—Ellos, o sus padres, debieron de quedarse abandonados aquí cuando las compañías síndicas que les daban trabajo se marcharon del sistema —comentó Desjani.
—Sí. No veo otra razón por la que pudieran haberse quedado.
—¿Capitán? —El consultor de comunicaciones hizo un gesto hacia su visor—. Están emitiendo una señal de socorro. Procede del planeta habitado.
Aquello le traía a la memoria recuerdos desagradables de Lakota. Tanto Desjani como Geary fruncieron el ceño a la vez que pulsaban sus visualizadores para ver la señal.
Tan solo era audio; una voz que se esforzaba por hablar con tranquilidad.
—A cualquiera que pase por el sistema estelar Wendig o cerca de él, al habla el pueblo Alfa del planeta Wendig Uno. —Geary pensó por centésima vez, aproximadamente, que las mentes pensantes de las compañías de los líderes síndicos no solían bautizar con nombres grandilocuentes a sus mundos ni a sus ciudades, a menos que eligiesen esos apelativos con intenciones propagandísticas—. Los sistemas de soporte vital que nos quedan corren el riesgo de dejar de funcionar en cualquier momento —continuó el mensaje—. Nos hemos comido todo lo que quedaba en este planeta para que sigan funcionando, pero ya se han agotado todos los recursos. Quedan algo más de quinientos sesenta habitantes, y necesitan ayuda de emergencia y ser evacuados. Por favor, respondan. —Luego hubo una pausa, después un registro de la fecha y de la hora en formato universal, y el mensaje comenzó a repetirse.
Geary comprobó los datos.
—Han estado emitiendo esto durante un mes.
—¿A cualquiera cerca de Wendig? —preguntó Desjani—. Deberían saber que lo más cerca que alguien va a estar de aquí es en el sistema estelar más cercano, y el mensaje tardará años en llegar. Incluso así, es demasiado débil como para que se escuche a distancias interestelares. A menos que un investigador astronómico que esté escaneando esa banda de frecuencia dé con él, nadie lo va a escuchar, y los investigadores se saltan las bandas que utilizan los sistemas de comunicaciones humanos porque están llenas de ruido.
—Puede que esa gente lleve emitiendo peticiones de rescate desde hace años y que nadie los haya escuchado. ¿Siguen vivos? —preguntó Geary.
Entonces respondió otro consultor.
—La ciudad no está a una temperatura cómoda para los humanos, pero todavía conserva algún calor, y las lecturas de la atmósfera dicen que es respirable. Sin embargo, los sistemas de circulación y de generación de aire deben de estar en mal estado, dado el nivel de agentes contaminantes que se pueden apreciar en los análisis espectrales.
Geary miró a Desjani, que tenía cara de circunstancia. Entonces se dio cuenta de que la estaba observando y se recompuso, incómoda.
—No es una buena forma de morir, señor. Ni siquiera para los síndicos.
—Quinientos sesenta. Familias, seguramente. Adultos y niños. —Geary le ordenó al asistente de acantonamiento automático de la base de datos de la flota que hiciese los cálculos—. Podríamos alojarlos.
—¿Alojarlos? —Desjani se quedó mirándolo.
—Sí. Tal y como ha dicho, es una forma fea de morir, congelándose poco a poco y sintiendo que el aire es cada vez peor. Podríamos llevarlos a otra parte.
—Pero... —Desjani se paró y habló pausadamente—: Señor, eso sería como una gota en el mar. Sí, es verdad que es... trágico. Incluso pese a ser síndicos, pero mucha gente muere cada segundo en esta guerra. En este mismo momento es muy probable que algún planeta de la Alianza esté siendo bombardeado por navíos de combate síndicos, y que miles de nuestros civiles estén muriendo.
Geary asintió para dejar entrever que era consciente de que lo que decía era verdad. Sin embargo...
—¿Cuál es la Tercera Verdad?
Ella lo miró durante un rato largo antes de responder.
—Solamente aquellos que son misericordiosos pueden esperar misericordia. Hace mucho tiempo que no escucho recitar las Verdades.
—Supongo que hace un siglo solíamos hacerlo más a menudo. —Geary bajó la mirada, mientras elaboraba sus argumentos—. Soy consciente de lo que ha pasado. Y también soy consciente de lo que podrían estar haciendo las naves síndicas ahora mismo, pero ¿cómo vamos a seguir navegando y dejar que esta gente muera? Lo que pudiésemos hacer en Lakota habría sido insignificante dada la escala de la tragedia, pero aquí podemos marcar la diferencia.
—Señor, un retraso podría acarrear consecuencias terribles. No sabemos qué tipo de fuerza síndica podría estar persiguiéndonos, o qué fuerzas se están movilizando para bloquearnos en el siguiente sistema estelar. Ir a ese planeta implicaría pasar un día más en este sistema estelar; y maniobrar para recogerlos nos haría gastar unas reservas de células de combustible que no nos podemos permitir agotar. No las gastaríamos todas, pero sí algunas. Se comerán nuestras raciones mientras estén a bordo de nuestras naves, y también andamos escasos de comida. Mientras estén con nosotros habrá que vigilarlos constantemente para asegurarse de que no nos sabotean. Y tendremos que encontrar un modo de dejarlos en el siguiente sistema estelar sin que nos cueste demasiado tiempo ni demasiadas reservas de combustible, y todo eso mientras, posiblemente, esquivamos a una flotilla enemiga. —Desjani marcó cada uno de los puntos, y luego habló con firmeza—: Señor, el coste de este gesto podría ser mayor de lo que podemos permitirnos.
—Entiendo. —Y era cierto. ¿Cómo iba a justificar poner en peligro de aquel modo a tantos miles de personas que formaban el personal de la flota, e incluso a la misma Alianza, a cambio de salvar a unos cientos de civiles enemigos? Tampoco es que no tuviese otras cosas de las que preocuparse, como averiguar quién había infiltrado el gusano en los sistemas de salto, que además podría aprovecharse de que se centrasen en esos síndicos para llevar a cabo más sabotajes. Geary deseó que, durante la travesía hasta Wendig, alguien hubiese hurgado en su conciencia hasta conseguir alguna información importante que ofrecerle, pero al final no sucedió. Las fuentes de Rione y de Duellos tampoco habían descubierto nada nuevo. Sin embargo, ¿era realmente aquello importante para decidir si ayudar a aquella gente?—. Copresidenta Rione, ¿qué opina?
Rione tardó un momento en responder.
—No voy a discutir los argumentos en contra de ayudarlos —respondió finalmente con una voz inexpresiva—, pero usted quiere hacerlo, ¿verdad, capitán Geary? —Geary asintió—. Entonces mi consejo es que siga sus instintos. Siempre que lo ha hecho, ha sido lo correcto.
Desjani se giró lo suficiente como para mirar a Rione. Luego, su expresión cambió al reflexionar.
—La copresidenta Rione tiene razón, señor. Sobre lo de sus instintos. A usted lo guían de forma distinta que a nosotros.
Geary consiguió no gruñir. Lo guían. Las mismísimas estrellas del firmamento. O eso era lo que Desjani y gran parte de la flota creía.
—No obstante, señor —continuó Desjani—, sigue siendo muy arriesgado. Mi recomendación sigue siendo la misma. Además, es muy posible que otra fuerza síndica pase por este sistema persiguiéndonos, y también oirán el mensaje de socorro.
Geary asintió, agradecido de ver que había una alternativa humana. Entonces se le ocurrió otra cosa.
—¿Se desviaría para ayudar a esos civiles la posible fuerza síndica que viene tras nosotros?
Desjani apretó los labios hasta formar una fina línea, y luego negó con la cabeza.
—Probablemente no, señor. Seguramente no, de hecho. Mandarían a su comandante a un campo de trabajo por perder el tiempo.
Lo que decía era creíble. Desjani no quería desviarse para ayudar a aquella gente, por bastantes razones, pero le había dado una respuesta sincera pese a que iba contra su recomendación. Geary pensó en la gente de Wendig Uno. Era bastante posible que algunos, incluso los adultos, no hubiesen visto nunca una nave en su sistema estelar. ¿Por qué iban a ir allí una vez construida la hipernet? Entonces, con sus soportes vitales desvaneciéndose, alzarían la vista y verían a la flota pasar y marcharse. Después, a lo mejor, aparecería una flotilla síndica, y la verían pasar y marcharse de nuevo. Y ya no habría más naves. El aire se volvería cada vez más frío y difícil de respirar. Los ancianos y los niños morirían uno a uno, y los ciudadanos más fuertes se apelotonarían desesperadamente mientras la muerte los fuese alcanzando, poco a poco, hasta que el sistema estelar Wendig careciese de toda vida humana, tal y como había sido durante milenios antes de que las primeras naves llegasen.
Geary respiró profundamente. La visión que acababa de tener de la colonia moribunda había sido muy real, como si estuviese allí. ¿De dónde había salido?
A lo mejor estaba siendo guiado. Sabía lo que le decía el corazón, y lo que le habían enseñado. Y contra todo aquello estaba la cruel realidad de la guerra y de las obligaciones del mando. Sin embargo, no había flotillas síndicas pisándoles los talones, ni una amenaza inminente que contraponer a aquellas vidas inocentes.
Todo el mundo lo miraba, expectante. Solo él podía tomar una decisión. Aquel hecho desequilibraba la balanza, puesto que era responsabilidad suya tomar decisiones duras, y seguir de frente abandonando la colonia a su suerte no requería tomar una decisión, justo al contrario; implicaba quedarse de brazos cruzados hasta que aquella opción fuese demasiado compleja como para llevarla a cabo.
—Creo —comenzó a decir— que tenemos el deber de ayudar a esa gente. Esto es una prueba que debemos superar para demostrar que seguimos creyendo en aquello que hizo grande a la Alianza. Y la pasaremos.
Daba la impresión de que todos los que estaban en el puente de mando del
Intrépido
habían estado conteniendo el aliento y en aquel momento se habían relajado a la vez. Geary miró a Desjani, temiendo ver una expresión de desaprobación en su cara. Era consciente de lo que pensaba de los síndicos, y le estaba pidiendo que arriesgase su nave para salvar a algunos.
Sin embargo, Desjani no parecía estar enfadada. Lo miraba como si intentase ver algo que no se pudiese observar a simple vista.
—Está bien, señor —dijo—. Pasaremos la prueba.
El mensaje de vídeo procedente de Wendig Uno se veía entrecortado debido a la estática, lo cual era otro recordatorio desagradable de lo que habían dejado atrás en Lakota.
—No puedo rastrear la señal debido a las interferencias. Seguramente se debe a que su equipamiento está hecho de repuestos —dijo el consultor de comunicaciones.
En la pantalla apareció un hombre con cara de estar desconcertado.
—Navíos de guerra de la Alianza, hemos recibido su mensaje. Les estamos tremendamente agradecidos por la ayuda. ¿Se ha acabado la guerra? ¿Cómo es que se han adentrado tanto en el espacio de los Mundos Síndicos?
Geary comprobó la situación y vio que la flota estaba todavía a casi dos horas luz de Wendig Uno. Eran una situación bastante incómoda para mantener una conversación, teniendo en cuenta que la respuesta tardaría dos horas en llegar a los síndicos, y la de estos, de nuevo, otras dos en llegar a Geary.
—Al habla el comandante de la flota de la Alianza. No les vamos a mentir, la guerra no se ha terminado. Esta flota está en una misión de combate, retornando al espacio de la Alianza, pero no atacamos a civiles. Nos desviaremos de nuestro rumbo por este sistema lo suficiente como para poder mandar transbordadores y evacuar a su gente. No puede haber retrasos. Les juro por el honor de mis antepasados que mientras estén a bordo de las naves de la Alianza serán tratados adecuadamente, y que los pondremos a salvo en el siguiente sistema estelar de los Mundos Síndicos al que vayamos. Realicen un recuento preciso de la gente implicada, agrupada por familias para asegurarse de que no se separen durante el trayecto. Consideramos que la plataforma de aterrizaje situada en la zona noroeste del asentamiento es el lugar más adecuado para que aterricen los transbordadores. Hay arena amontonada sobre la antedicha plataforma y es necesario, si fuese posible, que la despejen. Cuando los transbordadores lleguen, deberían estar todos esperándolos en el punto de acceso más cercano a ella. No podrán llevar ningún tipo de arma, ni nada que pueda usarse como tal. Las pertenencias personales no podrán superar los diez kilos por persona. ¿Alguna pregunta?
Geary se recostó en su asiento y cerró los ojos. Si tenían alguna pregunta, no la escucharía hasta dentro de, por lo menos, dos horas.
Menos de dos horas después, la capitana Desjani recibió un mensaje, se levantó de su puesto de comandante, se acercó para hablar con Geary y activó el campo de atenuación de sonido.
—Mi oficial de seguridad del sistema me ha informado de que la subred de la que nos hablaron antes de abandonar Branwyn se ha vuelto a usar para intentar infiltrar un gusano. Se ha identificado y bloqueado, pero las tentativas para identificar el punto de origen no han dado resultado.
—¿Volverían a ser los sistemas de salto el objetivo?
—No, señor. —Desjani hizo un gesto con la cabeza hacia el visor del sistema estelar—. Se habría infiltrado en los sistemas de combate de dos navíos, y habría hecho que se fijase como objetivo el pueblo ocupado por los civiles síndicos para realizar un bombardeo de munición cinética sobre él. Se les ha enviado un aviso de seguridad del sistema a todas las naves de la flota para que lleven a cabo un barrido de los sistemas de combate para encontrar cualquier gusano que pudiese haberlos infectado a través de otros medios.
Aquello hizo que contuviese el aliento durante un instante.
—Así que los saboteadores están igual de dispuestos a matar a síndicos indefensos como a sus camaradas de la Alianza desprevenidos. ¿Qué naves?
—La munición se habría lanzado desde la
Osada
y la
Furiosa
, señor.
—Dos naves comandadas por dos de las personas que más me apoyan en la flota. —Geary sintió cómo su ira iba en aumento. Las flota y los transbordadores no habrían sido capaces de rescatar a los supervivientes síndicos antes de que la munición los alcanzase—. Alguien tiene un sentido de la venganza enfermizo y una disposición bastante alarmante para hacer cualquier cosa.
Desjani evidenció con su expresión que estaba de acuerdo.
—En media hora sabrán que el gusano ha sido bloqueado. Era cuando se suponía que se debería lanzar la munición.
—Gracias, capitana. Tengo que hablar con un par de personas.