Read Venus Prime - Máxima tensión Online
Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss
—¿La cubierta de soporte de vida también estaba presurizada?
—Normalmente la mantenemos así para poder entrar en ella desde dentro del módulo de la tripulación. En realidad es un espacio muy pequeño que está atestado de tanques y tuberías, pero uno puede meterse allí si tiene necesidad de hacerlo. Cuando recibió el golpe las compuertas interiores quedaron bloqueadas automáticamente.
—Y ahora, el asunto del embalaje de vino...
McNeil esbozó una sonrisa tímida.
—Sí, en eso me comporté bastante mal. Supongo que tendré que pagarle a alguien una buena pasta por las botellas que conseguí tragarme antes de que Grant me pescase.
—Ese vino era propiedad personal del director del «Museo Hesperiano», el señor Darlington —gruñó Proboda—. Imagino que él tendrá algo que decir acerca de este asunto... Pero, ¿dice usted que Grant volvió a poner lo que quedaba del embalaje en el lugar de donde usted lo había sacado?
—Sí, y luego cambió la combinación de la escotilla para que yo no pudiera volver a entrar.
Cierto brillo salvaje apareció en la pálida mirada de Proboda.
—Y usted asegura que la escotilla de esa bodega no ha vuelto a abrirse desde el día siguiente al del accidente, ¿no es así?
—Eso es, señor.
—Pero el compartimiento superior de esta bodega está sometido a presión. Es un recipiente cuyo volumen es casi la mitad del módulo de mando. ¡Y estaba lleno de aire fresco!
—Sí, sí lo estaba, y si hubiéramos tenido otro igual, Peter Grant aún estaría con vida —respondió tranquilamente McNeil—. En principio teníamos que haber transportado ciertas plantas. No hubieran servido para salvarnos, pero el aire extra que habría venido con ellas sí que lo hubiese hecho. —Por primera vez pareció notar la confusión de Proboda—. Oh, ya veo qué es lo que no entiende, señor. Y tiene razón en lo que se refiere a las naves antiguas..., pero la
Star Queen
, al igual que la mayoría de los cargueros más recientes, tiene una red de tuberías que permite cualquier combinación de intercambio de gas a través de todos los compartimientos herméticos, sin necesidad de tener que abrir las escotillas. Eso nos permite transportar cargas que el remitente no quiere que conozcamos ni que lleguemos hasta ellas, ¿sabe usted? Siempre que estén dispuestos a pagar la carga de la bodega entera. Ése es el procedimiento habitual en el caso de los contratos militares.
—¿De modo que ustedes tenían acceso al aire de aquel compartimiento aunque no pudieran entrar en él?
—Exacto. Si hubiéramos querido, habríamos podido bombear el aire, sacarlo de aquella bodega y desprender la bodega entera de la nave dejándola en el espacio y librándonos así de aquella masa. De hecho Grant llevó a cabo algunos cálculos, pero no hubiéramos ahorrado tiempo suficiente.
Proboda estaba decepcionado, pero insistió.
—Pero después que Grant hubo..., eh..., abandonado la nave..., usted bien pudo haber encontrado la nueva combinación de la escotilla, ¿no?
—Quizá, pero lo dudo. Aun suponiendo que hubiera tenido interés en hacerlo, no soy un genio con las computadoras, y los archivos privados de un hombre no son fáciles de forzar para abrirlos. Y además, ¿para qué iba yo a querer hacerlo?
Proboda lanzó una significativa y rápida mirada a la botella y al vaso vacíos que se hallaban al lado del plato medio lleno de McNeil.
—Por una parte, porque todavía quedaban allí tres embalajes y medio de vino. Y nadie le habría podido impedir a usted que se los bebiera.
McNeil estudió al rubio inspector con una expresión que a Sparta le chocó, por lo que tenía de calculadora.
—A mí me gusta una copa tanto como a cualquiera, inspector. Puede que más. Puede que quizás hasta mucho más. Me llaman hedonista y es muy posible que lo sea, pero lo que no soy es un completo idiota.
McNeil aplastó lo que le quedaba de cigarrillo.
—¿Qué tenía usted que temer —insistió Proboda—, aparte, naturalmente, de cometer una felonía, si eso en realidad
no
le importaba?
—Precisamente eso —dijo McNeil tranquilamente; y el filo de acero de su afable personalidad por fin se deslizó brillando desde debajo de la sonrisa—. El alcohol interfiere en el funcionamiento de los pulmones y es un vasoconstrictor. Si de todos modos uno va a morir, puede que eso no le importe. Pero si uno tiene intención de sobrevivir en un medio pobre en oxígeno, no va uno a ponerse a beber.
—¿Y los cigarrillos? ¿Interfieren en el funcionamiento de los pulmones?
—Después de dos paquetes diarios durante veinte años, inspector, dos cigarrillos al día no son más que una muleta para los nervios.
Proboda estaba a punto de arremeter de nuevo cuando Sparta intervino.
—Creo que deberíamos dejar en paz al señor McNeil por ahora, Viktor. Podemos continuar en otro momento.
La joven había estado observando la conversación con interés. Como policía, Proboda tenía sus puntos fuertes —a ella le gustaba aquella persistencia de bulldog aun cuando él mismo sabía que parecía tonto—, pero sus deficiencias eran numerosas. Se apartaba fácilmente del tema principal, como lo había hecho al insistir tanto en una cosa tan trivial como la destrucción de la propiedad privada (Sparta sospechaba que ello era debido a una excesiva preocupación por los poderosos intereses de la comunidad de Port Hesperus), y no se sabía bien la lección, pues de otro modo hubiese estado al corriente de lo de las escotillas de la bodega.
Pero el error más grave que había cometido era que ya se había formado un juicio moral sobre McNeil. Mas éste no era tan fácil de juzgar. Todo lo que había dicho de sí mismo era verdad. No era tonto. Y tenía intención de sobrevivir.
Sparta se levantó y dijo:
—Es usted libre de moverse a su gusto por la estación en cuanto los médicos se lo permitan, señor McNeil, aunque si prefiere evitar a los medios de comunicación, lo más probable es que éste sea el mejor lugar para hacerlo. La
Star Queen
queda fuera de los límites, naturalmente. Estoy segura de que usted lo comprenderá.
—Perfectamente, inspectora. Gracias de nuevo por proporcionarme esta estupenda cena.
Le dirigió un desenvuelto saludo desde la comodidad de la cama.
Antes de llegar al pasillo, Sparta se volvió hacia Proboda y sonrió.
—Usted y yo formamos un buen equipo, Viktor. El bueno y el malo, ya sabe. Somos naturales.
—¿Quién es el bueno? —le preguntó el otro.
La muchacha se echó a reír.
—De acuerdo. Usted estuvo bastante duro con McNeil, pero interpreto que usted es el bueno cuando se trata de sus vecinos. Por ello tengo intención de no mostrar ninguna piedad hacia ellos.
—No la sigo. ¿Cómo podría alguien de Port Hesperus estar implicado en esto?
—Viktor, vamos a ponernos un traje espacial y luego vayamos a echar una mirada a ese agujero que hay en el casco de la nave, ¿quiere?
—Muy bien.
—Pero primero tendremos que abrirnos paso entre toda esa chusma.
Pasaron fácilmente por las puertas de la clínica y se adentraron en una multitud de expectantes sabuesos de los medios de comunicación.
—¡Inspectora Troy!
—¡Eh, Vic, amigo...!
—Por favor, inspector, ¿qué tiene usted para nosotros? Tiene usted algo para nosotros, ¿verdad que sí?
Dejaron al grupo de periodistas vociferando ante la puerta del sector de seguridad.
—Nunca los había visto así —masculló Proboda—. Cualquiera diría que hasta ahora no han tenido ocasión de hacer un reportaje sobre una historia real.
Sparta no tenía experiencia con los medios de comunicación. Siempre había pensado que se podían emplear con ellos las técnicas habituales de mando y control, ciertos trucos de voz y personalidad; y de hecho todo esto dio resultado hasta cierto punto. Pero la joven había subestimado la habilidad de aquella chusma para quebrarle la concentración, para malearle las funciones internas.
—Excúseme, Viktor... Necesito un momento.
Se detuvo en una esquina del pasadizo, que estaba vacío, y cerró los ojos, flotando en el aire; utilizó toda su voluntad para tratar de disolver la tensión que tenía en la nuca y en los hombros. Vació la mente de cualquier tipo de pensamiento consciente.
Proboda la miraba con curiosidad, confiando en que no viniese nadie a quien tuviera que dar explicaciones. La formidable y joven inspectora Troy se mostraba de pronto vulnerable, con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia delante y flotando con las manos en alto como si fueran las patas de un pequeño animal; podía verle la parte inferior de la esbelta y blanca nuca, desnuda al caerle hacia delante el rubio y liso cabello.
Segundos más tarde Sparta permitió que los ojos se le abrieran por completo.
—Viktor, necesito un traje espacial. Tengo la talla cinco y medio —dijo; y con toda sencillez su expresión volvió a recuperar la firmeza.
—Veré lo que puedo encontrar en los armarios.
—Y también necesitaremos herramientas. Abrazaderas de lapa y ventosas. Y puntales de agarre. Una llave inglesa de inercia con un juego completo de cabezas y barrenas. Y bolsas, cinta y todo eso.
—De todo eso se encuentra en un equipo de mecánico de grado diez. ¿Algo especial?
—No. Me reuniré con usted en la escotilla.
Sparta se adelantó hacia el tubo de aterrizaje de la
Star Queen
, y Proboda se alejó en dirección al cobertizo de las herramientas.
Había dos patrulleros de guardia junto a la entrada del tubo vestidos con trajes espaciales azules y con los cascos puestos, aunque sin cerrar. Iban pertrechados con armas para aturdir, rifles de aire que disparaban balas de goma capaces de herir gravemente a un ser humano aunque llevase puesto un traje espacial, pero difícilmente capaces de causar daño a los sistemas cruciales de la estación espacial. Los cartuchos de metal y las armas que los disparaban estaban prohibidos en Port Hesperus.
A través de las ventanas de doble vidrio situadas detrás de los guardias, el enorme bulto de la
Star Queen
ocupaba enteramente la bahía de aterrizaje. La nave tenía el tamaño normal de carguero, pero era mucho más grande que las gabarras, lanchas y transbordadores que normalmente amarraban en Port Hesperus.
—¿Ha estado aquí alguien desde que sacamos a McNeil de la nave? —preguntó Sparta a los guardias.
Éstos se miraron y luego movieron la cabeza en un gesto negativo.
—No, inspectora.
—Nadie, inspectora.
Los traicionaron las voces: estaban mintiendo.
—Bien —dijo Sparta—. Quiero que me informen a mí o al inspector Proboda si alguien intenta pasar por aquí. Sea quien sea, aunque se trate de alguien de nuestro propio departamento. ¿Entendido?
—Muy bien, inspectora.
—Ciertamente, inspectora. Puede estar tranquila.
Sparta se metió en el tubo de embarque. El sello de plástico rojo seguía en su lugar sobre el borde de la escotilla. Puso una mano sobre el mismo y se inclinó hacia él.
El sello de plástico era poco más de lo que aparentaba, un simple parche adhesivo. No disimulaba ningún microcircuito, aunque sus polímeros conductores eran sensibles a los campos eléctricos y conservaban las huellas de cualquiera que se hubiera acercado recientemente. Poniendo la mano sobre el parche, inclinándose sobre el mismo e inhalando su olor, Sparta se enteró de lo que quería saber.
Los detectores magnéticos que tenía debajo de la palma de la mano recogieron la huella fuertemente impresa de un dispositivo de diagnóstico: alguien, a su vez, había pasado un detector magnético sobre el plástico con intención de descubrir sus secretos. Luego habían tenido la desfachatez de manipular el sello, presumiblemente con guantes. El curioso no había dejado huellas digitales; pero, por el olor que se desprendía de la superficie del plástico, Sparta no tuvo ninguna dificultad para identificar quién había estado allí.
La piel de cada persona transpira y rezuma grasas que contienen una mezcla de elementos químicos, especialmente aminoácidos, en una combinación tan única como el dibujo del iris. Cuando Sparta inhaló aquellos elementos químicos los analizó al instante. Era capaz de traer a la consciencia fórmulas químicas específicas y, lo que era aún más útil, asociarlas con modelos que ya tenía previamente almacenados. De forma rutinaria almacenaba las firmas de aminoácidos de la mayoría de las personas que conocía, descartando al cabo de algún tiempo aquellas que no resultaban de interés.
Dos horas antes había almacenado la firma de aminoácidos de Kara Antreen. No se sorprendió al reconocerla en el sello. Y tampoco podía culpar a los guardias por haberle mentido. Les habían ordenado que guardasen silencio; y tenían que seguir viviendo con Antreen mucho después de que Sparta hubiera regresado a la Tierra.
Sparta tampoco podía culpar a Antreen por su curiosidad. Había estado examinando el sello, pero no había evidencias de que hubiese abierto la escotilla. Sólo había otra entrada a la nave, y era a través de la escotilla situada en la mitad de la misma, a popa de las bodegas de carga; y Sparta dudaba que la hubiera empleado. En el caso de que se hubiese puesto un traje espacial para entrar en la nave, Antreen se habría expuesto a que la vieran los cien controladores y estibadores que estaban trabajando en los muelles.
Llegó Viktor trayendo la bolsa de herramientas y un traje espacial para ella, uno azul, que era el uniforme de la ley local. Él ya se había puesto el suyo; llevaba prendida en el hombro la insignia dorada.
Minutos después se acercaban flotando al casco, iluminado con focos, de la
Star Queen
; tenían toda la atención puesta en un pequeño agujero redondo que había en una de las planchas de metal.
Detrás de ellos, en la cavernosa bahía de aterrizaje, unas grandes abrazaderas de metal chocaban con estruendo al encadenar naves a la estación, y varias mangueras y cables autodirigidos serpenteaban al salir de los colectores para repostar buscando los orificios de los tanques de combustible. Remolcadores y gabarras llegaban o se lanzaban al espacio desde la bahía, deslizándose dentro y fuera de las enormes puertas de la bahía, que estaban abiertas hacia las estrellas. Toda esta actividad tenía lugar en el silencio y muerto vacío. El cúter de la Junta de Control del Espacio se encontraba amarrado junto a la
Star Queen
en el sector de seguridad. Una lancha se hallaba ante la escotilla comercial al otro lado de la vía, con los depósitos llenos y lista para transportar pasajeros hasta la estación en cuanto llegase el transatlántico
Helios.
Toda la escena se hallaba presidida por la transparente cúpula de Control de Tráfico.