JW siempre estaba sentado junto a una de las mesas del centro. Era rubio, con un pelo de diez centímetros de largo. No era fornido, pero parecía bien entrenado. Hägerström ya controlaba sus rutinas. JW corría diez kilómetros en la cinta de correr del gimnasio tres veces por semana. Lo interesante era que, fuese quien fuera el que estaba utilizando la cinta, cuando JW entraba en el gimnasio, siempre se bajaba para cedérsela. Era evidente que la posición del tío en este lugar no era normal.
Los chapas comían al mismo tiempo que los presos. La idea de la dirección de la cárcel era crear un ambiente familiar. Pero eso era más que nada una fachada. Todos los chapas estaban sentados en su propia mesa. Aunque hoy Hägerström quería probar una cosa.
JW comía junto con otros tres presos. Hägerström los tenía controlados también a ellos. Los memorandos de Torsfjäll cubrían todos los detalles. A la izquierda de JW había un yugoslavo de cincuenta años llamado el Tubo, pero que en realidad se llamaba Zlatko Rovic. Hacía veinte años le habían apaleado tanto que había perdido la audición del oído derecho. Pero los médicos metieron algún tipo de artilugio, un tubo, en el conducto auditivo, y el Tubo pudo volver a utilizar su oído. Era un exmatón que había cambiado de gremio y que hoy en día se dedicaba más que nada a las facturas fraudulentas y otros asuntos de economía. En el otro lado de la mesa había un talento más joven, con el mote de Tim el Tarado. Su nombre completo era Tim Bredenberg McCarthy. El tío tenía treinta y tres años y era un
exhooligan
, uno de los miembros más destacados de Firman
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en los años noventa. Hoy en día, él también se dedicaba a delitos económicos, pero a una escala menor. El último hombre de la mesa se llamaba Charlie Nowak. Se dedicaba a otra cosa: era un criminal violento al cien por cien. Su última condena era por agresión grave y extorsión. Tenía veintidós años. Encajaría en el grupo por alguna cosa que no tenía nada que ver con los delitos económicos, pero no le sorprendía a Hägerström. Las alianzas poco ortodoxas de este tipo eran habituales. Los gamberretes se unían a los cerebros en el trullo, tal y como lo expresaba Torsfjäll.
Hägerström preguntó si les importaba que se sentara con ellos.
El Tubo dejó los cubiertos sobre la mesa. Tim el Tarado se quedó tieso. Charlie Nowak dejó de masticar.
Los chapas y los presos no compartían mesa. Eran como el agua y el aceite, no se mezclaban. En otras palabras, era algo impensable.
JW seguía comiendo tranquilamente. Continuaba hablando con los demás. Ni siquiera levantó la mirada.
Señal suficiente. A JW no le importaba.
Los demás se relajaron.
Hägerström se sentó. El Tubo siguió mirándolo fijamente.
JW continuaba partiendo sus trozos de
stroganoff
. Sujetaba el cuchillo cerca de la hoja, meticulosamente. Partía cada trozo de salchicha en tres partes. Mezclaba con arroz. Empujaba el trozo elegido hacia el tenedor. A los ojos de Hägerström, la manera de comer de JW parecía la de un adolescente glotón.
Él era poco más que un bebé la primera vez que su madre le había dicho: «Los cubiertos hay que sujetarlos en el extremo del mango. Para que la gente no piense que estás metiendo los dedos en la comida».
En otras palabras: no como JW sujetaba los suyos.
JW abrió la boca.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí ya, Martin?
Una oportunidad.
—No lo suficiente para conocer todos los pasillos, desde luego —dijo.
JW rio educadamente.
—Pero estoy cada vez más a gusto aquí —dijo Hägerström.
—Para ti es fácil decirlo —gruñó el Tubo—, no te quedan tres años para poder volver a casa.
—Ya, ya lo sé, puede que suene raro cuando digo que estoy a gusto. Pero hay buen ambiente en esta sección.
—Creo que tienes razón —dijo JW—. He visto cosas mucho peores. Aquí se está guay. Lo único que echo en falta son unas instalaciones deportivas mejores.
Tim el Tarado esbozó una sonrisa socarrona.
—Aun así, eso de estar aquí metido te pone en forma, ¿sabes? Nada de pimplar y esas cosas. Quiero decir, el coco lo agradece. Pero también te pones gordo, joder. Demasiado poco entrenamiento y demasiado poco folleteo.
Todos los que estaban alrededor de la mesa se troncharon. Hägerström también. Tim el Tarado era un miembro destacado de la reserva de inteligencia. Y los chistes verdes se parecían a la jerga pueril de algunos de sus colegas de la policía.
Al mismo tiempo trataba de pensar en algún comentario agudo, pero parecía que la cabeza se había ido a comer también. No se le ocurrió nada. Se sentía un poco tonto.
El Tubo, Tim el Tarado y JW continuaron hablando. No parecía que la presencia de Hägerström les molestara. Un paso hacia delante. Pero tampoco le había acercado a JW.
Sabía que podía costar tiempo.
Al cabo de diez minutos se levantaron. JW se puso en pie primero. Los demás le siguieron igual que los críos de una guardería siguen a su señorita. Hägerström se quedó. Estaba pensando en el siguiente paso. Demasiadas conversaciones con JW habían terminado de esta manera; eran agradables, sencillas, educadas. Pero no había cercanía. No había puertas por donde entrar.
Dentro de poco tenía que entrar en JW-landia.
Había discutido un montón de estrategias con Torsfjäll.
En breve, Hägerström daría comienzo a la fase seria de su operación.
Tenía un plan.
L
ouise dijo que esta, sin lugar a dudas, iba a ser la madre de todas las fiestas privadas, la más cara y prestigiosa del año. La actitud de Natalie era más equilibrada. Le apetecía ir. Siempre le dejaban entrar en los bares alrededor de Stureplan. Si habías trabajado en el mundillo de los bares, tenías una pinta decente, piernas como las suyas y, sobre todo, un padre como el suyo, normalmente no había problemas. Pero el hecho de que hubieran sido invitadas a la fiesta de inauguración del nuevo piso de Jet-set Carl junto con otros doscientos invitados especiales, eso era casi VIP de verdad.
Al mismo tiempo: las vibraciones eran regulares; lo que había ocurrido a papá era algo desagradable.
Carl Malmer —también conocido como Jet-set Carl, también conocido como el príncipe de Stureplan— había hecho una reforma a tutiplén de su loft en la calle Skeppargatan y ahora lo iba a celebrar con el lujo más extravagante de la ciudad. Un piso de más de trescientos metros cuadrados en Östermalm: eso era clase con nivel. Jet-set Carl había comprado el piso de al lado hacía un año, había tirado las paredes, todo en plan diáfano. No tanto porque necesitara algo más grande, sino porque no quería vecinos que se quejaran cuando montaba sus fiestas. Sonaba exagerado. Pero al menos eso era lo que decía Louise.
Lollo había puesto al día a Natalie en los días anteriores al evento. Había llenado su muro en el Face. Los tíos más buenorros vendrían. Los niños de las mejores familias. Estaba cada vez más emocionada. «Ten la cámara del móvil siempre abierta. Habrá oportunidades para buenas fotos, te lo prometo».
Natalie pensó que Lollo a veces, algo más que bobalicona, casi era un peligro para sí misma. ¿Qué creía que diría Jet-set Carl si viera sus mensajes?
La prensa rosa también había creado expectación. Jet-set Carl: se rumoreaba que tenía romances con estrellas de Hollywood y princesas europeas. La empresa de Jet-set Carl facturaba más que todo el grupo de Stureplan. Jet-set Carl: Stureplan. Se le consideraba la persona con más poder en el mundo del entretenimiento.
Louise parecía creer que habían sido invitadas gracias a ella. Eso podría haber sido verdad en ocasiones normales: salía todos los fines de semana y se dejaba invitar a champán por tipos con camisas desabotonadas que no querían más que metérsela. Pero Natalie conocía la verdadera razón por la que habían sido invitadas.
Lollo se ponía en el centro de atención demasiado a menudo. Era increíblemente escrupulosa con las bacterias: nunca tocaba la botella con los labios cuando bebía, abría las puertas usando la manga del jersey como barrera entre la mano y la manilla, nunca tocaba nada en un baño sin desinfectar las manos después con su pequeño tubito de DAX Alcogel. Al mismo tiempo, era capaz de hacer una mamada a cualquiera para que le prestaran un poco de atención durante algunas horas. El asunto era que Jet-set Carl conocía a su padre. Natalie y Lollo no habrían sido invitadas ni en segunda convocatoria si no fuera por ello.
Su padre no se había alegrado de los planes de Natalie de ir a la fiesta. Ella entendía que tenía que ser así. Sus padres no habían sido los más liberales del mundo antes del atentado contra él, pero tampoco querían seguir tratándola como una niña. Ahora tiraban de las riendas. Y ella les entendía: toda la familia debía tener cuidado. Tenían que vengarse de lo que había ocurrido.
Lollo lloriqueaba por las dudas de Natalie.
—Tienes que venir. Lo necesitas. Si no, voy con Tove.
Natalie quería ir, pero tampoco tenía ganas de comentar el infantil intento de Lollo de jugar a dos bandas, utilizando a Tove. Además: Louise debería tener la madurez suficiente como para no insistir después de lo que había pasado.
Sin embargo, fue su madre la que sacó el tema dos noches antes de la fiesta. Estaban en la sala de la televisión viendo
Anatomía de Grey
. No era el programa preferido de Natalie, pero lo aguantaba por su madre. Ésta dijo que había hablado con su padre y que habían llegado a la conclusión de que no podían encerrar a Natalie de por vida. Natalie tenía derecho a salir. Querían que se divirtiera. Como antes.
Pero su padre había sido tajante cuando volvieron a hablar del tema.
—Al menos dormirás en casa.
—Vale, ¿pero Viktor puede recogerme y llevarme a casa igualmente? —preguntó Natalie.
—¿No va a ir a la fiesta? —quiso saber su padre.
—No, él no está invitado.
A Natalie le parecía que eso, en realidad, era un alivio. Viktor siempre estaba trabajando últimamente. Pero no en su concesionario de coches de Hjorthagen. «Estoy fuera, haciendo negocios», era lo que decía para explicarlo, y: «Ya en cualquier momento llega la pasta». A ella le aburría el tema.
Su padre no hizo ningún comentario. En lugar de eso terminó la conversación.
—Ya que duermes en casa, iré yo o Patrik o Stefanovic a buscarte. ¿Dónde y cuándo quieres que te recojamos?
De vuelta en la megaguarida de Jet-set Carl. Había percheros a rebosar y un tío enorme con el pelo rapado y pinta de película: vaqueros oscuros, chupa de cuero negro, polo ajustado sobre un chaleco antibalas. Portero al cien por cien.
Echó un vistazo a su lista. Natalie no sabía si ella y Lollo estaban allí.
Louise trataba de ligar. Hizo pucheros con la boca.
—¿Vas a entrar en la fiesta luego? Si eso, tienes que dejar que nos saquen una foto juntos. Nunca antes había visto un portero tan guay.
Lollo olía demasiado a J’Adore; y también se portaba como una que olía demasiado a perfume.
El portero ni levantó la mirada. Detuvo su dedo a la altura de un nombre. Miró a Lollo, después a Natalie.
—Usted será Kranjic, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—Bienvenidas.
Se quitaron los abrigos. Lollo preguntó a Natalie si le parecía que llevaba demasiado autobronceador en la cara.
Natalie llevaba un vestido que había encontrado en una tienda para coleccionistas del barrio de Marais. Diane von Furstenberg; un vestido muy conseguido, en su opinión. Llevaba un bolso de Louis Vuitton lleno de cosas, como por ejemplo su iPhone, el monedero, dos cajetillas de Marlboro Menthol, llaves, unos polvos de cara, el rímel clásico dorado de YSL, al menos cinco tubos de Lancôme Juicy Tubes y la nueva cajita de alarma.
Lollo llevaba una falda corta de volantes y una camiseta ajustada que había comprado en las rebajas de Marc Jacobs de París. Su sujetador
push-up
empujaba los pechos hacia arriba más que nunca. En realidad, debería haber llevado un sujetador
push-down
.
El calor, el ruido de la fiesta y el olor a expectación eran como un muro de maravillas. Se abrieron paso entre la multitud. Rubias de bote, modelos de ropa interior de segunda clase con sujetadores tamaño D y tíos vestidos con americanas por todas partes.
El objetivo era encontrar a alguien conocido, o conseguir que alguien se pusiera a ligar con ellas. Querían evitar quedarse como un par de pringadas, esperando que pasara algo. Tener pinta de estar sola era tabú total.
Entraron en la cocina, una habitación gigante, al menos cien metros cuadrados. Habían levantado un bar que ocupaba la mitad de la estancia. Carteles publicitarios de Smirnoff cubrían las paredes: Jet-set Carl sabía cómo conseguir patrocinio. Bármanes del Sturecompagniet mezclaban cócteles con el vodka de la publicidad como ingrediente principal y llenaban copas de Taittinger sin parar. En los rincones: altavoces gigantescos con música
schlager
. El techo estaba lleno de focos, y además había dos arañas de cristal grandes como motos. La luz se reflejaba como en las bolas de discoteca de los establecimientos que Jet-set Carl normalmente regentaba.
Natalie miraba fijamente hacia delante. Todas sus amigas lo hacían todo el tiempo: activar la mirada muerta. En la calle: pasos decididos, la cabeza fija, no había que moverla por nada salvo quizá por evitar que te atropellaran. En los bares: esperar a tu amiga en el baño de chicas sin mirar a nadie, mostrar que eras consciente de los demás era una debilidad.
Una mezcla de famosos de segunda y tercera clase entre la multitud. Echó un vistazo a la constelación de gente. Rebecka Simonsson, Björn af Kleen, September, algún hermano de Skarsgård, Blondinbella, Kissie y una decena más de chicas
bloggers
, Henrik Lundström y Sofi Fahrman desfilaron delante de ella.
En medio de todo el tinglado estaba Björn Ranelid.
Natalie echaba en falta París. Echaba en falta los tiempos antes de que se iniciara todo contra su padre.
Lollo tenía ojos de Lady Gaga, sin haberse metido ni una raya esta noche. Hacía lo que podía por preservar el aspecto de aburrimiento. Era evidente: no debía mostrar lo impresionada que estaba.
Un poco más adelante estaba el propio niño del cumple ataviado con chaqué rosa.
Louise pinchó el brazo de Natalie sin que nadie se fijara.