Venus Prime - Máxima tensión (37 page)

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Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

BOOK: Venus Prime - Máxima tensión
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Aunque no era precisamente nuevo para él, Blake se quedó meditando con aire triste sobre el rompecabezas que era el hecho de que tantas personas iguales a Vincent Darlington poseyeran tesoros de cuyo valor no tenían ni la menor idea..., aparte de que valían un montón de dinero y aparte de la posesión en sí misma.

Pero aquellas meditaciones se vieron bruscamente interrumpidas.

En la habitación contigua un grito de mujer se elevó por encima de las conversaciones; un hombre gritó y, en rápida sucesión, se oyeron siete golpes muy ruidosos, sobrepasados sólo por el largo estruendo de vidrios al romperse.

Durante un momento el aire quedó en calma, aunque resonando, antes de que todo aquel gentío empezase a vociferar, a gritar y a pelearse unos con otros en su afán por salir de allí. Blake consiguió esquivar a aquellas personas, que ya huían presa del pánico, y segundos después se encontró en una habitación vacía; se enfrentaba a un cuadro sangriento.

Sondra Sylvester se retorcía de dolor sujeta por Percy Farnsworth y por Nancybeth, que estaba horrorizada. Los cristales, al caer, habían acuchillado la pesada túnica de seda de Sylvester, a la que regueros de sangre procedentes de cortes en la cabeza le corrían por la pálida cara. Tenía el brazo derecho levantado rígidamente por encima de la cabeza; Nancybeth intentaba bajárselo para hacerse con la pistola negra que Sylvester todavía mantenía fuertemente agarrada al tiempo que le gritaba:

—Syl, ya no más, ya no más...

Mientras tanto Farnsworth tenía a Sylvester agarrada por la cintura e intentaba arrojarla al suelo sembrado de vidrios rotos; él y Nancybeth también habían sufrido cortes en la cabeza y en los hombros. Sylvester curvó el dedo sobre el gatillo y una octava bala fue a chocar contra la vidriera ya acribillada del techo desprendiendo otra lluvia de fragmentos.

Luego Sylvester dejó caer la pistola; ya había agotado la munición. Se relajó casi con fruición en brazos de los otros, que de pronto se encontraron proporcionándole apoyo.

Blake los ayudó a moverla hasta un lado de la habitación, lejos de los cristales rotos. A Sylvester le corría tanta sangre por los ojos que debía de estar cegada por ella —los cortes en el cuero cabelludo sangran copiosamente aunque no revistan gravedad—, aunque había tenido la vista muy despejada cuando le metió los primeros tiros de aquella arma ilegal a Vincent Darlington en el cuerpo.

Darlington yacía de espaldas en medio de un charco color carmesí que a cada momento se hacía más extenso; miraba fijamente con los ojos muy abiertos a través de la cúpula hecha añicos; con el cuerpo rociado de polvo de vidrio miraba hacia las copas de los altos árboles que se hallaban al otro lado de la superficie de la esfera central.

Detrás de él, a salvo en el interior de una vitrina que servía de mesa para los platos sucios y copas vacías, descansaba el objeto de la pasión de Sylvester.

Sparta se encontraba dentro de un caleidoscopio; rotos fragmentos de vidrio caían con rápidos y repentinos saltos para formar nuevos dibujos, también simétricos, que se repetían interminablemente y avanzaban hacia el borde de la visión de la muchacha hasta que consiguieron sobrepasarla. Aquel vórtice de colores sesgados que giraba lentamente parecía estar absorbiéndola hacia el infinito. A cada cambio, una sibilante explosión hacia afuera le resonaba dentro de la mente. La escena era mareante y vívida...

Y una parte de su consciente se quedaba a un lado y la miraba con regocijo. Esa parte se acordaba de un póster que Sparta había visto en la pared de la consulta de un oculista, el dibujo de un coche cruzando a toda velocidad un desierto por una larga carretera recta. A un lado, un indicador rezaba: «Punto de fuga, a quince kilómetros.»

Se echó a reír ante aquel recuerdo, y el sonido de su propia risa la despertó.

Al abrir los ojos azules se encontró con los de Viktor Proboda; más brillantes y más azules, estaban muy abiertos en aquella sonrosada y cuadrada cara, a sólo unos centímetros de ella.

—¿Cómo se siente?

Tenía las rubias cejas contraídas a causa de la preocupación.

—Como si alguien me hubiera golpeado en la cabeza. ¿De qué me estaba riendo? —Con la ayuda de Proboda, se sentó. Sentía un fuerte dolor en el músculo de la mandíbula que recordaba remotamente un flemón que tuvo en la muela del juicio catorce años atrás. Con cautela se tocó la mejilla—. ¡Ouuuu! Apuesto a que está bonito.

—No creo que la mandíbula esté rota. Usted lo notaría.

—Estupendo. ¿Siempre mira usted el lado bueno, Viktor? —Se puso en pie con ayuda de él.

—Deberíamos llevarla a la clínica. Una conmoción cerebral requiere inmediata...

—Un minuto. ¿Se cruzó con su amiga Sondra Sylvester cuando se dirigía hacia aquí?

Proboda se notaba incómodo a todas luces.

—Sí, en el núcleo, justo delante de la Cancela de Ishtar. Adiviné que pasaba algo malo por la expresión que tenía. Me miró, pero ni siquiera me vio. Yo iba pensando en lo que le había hecho a la
Star Queen
ese robot minero, y me figuré que por eso usted había venido aquí, así que decidí que lo mejor sería buscarla a usted.

—Gracias..., maldita sea. —Se agarró una oreja, pero el intercomunicador se le había caído—. Esa mujer lo golpeó y se ha soltado. Viktor, llame para que me envíen rápidamente una patrulla al «Museo Hesperiano». Llame también al museo e intente prevenir a Darlington. Creo que ella ha ido a matarlo.

Proboda comprendía que no era momento de pedir explicaciones. Buscó el canal de emergencias, pero en cuanto mencionó el «Museo Hesperiano» la persona que enviaba las patrullas lo interrumpió.

Proboda se quedó escuchando con las mandíbulas apretadas; luego cortó la comunicación. Miró a Sparta.

—Demasiado tarde.

—¿Está muerto?

Él hizo un gesto afirmativo con un brusco tirón de la mandíbula.

—Le ha metido en el cuerpo varias balas del 32. Cuando la sujetaron logró meter cuatro más por la cristalera del techo. Ha sido una suerte que no matase a alguien al otro lado de la estación.

Aquel hombre seguía mirando el lado bueno de las cosas.

Sparta le tocó el brazo, en parte para animarle a ponerse en marcha y en parte para consolar a aquel policía grande y triste, pues se daba cuenta de que se sentía apenado por Sylvester, a quien había admirado, y no por Darlington, que no era más que una sanguijuela tonta.

—Venga, vámonos —le dijo ella.

Una mujer alta estaba en la puerta, Kara Antree. Rígida y gris, tenía una severidad en aquellos hombros cuadrados que estaba reñida con el lujo del despacho de Sylvester.

—Viktor, quiero que se haga cargo inmediatamente de la investigación sobre el tiroteo de Vincent Darlington.

Proboda se detuvo, perplejo.

—No hay mucho que investigar, capitana. Había una habitación llena de testigos.

—Sí, no debería llevar mucho tiempo —dijo Antreen.

—Pero la
Star Queen
...

—Queda relevado de sus responsabilidades con respecto a la
Star Queen
—le comunicó llanamente Antreen. Miró con intención a Sparta, como desafiándola a que la contradijera—. Ahora tenemos un nuevo caso.

Sparta titubeó; luego asintió.

—Tiene razón, Viktor. Me ha sido de mucha ayuda y se lo agradezco. —La triste cara de Proboda se puso todavía más larga—. La capitana y yo podremos concluir el caso rápidamente —concluyó Sparta.

Proboda se alejó unos cuantos pasos. Había quedado impresionado por la inspectora Ellen Troy, a la que se había abierto lo suficiente para que ella lo notase. Incluso la había defendido ante su jefe. Y ahora ésta se agarraba a la primera oportunidad que encontraba para sacarlo del caso.

—Como usted diga —gruñó. Echó a andar con paso firme pasando junto a Antreen y sin dignarse siquiera a volver la vista hacia Sparta.

A solas, las dos mujeres se estuvieron mirando en silencio. Antreen estaba impecable con un traje de chaqueta de lana gris. Sparta parecía un golfillo cansado, vapuleada pero con la sabiduría que proporcionaba la experiencia en las calles. Sólo que ahora Sparta ya no se sentía en desventaja. Sólo tenía necesidad de descansar.

—Repetida e ingeniosamente se las ha arreglado usted para esquivarme, inspectora Troy —le dijo Antreen—. ¿Por qué este repentino cambio de actitud?

—No creo que éste sea el lugar apropiado para que hablemos, capitana —respondió Sparta haciendo un gesto con la barbilla para indicarle los micrófonos y ojos de la habitación—. Las corporaciones como ésta son buenas escondiendo secretos. Pero podría considerarse una violación de los derechos establecidos para los sospechosos.

—Sí, tiene razón. —Antreen dejó caer los párpados sobre los ojos grises; he ahí, notó Sparta, una excelente mentirosa que no se traicionaba a sí misma cuando esperaba algo—. ¿Volvemos entonces al cuartel general? —le sugirió Sparta.

Confiadamente, ésta pasó por delante; Antreen echó a andar inmediatamente detrás. Se adentraron en el pasillo transparente en forma de espiral que daba a las salas de control.

Sparta se detuvo ante el pasamanos.

—¿Ocurre algo? —preguntó Antreen.

—Nada. No me di cuenta de todo esto cuando venía. Estaba demasiado ocupada. Para alguien que no había salido nunca antes de la Tierra, esta vista es impresionante.

—Supongo que sí.

Desde diez metros por encima de ellos, detrás del vidrio curvo, Sparta y Antreen contemplaron a los hombres y mujeres de la «Ishtar» que se encontraban ante las consolas. Algunos estaban alerta y trabajando de firme, otros hacían el vago y charlaban perezosamente entre ellos tomando café y fumando cigarrillos mientras contemplaban gigantescas pantallas por las que se veía a los leales robots cortando y sacando tierra en el mundo interior.

Antreen tenía la mano derecha metida en el bolsillo exterior derecho de la chaqueta. Se inclinó y se acercó a Sparta con un gesto que un árabe o un japonés quizá no hubieran percibido. Pero se acercó lo suficiente como para poner nerviosa a una persona euroamericana.

Sparta se volvió hacia ella, relajada y alerta.

—Aquí podemos hablar —susurró Sparta—. En este tramo no han puesto ojos ni oídos.

—¿Está segura?

—Comprobé el pasillo al venir —le dijo Sparta—. De modo que ya podemos dejar de jugar.

—¿Qué?

En el tono de Antreen, y por encima de la cautela, Sparta percibió dignidad ofendida, no culpa..., aquella mujer era excelente. Sparta empleó un tono exagerado.

—Ya habrá recibido usted los expedientes que pedí a la Central, ¿no es así?

Estaba haciendo el papel de policía duro del Cuartel General que se dirige a otro de provincias.

—Sí, naturalmente.

Enojo, persuasivamente superpuesto a confusión; pero Sparta se le echó a reír en la cara.

—No sabe usted de qué demonios le estoy hablando.

De repente Antreen se erizó de recelo. No dijo nada. Sparta decidió molestarla con fuerza.

—Los expedientes de las «Líneas Pavlakis». Ponga en forma a su gente, ¿quiere? —Pero detrás de la mofa desdeñosa que expresaba con el rostro, magullado y ennegrecido, Sparta se estaba esforzando terriblemente por evitar que el palpitante consciente volviera a partírsele en pedazos. Los pedacitos rotos de caleidoscopio empezaban a girar en remolinos en los bordes de su visión—. Si hubiera leído los informes sabría que fue ese mono de Dimitrios para vengarse del joven Pavlakis. Venganza. Porque el muchacho puso fin al fraude de seguros que Dimitrios había estado llevando a cabo con Pavlakis padre durante cuarenta años. Pavlakis cayó él sólo en la trampa al contratar a Wycherly para que lo protegiera..., un tipo que habría hecho lo que fuera para quedar bien, que necesitaba dinero más que nada en el mundo y que además tenía la ventaja de que ya era hombre muerto. ¿Tiene usted toda esa información?

—Tenemos esa información —repuso Antreen con brusquedad. De nuevo enojo, esta vez extendido sobre un alivio engreído al comprobar que Sparta sólo estaba hablando de trabajo policial, al fin y al cabo—. Tenemos la declaración de Dimitrios, la declaración de la viuda. El mismo Pavlakis acudió a nosotros por su cuenta antes de que lo localizásemos..., antes de la voladura. Dice que todo el tiempo sospechaba algo, sospechaba que Dimitrios tramaba un falso accidente.

—¿Ah, sí? —Sparta sonrió, pero la suya resultó una sonrisa extraña saliendo de aquella cara hinchada, chamuscada—. Entonces, ¿qué estaba usted haciendo aquí en realidad?

—Vine para decirle... —Pero esta vez Antreen no pudo disimular el susto—. Usted...

—Vino por mí. Aquí me tiene. Le ha costado una eternidad cogerme a solas.

—¡Usted lo sabe!

Antreen miró a su alrededor, frenética. No podía decirse que estuvieran a solas. Pero se encontraban aisladas de los trabajadores de allá abajo, en medio un tubo de vidrio sin oídos. Después, ¿qué iban a pensar los testigos respecto a lo que estaba a punto de ocurrir?

Lo que la capitana Antreen les dijera que pensasen.

Antreen levantó bruscamente la mano derecha y la sacó rápidamente del bolsillo, pero estaba demasiado cerca, había sido un error acercarse tanto. Sparta, a su vez, había interpuesto la mano derecha entre los cuerpos de las dos, de modo que le agarró la muñeca a Antreen al sacar ésta la mano del bolsillo. En una milésima de segundo Antreen se tambaleaba; Sparta la estaba haciendo caer de lado en la dirección del brazo con el que le oponía resistencia, aprovechando esa misma resistencia. Sobresaltada, Antreen intentó hallar el equilibrio extendiendo la pierna izquierda, pero no encontró otro punto de apoyo más que el muslo izquierdo de Sparta, sólidamente plantado en el suelo. Antreen se tiró de cabeza, pero Sparta no se lo permitió; sin dejar de controlar el arma, Sparta no le soltó a Antreen la muñeca derecha, por lo que ésta giró sobre la espalda al tiempo que caía. Se golpeó fuertemente contra el suelo alfombrado.

Si Sparta hubiera sido un poco más fuerte, un poco más grande, si hubiera estado un poco menos cansada —si hubiera sido perfecta—, quizás habría podido evitar lo que sucedió a continuación. Pero Antreen era rápida, más fuerte y tenía tanta práctica en el combate sin armas como Sparta. Haciendo palanca con las largas piernas y el brazo libre dio una voltereta y tiró de Sparta hacia ella. Sparta dio un brusco tirón del brazo de Antreen por detrás de su espalda al tiempo que rodaba. Cuando diera media vuelta más, Sparta tendría que soltarla; y Antreen quedaría encima de ella...

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