—Es más fácil cuando no les pones cara.
Le llevó un rato entender a qué se refería.
—Se refiere al enemigo.
—Sí.
—¿Había conocido alguna vez a un síndico?
—Solo a prisioneros de guerra —respondió Desjani en tono displicente—. Síndicos que han intentado matarnos a mí y a otros ciudadanos de la Alianza hace no demasiado. —Cerró los ojos durante un momento—. No sé qué le pasó a la mayoría, pero sé lo que le pasó a algunos.
Geary dudó sobre si hacer la pregunta obvia. Poco tiempo después de asumir el mando de la flota, se enteró, horrorizado, de que a veces mataban prisioneros de guerra con absoluta indiferencia. Era el fruto de un siglo de guerra en el que las atrocidades habían alimentado más atrocidades. Nunca le preguntaría a Desjani si había participado en aquel tipo de crímenes.
No obstante, ella abrió los ojos y lo miró fijamente.
—Vi cómo lo hacían, pero no pulsé nunca el gatillo. Ni di órdenes. Pero lo vi, y no hice nada por detenerlo.
Geary asintió, con los ojos clavados en los de Desjani.
—Le enseñaron que era aceptable.
—Eso no es excusa.
—Sus antepasados...
—Me dijeron que no estaba bien —lo interrumpió Desjani. Aquello era algo que rara vez le hacía a Geary—. Lo sabía. Lo sentía. Pero no hice caso. Soy responsable de mis actos. Sé que pagaré por ello. Puede que esa sea la razón por la que perdimos tantas naves en el sistema nativo síndico. Puede que sea por eso por lo que esta guerra ha durado tantos años. Es un castigo por apartarnos de lo que estaba bien, por creer que lo que está mal es necesario.
No iba a llevarle la contraria, ni a condenar a alguien que ya había asumido toda la culpa. De hecho, podía solidarizarse con ella.
—Sí, a lo mejor estamos siendo castigados.
Desjani frunció el ceño.
—¿Señor? ¿Por qué iban a castigarlo por acciones que se llevaron a cabo mientras usted no estaba entre nosotros?
—Ahora estoy entre ustedes, ¿no? Formo parte de esta flota y le soy leal a la Alianza. Si ustedes están siendo castigados, entonces yo también. No he sufrido tanto durante todos estos años como vosotros, pero me han arrebatado todo lo que conocía.
Ella sacudió la cabeza, frunciendo todavía más el ceño.
—Usted mismo acaba de decir que esta es su flota, y que le es leal a la Alianza. Eso no se lo han arrebatado.
Geary la miró extrañado, y se sorprendió al darse cuenta de que nunca había visto las cosas de ese modo.
Desjani lo miró fijamente.
—Lo enviaron cuando lo necesitábamos. Nos ofrecieron una segunda oportunidad. Y a usted también. No dejaron que muriese en la batalla de Grendel ni después, cuando los sistemas de su cápsula de escape podían haber fallado sin más. Se nos ofrece compasión si demostramos ser dignos de ella.
Volvía a sorprenderlo con un punto de vista que nunca se le había ocurrido, y que lo incluía a él dentro de un todo; no como un héroe mitológico sino como uno más.
—Puede que tenga razón —dijo Geary—. No podremos ganar esta guerra a menos que vayamos a por todas y utilicemos las puertas hipernéticas, provocando el suicidio de la especie. Si esta guerra se termina alguna vez, no será derrotándolos solo en el campo de batalla, sino también estando dispuestos a perdonar a los síndicos, siempre y cuando estos estén también dispuestos a mostrar que están realmente arrepentidos. Quizá nos estén dando un ejemplo a seguir.
Ella se quedó en silencio durante un rato, y él hizo lo mismo. Las puertas internas del puerto de acoplamiento que los separaban del transbordador se sellaron, luego se abrieron las de fuera, y el pájaro salió volando, con los pasajeros síndicos en su interior y en dirección a su instalación. Al final, Desjani le devolvió la mirada.
—Me he pasado mucho tiempo queriendo castigar a los síndicos, hacerles daño, igual que hacen ellos con nosotros.
—Entiendo las razones —dijo Geary—. Gracias por apoyarme en ayudar a esos civiles. Soy consciente de que iba en contra de sus creencias.
—De lo que eran mis creencias —lo corrigió Desjani. Se quedó en silencio durante un rato, pero Geary esperó, ya que sentía que tenía algo que añadir—. Pero el ciclo de la venganza no tiene fin. Me he dado cuenta de algo. No quiero tener que matar a ese chico algún día, cuando tenga la edad suficiente para luchar.
—Yo tampoco. Ni a su padre o a su madre. Y tampoco quiero que el muchacho tenga que intentar matar a ciudadanos de la Alianza. ¿Cómo podemos terminar con esto, Tanya?
—Ya encontrará una manera, señor.
—Gracias.
Lo había dicho en tono sarcástico, y estaba seguro de que había sonado como tal, pero Desjani sonrió levemente.
—¿Ha visto cómo nos miraban? Tenían miedo, luego mostraron incredulidad, y finalmente estaban agradecidos. —Dejó de sonreír y miró a su alrededor—. Me gusta luchar. Me gusta enfrentarme cara a cara con lo mejor que tengan los síndicos, pero ya han muerto suficientes personas como esas. ¿Podremos convencer a los síndicos de que dejen de bombardear objetivos civiles?
—Podemos intentarlo. Nuestro armamento para bombardeos es lo suficientemente preciso como para seguir eliminando objetivos industriales a la vez que minimizamos las pérdidas de civiles.
En aquel momento la cara de Desjani se ensombreció.
—¿Ellos matan a los nuestros pero nosotros no matamos a los suyos?
—Tiene que ser un acuerdo mutuo. Cuando volvamos, se lo diremos: dejen de bombardear a nuestra gente, y nosotros seguiremos sin bombardearles.
—¿Por qué iban a...? —Desjani dejó la pregunta a medias y observó a Geary durante un rato—. Podrían creer que vamos a cumplirlo puesto que ha demostrado que estamos dispuestos a hacerlo.
—Es posible.
—¿Y si no lo hacen?
—Seguiremos atacando objetivos militares e industriales. —Desjani hizo una mueca—. Escuche, Tanya, si esa gente no tiene nada por lo que trabajar o luchar, serán una carga para los síndicos que tengan que preocuparse de darles de comer y de ocuparse de ellos.
—Construirán nuevas zonas industriales. Nuevas defensas.
—Que también destrozaremos. —Geary inclinó la cabeza bruscamente para señalar el espacio que había más allá del casco del
Intrépido
—. Desde que el ser humano consiguió viajar habitualmente por el espacio, tenemos la capacidad de destruir cosas con rocas lanzadas desde grandes distancias más rápido de lo que los humanos situados en los planetas pueden construirlas. Los síndicos podrían utilizar incontables recursos y esforzarse al máximo para reconstruirlas, pero no conseguirían seguir el ritmo.
Ella reflexionó, y asintió.
—Tiene razón, pero ese mismo razonamiento podía aplicarse desde hace ya mucho tiempo, cuando empezamos a bombardear a poblaciones civiles además de a objetivos industriales y militares. ¿Por qué empezamos a hacerlo, hace ya tanto tiempo?
—No lo sé. —Geary dejó la mente en blanco, intentando imaginarse el momento en que la gente que había conocido hacía un siglo se volvió como la de ahora. Sin embargo, no hubo ningún momento, ningún punto exacto, sino, tal y como le había dicho Victoria Rione, una pendiente resbaladiza en la que una decisión aparentemente razonable llevaba a otra más impetuosa—. Quizá fuese la venganza por los bombardeos síndicos sobre los planetas de la Alianza. Quizá una táctica desesperada al ver que la guerra nunca terminaba. Un intento para hundir la moral del enemigo. Lo estudiamos cuando era un oficial subalterno, aunque fue una lección de lo que no funcionaría. Una y otra vez, a lo largo de la historia, las personas han intentado bombardear a sus enemigos lo suficiente como para que se rindiesen. Sin embargo, al ver que sus hogares o sus creencias estaban en peligro, nunca se rendían. Es algo totalmente irracional, pero somos humanos, después de todo.
—Los bombardeos síndicos nunca consiguieron que quisiésemos abandonar —dijo Desjani—. Nos frustramos con nuestros líderes, pero queríamos que ganasen. No queríamos que se rindiesen. No obstante, ya no hay mucha gente, sobre todo en la flota, que crea que nuestros líderes puedan ganar la guerra. Por eso...
Geary la miró en cuanto dejó de hablar otra vez.
—¿Por eso me hizo esa oferta el capitán Badaya? ¿También está al corriente de eso?
—Sí, señor. Por supuesto, señor. Está en boca de todos.
—No voy a aceptar, Tanya. No voy a traicionar a la Alianza de ese modo, aceptando la oferta de convertirme en dictador. Ya se lo he dicho a Badaya. —Ella miró a la cubierta, impasible—. No funcionaría, y estaría mal.
Entonces Desjani habló en voz muy muy baja.
—Tengo que hacerle una pregunta, ¿le han ofrecido algo más? ¿Si aceptaba?
Intentó recordarlo, puesto que fuese lo que fuese, parecía preocupar bastante a Desjani, pero no se le ocurrió nada.
—No, nada en particular. Me lo plantearon de forma muy general.
—¿Está seguro? —Entonces su voz dejó entrever su enfado, aunque seguía hablando en voz muy baja—. ¿No le prometieron nada más, capitán Geary? —Este negó con la cabeza, evidenciando su desconcierto—. ¿A nadie, capitán Geary?
¿A nadie? ¿A quién...? Se dio cuenta de que seguramente había delatado su sorpresa.
—¿Se refiere a usted? —susurró, demasiado asombrado como para usar eufemismos.
Ella volvió a mirarlo directamente. Luego estudió su expresión, y pareció relajarse.
—Sí. Algunos me han instado a que... me ofreciese yo misma. Me preguntaba si ya lo habrían hecho ellos.
Geary sintió cómo se ponía rojo, y cómo sentía vergüenza e ira, todo a la vez. Era incapaz de recordar la última vez que había estado tan enfadado.
—¿Quién? —dijo en voz baja con fiereza—. ¿Quién coño se ha atrevido a pedirle algo así? No es un premio, ni una ficha del juego. Dígame quién ha sido, y... —Entonces fue él quien ahogó sus palabras, consciente de que ni siquiera el comandante de la flota podía amenazar con partir a un subordinado en trocitos y echarlo fuera por la esclusa.
Desjani sonrió con los labios apretados.
—Puedo defender mi honor yo misma, señor. Pero gracias. Muchas gracias.
—Tanya, te prometo que si encuentro...
—Deje que yo me encargue, señor. Por favor. —Él asintió a regañadientes—. Deberíamos volver al puente, señor, y analizar lo que sucede. —Volvió a asentir. Una parte de la boca de Desjani se arqueó—. No sería un buen dictador, ¿verdad?
—Probablemente no.
—A lo mejor también hay una razón para eso.
Se mantuvo a la espera de que algo saliese mal, pero los transbordadores de la Alianza depositaron a todos los civiles y volvieron a elevarse. Luego retornaron a sus respectivas naves sin que los síndicos intentasen interferir en la operación.
—¿Puede confirmarme que hemos llevado a cabo una operación sin que los síndicos intenten sabotearnos o poner trampas a todo lo que puedan? —preguntó Desjani.
—Así es. Y, por lo que parece, tampoco han intentado poner ninguna trampa nuestros propios saboteadores. —Geary analizó el visor, tan incrédulo como Desjani. Todos los transbordadores habían vuelto ya, y la flota de la Alianza avanzaba trazando un arco a través del sistema estelar Cavalos en dirección al punto de salto que los conduciría bien a Anahalt, bien a Dilawa—. ¿Tres días más para el punto de salto?
—Así es, señor. A menos que suceda algo. —Desjani apretó los dientes al escuchar la alarma—. Y acaba de suceder.
Estaban apareciendo navíos de combate síndicos por el punto de salto al que se dirigían.
—Diez acorazados síndicos, doce cruceros de batalla, diecisiete cruceros pesados, veinticinco cruceros ligeros y cuarenta y dos naves de caza asesinas —anunció el consultor de operaciones.
—Eso es más o menos nuestra fuerza —comentó Desjani—, aunque les sacamos bastante ventaja en las unidades más ligeras. ¿Evitarán actuar o lucharán?
—Seguramente tienen órdenes de detenernos o retrasarnos —dijo Geary—. Decidan lo que decidan hacer de entre esas dos opciones, tienen que luchar.
—Puede que estén demasiado asustados como para plantar cara después de lo que hizo esta flota en Lakota. —Desjani hizo una pausa al ocurrírsele algo—. Puede que no sepan lo que sucedió en Lakota. A lo mejor creen que la fuerza persecutora que destruimos allí sigue tras nosotros y que aparecerá en cualquier momento.
—Es probable que tenga razón, puesto que vienen de Anahalt o de Dilawa. —Geary observó las imágenes de la formación síndica, situada a ocho horas luz, y cómo esta se desviaba siguiendo un nuevo vector. Los síndicos habían gozado ya de ocho horas para decidir qué hacer y empezar a actuar—. Hasta ahora están ordenados según la típica formación síndica en forma de caja.
—A lo mejor ese director general es tan estúpido como el de Kaliban —sugirió Desjani. Aquel comandante enemigo había cargado de frente, sin más, contra la flota de la Alianza, superior en número, lo que le permitió a Geary aniquilar a las fuerzas síndicas utilizando toda la potencia de artillería disponible.
—Estaría bien —dijo Geary—, pero no podemos contar con ello. Sospecho que estamos matando directores generales síndicos estúpidos más rápido de lo que los ascienden.
—Siempre me ha costado sobrevalorar la capacidad de cualquier sistema para ascender a gente estúpida.
Pese a que el combate era inminente, Desjani estaba de suficiente buen humor como para estar de broma, y Geary tenía que admitir que había tenido su gracia.
—Vamos a suponer que no es tonto. ¿Cree que atacará nuestros flancos con pasadas rápidas, o, si divido la formación, intentará ir de frente contra una de las subformaciones?
Desjani se paró a pensarlo.
—Les han enseñado a luchar como lo hacíamos nosotros, con cargas directas. Aunque intenten llevar a cabo algo elaborado, lo más probable es que carguen contra una parte de nuestra formación en lugar de realizar una pasada contra un flanco o una esquina, tal y como usted nos ha enseñado. Diría que eso es lo que va a hacer.
En el mejor de los casos, concentraría su flota en una gran formación para que los síndicos cargasen de frente. No obstante, una disposición como esa implicaría que muchas de sus naves no podrían atacar a la formación enemiga, que era menor, lo que disminuiría sensiblemente su superioridad. Por otra parte, si los síndicos se centraban en una subformación en lugar de ir directamente contra el cuerpo principal de la flota, tácticas como las utilizadas en Kaliban tampoco funcionarían. Tenía que echar mano de algo diferente.