devolvió la mirada inquisitiva de JW sin más. Detrás de Omar, otro tío, llamado Decke, estaba con los brazos cruzados.
Silencio en la celda.
Se oían las voces del Tubo y Tim el Tarado fuera: una disputada partida de
hold’em
[25]
junto a las mesas comunes del pasillo.
Omar se agachó. Puso una pata de metal de una silla contra la pared.
JW fijó la mirada. Una de las reglas básicas del trullo era la de nunca dar el brazo a torcer.
—Cascas demasiado —dijo Omar.
JW le miró con una expresión de cabreo.
—No es así como funcionan las cosas por aquí —continuó Omar—. No es así como funcionan en ningún sitio. Pero hoy estoy de buen humor, chiquillo. Por treinta billetes lo olvido todo. Como si no hubiera pasado nada.
JW siguió mirando al gigantón y a su colega, que estaba en el marco de la puerta.
—¿Qué me cuentas? No sé ni quién eres, Omar.
—¿No me has oído o qué? Ahora me debes cincuenta billetes. Y si dices una sola cosa más sobre mí, te reviento.
Walla
.
Omar cogió la pata de la silla con una mano. Decke dio un paso hacia delante, remangándose el jersey.
—¿Quién te crees que eres? —dijo JW—. Sal de aquí antes de que me canse de ti en serio.
Las piernas largas de Omar: dos pasos. Ya estaba junto a JW. Le dio un par de bastonazos sobre la espalda. JW se cayó de la silla. Pegó un grito.
Omar volvió a pegarle, sobre la pierna.
JW trató de meterse bajo la cama a la vez que se protegía con los brazos.
La puerta de la celda estaba abierta: el Tubo y Tim el Tarado entraron corriendo. El Tubo cogió el brazo de Omar que sujetaba la pata. Decke lo alejó con un empujón. Tim el Tarado volvió rebotado. Dio un salto, aprovechando la cama de JW: estaba ya más alto. Trató de pegarle un rodillazo en la cabeza a Omar. Pero el presidente ya había reaccionado. Recibió la rodilla con la cabeza torcida y los músculos del cuello en tensión.
Decke dio otro empujón a Tim el Tarado, esta vez con ganas. Omar se dio la vuelta. Dio un puñetazo serio al Tubo. El puño más macizo de la penitenciaría clavado en la tripa del yugoslavo. El Tubo tratando de recobrar el aliento. Hipando. Soltando sus manos. Cayendo hacia atrás. Tim el Tarado le metió un derechazo a Decke. El tío lo paró. Empujándolo otra vez. Omar, metiéndole un bastonazo con todas sus fuerzas a la mano de Tim el Tarado. Luego una vez más. Los dedos de Tim el Tarado crujieron. La sangre rociaba las sábanas de JW.
Decke apartó al Tubo.
Omar se agachó. Metió la pata de la silla debajo de la cama donde estaba JW.
Golpeó tan fuerte como podía.
El Tubo gritó.
Tim el Tarado gritó.
JW gritó más alto todavía.
Omar, dando golpes una y otra vez.
La pata de la silla estaba ensangrentada cuando la sacó.
Decke salió de la celda.
El propio presidente se dio la vuelta antes de salir.
—Maricón de mierda —gritó hacia la cama, agachándose—. La próxima vez te mato.
Telón.
* * *
Aftonbladet
Atentado contra el líder de los bajos fondos
Radovan Kranjic, cuarenta y nueve años, sospechoso de ser uno de los líderes de los bajos fondos de Estocolmo desde hace muchos años, ha sido víctima de un atentado con bomba.
A las tres y cinco de la madrugada, una fuerte explosión despertó a los residentes de la calle Skeppargatan de Östermalm en Estocolmo. Un coche-bomba había explosionado en la calle. En el asiento del conductor estaba Radovan Kranjic. Había también otro hombre, de unos treinta y cinco años, en el coche.
Un testigo que pasaba por la calle nos cuenta: «Estaba caminando de vuelta a casa y vi una enorme explosión treinta metros más adelante. La onda expansiva me tumbó. Se rompieron un montón de cristales de los coches y de las casas del alrededor. Pensé que era uno de esos suicidas haciendo de las suyas otra vez».
Se ha sabido que Radovan Kranjic estaba en el coche para recoger a su hija, de veintiún años, que había acudido a una fiesta en casa del conocido personaje de Stureplan y de la alta sociedad Carl Malmer, conocido como Jet-set Carl.
Carl Malmer, que reside en la calle Skeppargatan, dice a
Aftonbladet
: «Había mucha gente en mi casa y estábamos escuchando música. Pero de repente se oyó un estallido que ahogó la música y todo comenzó a temblar. Pensé que era un terremoto».
La policía llegó al cabo de unos minutos. Cercaron una parte de la calle y la fiesta en casa de Carl Malmer fue interrumpida. Radovan Kranjic fue llevado en camilla hasta una ambulancia. Según los testigos, su hija estaba junto a la camilla en todo momento.
A la llegada al hospital Karolinska se comprobó que el estado de Radovan Kranjic era muy crítico. El hombre de treinta y cinco años que lo acompañaba en el coche también fue llevado al hospital. Nadie ha sido detenido por el atentado, pero se sabe que Radovan Kranjic fue víctima de un tiroteo tras acudir a una gala de artes marciales en el Globen. En aquella ocasión, escapó con vida gracias a un chaleco antibalas, aunque sufrió serias lesiones en el hombro.
Esta mañana, la policía seguía sin barajar ninguna hipótesis segura acerca del móvil del atentado.
«Siempre sospechamos que Radovan Kranjic ha desempeñado tareas importantes en los bajos fondos, pero hasta ahora no hemos podido demostrarlo», dice Claes Cassel, jefe de información de la policía. «Puesto que ya había sido víctima de otros atentados, este no ha supuesto ninguna sorpresa».
La policía cuenta con una veintena de testigos que presenciaron el suceso.
Anders Eriksson
Lotta Klüft
Aftonbladet
El rey de los bajos fondos ha fallecido
Radovan Kranjic, de cuarenta y nueve años, ha fallecido, según un comunicado del hospital Karolinska. «Kranjic tenía serias lesiones provocadas por fuego y fragmentos de cristal, así como lesiones generalizadas en órganos internos vitales», dice el médico responsable de la UCI.
El coche de Radovan Kranjic explosionó en la madrugada de ayer en la calle Skeppargatan de Estocolmo. Kranjic estaba en el lugar para recoger a su hija, que había acudido a una fiesta en casa del conocido personaje de la alta sociedad Carl Malmer, conocido como Jet-set Carl. En el coche había otro acompañante, de unos treinta y cinco años. Este sigue en cuidados intensivos en la UCI del hospital Karolinska.
Los testigos hablan de una fuerte explosión en el interior del coche. Se rompieron varios cristales de coches aparcados y pisos cercanos. Se pudo oír el ruido de la explosión hasta el barrio de Södermalm.
Los dos hombres fueron llevados en ambulancia hasta el hospital Karolinska.
«Nuestros equipos intentaron desde entonces salvar la vida de Kranjic, pero sin éxito», dice el médico responsable de los cuidados intensivos. «A las once y cuarto hemos podido constatar que no se podía hacer más».
La policía sigue varias líneas de investigación, pero todavía no cuenta con ningún sospechoso principal, dice una fuente policial a
Aftonbladet
.
Anders Eriksson
Lotta Klüft
Aftonbladet
El rey de los bajos fondos será enterrado mañana
Muchos decían que Radovan Kranjic era el rey de los bajos fondos. Mañana será enterrado. La policía refuerza su vigilancia.
Tanto los medios de comunicación como la policía de Estocolmo han señalado a Radovan Kranjic como uno de los grandes de los bajos fondos. Él era consciente de que muchos pensaban que dirigía parte de las actividades ilegales de Estocolmo.
«Sé que me llaman el jefe de los yugoslavos y un montón de bobadas más», dijo en una entrevista a
Aftonbladet
hace cuatro años.
Medía más de dos metros y pesaba alrededor de cien kilos. Se sentía indestructible. Nadie iba a poder acabar con él.
«Soy un chico normal, pero llevo treinta años haciendo deporte», dijo con una risa.
Radovan Kranjic vino a Suecia desde la antigua Yugoslavia hace más de treinta años. Muchos pensaban que era un hombre encantador, y que no escatimaba en gastos. Entre sus intereses figuraban las carreras de caballos y era propietario de tres purasangres. También le gustaban las artes marciales y él mismo patrocinaba a numerosos luchadores, llamados
fighters
.
Pero Radovan Kranjic también había sido condenado a penas de prisión por amenazas ilícitas, agresión, crímenes de armas y fraude fiscal, entre otras cosas. Sin embargo, desde 1990 tenía un expediente policial totalmente limpio.
«Aquello fueron pecados de juventud. Yo no me dedico a estas cosas», dijo en la entrevista a
Aftonbladet
.
En Serbia tenía amigos íntimos que formaban parte del movimiento nacionalista serbio, entre ellos Zeljko Raznatovic, más conocido como Arkan, que lideró el ejército paramilitar privado Los Tigres Blancos. También se piensa que Radovan Kranjic participó en la guerra de la antigua Yugoslavia entre los años 1993 y 1995, periodo en el cual pasó mucho tiempo fuera de Suecia.
Radovan Kranjic comenzó su carrera profesional como portero de diferentes establecimientos nocturnos de Estocolmo. Era buen amigo de Dragan Joksovic, más conocido como Jokso, que también fue señalado como el líder de los bajos fondos hasta su asesinato en Solvalla en 1998. Muchos consideran que la muerte de Radovan Kranjic es una repetición del destino de Jokso.
Durante los años que siguieron, Radovan Kranjic desarrolló sus actividades, regentaba una empresa de vigilancia de bares y hacía negocios en los sectores inmobiliarios y de la construcción. La policía sospecha que, paralelamente, desarrollaba un imperio de contrabando de tabaco y de juego. Fuentes policiales dicen a
Aftonbladet
que Radovan Kranjic también era sospechoso de haber dirigido prostíbulos y actividades de extorsión en Estocolmo.
Una persona del círculo de Radovan Kranjic dice a
Aftonbladet
: «Radovan Kranjic llevaba una vida dura, pero para muchos de nosotros era un héroe. Mañana será enterrado. Por fin el rey podrá descansar en paz».
Sin embargo, la policía no opina lo mismo y tiene la intención de reforzar su vigilancia durante el entierro.
Anders Eriksson
C
anto del coro. A voces. Ambiente sacro. Después, el obispo cantó en solitario durante unos minutos.
Otra vez el coro. El eslavo de la iglesia. Los textos sagrados de Kyrillos.
Olía a incienso y a mirra. Natalie trataba de escuchar las palabras aunque no entendía.
Su madre se santiguó. Natalie se sentía fuera de lugar.
Lit de parade
.
[26]
Natalie estaba junto al ataúd abierto. Alrededor había una montaña de coronas de flores. Ella trató de fijar la mirada en la cruz detrás del ataúd. Pero no pudo apartar la mirada de su padre. Parecía estar tan solo, a pesar de que la capilla estaba llena a rebosar de gente. Llevaba un traje negro. El pelo con raya al lado. Los brazos cruzados sobre el pecho. Un icono con su
svetac
, san Jorge, en las manos. Su padre parecía pequeño. Y estaba quieto.
Tan quieto.
Natalie y su madre habían hablado con el obispo el día anterior. Habían hablado de sus preferencias en relación con las ceremonias y los rituales. Cada familia serbio-ortodoxa tiene su propio santo, un
svetac
. En el clan de los Kranjic, tenían a san Jorge desde hacía más de cien años. Y según la leyenda, san Jorge había matado al dragón, era un guerrero. Esto era más adecuado para su padre que para cualquier otro de este lugar.
La noche había sido larga. Según la tradición, el cuerpo debía ser enterrado en menos de veinticuatro horas. Pero no había sido posible traer a todos los asistentes en un plazo tan corto, y además la policía quería hacer la autopsia, así que decidieron esperar unos días. Pero más de una semana habría sido un escándalo. Dijeron al cura sueco-serbio de Södertälje que estaban dispuestos a pagar a sus empleados para que estuvieran presentes en el velatorio y leyeran el Salterio. Era importante: nadie podría decir que la familia Kranjic no lo había hecho según los mandamientos de la tradición. Su madre acudía a la capilla todos los días para ver cómo lo hacían. Había que tratar a su padre como el héroe que había sido.
Natalie llevaba un vestido negro largo de cuello redondo de Givenchy. Nada que hiciera sospechar lo caro que era en realidad. No habría sido apropiado. El obispo había sido claro. Nada ostentoso, nada de tacones altos o faldas demasiado suecas.
Su madre iba más sobria aún. Llevaba un traje negro con una falda que le llegaba hasta las pantorrillas. Y un sombrero con un crespón oscuro.
Hacía calor; habría doscientas personas en la capilla. Pero Natalie sabía que había al menos otras trescientas amontonándose fuera. Y, además de eso, estaba la vigilancia policial, por alguna razón que no atinaba a ver.
Ella y su madre habían llegado a la capilla dos horas antes. Habían visto cómo metían el ataúd en la capilla con el pie delante. Recibieron condolencias, flores, besos en las mejillas. Más de quinientas caras a las que tenían que saludar. No reconocía ni a la décima parte de ellas.