Vespera (36 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Vespera
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—No —dijo Anthemia resueltamente, mirando a Flavia—. El es uno de los pocos hombres en la Sala que puede bailar conmigo. ¿Sabe bailar?

Leonata se encogió de hombros, deseando poder ver el rostro de su hija. Sus ojos se desviaron hacia abajo y vio los dedos de Anthemia repiquetear sobre su muslo.

—Lo único que tienes que hacer es averiguarlo —dijo Flavia—. Pero si no sabe, es demasiado grande para que lo lances por una ventana.

—Yo no lancé a Jacopo por una ventana. Él no se giró con la suficiente rapidez.

—Pues a mí me pareció que lo tiraste —dijo tibiamente Leonata—. Y la verdad, a todos los demás también.

—Debería haber aprendido a bailar —dijo Anthemia, y Leonata pudo intuir la sonrisa de su hija. El episodio no contribuyó a mejorar las relaciones entre los dos clanes, por supuesto, y aún hubo más tirantez cuando Jacopo llegó al poder. Por otra parte, incluso alguien con tan poco de sentido de la realidad cotidiana como Anthemia sería capaz de aplastar al clan Rozzini si Jacopo era su líder.

Anthemia penetró en el gentío, y muchos dirigieron sus miradas hacia la mujer con la máscara de tigresa que se abría paso entre ellos haciendo espacio.

—¿Por qué es siempre todo tan complicado? —suspiró Leonata, intentando ocultar su preocupación. Rafael significaba peligro, pura y simplemente. Él prometía mucho; de otra forma ella no le habría prestado ayuda, pero todavía no tenía poder para actuar de la manera en que lo estaba haciendo. Rafael no alcanzaba a entender lo peligrosa que era su situación y, en lugar de echarse atrás, parecía estar jugando con fuego deliberadamente.

Y ahora, sin darse la más mínima cuenta, parecía haber atrapado a Anthemia. Su hija era una mujer de pasiones fuertes pero sencillas, y en lo que a Rafael se refería, estaba navegando por aguas muy turbias. ¡Si al menos Leonata se hubiera abstenido de invitarlo a la consagración del buque! Pero ella necesitaba que se sintiera cómodo con Estarrin mientras fuera co-investigador y parecía haber funcionado. Sólo que en lugar de ser el clan quien le hiciera asumir una posición de prudente equilibrio, Rafael los estaba arrastrando a aguas más profundas.

—Me temo que esto se está poniendo más feo —dijo Flavia—. Una de las acolitas de Aesonia le está vigilando y, a juzgar por su expresión, sospecho que su interés no es estrictamente profesional.

Flavia señaló a una de las sacerdotisas exiliadas de cabellos cobrizos, que vestía una túnica oscura verde marino y llevaba una media máscara de ninfa. Estaba de pie en un extremo del salón, frotándose distraídamente la barbilla con una mano, y no parecía gustarle ni pizca que Anthemia abordara a Rafael para el próximo baile. Abordar era la palabra adecuada, no había otra manera de describir aquello. Por mucho que Leonata amara a su hija, debía reconocer que el tacto no era su fuerte.

¿A qué orden pertenecía la exiliada? Aquellos colores eran nuevos para Leonata, y ella creía conocer todas las órdenes de exiliados. Se había preocupado lo suyo en investigar a todos aquellos que no se implicaban en política. La sacerdotisa pareció girarse, como si se hubiera dado cuenta de que la estaban observando, pero Leonata mantuvo su mirada, encontrándose con la de la sacerdotisa durante un segundo, antes de que ella la desviara para continuar vigilando a los invitados. Sus ojos se cerraron durante un instante, el tiempo suficiente para que fuera evidente, y después se marchó.

Leonata sintió un escalofrío recorrerle la columna.

—Averigua quién es y qué significa su túnica —ordenó a Flavia.

—¿Es urgente?

—Para mañana.

El baile estaba comenzando. Era de pasos rápidos, pero afortunadamente no era un vals imbriano. Los bailes más rápidos eran siempre los primeros de la velada; más tarde, los dos cuartetos serían remplazados por un conjunto mayor que interpretaría compases más antiguos y zarabandas.

—Puede que su interés en Rafael no sea estrictamente profesional —dijo Leonata—, pero tampoco es estrictamente personal.

* * *

La máscara de tigresa encajaba bien con Anthemia.

Era como estar bailando con un torbellino. Rafael se dio cuenta en seguida cuando empezó el baile y trató de seguir los pasos, esperando que dos años fuera de las pistas de baile no resultaran muy evidentes.

Sabía cómo bailar, formaba parte de cualquier buena educación thetiana y entre Silvanos y Odeinath le habían proporcionado una, si bien es cierto que un tanto heterodoxa y mucho más amplia que la tradicional. Nunca había dejado boquiabierta a una audiencia tal como había hecho Valentino, pero contaba con la ventaja de su altura y sus dotes como agente le hacían muy consciente de quién tenía cerca.

Pero todo ello apenas le preparaba para seguir el ritmo de aquel torbellino y llevar a alguien que no sólo era más fuerte, sino que además pasaba más de la mitad de su tiempo trabajando debajo del agua, donde se requería más esfuerzo para llevar a cabo cualquier tarea por simple que fuera. Anthemia se movía con la seguridad de alguien que es consciente de lo que sus músculos pueden llegar a hacer y sabe cómo emplearlos. Pero era un baile cortesano, así que él tenía que llevarla.

Era estimulante, y a la vez extenuante, intentar equipararse a todo aquel vigor en un baile, pese a que ella fuera mejor bailarina. Por la duración del baile, él incluso se vio obligado a dejar de pensar en quién estaba allí y quién necesitaba ser vigilado. Rafael se dejó llevar por las secuencias de pasos y vueltas, liberado por unos breves instantes de la política y las sombras que se cernían sobre la velada.

Entones, demasiado pronto, el baile se acabó y Rafael, un tanto falto de aliento, hizo una reverencia a su pareja, consciente de repente de que todas las miradas estaban puestas en ellos y en su actuación como pareja de baile.

—¿Otro? —preguntó Anthemia.

—Más tarde —dijo Rafael, recordando justo a tiempo que debía hablar en voz baja y en tono irreconocible—. No sobreviviría a otro en estos momentos.

La tigresa se quedó mirándolo y Rafael se preguntó si había hecho bien en darle esa contestación. Él no podía explicarle su negativa, porque era peligroso que la debilidad de sus pulmones fuera conocida incluso por un aliado y, además, estaba rodeado de otras personas.

—¿Dónde aprendiste a bailar, en un astillero? —preguntó Rafael, apartándose un poco del círculo que había estado observándoles.

—No me fui a Aruwe hasta los dieciséis años —respondió Anthemia—, y antes dispuse de mucho tiempo para aprender. Además, ¿te crees que todo lo que hacemos es construir barcos? ¿Que nunca tenemos celebraciones, o bailes, o fiestas?

Mucho tiempo para aprender antes.

—¿Dieciséis? —le preguntó Rafael—. ¿Tan joven? —Anthemia debía de tener su misma edad aproximadamente, aunque su candor hacía difícil afirmarlo. ¿Veintisiete, veintiocho quizá? Lo que significaba que Aruwe había sido todo su mundo durante doce años.

Ella se rió con ganas.

—Ya era mayor. Corsina y otros muchos armadores mayores tenían sólo diez u once años.

¿Por qué se irían...? Rafael hizo un rápido cálculo mental de la edad de Corsina. Eso era algo interesante.

—¿Es normal? —le preguntó él.

—No, aquélla era una época extraña —dejó caer Anthemia con indiferencia, espoleando su curiosidad aún más—. Quince o dieciséis años es la edad normal.

—¿Y tú te quedarás allí...?

—Para siempre —respondió Anthemia y Rafael no supo si le estaba hablando en serio—. La mayoría de nosotros no nos retiramos y si lo hacemos, nos vamos a otra parte del astillero. ¿Por qué tendríamos que marcharnos?

¿Por qué tendríamos que marcharnos? Rafael no podía imaginarse querer permanecer atado al mismo mundo cerrado y aislado durante una vida entera. ¿Cómo podían? Pero estaba claro que Anthemia podía y, obviamente, era normal. Era la vida que los armadores conocían.

Y era una vida a salvo de las intrusiones exteriores y preguntas inoportunas.

—Puedo enseñarte a respirar adecuadamente —dijo Anthemia tras un momento—. ¿Me prometes otro baile más tarde?

—Te lo prometo —dijo Rafael. Si es que más tarde todavía había baile.

* * *

¿Es que la mujer no puede haber desaparecido sencillamente? preguntó Valentino, aliviado al deshacerse de la máscara por un momento, y apartado por fin de todas las miradas. Y por cierto, ¿dónde estaba Rafael? Se suponía que estaba trabajando para él, pero en toda la tarde no se le había visto.

—Los vigías no han informado de ninguna barcaza jharissa —dijo Gian, pasándose una mano por el poco cabello que le quedaba. La Sala era oscura, iluminada tan sólo por las luces de Ves— pera que se filtraban por las ventanas, pero era el espacio privado más cercano al salón y un cómodo refugio durante algunos momentos.

—Si yo tratara de ahogar todo este esplendor, no vendría en una barcaza oficial —dijo Silvanos—. Sus aliados, el clan alecel, se encuentran muy cerca; ellos podrían venir desde allí. Tengo a gente vigilando, pero no nos han advertido de nada.

—A no ser que no piensen venir —dijo Valentino, mientras nuevas y atroces posibilidades le bullían en la cabeza—. ¿Y si ellos fueran a dar el golpe esta noche?

—Tenemos hombres en todas las entradas y tropas acuarteladas en todos los demás patios —dijo Gian—. ¿Qué es lo que podrían hacer?

—Un cañón de pulsaciones sobre la colina que domina la ciudad —dijo amargamente Valentino—. Sería imposible para un invasor, pero ¿y para un clan con edificios repartidos por toda la isla? Quizá no sea tan difícil.

—Nadie podría subir un cañón por esas laderas —dijo Gian—. Son demasiado escarpadas.

—No un cañón de pulsaciones convencional —dijo Valentino.

—Ellos no harían eso —dijo rotundamente Silvanos, el único de los tres que no se había quitado la máscara. Era una mancha oscura sobre un fondo aún más oscuro—. Toda su posición depende de preservar la buena voluntad del Consejo y los demás clanes.

—Destruye este palacio esta noche y el Consejo dejará de existir —dijo Valentino—. Podrían matar a todos los thalassarcas, lores mercantes, embajadores y dignatarios de los clanes de una sola tacada. A todo el mundo, salvo a Aventine y los otros dos príncipes. Gian, busca a mi madre. Quiero magas en el patio y que haya hombres vigilando todas las colinas desde las que alguien pudiera dispararnos.

Por Thetis, ¿cómo podía haber estado tan ciego?

Gian se puso la máscara y se marchó corriendo, dejando solo a Valentino con Silvanos.

—Quieran los cielos que tengas razón —dijo Valentino pasándose una mano por el cabello antes de volver a ponerse la máscara.

—Quieran los cielos —dijo Silvanos.

* * *

—Estás bien disfrazado —dijo una dulce voz a Rafael cerca del oído, mientras se apoyaba en la puerta de la logia, buscando algo de aire fresco y tranquilidad, pero sin apartar la vista de lo que ocurría en la Sala. No había mucha gente afuera, en la amplia logia que daba al mar, a pesar de su imponente vista, porque ninguna personalidad quería perderse lo que ocurría en la Sala.

—Tú no —dijo Rafael preguntándose cómo le había descubierto Thais. A ninguna de las acolitas de Aesonia se le había permitido llevar indumentaria personal; todas habían venido con versiones de sus propias túnicas de exiliadas, como ninfas acuáticas, y además recatadas. Las representaciones más tradicionales de las ninfas acuáticas de la Era Heroica, en la escultura y en la pintura, tendían a dejar poco a la imaginación. El vestido de Thais tenía un corte a la altura de los brazos, pero por lo demás era exactamente como su túnica de exiliada. Su máscara era más simbólica que otra cosa.

Lo que significaba, reflexionó Rafael, que Aesonia tendría otros agentes disfrazados con más astucia. Ella quería que sus acolitas estuvieran a la vista. Extraño para alguien que, casi con seguridad, lo que quería era alentar la conversación espontánea. Aunque a lo mejor, si las acolitas se mostraban tan visibles, los invitados se sentirían seguros cuando no vieran a ninguna a su alrededor.

—¿Qué tipo de cumplido es ése? —le regañó Thais con dureza.

—Bien, tú estás insinuando que si voy disfrazado de león es porque carezco por naturaleza de las cualidades del león.

—Los leones son criaturas perezosas. Todo lo que hacen es pelearse con otros leones y hacer mucho ruido. Así que ya ves, era un cumplido. —La máscara no ocultaba su sonrisa lo más mínimo.

—También son criaturas nobles y majestuosas —dijo él con fingida pomposidad.

—Sólo a distancia —dijo Thais—. ¿Te gustaría perder el lustre más de cerca?

—No voy a ganar, ¿verdad? —le preguntó él.

Ella pareció pensárselo un minuto.

—No —dijo, con un tono concluyente—. No vas a hacerlo.

—Decirme eso a mí es buscar pelea.

—¿Y qué te hace pensar que no la quiero? —le preguntó Thais—. ¿Alguna vez me he negado a seguirte el juego?

—Has intentado hablarme fuera de sus márgenes. —Las hermanas y los instructores de Sarthes pensaron que la relación de Rafael con Thais haría que él se ablandara y comprendiera los puntos de vista de Sarthes. Desafortunadamente, Thais era demasiado diferente de sus compañeras novicias y, más particularmente, de sus instructores, para que ese plan saliese bien.

—Eso es porque los míos eran mejores y más sutiles. Ahora, solicito un baile.

—¿Pueden bailar las exiliadas?

Thais frunció los labios.

—Yo sí —aclaró ella—. Las profesoras de las novicias no lo aprobaban. Decían que era indecoroso.

Ella había escogido bien el momento, pues un baile acababa. Así que se dirigieron a la pista mientras se anunciaba el siguiente. Thais pareció atraer tanta atención como lo había hecho Anthemia, porque ver a una exiliada de Sarthes bailar en una ocasión así probablemente era algo que no tenía precedentes. Sin embargo, Thais no era una exiliada al uso.

—Al menos, uno de ellos estará vigilando —dijo Rafael, mientras entraban en la zona de baile y contuvo el aliento un instante al advertir que no había estado controlando a nadie durante los últimos minutos y no tenía intención de hacerlo tampoco ahora. Y eso no era lo que se suponía que debería estar haciendo. En absoluto.

También éste era un baile muy diferente de los bailes formales, incluso de los menos formales de Taneth.

—Ellos no vendrían aquí —dijo Thais—. No hay nadie que pueda reprenderme.

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