Una vida de lujo (43 page)

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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

BOOK: Una vida de lujo
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Hablaron de nada en especial durante un rato.

—Hablas tailandés, ¿no? —preguntó JW, justo antes de salir del coche.

—Sí, ya te lo he contado. He vivido allí.

—Ya, pero hay siete millones de tíos que incluso tienen esposas tailandesas y que no hablan ni inglés.

—No soy uno de ellos. Viví en Bangkok más de un año. Sé hablar
thai
. Conozco cantidad de cosas de Tailandia. Si quieres saber dónde están las mejores tías, pregúntame a mí. Si quieres saber dónde puedes conseguir el mejor precio para una pistola de nueve milímetros, pregúntame a mí. Si quieres saber con quién tienes que hablar en Klong Teuy para mantenerte lejos de los problemas, pregunta a míster Martin Hägerström.

—Muy bien, mi niño. Te pillo la indirecta. Entonces tengo una pregunta para ti.

—Vale.

—Tú me estás ayudando con el transporte y procuras que esté bien.

—Ya lo sabes.

—¿Tienes algún otro trabajo en el horizonte?

—No, pero he pedido un trabajo de guardia de seguridad en Estocolmo.

—¿Y cuándo te lo darán?

—No sé si me lo van a dar o no, pero, si eso, empezaría en cuatro semanas.

—Vale, entonces me gustaría que te fueras a Tailandia unas semanas. ¿Qué te parece la idea?

—¿Para?

—Tengo un colega ahí abajo que necesita que alguien le ayude con sus historias. Se ha metido en un lío y le hace falta alguien que conozca Tailandia. Yo pago la mitad del viaje. ¿Entiendes?

En realidad, JW no se lo estaba preguntando; era una orden. Podría llevar a algo interesante. De todas maneras, la Operación Ariel Ultra estaba estancada en aquel momento.

Capítulo 39

P
or primera vez, ella metió a gente de fuera.

Göran y Thomas se lo habían aconsejado. O, mejor dicho, fue Thomas quien había sacado el nombre: Gabriel Hanna. Oficialmente era conocido por ser un vendedor de chalecos antibalas, botas militares y pistolas de
paint ball
. Tenía dos tiendas en Västerås, una en Örebro y otra en Eskilstuna. Además: tenía la página web más visitada de accesorios militares. Los porteros, los fetichistas militares y los maderos de poca monta lo adoraban. Pero, según Thomas, en los bajos fondos, Gabriel Hanna era más conocido como algo auténtico. El rey de la pólvora de Mälardalen, el traficante de acero caliente, de mercancías calientes. En resumidas cuentas, Gabriel Hanna: el mayor traficante de armas ilegales del centro de Suecia. Quizá de todo el país.

Natalie, Göran y un tipo joven que llevaba una sudadera con capucha caminaban por un pasillo. Algunas máquinas tragaperras de Jack Vegas estaban colocadas a lo largo de unas paredes pintadas de negro. Una máquina de refrescos. Una máquina de sándwiches y chocolatinas. Después, unas escaleras estrechas que subían. El tipo encendió la luz justo cuando estaban llegando al primer piso.

Natalie echó un vistazo a la sala. Era grande. Ocupaba toda la planta superior del edificio. Había vigas en el techo. Linóleo en el suelo. Papel pintado blanco en relieve. Cuatro grandes mesas de juego, cubiertas de fieltro verde, estaban repartidas por la sala. En el medio: una gran ruleta de madera oscura. Alrededor de las mesas de juego había sillas de oficina con un toque de los años ochenta: cuero negro suave y apoyabrazos de madera. De las paredes colgaban pósteres de diferentes empresas de juego en Internet y la revista
Poker
.

Habían entrado en Västerås Gaming Club. Un club de juego semilegal para chorbos que querían quemar su
cash
en el póquer, la ruleta y los dados. Deberían haber intentado conseguir un ambiente de más glamur; beneficiaría al juego. Por otro lado: estaban en provincias; una ruleta quizá fuera suficiente para que los habitantes de Västerås tuvieran la sensación de ser gente con clase.

Natalie y Göran se sentaron cada uno en una silla junto a una de las mesas de juego. El cuero del asiento produjo un ruido sibilante al ser comprimido. El sueco del tío no era bueno.

—Él venir enseguida.

—No tenemos todo el día. Llámale —dijo Göran.

El tío llevaba un tatuaje de un águila con las alas extendidas en el antebrazo derecho. Natalie sabía lo suficiente: era la marca habitual de los asirios.

El tío metió las manos en los bolsillos de la cazadora.

Repitió lo que acababa de decir.

—Él venir enseguida.

Después bajó por las escaleras.

Göran ya le había avisado. Era un juego; quién espera a quién. Quién da el brazo a torcer ante quién. Quién sodomiza a quién. Y en este momento eran ellos los que necesitaban información, para eso tenías que ponerte debajo durante un rato.

Veinte minutos más tarde, Gabriel Hanna subió por las escaleras con el mensajero detrás. No tenía el aspecto que Natalie había esperado. Iba bien vestido. Bien afeitado. Raya a un lado bien peinada. Camisa azul claro, americana azul oscuro y unos chinos de color beis con raya. Ahora en serio: Hanna parecía un abogado en toda regla, incluso le recordaba a JW. Lo único que podía diferenciarle del estilo holmiense: grandes costuras en los zapatos. Suela de goma. Sobre todo: los zapatos tenían una punta megafina. Natalie pensó en lo que solía decir Lollo: «Se puede comprar casi todo con dinero, pero estilo no».

Hanna sonreía. Le estrechó la mano.

—Muy buenas, qué bien que os hayáis tomado la molestia de venir hasta aquí.

Acento de Västerås. Actitud agradable. Un tono agradable, a pesar del acento. No era precisamente lo que Natalie se había esperado de un comerciante de algo tan ilegal como las armas.

Se sentó. Hizo una señal con la cabeza hacia el tipo, que se marchó.

—Te agradezco que hayas podido atenderme —dijo Natalie.

Puso el taco de hojas de la investigación preliminar sobre la mesa de juego.

Según Göran: si había alguien que sabía algo sobre armas ilegales en Suecia, ese era Hanna.

El chico volvió con tres latas de Coca-Cola.

Hanna las cogió y miró a Natalie.

—¿Os apetece?

El gas de la lata de Göran salió con un estallido ahogado cuando la abrió.

Gabriel Hanna estaba de buen humor, contó chistes sobre kurdos.

—¿Sabéis por qué todos los kurdos hacen los deberes en el tejado?

Natalie quería ir al grano.

Hanna contestó a su propia pregunta.

—Porque quieren tener notas
altas
.

Se rio de su propio chiste.

Después comenzó a leer los papeles de Natalie. Los locales de Västerås Gaming Club quedaron sumidos en el silencio durante quince minutos.

El mensajero jugaba con su móvil. Göran no miraba a ningún sitio. Natalie pensó en Viktor. Él también solía reírse de sus propios chistes. Llevaban una semana sin verse. La última vez que habían quedado no había hecho más que hablar de su crisis financiera y de sus nuevas ideas de negocios. Natalie, en realidad, solo quería tirárselo. Eso le haría olvidar toda la mierda durante un rato. Pero después Viktor había empezado a divagar, diciendo que había gente en Tailandia que él creía que podrían tener algo que ver con el asesinato. Que había oído hablar de unos tipos criminales que se habían ido allí poco después. Gente a la que su padre le caía mal.

Hanna hojeó los papeles lentamente. Mantuvo la misma postura, como una figura de cera. El traficante de armas se concentraba al máximo.

Natalie pensó: Gabriel Hanna es un tío serio. Una actitud profesional mezclada con humor. Talento social, un tío que cae bien a la gente. Comprendía por qué había llegado lejos. Alguna vez, en el futuro, quizá pudieran hacer negocios. Pensó en JW; debería ir a verle de nuevo, él o Bladman tenían que pasarle la información correcta.

Transcurrieron los minutos.

Hanna levantó la mirada.

—Llevo el tiempo suficiente en este negocio. —Göran se giró hacia él. Natalie esuchaba—. Nunca se puede estar seguro al cien por cien de nada. Pero creo que sé de dónde viene esta munición, la granada y la carga plástica.

Un día después, Natalie salió de su Golf en el bosque de Lill-Jans. Acompañada de Göran, como siempre. Ya se sentía sola si él no estaba.

Un lugar curioso. Había estado allí muchas veces con su padre, pero ahora le parecía hostil.

Delante de ella había una torre de saltos de esquí. Su padre solía llamarla la Torre, sin más. La había comprado hacía unos años, a través de un testaferro. Una antigua torre, medio en ruinas, desde la cual bajaba una rampa de salto de esquí que terminaba en un prado rodeado de bosque más abajo. La rampa en sí llevaba treinta años sin usarse y la Torre había sido la sede de un club de bicicleta de montaña. Su padre había rehabilitado el sitio. Tiró las paredes, construyó nuevas escaleras, arregló los suelos. Instaló una cocina industrial en la planta baja. Trajo un cocinero y personal. Era perfecta para conferencias y reuniones de empresas.

Y ahora era la guarida de Stefanovic. El testaferro se había aliado con él; formalmente, Natalie no podía hacer gran cosa.

Sentía cómo la irritación crecía en su interior a cada paso que daba. Stefanovic: un puto imbécil. Stefanovic: un cabrón. Un
izdajnik
.

Tenía que relajarse. Saber jugar sus cartas. Respirar hondo tres veces.

Tenía que manejar la situación como una profesional.

La parte más alta de la Torre: una sala grande. Ventanas que miraban en tres direcciones diferentes. Había buenas vistas del bosque de Lill-Jans. Se veía Östermalm. Un poco más adelante se podía ver el ayuntamiento, los campanarios de las iglesias y las casas altas junto a la plaza de Hötorget. Al fondo: se distinguía el Globen. Estocolmo se extendía a sus pies. Su ciudad. Su territorio. No el territorio del traidor.

Un grupo de sofás, una mesa con seis sillas alrededor, un minibar lleno de botellas junto a la pared que carecía de ventanas.

En un sofá: Stefanovic.

Marko, el musculitos de Stefanovic, estaba sentado en una de las sillas.

Stefanovic se levantó. Beso-beso-beso. Unos saludos formales, no sentidos.

A Natalie le parecía que sus ojos estaban más acuosos que de costumbre. Todavía tenía un auricular del Bluetooth metido en uno de los oídos.

Natalie se sentó junto a la mesa. Göran se quedó en la puerta.

—¿No necesitaremos público, verdad? —dijo Stefanovic.

Hizo un gesto a su gorila, Marko. El tío se levantó, salió de la sala. Natalie hizo una señal con la cabeza. Göran también salió.

Ella y Stefanovic.

—Hace mucho tiempo que no vengo —dijo ella.

—Es un buen sitio —replicó él.

—Es el sitio de mi padre.

—No, los dos sabemos que Christer Lindberg es el propietario.

A ella le daba igual. Fue al grano.

—Stefanovic, tú fuiste la mano derecha de mi padre. Quiero que me cuentes qué está pasando.

Stefanovic contestó en serbio.

—Tendrás que ser más explícita. Nunca te he ocultado nada, cariño. Te lo prometo.

Puso la mano sobre el corazón, como si tuviera uno.

No había razones para seguir con aquella comedia.

—Vale, entonces quiero que me expliques quién es Melissa Cherkasova.

Stefanovic permaneció impasible.

—Natalie, amiga mía, tu padre gestionaba muchas actividades. Algunas eran más lucrativas que otras, eso ya lo sabes. Algunas eran totalmente legales, otras no. Algunas estaban dirigidas al público general, otras solo a hombres.

—Sé de qué me hablas.

—Bien. A veces hacen falta chicas para romper el hielo y pasar un buen rato. Sobre todo los clientes internacionales opinan que, cuando hay que ir a cenar, o a un club nocturno, hay que hacerlo en compañía de bellas mujeres. Así que: Melissa Cherkasova era lo que se conoce como una chica
escort
. No tiene mayor misterio. ¿Por qué preguntas por ella?

—¿Qué más sabes de ella?

—¿No vas a contestar a mi pregunta primero?

Natalie no iba dejar que la presionara.

—No, quiero saber qué otras cosas sabes de Cherkasova —contestó.

—Vale, pero luego tendrás que responder a mi pregunta. Y te puedo adelantar que no sé gran cosa. Sé que dejó de trabajar para nosotros hace varios años. Es posible que tu padre se pusiera en contacto con ella alguna otra vez después. De eso no sé nada. Pero ahora te toca contestar.

Natalie no dijo nada. Pensó en JW, el tío tenía carisma. Y había ayudado a su padre, y ahora a Stefanovic, con algo que iba más allá de los métodos habituales para evitar los impuestos.

Pensó en qué otras cosas sabía. Había visto un Volvo verde en el aparcamiento donde habían tiroteado a su padre, y un Volvo verde había dado vueltas por su calle en los días antes del asesinato, podría ser el mismo vehículo. Thomas había intentado que la empresa que gestionaba el parking subterráneo del Globen sacara imágenes de sus cámaras de vigilancia; desgraciadamente habían sido borradas hacía tiempo. Natalie pensó en la golfa de Cherkasova, que quedaba con el político Bengt Svelander, que a su vez había quedado con Stefanovic en un restaurante de la ciudad, que a su vez había quedado con JW. La exgolfa Martina Kjellsson, que afirmaba que era la gente de su padre la que había ordenado a Cherkasova grabar sus sesiones con el político. Thomas había indagado un poco más en la biografía de Svelander; entre otras cosas, el político estaba metido en la Comisión de Concesiones en el Mar Báltico del Departamento de Exteriores.

—Ellos son los que toman las decisiones sobre la zona económica de Suecia en el Báltico —le había explicado Thomas—. Y, más concretamente, los que toman la decisión de si van a dejar a los rusos construir aquel enorme gaseoducto, Nordic Pipe, en el fondo del mar.

Y allí estaba Stefanovic, mintiéndola en su cara recién maquillada.

—Stefanovic —contestó Natalie finalmente—, déjame que te lo diga de otra manera. Sé que está pasando algo, y que Cherkasova está metida en ello. Sin embargo, ya que no estás dispuesto a contármelo, creo que hemos terminado de hablar por hoy. Espero que a partir de ahora me presentes las cuentas de todos los negocios iniciados por mi padre. No me importa que dirijas tus propios asuntos. Pero lo que es mío, es mío.

Esto era el final; esto era el principio. Había dado el paso. Había dejado claro cuál era su postura. Stefanovic debía bajarse los pantalones o desaparecer. Ahora estaba esperando su respuesta. Sintió cómo su corazón repiqueteaba como un pájaro en su pecho.

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