Read Venus Prime - Máxima tensión Online
Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss
Proboda apresuró la entrada del siguiente pasajero en la habitación.
—El señor Blake Redfield. De Londres. Representa al señor Vincent Darlington, del «Museo Hesperiano».
En el instante en que Proboda abría la puerta del pasillo, Sparta tendió los dedos hacia el monitor, degradando la imagen de la pantalla de vídeo que resultaba visible para Redfield. Éste entró en la pequeña habitación en estado de alerta, aunque relajado, muy propio con aquel caro traje inglés que mostraba indicios de la tentación que un hombre joven tenía de dar cierto toque de presunción al corte de las solapas; llevaba el brillante cabello castaño rojizo bastante largo.
—La inspectora Troy, de la Junta de Control del Espacio —dijo Proboda indicando con un gesto de la cabeza la pantalla de vídeo y sin darse cuenta de que la pantalla ya no estaba enfocada tan nítidamente como antes.
Blake se dio la vuelta hacia la pantalla con esa media sonrisa expectante y reservada que tienen las personas acostumbradas a las relaciones sociales. Si reconoció a Sparta, no dio muestras de ello, pero la joven estaba convencida de que aquel hombre era tan bueno como ella en esta clase de juegos. Si tenía algo que ocultar, sabría ocultarlo mejor que cualquiera de los demás.
Sparta lo examinó concienzudamente, aunque el ojo macrozoom había perdido gran parte de su capacidad al estar limitado por la pantalla de vídeo, de modo que no era capaz de captar el menor rastro de presencias químicas en Redfield. Hacía dos años que no lo veía; no parecía más viejo, pero sí más seguro de sí mismo. Se notaba que guardaba algo en reserva, algo en lo que ella no había reparado antes. El único sonido procedente del hombre, que flotaba ingrávido en aquella habitación acústicamente muerta, era la respiración, muy tranquila. Redfield esperó a que fuese ella quien hablase.
Si alguien hubiese hecho un gráfico de la voz de Sparta cuando por fin se puso a hablar, la falta de matices que se notaba en la misma habría resultado sospechosa.
—¿Actuó usted como agente del señor Darlington en la compra de Los siete pilares de la sabiduría, señor Redfield?
—Así es. —La voz de él, por el contrario, era cálida y alerta; una gráfica de la misma habría dicho: «Si tú no traicionas nada, yo tampoco.»
—¿Cuál es el objeto de su viaje?
—Estoy aquí para encargarme de que ese famoso libro que acaba usted de mencionar le sea entregado sano y salvo al señor Darlington.
Sparta hizo una pausa. Parecía una respuesta ilógica, deliberadamente provocativa, y no podía dejarla pasar sin responder al desafío.
—Si planeaba usted asegurarse personalmente de dicha entrega, ¿por qué lo envió a bordo de la
Star Queen
? ¿Por qué no lo trajo usted mismo?
Redfield sonrió con malicia.
—Quizá lo haya hecho.
Comprendía que Sparta estaba al corriente de que no era así.
—He confirmado que el libro se encuentra a bordo de la
Star Queen
, señor Redfield.
—Eso resulta muy tranquilizador. ¿Puedo verlo yo también?
A Sparta le latía el corazón con fuerza, y muy de prisa. Por debajo de cualquier cosa que pudiera traer rápidamente a la consciencia, se daba cuenta de que iba a ocurrir algo que no había previsto. Y en aquel momento decidió que al señor Blake Redfield no se le iba a proporcionar más información de la que ya tenía.
—Bien, señor Redfield. Pase por esa puerta de la derecha, por favor. Siento haberle hecho esperar.
Cuando el hombre salía, Sparta advirtió que iba sonriendo. Y lo hacía con intención de que la muchacha lo viera así de sonriente. Con impaciencia, dijo:
—Muy bien, Viktor, era la última de las ovejas.
—¿La última qué?
—Las cabras están en el corral. Vamos a por ellas.
La reducida habitación a la que Farnsworth, Pavlakis y Sylvester fueron a parar tras pasar con dificultad por un retorcido recodo del tubo de acero, era otro cubo, éste de acero desnudo y tan impersonal como un submarino. La celda no tenía salida visible; el camino de vuelta se había cerrado mediante unos paneles corredizos. Una pantalla de vídeo sin imagen llenaba todo el techo.
La malhumorada conversación que sostenían los tres compañeros de encierro estaba a punto de convertirse en enconada riña cuando, de pronto, se iluminó la pantalla. Un primer plano de la inspectora Ellen Troy, ahora a tres veces el tamaño natural, se formó en la pantalla.
—Les prometí que esto no duraría mucho tiempo, y así será —anunció aquel icónico rostro. La imagen de Sparta fue sustituida por la nítida visión de una plancha de metal convexamente curvada—. Esta plancha del casco de la cubierta de soporte de vida de la
Star Queen
, designada como L—34, presenta un agujero. —La imagen se acercó en un zoom rápido a la esquina superior derecha, hasta un nítido agujero negro que se notaba en la pintura. La pantalla varió ahora para dar la imagen de la plancha desde otro punto de vista, desde la superficie interior, cóncava y ennegrecida—. La plancha presenta unas astillas internas que son características de un proyectil de alta velocidad, tal como un meteoroide —y de nuevo la imagen cambió, acercándose más para mostrar un cráter en el acero tan extenso como el del Etna—, que se halla cubierto de espuma de plástico endurecida para cerrar herméticamente el agujero.
Una nueva imagen mostró un grumo brillante y viscoso de plástico amarillo amontonado sobre el punto de la plancha donde se había mostrado el cráter, una vista del agujero antes de haber quitado de allí el plástico protector.
La voz de Sparta, pedante y casi intimidante, continuó hablando sobre la sucesión de imágenes.
—El daño, ciertamente significativo, causado a la
Star Queen
fue producido por una explosión que destruyó a la vez los tanques de oxígeno principales y la célula de combustible —dijo al tiempo que aparecía en pantalla una vista del ennegrecido desorden del interior de la cubierta de vuelo. Hizo una momentánea pausa para permitirles estudiar los daños antes de continuar—. No obstante, ni el agujero de la plancha del casco ni la explosión interna fueron causados por un meteoroide.
Los rostros solemnes de las tres personas se vieron bañados por la fría luz de la pantalla. Si aquel público formado por tres personas se había sorprendido ante aquella noticia, ninguno hizo nada que lo traicionara; reinaba un profundo silencio.
Otro primer plano, éste de una micrográfica, saltó a la pantalla.
—El dibujo derretido alrededor del agujero muestra grandes cristales irregulares de metal que son característicos de una fusión y un enfriamiento lentos, y no los dos finos y regulares cristales que habrían resultado de una deposición instantánea de energía. Este agujero probablemente se efectuó con una antorcha de plasma. —Otro micrográfico—. Aquí ven ustedes que en realidad hay dos estratos separados del tapón de plástico endurecido. El primero es muy delgado, y sus laminaciones no muestran los dibujos de turbulencia que serían de esperar de un flujo de aire supersónico a través del agujero. Pueden ver ustedes la suave exfoliación que se da en este caso. —Ahora apareció una tabla computarizada—. Como demuestra este espectrógrafo, la capa de plástico se catalizó en realidad hace más de dos meses. En otras palabras, el agujero estaba en la plancha y fue sellado con plástico antes de que la
Star Queen
abandonase la Tierra. Observen que esta misma capa delgada está hecha pedazos en el centro, y que ha sido volada hacia afuera. La explosión se produjo dentro de la nave, abrió el agujero, permitiendo que escapase el aire, y luego volvió a sellarse rápidamente por los sistemas de emergencia de la nave. Más tablas y gráficos.
—La explosión interior fue causada por una carga de fulminato de oro que se hizo detonar mediante acetileno, y que se colocó dentro del revestimiento de la célula de combustible... Estos espectrogramas revelan la naturaleza de los explosivos. La ignición fue eléctrica y probablemente detonada a través del monitor de la célula de combustible mediante una señal preestablecida en la computadora de la nave.
La severa imagen de Sparta volvió a aparecer en la pantalla, brillando con fuerza en aquella austera celda de acero.
—¿Quién saboteó la
Star Queen
? ¿Por qué la sabotearon? Cualquiera de ustedes puede arrojar alguna luz en esto; hablen ahora o, si lo prefieren, hagan el favor de ponerse en contacto privadamente con la oficina local de la Junta de Control del Espacio. La
Star Queen
permanecerá precintada hasta que haya finalizado nuestra investigación.
Un rayo de luz penetró en la habitación y borró parcialmente la pantalla. Una doble puerta se había abierto en la parte trasera de la celda; allí afuera se encontraba justamente uno de los pasillos más concurridos del corazón de la estación.
Mientras tanto Sparta había accionado un interruptor que completaba el ciclo de su austera imagen en la pantalla de vídeo. La diminuta sala de control donde se encontraba la muchacha, poco más que un armario lleno de paneles brillantes, estaba oculta en una hendidura entre pasillos. Físicamente se encontraba más cerca de ellos de lo que ninguna de las personas de la celda se habría podido imaginar. Bajo la tapadera que le proporcionaba la pantalla se dirigió a Proboda, que revoloteaba cerca de ella en la sala de control.
—Viktor, usted cree que me mostré impertinente con la señora Sylvester. Sígala, entonces. Si va a su despacho o se acerca a la
Star Queen
, hágamelo saber inmediatamente. Dondequiera que vaya, comuníquemelo con la mayor brevedad. Ya se va... ¡Venga, vaya tras ella!
Sparta devolvió su imagen a la pantalla. Farnsworth y Pavlakis seguían en la habitación, aunque Pavlakis tenía ya un pie en el otro lado de la puerta y Farnsworth se encaminaba descaradamente hacia la pantalla de vídeo.
—Cosa rara ésta —le dijo Farnsworth a la pantalla gigante que quedaba por encima de su cabeza—. Lo de revelar las pruebas sin acusar a nadie.
—Nos encontramos a bordo de una estación espacial, señor Farnsworth. Más aislados que un pueblo de Kansas.
—¿Y si el malo no está aquí con nosotros?
—Entonces no hay malo alguno —repuso Sparta. El hombre era transparente, pero se comportaba con cierto descaro; estaba allí de pie, como diciéndole que ya se había dado cuenta de que Sparta conocía su pasado, pero que cometía un error al sospechar de él.
—¿Espera usted que las revelaciones que nos ha hecho permanezcan en secreto más que unos pocos minutos? ¿Incluso aunque se trate de la Tierra?
—¿Tenía usted algún comentario específico que hacer, señor Farnsworth?
Farnsworth hizo un gesto con el pulgar hacia Pavlakis, cuya mole seguía en el fondo, una silueta recortada contra el pasillo de fuera, brillantemente iluminado.
—Ése. La misma y familiar historia de timar a las compañías de seguros. Nunca se ha podido probar. Pero si ése no es el hombre que busca, seguro que él puede decirle quién es.
Era un hombre insolente, aunque en ese caso fuera, como Sparta ya había decidido, completamente inocente.
—¿Qué diría si yo le confiara que lo hizo Sylvester? —le preguntó Sparta. Bien. Al parecer esto lo echó un poco para atrás...
Pero Farnsworth se lo tomó en serio.
—¿Por celos, quiere usted decir? —Hablaba como si a él no se le hubiera ocurrido—. Este tipo, Darlington, compra el libro que Sylvester quería, de manera que ella se asegura de que él nunca...
—¿Etcétera?
—Una teoría muy original, ésa... —masculló Farnsworth.
—No es una teoría, Farnsworth. —El rostro de Sparta, de un tamaño el triple del natural, se inclinó hacia él.
—¿No es una teoría?
—En absoluto.
—Entonces ya ha dicho bastante. Por favor, perdóneme... —De pronto le había entrado mucha prisa por llamar a sus jefes. Fue flotando con dificultad hacia la puerta.
Pavlakis había desaparecido.
El intercomunicador le sonó a Sparta en la oreja derecha.
—Adelante.
—Aquí Proboda. La señora Sylvester se ha ido directamente al cuartel general de la «Compañía Minera Ishtar». En estos momentos estoy a la puerta de la verja de la «Ishtar».
La «Compañía Minera Ishtar» estaba situada a casi dos kilómetros de allí en el extremo más alejado de la estación espacial; desde allí sus ventanas y antenas podían mirar directamente a las brillantes nubes de Venus.
—Eso parece eliminarla a ella también. Reúnase otra vez aquí conmigo lo más pronto posible.
—¿Y ahora qué va a pasar? —Proboda daba la impresión de estar irritado. La inspectora había vuelto a mandarlo a la caza de gansos salvajes.
—Esperaremos. Nuestra lista es muy corta, Viktor. Creo que vamos a presenciar una confesión o un acto de desesperación. Y a no tardar. Puede que dentro de diez o quince min...
Notó tanto como oyó el contundente golpe. Las luces se apagaron, todas, todas a la vez, y en la oscuridad el sordo gemido de las sirenas de alarma fue elevándose hasta convertirse en un aullido agudo y desesperado. Unos altavoces situados en las paredes se dirigieron urgentemente a todos los que pudieran oírlos, repitiendo en inglés, árabe, ruso y japonés: «Evacúen el sector uno del núcleo central inmediatamente. Hay una pérdida de presión catastrófica en la sección uno del módulo central. Evacúen la sección uno del núcleo central inmediatamente...»
Proboda gritó al intercomunicador lo bastante fuerte como para ensordecerla.
—¿Se encuentra bien? ¿Qué ha pasado ahí? ¿Troy? Pero nadie respondió.
Los sistemas vitales de una estación espacial son autónomos. Alguien que conocía bastante bien Port Hesperus se las había ingeniado para dejar aislado todo el sector central que miraba a las estrellas, interrumpiendo la energía del recinto principal, procedente del reactor nuclear, y cortando las líneas de las tomas solares. Todo esto en el mismo instante en que una escotilla de presión estallaba en el sector de seguridad...
Hasta que entraron en acción las baterías de emergencia, iba a estar todo muy oscuro.
Pero no para Sparta, que sintonizó su corteza visual en la gama de infrarrojos y se dirigió a toda velocidad a través de un extraño mundo de formas fosforescentes, un entorno que recordaba misteriosamente alguna gigantesca maqueta de plástico de cualquier complejo organismo iluminado solamente con neón rojo. Exceptuando las instalaciones de luz, que aún brillaban a causa del calor que había en sus diodos, todo lo demás estaba oscuro. Los cables empotrados en los paneles de las paredes seguían brillando por la resistencia a la electricidad que unos instantes antes había fluido por ellos, y los propios paneles brillaban débilmente con calor prestado.