Valiente (37 page)

Read Valiente Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Valiente
10.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Por qué?

Desjani miró de reojo a Geary, y este le indicó que podía responder ella misma si quería. Se puso de frente a la mujer y dijo tajantemente.

—Porque solamente aquellos que son misericordiosos pueden esperar misericordia. Y porque así lo requiere el honor de nuestros antepasados. Infantes de marina, escolten a los civiles a sus alojamientos.

Pese a los temores de Geary, no hubo más intentos de sabotaje durante los siguientes días en los que la flota recorrió el espacio que los separaba del punto de salto a Cavalos. Por su parte, los civiles síndicos estaban tan aterrorizados que ninguno se atrevió a dar problemas. Mientras estaba en el puente de mando del
Intrépido
esperando a dar la orden de saltar, Geary miró a Desjani, taciturna y observando su visor, en el que se podía ver una imagen de Wendig Uno.

—¿Sucede algo? —le preguntó.

Desjani negó con la cabeza.

—Estaba pensando en cómo me sentiría si fuésemos a saltar y siguiesen allí. He pensado mucho en eso, e hizo lo correcto, señor.

—Hicimos lo correcto, capitana Desjani. —Ella lo miró y asintió. Geary observó por última vez Wendig Uno, inerte de nuevo, como durante los incontables años que había pasado así hasta que llegaron los seres humanos. Luego dio la orden—: A todas las naves, salten a Cavalos.

Nueve días, un período de tiempo notablemente largo en el espacio de salto durante el que era imposible no pensar sobre qué habría pasado si no hubiesen descubierto el gusano infiltrado. Geary se encontraba observando aquel monótono gris y aquellas misteriosas y titilantes luces, mientras sentía una acuciante sensación de incomodidad, como si la piel no se adaptase a él, y se preguntaba durante cuánto tiempo podría un ser humano permanecer en aquel espacio sin volverse loco.

Los civiles síndicos permanecieron tranquilos pero asustados, las tripulaciones siguieron trabajando en las reparaciones necesarias para subsanar el daño interno que sus naves habían sufrido en combate, y Geary se encontró más preocupado por los enemigos que tenía dentro de la flota que por el ejército síndico. Este último había sido su primera preocupación, claro que por aquel entonces sus enemigos de la flota no constituían una amenaza mortal para él ni para las naves que la formaban.

Cuando llevaban cinco días en el espacio de salto, recibió el único tipo de mensaje breve que se podía transmitir mientras permaneciesen allí. Era de la capitana Crésida, y decía: «Progresando». Si consiguiese atenuar, aunque solo fuese parcialmente, la amenaza de extinción que se cernía sobre la especie humana fruto de la explosión de las puertas hipernéticas, le quitaría un gran peso de encima.

Nueve días, una hora y seis minutos después de haber saltado en Wendig, la flota de la Alianza apareció en el espacio normal del sistema estelar síndico de Cavalos, con su armamento preparado para la acción y los sensores buscando posibles objetivos. No obstante, en los puntos de salto no había minas, ni flotillas síndicas, ni naves de vigilancia. Parecía que la inesperada victoria que la Alianza había cosechado en Lakota había golpeado con dureza a los síndicos.

En Cavalos había una presencia humana decente. A unos ocho minutos luz de la estrella orbitaba un planeta habitado relativamente cómodo, y alrededor de esta, más lejos, por lo menos otra docena de planetas interesantes daban vueltas, incluyendo los típicos tres gigantes gaseosos, entre los que había uno con una actividad minera aparentemente relevante y una instalación orbital. Alrededor del planeta habitado orbitaban un crucero ligero síndico obsoleto y un par de corbetas de níquel todavía más anticuadas.

Geary analizó la situación, y luego miró a Desjani.

—No es más que la típica fuerza de autodefensa de los sistemas situados en el espacio profundo síndico. No constituye una amenaza.

Ella se encogió de hombros.

—Deberíamos ocuparnos de ellos si tuviésemos oportunidad. Son objetivos legítimos.

—Lo sé, pero espero que no sean tan estúpidos como para cargar contra nosotros, y por nuestra parte, no disponemos ni del tiempo ni de las células de combustible suficientes como para intentar perseguirlos.

Desjani asintió.

—De todos modos no son nada. En lo que respecta a las amenazas internas, todos los oficiales de seguridad del sistema de la flota están en máxima alerta, pero por ahora no ha sucedido nada.

Parecía no haber ninguna amenaza para la flota, lo cual le permitía poder volver a preocuparse de los síndicos de Wendig.

Parece que este sistema estelar no se ha deteriorado demasiado desde que se construyó la red hipernética. ¿Qué opina de dejar a los pasajeros en esa instalación orbital? No está muy lejos del rumbo que vamos a seguir y no nos obligaría a internarnos demasiado en el sistema.

La instalación orbital síndica que daba vueltas alrededor del gigante gaseoso estaba situada a una hora luz y cuarto de distancia de la flota de la Alianza, un poco desviada del camino que seguiría la flota si se dirigiese directamente a los puntos de salto hacia las siguientes dos estrellas entre las que Geary tendría que decidir: Anahalt o Dilawa. No tendrían que desviarse demasiado, de todos modos. El mayor coste derivado de depositar a los civiles síndicos sería tener que volver a reducir la velocidad de la flota mientras los transbordadores realizaban las entregas, lo cual implicaba una pérdida de tiempo y un gasto pequeño pero real de células de combustible.

Desjani frunció los labios mientras comprobaba los informes de los sensores de la flota.

—Tienen una cantidad reseñable de zonas frías, por lo que podrían expandirse hacia ellas si fuese necesario. O eso, o poseen más sistemas de soporte vital en las zonas ya ocupadas de los que necesitan. Deberían poder acoger a los civiles de Wendig sin problemas.

—¿Copresidenta Rione? —preguntó Geary.

—Confío en sus valoraciones profesionales respecto a este tema —respondió.

—Entonces está decidido. —Geary ordenó sus pensamientos durante un instante y luego activó el circuito de comunicaciones.

—Al habla el capitán John Geary, oficial al mando de la flota de la Alianza. Esto es una emisión en abierto para todos los habitantes y las autoridades de los Mundos Síndicos del sistema estelar Cavalos. No tenemos intención de llevar a cabo acciones militares en este sistema estelar a menos que seamos atacados. Si es así, responderemos con toda la fuerza que sea precisa.

Hizo una pausa.

—Esta flota transporta a quinientos sesenta y tres ciudadanos civiles de los Mundos Síndicos, evacuados del sistema estelar Wendig como respuesta a su llamada de socorro debido a la avería de sus sistemas de soporte vital. Vamos a entregarles a estos civiles en la instalación orbital principal del gigante gaseoso situado a cinco con tres horas luz de su estrella. Atacar a esta flota mientras nos dirigimos hacia allí podría causar daños a sus propios ciudadanos, por lo que lo inteligente sería contenerse.

Suspiró profundamente antes de continuar.

—Esta flota estaba en el sistema estelar Lakota cuando unos navíos de combate de los Mundos Síndicos destruyeron la puerta hipernética que había en aquel sistema y se desencadenó una onda destructiva que causó daños serios en el planeta habitado y en otros elementos humanos situados en el sistema. Vamos a proceder a transmitir copias de nuestros registros de lo sucedido y de los mensajes de socorro emitidos por los supervivientes de Lakota Tres a todas las naves y planetas ocupados de este sistema. Los supervivientes necesitan ayuda desesperadamente, por lo que les rogamos que informen de lo sucedido lo antes posible.

»Repito, se responderá de forma aplastante contra cualquier ataque contra esta flota. Por el honor de nuestros antepasados. —Se recostó en su asiento y se dirigió a Desjani—: ¿Ha sido lo bastante intimidatorio?

—Si son inteligentes, sí.

Sorprendentemente, los síndicos no respondieron inmediatamente al mensaje de Geary sobre lo sucedido en Lakota. Las naves que transitaban el sistema estelar seguían el patrón usual de escape hacia puntos de salto o instalaciones pero, por lo demás, no había indicios de respuesta alguna a la presencia de la flota de la Alianza salvo la evidente actividad defensiva en el planeta habitado. Del mismo modo, los saboteadores internos tampoco habían dado señales de vida, lo cual no era precisamente tranquilizador sino, más bien, preocupante, ante el temor de que hubiesen pasado algo por alto.

Al final, mientras la Alianza se aproximaba a la instalación orbital síndica, a menos de dos horas de viaje, alguien reaccionó.

—Estamos recibiendo una transmisión de la instalación síndica —anunció el consultor de comunicaciones del
Intrépido
.

Geary la aceptó, y vio la imagen de una mujer de pelo gris y ojos nerviosos.

—No se acerquen a esta instalación. Aquí no pueden aterrizar sus transbordadores —dijo tajantemente.

—Pues vamos a hacerlo —respondió Geary—. Vamos a depositar a los ciudadanos de los Mundos Síndicos y luego nos marcharemos.

—Si intentan invadir esta instalación, nos defenderemos.

—No tenemos intención de invadir instalación alguna en este sistema estelar. En los transbordadores irá personal de seguridad de los infantes de marina. Asegúrese de que no haya presencia armada cerca de estos cuando depositen a los ciudadanos. Una vez se los entreguemos, se marcharán tanto los transbordadores como los infantes.

La mujer negó con la cabeza, mientras el miedo teñía la expresión de su cara.

—No puedo autorizar ni permitir presencia de ningún miembro de la Alianza en mi instalación. Nos defenderemos.

A Geary nunca le habían gustado los burócratas, sobre todo aquellos que parecían incapaces de ajustarse a la realidad cuando esta chocaba frontalmente contra las normas que los regían.

—Escuche. Si intentan atacar de algún modo mis naves, a mis transbordadores, o a mi personal mientras depositamos a sus civiles, emplearé semejante fuerza contra su instalación que los quarks que forman su composición atómica no podrán volver a unirse jamás, ¿queda claro? Si atacan a los civiles que vamos a depositar, haré lo mismo. Son su gente. ¡Nos hemos arriesgado a rescatarlos y estamos gastando nuestro tiempo en depositarlos ahí, así que más les vale ocuparse adecuadamente de ellos! —La voz de Geary subió de tono progresivamente mientras hablaba, y acabó con un grito que pareció aterrorizar a la intendente de la estación síndica.

—Sí..., entendido —dijo entrecortadamente—. Haremos los preparativos para recibirlos. Bajo coacción. Por favor, hay familias en esta estación...

—Entonces mejor que no haya problemas —respondió Geary, a la vez que intentaba que su tono de voz volviese a ser normal—. Algunas de las personas que hemos rescatado en Wendig tienen problemas de salud de larga duración de los que no han podido ser tratados aquí. Hemos hecho lo que hemos podido, pero van a necesitar más atención médica. Voy a serle sincero: me parece vergonzoso que sus líderes abandonen seres humanos y dejen que acaben muriendo por fallos en los sistemas de soporte vital.

—¿No va a matarnos, ni a destruir la estación? —La intendente parecía tener problemas para captar la idea.

—No. Cualquier valor militar que pudiese tener su estación no compensaría el sufrimiento que esas acciones provocarían en los civiles que habitan este sistema.

—¿Entonces es verdad que ha salvado a gente de Wendig? Pensábamos que no quedaba nadie allí. —Parecía que iba a darle un ataque a la mujer—. Se supone que todo el mundo debería haber sido evacuado cuando se abandonó el sistema.

—Las personas que rescatamos nos dijeron que la compañía en la que trabajaban ellos, o sus padres, nunca envió ninguna nave. Tampoco tuvieron forma de saber por qué, claro está. Quizá usted pueda ayudarlos —añadió Geary mordazmente.

—¿Cuántos... cuántos son?

—Quinientos sesenta y tres. —Pudo ver aquella pregunta en su cara, la misma que se hacían los síndicos y gran parte del personal de la Alianza. ¿Por qué? Se sintió irritado al tener que volver a enfrentarse a aquella cuestión, cuya respuesta le parecía evidente, por lo que añadió bruscamente—: Eso es todo.

Desjani volvía a aparentar estar absorta haciendo algo en su visor.

—¿Cuándo vamos a llevar a los síndicos en los transbordadores? —preguntó Geary, con un tono de voz que todavía evidenciaba enfado.

—Deberían estar yendo al puerto de acoplamiento ahora mismo —respondió Desjani con un tono de voz que a Geary le pareció sospechosamente tranquilizador. Todavía estaba intentando decidir si enfadarse también por aquello cuando Desjani se levantó—. Ahora mismo iba a bajar para ver cómo se marchan.

Geary se tranquilizó y se levantó también.

—¿Puedo ir con usted?

—Claro, señor.

En el puerto de acoplamiento se representó la misma escena que había tenido lugar once días atrás, aunque en aquella ocasión justo al revés, con los civiles síndicos subiéndose al transbordador. Varios se pararon para saludar rápidamente a algunos miembros de la tripulación del
Intrépido
que habían ido al puerto y permanecían a un lado, observando en silencio. Los infantes de marina tenían el mismo aspecto amenazante de siempre, con sus armaduras de combate, pero los síndicos parecían tenerles menos miedo.

El antiguo alcalde de Alfa se giró hacia Desjani y Geary mientras subían.

—Gracias. Ojalá supiese qué más decirles. Nunca olvidaremos esto.

Para sorpresa de Geary, fue Desjani quien contestó.

—Si en el futuro tienen la oportunidad, tengan la misma compasión con los ciudadanos de la Alianza.

—Le prometo que así será, y que les diremos a los demás que hagan lo mismo.

La mujer del alcalde se acercó y miró a Desjani intensamente.

—Gracias, señora, por salvar la vida de mis hijos.

—Capitana —dijo Desjani, corrigiéndola, a la vez que se le dibujaba en un lateral de la boca media sonrisa. Bajó ligeramente la mirada y saludó con la cabeza al chico, que la miró con respeto y realizó un saludo militar al estilo síndico. Ella le devolvió el saludo y dirigió su mirada de nuevo hacia la madre.

—Gracias, capitana —dijo esta—. Ojalá esta guerra se termine antes de que mis hijos tengan que enfrentarse en combate a su flota.

Desjani volvió a asentir sin decir nada. Luego observó con Geary cómo el último de los civiles síndicos entraba rápidamente en los transbordadores. Mientras la escotilla se cerraba, habló en un tono de voz muy bajo, de forma que solo Geary pudiese escucharla.

Other books

Secrets to the Grave by Hoag, Tami
Ryan's Place by Sherryl Woods, Sherryl Woods
Hard by Cheryl McIntyre, Dawn Decker
Rabbit Racer by Tamsyn Murray
What's Really Hood! by Wahida Clark