Una vida de lujo (44 page)

Read Una vida de lujo Online

Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

BOOK: Una vida de lujo
11.5Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿Qué iba a contestar?

Pensó en su padre. Su viaje: la ascensión y la caída. Cómo se había abierto camino en la sociedad sueca. Haciéndose un hueco. Ayudando a tantos otros compatriotas. Reventando la segregación social: consiguiendo la aceptación de los suecos como un vecino más de la urbanización de chalés, un elemento de peso en la ciudad.

Stefanovic abrió la boca lentamente. Sonrió.

—Natalie, te he considerado como a una hija. Y veía al
Kum
como a un hermano. Puedes estar segura de que le honraré en todo lo que haga. Pero él se hubiera reído con gusto si hubiera oído este dramón que estás montando. Eres una chica guapa. Muy mona. Pero no eres más que eso. Este sector no es apropiado para mujeres.

Natalie esperaba que continuara.


El
Kum
lo sabía —dijo Stefanovic—, y yo lo sé. Así que ahora te lo pido por última vez: deja de creerte que eres tu padre. Llévate a Göran y sal de aquí, ya es suficiente. Ya te he dicho que no pierdas el tiempo con esa investigación preliminar. Así que escucha lo que te digo: nunca vuelvas por aquí. Olvida lo que pasó con tu padre. No vuelvas a exigir nada más de mí. No quiero convertirme en tu enemigo.

Natalie se levantó. Negó con la cabeza.

Stefanovic la siguió con la mirada.

Ella abrió la puerta.

Göran estaba allí. Tal vez sabía lo que había ocurrido.

Bajaron las escaleras.

En su cabeza: ¿ella aguantaría la presión?

No tenía ni idea. Pero sí sabía una cosa: su padre no se habría reído de ella hoy.

Oyó su voz en la cabeza. «Ranita mía. Ahora tú te encargas».

* * *

Menos de medio año después de haber estado en Estocolmo la última vez, estaba otra vez en un taxi, camino del hotel desde Arlanda. Camino de un trabajo
.

Y no era solo que estaba otra vez en Suecia, en la misma ciudad que en la última misión. Se trataba de la misma gente que la otra vez, las mismas personas
.

La misma familia
.

Resultaba inverosímil. Pero era así
.

Me preguntaba si de verdad podría tratarse de una casualidad
.

Aunque esta vez quería hacer un trabajo más elegante que la última vez. La señora de la limpieza y lo del aparcamiento eran dos recuerdos bochornosos
.

En algunas lenguas nos llaman
clean up men.
[59]
El asunto es que todo tiene que estar muy limpio cuando terminamos el trabajo. El caso es que el fracaso en el aparcamiento durante la gala de artes marciales todavía me fastidiaba enormemente. Mi falta de profesionalidad me corroía por dentro, mi actuación de patán me recordaba lo complejas que eran mis operaciones. Pero también había problemas prácticos. La policía sueca seguramente no había terminado todavía con sus investigaciones. No deberían tener nada que me señalase a mí. Pero quién sabe; alguien podría haberme sacado una foto cuando efectuaba aquellos disparos. Alguien podría haberme visto en el coche a las puertas de la casa de los Kranjic cuando estaba espiando. Alguien podría haber apuntado la matrícula del coche de alquiler, contactado con la empresa de alquiler, encontrado el vehículo y realizado una búsqueda de ADN en él. El coche estaba alquilado a otro nombre, pero podría ser
.

El taxista había colgado una especie de carné de taxi con una pinza delante del asiento del copiloto. Leí el nombre. Vassilij Rasztadovic. Por lo visto, era de la antigua Yugoslavia. No me gustaba su aspecto. Me recordaba al juez que me condenó al gulag
.

Le hablé en inglés, ocultando mi acento como buenamente pude. En realidad, daba lo mismo. Viajaba con un nuevo nombre, con nueva documentación y una nueva tarjeta de crédito. Pero quería evitar las preguntas innecesarias
.

Estaba relajado cuando salí del coche. Los meses que había pasado en Zanzíbar me
habían venido muy bien. Siempre me alojaba en el mismo bungaló, a menos de cincuenta metros de la playa. Siempre desayunaba en el mismo hotel. Siempre que salía a correr hacía el mismo recorrido a lo largo de la playa y por el pueblo. Tenía una mujer allí que, por alguna razón, estaba dispuesta a esperarme. O tal vez fuera yo el que la esperaba a ella. Seguramente quedaba con otros hombres cuando yo estaba fuera
.

Estaba relajado
.

Estaba concentrado
.

Tenía ganas de hacer este trabajo
.

Mi objetivo esta vez era matar a Natalie Kranjic
.

Capítulo 40

J
orge y Javier estaban desayunando. Dos tostadas con unas gruesas capas de Nutella.

Este hotel: más cutre que el de Pattaya.

Más barato que el de Pattaya.

Había todavía más putas que en Pattaya.

La pasta de Jorge se estaba agotando en serio; la factura del hospital de Mahmud minaba los fondos más que los asuntos puteriles de Javier. A pesar de todo, estaba contento de que Javier hubiera querido acompañarlo.

La hora: las diez y media.

Estaban esperando al nuevo tipo; Martin era su nombre. Hägerström, el apellido. Un nombre de
svensson
total. El pavo era un vikingo de pura cepa, no como Jimmy y Tom, que eran vikinguillos, pero que se comportaban como los niños del cemento. Martin Hägerström, joder, ¿cómo podía uno tener un nombre tan vikingo?

Ahora mismo, Hägerström seguía en la piltra. Dormía mucho, el tipo ese.

Javier decía que estaba cansado, a pesar de haberse tomado tres latas de Krating Daeng, el Red Bull tailandés.

—Bueno, ¿y cuándo crees que saldrá Mahmud?

—La última vez que estuve me dijeron que no sabían. Los tornillos del brazo se habían doblado de alguna manera. Luego también tiene la enfermedad de hospital, ¿sabes lo que es eso?

—Se supone que vas al hospital para curarte, ¿no?

—Sí, pero también se propagan las enfermedades ahí dentro, listillo. La enfermedad de hospital es una especie de bacteria que se llama estafilococo, según me dijeron. Nada bueno, tío. Y ahora está compartiendo habitación, la habitación privada salía demasiado cara, así que tiene muchas ganas de salir.

—Ya lo creo. ¿Con quién está?

—Depende. Van y vienen.

Javier tomó un sorbo de su cuarta lata.

—¿Tías?

Jorge sabía qué iba a llegar ahora; alguna broma acerca de las posibilidades de follar de Mahmud. Jorge: estaba hasta la polla de la fijación de Javier.

Javier no esperaba la respuesta de Jorge.

—Porque si son tías, al menos podría darse algún que otro revolcón. Cuando duermen, por ejemplo.

—Mmm…, pero tú, con lo mariconzuelo que eres, ¿no dirías que no si tuvieras que compartir habitación con alguna de esas
shemales
[60]
?

Javier bebió haciendo ruidos guturales aposta.

—Me encanta Tailandia.

—Mahmud saldrá en breve —dijo Jorge—. Pero antes de eso quiero hacerme con un chiringuito. Para que podamos ponernos manos a la obra enseguida. Y ese Hägerström me va a ayudar. Ya sabes, lo echaron de la policía. Y luego ha ayudado a mi colega en Suecia con un montón de cosas. Mi colega dice que se puede confiar en él, pero yo no me fío de un exmadero.

—No hay que hacerlo nunca. Pero no entiendo por qué quieres montar un chiringuito por aquí. Sé que se está agotando el
cash
. Pero hay otras cosas que son bastante mejores que llevar bares.

—¿Eres un poco duro de mollera o qué? Ya has visto lo que le pasó a Mahmud. Puede que tengamos que quedarnos aquí una temporada y no quiero hacer nada que pueda llamar la atención.

—Los rusos, qué cabrones.

—Es la ley de la naturaleza. También en casa. Nos comemos a los vikinguillos como si fueran galletas de jengibre. Los somalíes y los iraquíes nos comen a los que llegamos en los ochenta como si fuéramos pinchos de
baklava
. Y los rusos nos comen a todos como si fuéramos empanadillas con sésamo encima. Los rusos, tío.

Aun así: por la tarde Jorge quedó con Martin Hägerström solo. Al día siguiente tocaba reunirse con un tipo tailandés que vendía su pub deportivo. Jorge quería repasar la estrategia antes.

Estaban de nuevo en el restaurante del hotel. El tal Hägerström no se parecía a los típicos europeos de por allí. Llevaba camisa en vez de camiseta de manga corta. Zapatos normales en lugar de crocs o chancletas de playa. Sobre todo: pantalones largos en lugar de pantalones cortos. Causaba una buena impresión: Hägerström se parecía más a los tailandeses que a los turistas.

El exchapas ya llevaba allí casi una semana, pero hasta ahora no había hecho gran cosa. Solo había hablado brevemente con Jorge acerca de un listado de agencias inmobiliarias que había conseguido, y había consultado a los tailandeses para ver si había algo en venta, pero ahora mismo él era el único que le podía ayudar. Y Jorge necesitaba arrancar con algo en breve.

Pero había otra cosa: Hägerström había traído un sobre para Jorge de Suecia. Dijo que era de JW. Jorge lo había abierto: algunos papeles doblados. No veía lo que era. Los desdobló. El primero estaba escrito a mano:

«¡Socio! He conseguido un poco de información que podría interesarte. Echa un vistazo a los papeles que he metido. Luego he entendido que ahora mismo estás un poco pelado. Te envío algo de dinero por si lo necesitas».

Abajo del todo: un código de Western Union. Mil euros. JW, un tío legal.

Y los papeles eran realmente especiales. En realidad: mogollón de secretos, documentos clasificados. Era una copia de algún expediente policial. JW debía de tener un contacto privilegiado que había podido sacar la mierda desde dentro. Los maderos a menudo cotorreaban como críos, lo cual demostraba que todos eran unos hipócritas.

La pasma estaba al tanto de la hostia de cosas. El protagonista: él. Primero, una página con diferentes fotos de él. Diferentes alias: J-boy, Jorge Bernadotte, el Fugitivo. Datos personales, direcciones de diferentes pisos donde había vivido, qué coches había tenido, cuándo fue la última vez que le habían tomado las huellas dactilares. Y más cosas: sospechas. Jorge Salinas Barrio: uno de los personajes centrales del sur de Estocolmo en cuanto a tráfico y trapicheo de cocaína. Extractos del registro general de investigación judicial, los papeles de la unidad de delitos aduaneros, el registro de antecedentes penales. «Según la Unidad Internacional y la Interpol, en la actualidad Jorge Salinas Barrio probablemente se encuentra en Tailandia. Falta más información al respecto».

Después venían los asuntos menos agradables. Un listado de sus contactos, conocidos, colegas. Cosas de antes: gente a la que había vendido, gente a la que había comprado, gente con la que había estado en chirona, tíos a los que había amenazado por tratar de pillar en su territorio. Tenían listados de toda la gente que le había visitado en Österåker, tías que se había follado,
hermanos
en cuyas casas se había alojado.

Luego aparecía una sección especial: las sospechas acerca del golpe de Tomteboda. Lo relacionaban con Babak, que estaba vinculado con el Range Rover. Por lo demás, no tenían gran cosa. Jorge lo sabía: también había una investigación preliminar con más detalles, pero la peor parte figuraría en ese resumen.

Suspiró de alivio.

Aun así: casi se mareó; la pasma poseía tanta información… Sabían más de él de lo que sabía él mismo. Suspiró de nuevo: menos mal que estaba en Tailandia.

Al final llegaba lo peor de todo: el listado de la familia. Los datos personales de su madre, de Paola y de su primo Sergio, sus lugares de trabajo, los datos fiscales, el tipo de relación que Jorge mantenía con ellos. Positiva, neutral, negativa. Incluso tenían una puta lista de las cuidadoras de la guardería de Jorgito. El niño tenía cuatro años, ¿qué hostias pintaba él en todo esto?

Asqueroso. Odiaba a la pasma. Odiaba Suecia. Odiaba una sociedad que tenía que meter a un niño inocente en esto.

Hägerström hablaba de técnicas de negociación. En Asia: siempre hay que ser educado, seguir el rollo de
kapun khap
, no mirar a los ojos. Nunca calentarse. No decir no, no, no y dárselas de duro. En lugar de eso decir sí, sí, sí y después cambiar de idea. Sonreír y fingir que ya había acuerdo, aunque todavía faltaran decenas de kilómetros para el encuentro.

—Da igual que tengas razón o no —dijo el exchapas—. Que hayan tratado de jugártela hasta la médula. Porque si te calientas, demuestras que has perdido el control y entonces pierdes. Entonces los tailandeses ya no te tienen ningún tipo de respeto. Siempre hay que conservar la calma.

Jorge escuchaba, trataba de asimilar los consejos de Hägerström. Solo iba a comprar una cafetería, después el chavalote podría irse a casita.

—Nunca van a poder enseñar nada por escrito de cuánto facturan —dijo Hägerström—. Así que tú y yo debemos tener derecho a echar un vistazo al chiringuito de cerca durante un par de días. Ver cuánta gente viene, calcular la venta de cerveza, ver si pagan protección a alguna familia Seedang, comprobar cuánta caja hacen al día.

Jorge se rio.

—¿Por quién me has tomado? Eso también pasa en casa. Todos engañan a todos. No hay más que vigilar el
cash
que entra.

Aun así: apreciaba las ideas del vikinguillo de Hägerström. Era bueno tenerlo a bordo.

Al día siguiente negociaron con el vejete tailandés. Quedaron en el pub deportivo.

En un lado de la mesa estaban Jorge y Hägerström. En el otro lado estaban el viejete y sus dos hijos.

Toda la conversación, en tailandés. Hägerström parloteaba. Jorge seguía sus instrucciones: inclinaba la cabeza como un niño de visita en la casa real. En cuanto el vejete tailandés levantaba la mirada, Jorge soltaba un pedazo de sonrisa.

La reunión duró hora y media. Hägerström le estuvo explicando continuamente lo que estaba ocurriendo.

Había un gran problema. El tío quería que aflojara en
cash
,
up front
.
[61]
Nada de transferencias, nada de pagos parciales. Hägerström trató de convencer al viejo de un plan de pago de tres meses, dejarle un tiempo a Jorge para que pusiera el garito en marcha.

El vejete no quiso cambiar de idea; todo de golpe o no había acuerdo.

Fuck
.

Fuck, fuck, fuck
.

Other books

Skies of Ash by Rachel Howzell Hall
Beyond all Limits by J. T. Brannan
Rogue Countess by Amy Sandas
The Promise by Dee Davis
The Norway Room by Mick Scully
Kiss by Wilson, Jacqueline