Vespera (41 page)

Read Vespera Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Vespera
12.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Quizá lo podía haber creído —le replicó Rafael—. Pero tú no me vas a explicar por qué hay tantos thetianos en el supuesto ejército tuonetar de Iolani. Quiero saber contra qué estamos luchando.

—No, tú no quieres saber eso —dijo Silvanos, acercándose al taburete del piano para sentarse.

Rafael giró la silla ligeramente y las patas chirriaron molestamente contra las baldosas del suelo. Él no quería tener que volverse para ver bien a su tío.

—¿Algunos secretos están mejor ocultos? —preguntó él. Por supuesto que sí, pero ahora se estaban perdiendo vidas a causa de secretos escondidos, y a él se le estaba pidiendo que fuera dando palos de ciego en la oscuridad.

—¿Tú quieres otra Anarquía? —le preguntó Silvanos sin rodeos.

—No.

—Dices eso y ni siquiera sabes cómo fue de verdad. Imagínate qué perspectiva es ésa para los que vivimos la primera en nuestras carnes. Comenzó como una guerra civil. Ruthelo contra... bueno, al principio no había un solo dirigente del otro lado. Gian, Rainardo, Aesonia, Heraclio.

—¿Heraclio? —Rafael no recordaba este nombre, aunque una campanilla sonó en su mente.

—El hermano menor de Ruthelo. El renunció a su condición de Azrian al principio de la Anarquía y más tarde hizo grandes cosas. Le conoces por el nombre de Catilina.

—¿El emperador era el hermano de Ruthelo? —¿Por qué él no lo recordaba? El debió saberlo, pero se le escapó de la memoria. Catilina había vivido bajo ese nombre mucho tiempo y había tratado con todas sus fuerzas de que la gente olvidara quién era realmente—. Así que dos hermanos se casaron con dos hermanas y después una pareja destruyó a la otra.

«Cuando la Guerra regrese

y la sangre empiece a manar...»

Rafael sonrió con amargura. Si se hubiera acordado... Por supuesto. Si alguien del pueblo de Ruthelo hubiera sobrevivido, Catilina y Aesonia serían los blancos de su
vendetta
.

—Puedes pensarlo así —dijo Silvanos—. Como te he dicho, se inició como una guerra civil, una lucha entre dos grandes coaliciones. Cuando mataron a Ruthelo, las alianzas se rompieron y el imperio estaba demasiado debilitado para gobernar Thetia. Si querías vivir, y sobrevivir, tenías que hacer cosas terribles. No existe hombre o mujer que luchara durante la Anarquía y que haya salido indemne. Sólo Vespera se libró de verdad, al acabar la lucha al principio.

Silvanos clavó su mirada en la distancia durante unos instantes, delatando sus reflexiones al apretar levemente los ojos, mientras Rafael se preguntaba cómo habría conseguido sobrevivir su tío.

—No hay nadie de aquella generación que no perdiera algo: un pariente, un amigo, un hogar, su fortuna, su vida —continuó Silvanos—. Todo el odio y la violencia de aquellos últimos años del antiguo imperio no se habían extinguido, después de todo; tan sólo afloraron a la superficie. Ésa es la razón por la que el nuevo imperio casi no sobrevivió: porque había demasiada gente que lo asociaba con el Viejo.

—Ellos reivindicaron el mismo nombre y la misma autoridad.

—Porque muchos creyeron que sólo un imperio los salvaría. Que el emperador era la clave, el hombre que intercedería por nosotros ante la diosa. O si lo prefieres, que nosotros necesitábamos un mascarón de proa, que Thetia debería ser un imperio y que cualquier otra cosa la degradaría.

Silvanos se volvió hacia Rafael, que no abrió la boca. En el exterior, los coros del amanecer habían empezado y estaban creciendo rápidamente hasta su habitual intensidad ensordecedora.

—Finalmente, las personas que alcanzaron el mando pusieron fin a la Anarquía, la limpiaron de los peores piratas y recuperaron la normalidad, mirándose unos a otros desde el interior de sus fortalezas, usualmente construidas por el clan Decaris. Los recuerdos aún no se han extinguido. Los secretos pueden emerger, sí, pero si aparecen antes de que todos los que vivieron la Anarquía hayan muerto, todos aquellos odios se recrudecerán, la gente al servicio de los príncipes y el Imperio descubrirá lo que hicieron sus colegas y superiores, y esos superiores descubrirán lo que hicieron los príncipes y el Imperio. Y otros cientos de miles de personas morirán por nada.

Aunque quisiera estar en desacuerdo, Rafael podía creerse esto. Él había huido de las sombras de la Anarquía hacía catorce años, las sombras que, para él, habían adoptado forma humana en Silvanos. El
Navigator
también acogió a otros que escaparon, aunque fueron quedando menos según fueron envejeciendo y retirándose a tierra firme. El acuerdo tácito que les unía era que habían dejado atrás la Anarquía. Después vinieron los años que Rafael pasó en Mons Ferranis, Qalathar, Taneth, donde pudo ver lugares que habían permanecido al margen de las sombras. En aquellos tres sitios rondaban los recuerdos del Dominio y su Inquisición, es cierto, pero éstos habían sido poderes externos y ahora derrotados. Solamente Thetia había masacrado a su propia gente.

—¿Es por eso por lo que Rainardo murió? —preguntó finalmente Rafael. Rainardo, el comandante recto y honorable, un hombre casi universalmente respetado.

—Rainardo hizo cosas que es mejor olvidar.

—¿Y los vesperanos? —La mayor parte de los altos thalassarcas rondaban la cincuentena; eran demasiado jóvenes para haber desempeñado un papel poco más que periférico durante la Anarquía.

—Sus manos están tan limpias como las de cualquier otro —reconoció Silvanos—. Un tercio de los clanes fue destruido, y muy pocos del resto resultaron ilesos. Los que sobrevivieron cargaron con la culpa de no haber ayudado lo suficiente a sus hermanos y primos luchando en una parte o en la otra, pero consagraron sus esfuerzos a erradicar la guerra de la ciudad.

—De modo que deberíamos silenciar a Jharissa para impedir que Thetia se precipite en otra Anarquía, sin que importe lo justa que pueda ser su causa.

—Si ya están muertos aquellos que desencadenaron la Anarquía, ¿qué se gana provocando más muertos?

—¿No ha sufrido ya bastante el clan Jharissa? —preguntó Rafael.

—¿Y no hemos sufrido bastante los demás? Cientos de millares perdieron a sus familias. ¿Por qué deberíamos sumergir a Thetia en otra guerra? ¿Porque los partidarios de una causa particular hayan reunido el poder necesario para intentar vengarse?

Estaban respondiéndose una pregunta con otra pregunta, un patrón entre ellos casi tan viejo como lo era Rafael y que ya le enfurecía de niño. Nunca obtuvo una respuesta excepto a las preguntas más simples, por mucho tiempo que eso les hubiera podido ahorrar. Al final, Rafael comprendió la razón que había detrás y ahora se preguntaba si Silvanos lamentaba haberle obligado a descubrir las respuestas por sí mismo.

—Al final te las has arreglado para hacer que el bien del Imperio y el bien de Thetia parezcan la misma cosa —dijo Rafael—. Estoy impresionado.

—Estoy tratando de ahorrarte el honor de iniciar una segunda Anarquía. Si sigues ese camino, no puedo salvarte. Y no lo haré.

—Me has avisado. ¿Esperas que deje la investigación?

—Espero que demuestres tener algún sentido común, Rafael. Lo que hiciste en Sertina fue tu mejor carta de presentación al emperador. Estás mucho mejor situado para un ascenso en la jerarquía imperial de lo que yo lo he estado nunca. ¿Qué más quieres? ¿La corona?

—Saber al servicio de qué estoy —respondió Rafael.

—¿Era sólo eso? ¿O hay algo más?

—Sea lo que sea lo que el Imperio pudo haber hecho durante la Anarquía, Valentino y su hermana son inocentes —dijo Silvanos, y Rafael comprendió en un segundo lo que Silvanos se estaba callando—. Ellos son el futuro.

—Eso es lo que siempre decimos. Cada vez que se rompe el equilibrio, alguien nuevo accede al trono y nos convencemos de que ese emperador será diferente y no ahogará a Thetia en la sangre de su propio pueblo.

—Quizá entonces, tú puedas sugerir una alternativa —dijo Silvanos.

—Ruthelo ya lo hizo —replicó Rafael.

Silvanos se limitó a menear la cabeza cansinamente y a levantarse.

—Estoy seguro de que tú mismo sabrás cómo evaluar el éxito que tuvo. Tengo más necesidad de dormir que de perder el tiempo discutiendo contigo. Te espero en palacio una hora antes de mediodía.

Se marchó sin decir nada más. Rafael cogió el arco y empezó a tocar la última suite, mientras el calor tropical estallaba en Vespera y la luz empezaba a derramarse por las ventanas.

Un pensamiento le asaltó mientras aflojaba el arco, y al cerrar el último gancho del estuche de su chelo ya sabía cuál era el próximo lugar al que tenía que dirigirse.

* * *

—No estáis haciendo nada —dijo Valentino tratando de contener su ira y clavando su mirada en los impasibles rostros de los tres altos thalassarcas que estaban sentados enfrente de él, en el recibidor de Gian. Vaedros Xelestis se mostraba nervioso, Leonata Estarrin, segura de sí misma y Gian Ulithi, consternado.

—No nos habéis mostrado ninguna prueba; tan sólo acusaciones —dijo Vaedros sin pestañear. Su rostro, curtido por una vida entera en el mar, resultaba extrañamente en discordancia con la túnica azul marino que llevaba. El Consejo no había concedido a sus miembros el privilegio de vestir túnica blanca para indicar su condición; incluso allí, su aspecto era más propio de los representantes de sus clanes que de los representantes de la ciudad.

—Visteis llegar a Iolani —dijo Valentino. Podía oír vagamente los ruidos y el estrépito en el salón mientras los criados estaban desmantelando el decorado del baile de la pasada noche, los gritos de las indicaciones mientras lo transportaban a través del patio para guardarlo en los almacenes—. Ya visteis su numerito anunciando venganza.

—Sí, lo vimos —dijo Vaedros, irritado—. Pero aquí actuamos bajo la ley, no según los antojos imperiales.

—Entonces, demostradme algo de justicia —dijo Valentino, indignado por la falta de agallas de aquel individuo. Si Vaedros tuviera una brizna de coraje, actuaría en contra de Iolani, pero Gian (el tercero de los thalassarcas de la delegación) ya le había informado acerca de su carácter pusilánime—. Arrestadla.

—Cuando tengas pruebas —le repitió Vaedros—. Olvidas que Rainardo era nuestro colega, así como tu mentor. Si dejamos sin castigo este crimen, demostraremos que cualquiera puede matar a un alto thalassarca y salir indemne, si su rango es lo suficientemente alto. Y si actuamos sin pruebas, estamos haciendo una farsa de nuestras propias leyes.

—Vuestras propias leyes son una farsa —dijo Valentino. Aesonia ya le había avisado de que eso ocurriría, pero la pura arrogancia de los thalassarcas, la manera en que deseaban proteger a una asesina porque su víctima había sido un aliado del Imperio, le asqueaba.

—¿Puedo recordarte —dijo Leonata fríamente— que eres un huésped de la ciudad y el Consejo?

—Sí, y vuestra hospitalidad es legendaria. Estoy seguro de que deseáis que cuando esta visita finalice todos nosotros seamos residentes permanentes... allí afuera. —Y Valentino señaló a través de la ventana el mar abierto, donde los arrecifes para las sepulturas rodeaban la isla, más allá de las barreras del lago.

—Entonces, quizá deberías considerar marcharte —dijo Leonata—. Creo que ya has llevado a cabo el propósito de tu visita de Estado, y en Azure estarías a salvo de asesinos. Libre para continuar la guerra que iniciaste.

—¡Leonata! ¡No acuses a nuestros huéspedes! —dijo Gian. Él se encontraba presente porque, aparentemente, las reglas del Consejo requerían delegaciones de tres miembros para los asuntos importantes y que incluyeran a un representante de las facciones discrepantes, en el caso de que el Consejo hubiera manifestado divisiones sobre el tema a tratar. Cuando el Consejo se reunió en sesión privada poco antes, Gian solicitó que Iolani fuera suspendida, mientras que Leonata la respaldó y forzó a Gian a retirar la propuesta.

—Somos un gobierno, no un grupo de intelectuales —dijo Leonata. Ahora ella había lomado el mando claramente sobre Vaedros, algo que no era de extrañar. Aunque le costara reconocerlo, en el fondo Valentino estaba desarrollando un respeto hacia la líder Estarrin. Era una digna oponente, pero ahora mismo estaba protegiendo a Iolani de él y eso no lo podía perdonar—. Has intentado destruir a los jharissa durante una década, emperador. Ocultarlo no nos conducirá a ninguna parte. Si tú y Iolani estáis dispuestos a llevar vuestras rencillas ante un tribunal vesperano y puedes demostrar que posees buenas razones para emprender acciones, nosotros te secundaremos.

Ella le sostuvo la mirada unos instantes, sabedora de que él no podía aceptar su propuesta. La maquinaria del rumor habría difundido esa historia por toda la ciudad en menos de una hora; él estaba seguro.

—De hecho, me he tomado la libertad de obtener una promesa de Iolani de que estaría conforme de dejar en suspenso su pertenencia al Consejo y presentarse a juicio, si tú lo desearas.

Ahora Leonata estaba hurgando en la herida. Iolani sabía que él no podía aceptarlo. Pero ¿y qué pasaría si ella se decidía a ponerlo de manifiesto? No, la vieja antipatía contra los norteños estaba demasiado arraigada, y los jharissa en especial eran demasiado impopulares para que alguien los creyera.

—El nuevo imperio no está sujeto a vuestros tribunales —dijo él—. No tenemos necesidad de explicar nuestras acciones.

—Entonces no puedes esperar que te correspondamos —dijo Leonata con una amable sonrisa.

—Haríais bien en recordar —dijo Valentino, incapaz de soportar aquello más tiempo— que vuestra neutralidad depende de nuestra buena voluntad.

—No nos estarás amenazando, ¿verdad? —dijo Leonata—. Eso sería de lo más imprudente.

Ella le sostuvo la mirada. Ninguno de los dos quiso desviarla, hasta que intervino Gian.

—Mi emperador —dijo él, y Valentino le miró aliviado. Leonata tenía la mirada de un basilisco y, como éste, también era venenosa.

—¿Qué ocurre?

—El Consejo ha acordado unánimemente ante tu petición que Rainardo sea sepultado en el arrecife de los Almirantes, y estamos preparando su funeral para mañana con todos los honores.

Gian había dejado esto para el final, sabiendo lo que ocurriría. Valentino no esperaba que lo rechazaran pero, aún así, era un alivio saber que Rainardo sería sepultado en el lugar que le correspondía, en el más distinguido de los cementerios de los arrecifes.

—Gracias —respondió con tirantez—. Y ahora, a no ser que tengáis otros asuntos...

Other books

Cuckoo by Julia Crouch
Runaway Model by Parker Avrile
Weirdo by Cathi Unsworth
Beauty and the Greek by Kim Lawrence
Daybreak by Shae Ford
Fantails by Leonora Starr
Dial M for Mongoose by Bruce Hale
My Lord Hercules by Ava Stone