Venus Prime - Máxima tensión (33 page)

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Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

BOOK: Venus Prime - Máxima tensión
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—¿Qué es lo que revela? —le preguntó.

—Debía de haber un montón de gente en diferentes imprentas aporreando las teclas de la linotipia. Trescientas mil palabras. Y algunos de los impresores no fueron tan cuidadosos como los demás.

—¿Errores?

—Unos cuantos tipos. Sólo unos pocos, lo cual es extraordinario. —Blake sonrió—. Realmente no hubo tiempo para hacer una corrección de pruebas a conciencia.

Sparta comprendió a dónde quería ir él a parar.

—Pero, de todos modos, lo más probable es que Darlington no hubiera leído el libro.

—Por lo que yo sé de ese hombre, ni siquiera habría llegado a abrirlo. —Sonrió—. Bueno, puede que hubiese leído la página del título.

—¿Qué te hace pensar que el original sigue a bordo?

—Porque yo traje personalmente el libro en un transbordador y lo aseguré en ese anaquel sólo unas cuantas horas antes de que la
Star Queen
partiera. A no ser que lo sacaran de la nave inmediatamente, tiene que estar aquí.

—¿Es ése el estuche donde venía?

La caja gris de «Styrene» flotaba junto a él.

—Estoy casi seguro. No estaba tan preocupado por la cerradura. Un ladrón decidido que dispusiera de tiempo de sobra y tuviera acceso a la computadora de la nave... Me pareció saber lo que Sylvester tramaba, ¿sabes? Pero no se me había ocurrido que pudiera actuar tan de prisa. La noticia del choque con el meteoroide me hizo pensar en lo ansiosa que ella se había mostrado porque la
Star Queen
emprendiera el viaje según el programa. Luego me enteré de que la inspectora Ellen Troy había sido asignada...

¿Cómo se había enterado de eso? Ya se preocuparía por ello más tarde; iba a tener tiempo de sobra para interrogar a Blake Redfield.

—Muy bien, señor Redfield. Tenga la bondad de darme esta exquisita falsificación. Prueba A. —Con tristeza, añadió—: Gracias por su ayuda, intercederé a su favor en el juicio. Con un poco de suerte puede salir bien librado.

—Siento haber tenido que volar un agujero en la estación. Pero el alboroto que produje no fue sólo por el libro... y no es que no lo valga. —No hizo ademán alguno de entregarle el libro—. Un sabio vendedor me dijo una vez que cualquier cosa que esté en venta vale exactamente lo que el vendedor y el comprador acuerden que vale. Según eso, el auténtico Siete pilares vale un millón y medio de libras. Esta falsificación puede haberle costado a Sondra Sylvester medio millón de libras. Mano de obra y materiales. Más los sobornos y pagas.

A la muchacha le gustaba la voz de él, pero estaba hablando demasiado.

—El libro, por favor.

Blake no dejaba de mirarla a los ojos.

—Ya ves, yo sabía que si alguien venía antes de que yo abandonase la
Star Queen
, tendrías que ser tú. En realidad contaba con ello.

Otra vez algo se le había pasado por alto a Sparta. Otra vez el corazón le latía apresuradamente. En otro tiempo había conocido bastante bien a Blake Redfield, todo lo bien que un adolescente puede conocer a otro. ¿Por qué ahora aquel hombre era un misterio para ella?

—«SPARTA» —dijo él tranquilamente—. Nunca me creí todo aquello que nos contaron que te había pasado, lo que les había pasado a los tuyos, por qué cancelaban el programa. Te reconocí en el preciso momento en que te vi en aquella calle de Manhattan. Pero tú no estabas dispuesta a que supiera ni siquiera que existías. De modo que...

Un gran ruido de metal al ser roto y rasgado lo interrumpió a media frase; aquel rechinar obsceno aplastó la calidez de su voz. Antes de saber de quién se trataba, mientras se acercaba sigilosamente a él, Sparta había visto abierta aquella otra bodega, pero no le había prestado atención.

—Sígueme —le gritó zambulléndose en la cámara de descompresión tras pasar junto a él a toda prisa. En el pasillo una bocanada de calor le abrasó la cara. La cámara de descompresión de la bodega C, que se hallaba abierta, parecía la boca de un homo. Cerró la escotilla violentamente e hizo girar la rueda—. ¡Blake, muévete!

Éste salió a toda velocidad de la bodega, sin soltar el libro falsificado.

—Súbete aquí —le urgió Sparta—. ¡Tenemos que salir de la nave, rápido!

Blake se dio impulso para salir de la cámara de descompresión..., justo cuando la tapadera de la escotilla se abombó a causa de un impacto impresionante y lo arrojó violentamente hacia un lado de la escalera. Sparta lo empujó y saltó tras él un instante antes de que aquella trompa ribeteada de diamantes se abriera paso a través de la plancha de acero de la escotilla como una sierra a través de una lámina de madera contrachapada, salpicando por todas partes metralla ingrávida. El robot «Rolls Royce» iba recortando rápidamente un agujero a su medida para poder pasar a través de la cámara de descompresión, cerrada herméticamente.

El robot minero, al que habían cargado en la nave por una escotilla de presión exterior, no sólo resultaba demasiado grande para la cámara de descompresión de aire, sino también para el pasillo; el hecho de que tuviera que romper la nave en pedazos para avanzar no lo detendría.

Blake pasó por delante de los camarotes y atravesó la cubierta de vuelo y la de víveres en dirección a la cámara de descompresión de aire principal; en la oscuridad, se daba impulso y se guiaba con una mano, y agarraba el libro con la otra. Sparta lo seguía de cerca, deteniéndose sólo para cerrar con fuerza la escotilla del pasillo inferior detrás de ellos.

Blake llegó a la parte superior del módulo de la tripulación. Se detuvo contra la escotilla exterior de la cámara de descompresión de aire principal, alargó una mano para accionar los interruptores...

...y volvió a retirar la mano como si se la hubiera escaldado.

Sparta se detuvo debajo de él.

—¡Vete, Blake! ¡Vete! —le gritó antes de ver lo que él veía, la señal roja resplandeciente que decía: «AVISO, VACÍO.»

—Deben de haber cerrado el área de seguridad —dijo la muchacha—. La deben de haber dejado en vacío.

—Trajes espaciales..., en la pared, a tu lado.

El avance del robot era como un campeonato de demolición, un interminable aplastar y romper metal y plástico. En cualquier momento desgarraría el casco, y entonces ellos dos perecerían en el vacío.

—No hay tiempo —dijo ella—. Nuestra única oportunidad es inutilizarlo.

—¿Hacer qué?

—Aquí no. Estamos atrapados.

Sparta volvió a zambullirse hacia la cubierta de vuelo. Blake la siguió torpemente. Para él aquel lugar estaba tan negro como la boca de un lobo, excepto por la fosforescencia de las luces que había en la consola, pero al parecer la muchacha lo veía todo. Era capaz de ver a través de la cubierta de acero lo que parecía el resplandor de una estrella blanca enana que se acercaba.

—¡Olvídate de ese maldito libro! —le gritó a Blake.

Pero éste sujetaba la exquisita falsificación como si valiera tanto como su propia vida. El robot llegó a la cubierta de vuelo al mismo tiempo que él; era un ser de pesadilla que iba precedido por el fulgor de sus radiadores. Tras haber ensanchado la abertura del pasillo con aquella trompa provista de dientes de sierra, sus sensores erizados fueron lo primero en aparecer por encima del borde del agujero, seguidos unas milésimas de segundo después por su gran cabeza, semejante a un casco de samurai, arremetiendo hacia el interior de la habitación. La cabeza giraba dando rápidos tirones, y los ojos compuestos de láminas de diamante reflejaban el resplandor multicolor del panel de instrumentos.

La oleada de calor que emitían aquellos radiadores fue suficiente para arrojar lejos de allí, dando volteretas, a Blake y a Sparta.

Los brillantes ojos del robot se fijaron en Sparta. Los motores de las patas de aceleraron produciendo un chirrido, y el robot saltó —cinco toneladas y media de masa ingrávida con las palas para extraer mineral extendidas— hacia el ángulo del techo donde la muchacha se encontraba, toda encogida. Ella poseía una pequeña fracción de la misma masa que la máquina, y podía acelerar mucho más de prisa; para cuando el robot llegó a chocar contra el techo de la cubierta de vuelo, Sparta ya estaba botando en el suelo.

—El extintor de incendios —le gritó Blake; y durante medio segundo la muchacha pensó que aquel hombre había sido presa del pánico, que había perdido el juicio... ¿Para qué sirve un extintor de incendios contra un reactor nuclear? Pero en el medio segundo siguiente se dio cuenta de que el calor había inspirado a Blake.

El hecho de que el robot minero no estuviese construido para trabajar en caída libre les proporcionaba una pequeña ventaja en aquella batalla. Y otra ventaja, apenas mayor, se le había ocurrido a Sparta mientras saltaba para esquivar el abrazo del robot: aquella máquina brutal actuaba como si tuviera alguna queja personal..., contra ella. No sólo quería abrir un agujero en la nave y dejar morir a Sparta, ebria de hypoxia. Quería hacerla pedazos. Y además quería verlo.

Alguien estaba mirando a través de los ojos del robot, alguien controlaba todos sus movimientos...

...hasta que Blake voló hábilmente hacia la cabeza de la máquina; mientras avanzaba lo apuntó con un extintor de incendios, apretó el gatillo y le cubrió los ojos con espesa espuma...

—¡Aaaah!

Blake lanzó un grito agudo, rápidamente ahogado. El robot se había vuelto al pasar él y un radiador le había quedado a tan sólo unos centímetros del brazo; Los siete pilares de la sabiduría había estallado en llamas. Dirigió frenéticamente el extintor hacia el libro y luego hacia sí mismo, hacia la chaqueta que estaba ardiendo.

El enorme robot se lanzó sumido en una especie de frenesí, retorciéndose y azotando sin cesar. Había perdido uno de sus agarres y se había quedado sin visibilidad, igual que un escarabajo vuelto de espaldas en el suelo. Pero en cuestión de segundos encontraría dónde agarrarse, se aferraría a cualquier estructura fija. Y entonces seguramente la persona que lo manejaba por control remoto, obligada a establecer una muerte eficaz, se olvidaría de la venganza personal y se pondría sencillamente a usar la máquina para aplastar y romper las ventanas de la
Star Queen
.

Mientras tanto el enloquecido y fiero robot dominaba la cubierta de vuelo, bloqueándoles la huida; aunque no llegara a encontrar un buen apoyo para ponerse en pie, los mataría prendiéndoles fuego, derritiendo la cabina en torno a ellos.

Sparta sabía muy bien lo que tenía que hacer. Ello la dejaría completamente vulnerable. De modo intermitente le pasó por el cerebro la idea de que no podía fiarse de Blake Redfield, e instantáneamente el resto del cerebro dijo: «Déjalo para luego; lo primero es lo primero.»

Sparta cayó en trance. La corriente de datos de frecuencia ultraelevada —la corriente de datos de un olfato frenético, la corriente de datos llena de odio de la transmisión de control del robot— fluyó hacia la mente de la muchacha. Levantó los brazos y las manos y los curvó formando un arco de antena. El vientre le ardía. Emitió el rayo del mensaje.

El robot dio una sacudida espasmódica y luego se quedó paralizado.

Sparta lo tenía cogido igual que a un gato, por el pescuezo, sólo que agarrado con la mente en lugar de con la mano, pero tenía que concentrarse totalmente para hacerlo. Era capaz de contrarrestar la potente señal procedente de aquel cercano transmisor sólo porque se hallaba a unos cuantos metros de distancia del robot; la energía que tenía almacenada en las baterías implantadas debajo de los pulmones se agotaría en poco menos de un minuto.

—¡Blake! —la palabra sonó oclusiva, hueca—. Tírale de la cápsula de combustible.

Lo dijo en un jadeo. El rayo que Sparta emitía osciló y la criatura hizo un violento y espasmódico movimiento.

Blake la miró boquiabierto. La muchacha flotaba como una sacerdotisa cretense en levitación bajo aquella luz misteriosa; tenía los brazos curvados en forma de ganchos, como si estuviese otorgando una salvaje bendición. Sparta se forzó a sí misma a pronunciar las palabras, que salieron débiles como roncos susurros.

—En la panza. Tira de ella.

Blake se movió por fin y se metió debajo del robot, entre aquellas temblorosas patas y garras. Por encima de la paralizada máquina el techo se estaba chamuscando a causa del calor de los radiadores; el recubrimiento de plástico, recalentado, empezó a derramar un humo acre que se extendía por toda la habitación. Blake manoseó torpemente la portilla del combustible —Sparta quería decirle lo que tenía que hacer, pero no se atrevía—, y al cabo de un momento descubrió cómo hacerlo y consiguió abrir la portilla.

Entonces volvió a quedarse atascado. Se detuvo a estudiar el ensamblaje de la célula de combustible durante unos segundos que se hicieron interminables.

Comprobó que estaba hecho tanto para seguridad como para resultar de simple manejo. Al fin y al cabo, era un «Rolls Royce». Blake cerró los dedos en torno a las grapas de cromo del ensamblaje de combustible, se sujetó firmemente con los pies contra el caparazón del robot y tiró de él.

El ensamblaje de combustible salió. El revestimiento se cerró como un telescopio para protegerlo cuando él lo retiraba. En aquel instante el voluminoso robot quedó destripado, muerto. Los radiadores se empezaron a enfriar...

...pero no a tiempo de impedir que el techo estallase envuelto en llamas.

—Maldita sea, más vale que haya otro extintor aquí dentro —gritó Blake.

Y lo había. Sparta lo sacó del soporte de un tirón, pasó como una flecha junto a Blake y cubrió el llameante acolchado del techo con espuma cremosa. Vació toda la botella y luego la tiró lejos.

Se miraron —los dos emocionados— exasperados, chamuscados, tiznados y atragantándose con el humo; y entonces él se las arregló para esbozar una sonrisa. Sparta hizo un esfuerzo por devolvérsela.

—Vamos a ponernos los trajes espaciales antes de que nos asfixiemos.

Él se puso el de McNeil, ella el de Wycherly. Cuando Sparta estaba pasando parte del oxígeno de Wycherly al depósito vacío de McNeil, se detuvo. Había tenido otra inspiración.

—Blake..., fue Sylvester quien robó el libro, quien hizo que lo robaran, y creo que sé dónde se encuentra ahora.

—Tenía una caja con otros libros a bordo, pero ya he mirado allí...

—Yo también. Esto es una suposición. No me lo eches en cara si me equivoco.

Retorció los guantes del traje espacial, excesivamente grande para ella, y se los arrancó.

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