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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (38 page)

BOOK: Vespera
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—¿Pero por qué Massilio no mencionó las estaciones de hielo? ¿Y si él fuera un jharissa? —apuntó Daena—. ¿Y por qué un clan thetiano iba a emplear un dinero ganado con gran sacrificio en suministrar cañerías a los bárbaros del norte, con quienes no hay posibilidad ninguna de trato comercial?

—Jharissa podría estar levantando su propio imperio aquí arriba —sugirió Cassini—. Nos han estado llegando extrañas informaciones de cosas que están ocurriendo más lejos al oeste, desde nuestra salida de los trópicos.

—Pero ¿por qué iba nadie a levantar un imperio aquí arriba?

—Una pregunta interesante —dijo Odeinath—. La otra posibilidad es que Massilio ande en algo completamente diferente. Jharissa dispone de una vasta área de explotación en el norte y su único interés es la extracción de una parte del infinito suministro de hielo que se encuentra aquí arriba. Además, si tú estuvieras tratando de ganar poder, probablemente quisieras emplear los colores y el nombre de Jharissa.

—No siempre —dijo Daena—. Pero esté o no Massilio vinculado a los jharissa, estamos buscando un solo pez en un océano muy grande.

—Lo que nosotros estamos buscando son las ruinas de Eridan —dijo Odeinath con gesto categórico—, las cuales siempre he querido conocer.

—¿De verdad quieres hacer todo el camino hasta allí? —dijo Daena, un poco incrédula—. Pensaba que Massilio...

—Es una excusa, y también un objetivo —dijo Odeinath—. Tengo cincuenta y tres años, Daena. No voy a tener otra oportunidad de hacer esto a menos que las cosas cambien muy rápidamente. Nos debería llevar otras cuatro o cinco semanas llegar a esa península. No sé cómo es de grande, pero antes que pasarnos el acceso navegando en aguas abiertas, nos dirigiremos muy al norte para seguir después el borde de los arrecifes de hielo.

Carausius había mencionado que en la sima no había hielo durante una época del año y ellos deberían llegar allí una semana o dos antes del solsticio septentrional, disponer de algunas semanas para investigar y volver a poner rumbo hacia el sur antes de que se acercara el mal tiempo... No podrían acudir a dos encuentros previstos con otros dos navíos, pero no podía evitarse. Los capitanes lo entenderían cuando Odeinath tuviera ocasión de explicárselo. Algo como eso no se podía dejar pasar, y la mayoría de sus compañeros xelestis le conocían por ser un bicho raro que no se perdería la ocasión de visitar un lugar que la mayoría de los thetianos pensaban que estaba maldito.

—Pero ¿tienes alguna idea de con qué nos encontraremos? —le preguntó Daena.

—No puedo decir que sí —admitió Odeinath, y recordó la mirada helada de Massilio. Era un instinto visceral, y él había aprendido a confiar en estas intuiciones, pese a mostrar la imagen del arquitecto y el hombre de ciencia.

* * *

Los días se alargaban tremendamente a medida que navegaban hacia el norte y tras otras dos semanas de sufrimiento, el tiempo aclaró y se encontraron navegando por un campo de hielo quebrado bajo un límpido cielo azul, aunque carente del color y la intensidad del azul thetiano; sencillamente, la luz no era tan viva.

Al llegar a Thure, el sol apenas empezaba a esconderse por el horizonte, de manera que el vigía tuvo una visión bastante nítida cuando, al final del turno de noche, desde el
Navigator
se alcanzó a ver las montañas de Thure. Dos días antes, el Navigator había llegado, según los cálculos de Odeinath, al punto más alejado de Thetia al que la nave había llegado nunca. Vespera se encontraba a más de veintitrés mil kilómetros al sur de donde estaban, una cuarta parte del perímetro del mundo.

Odeinath lo llamó unas vacaciones improvisadas, porque la tripulación necesitaba unas, así que se reunieron en la cabina a cantar y a beber del brandy especiado thetiano que guardaba para las ocasiones especiales.

La costa que encontraron daba un poco al sureste y estaba dominada por una vasta cadena de montañas blancas que llegaban hasta el interior. No eran blancas como las de Lamorra, con la cima cubierta de nieve y grises por la parte baja de las laderas, sino completamente blancas con la sola excepción de las estribaciones. Al oeste, las montañas daban paso al manto sin fin de un bosque de coníferas, la taiga de antaño que, de alguna manera, se habla renovado después del cese de las tormentas. Odeinath creía que no iban a poder llegar a la costa por las placas de hielo, pero no había ninguna y, al tocar el agua, se dio cuenta que estaba mucho más caliente de lo que debería. Estaba muy fría, pero no gélida. Lo que sugería que las fumarolas estaban activas en esa zona, aunque no podía ver las ruinas de ninguna ciudad.

Se encontraban más hacia el oeste de lo que se esperaba y, por eso, el
Navigator
navegó en dirección este a lo largo de la costa yerma hasta que empezó a girar hacia el norte, y vieron otra vasta cadena montañosa que se alzaba por detrás hacia el interior. La sensación de desolación era la más profunda que jamás hubiera experimentado Odeinath. En el mar era una cosa, pero allí estaban a la sombra del continente más grande de Aquasilva, según todo el mundo sabía, a pesar de que nunca nadie había explorado la cara que enfrentaba a los continentes; de manera que sólo era una suposición. Y no había nadie allí aparte de ellos.

Descubrieron una ciudad tuonetar en lo alto de un arrecife, pero el tiempo empeoró y una tormenta de tres días los alejó de la costa arrastrándolos hacia aguas abiertas. Tuvieron que poner rumbo a Thure con gran dificultad, divisándola finalmente, a sólo un día, como descubrirían más tarde, desde la entrada de la sima.

Las ruinas tuonetares eran evidentes allí, formas desnudas y negras desplegadas a lo largo de la costa al este de donde se hallaban. Figuras descarnadas sobre la llanura. Bóvedas rotas, las ruinas de grandiosas estructuras, fábricas e invernaderos más grandes que los que él había visto en Ralentis, se extendían alrededor y entre las ciudades. Muchas de ellas más que bóvedas parecían haber tenido algún tipo de dosel, con el objeto de cubrir tanto terreno como fuera posible, pero ahora sólo quedaban las carcasas y algunos trozos de cúpula brillando bajo la luz del sol.

Había géiseres por todas partes, altas fuentes que expulsaban agua en medio de las ruinas y que superaban incluso a las grandes fuentes del Octágono y la plaza Imperial, y cascadas de agua desde el borde de los acantilados que se precipitaban al mar produciendo nubes de vapor. El mismo mar era mucho más cálido allí de lo que debería ser y, cuando encendieron los aparatos de éter un momento, por los lados alcanzaron a ver fumarolas burbujeantes desde el fondo, acumulando azufre. Por debajo de ellos la profundidad del agua era demasiado grande para ver el fondo.

Odeinath quería detenerse a ver las ruinas, pero consciente de sus peligros, siguió adelante y, después de un día y medio de bordear la costa, el mar se estrechó en una enorme abertura delante de ellos, de unos veintisiete kilómetros de anchura según sus estimaciones, y con arrecifes a ambos lados. Era la sima.

Todavía había fragmentos de hielo flotando, pero eran pocos y a mucha distancia unos de otros y, dado que él había apostado un vigía para detectar el hielo, no habría peligro para el
Navigator
. De modo que continuaron hacia el corazón del continente, por un conducto lleno de ruinas tuonetares. Estaban a casi ocho semanas de navegación desde Lamorra y no habían visto ni una sola alma en todo aquel tiempo.

Tardaron casi cuatro días en llegar al extremo de la sima, donde los canales finalizaban en una cuenca espectacular de acantilados y una inmensa cascada medio congelada que estrellaba sus aguas contra el mar y donde, en una mañana intensamente luminosa una semana antes del solsticio septentrional, el
Navigator
divisó las ruinas de Eridan.

* * *

La tripulación abandonó sus tareas y, desde las jarcias o las velas, se quedaron inmóviles, alineados en la borda, petrificados.

Eridan había llegado a cubrir una vez toda la costa oriental, unos doce o catorce kilómetros, pero la escarpa entera se había derrumbado, dejando un boquete que se hundía profundamente hacia el centro de la llanura por encima de ellos. La ciudad emergía del mar, destrozada y arruinada hasta el punto de que era imposible reconocer nada. Un laberinto medio congelado de pasajes, calles y corredores al descubierto que parecían trepar por lo que ahora era una colina como la lengua de un glaciar. El derrumbamiento había sido descomunal y por todas partes había quiebras abruptas, acantilados, siniestros abismos donde secciones enteras de la ciudad habían desaparecido en las tinieblas de las cavernas que había debajo. Pero los manantiales aún burbujeaban y el agua fluía brillante por todas partes, según iba capturando los rayos del sol. Había partes medio intactas en la parle superior, construcciones seccionadas como si un gigantesco cuchillo las hubiera dividido, volcando una mitad convertida en ruinas sobre la ciudad y dejando a la otra intacta, con sus pisos y habitaciones.

Las entradas de dos de las cavernas en el lado norte de la ciudad parecían estar aún intactas, aunque no habría nada tras ellas. O tal vez sí quedara alguna cosa, algún resto de las grandes fundiciones donde los tuonetares construyeron sus arcas monumentales.

¿Qué clase de odio podía impulsar a los hombres a hacer algo así? No se trataba de conquistar, ni de someter, sino de destruir, devastar y sepultar para siempre cualquier resto de lo que había sido una gran civilización en los páramos árticos. Quizá ocurriera simplemente que ambas partes supieran que jamás iban a gobernar la una sobre la otra, debido a las barreras climáticas y las enormes distancias. Y a pesar de todo el daño infligido por la incursión tuonetar en el mar de las Estrellas y el saqueo de la capital, Odeinath no creía que Thetia hubiera podido desmoronarse de esta manera. Era demasiado fácil sobrevivir allí.

Según todos los relatos, fue una guerra terrible y amarga, exacerbada por la religión, el odio y la ideología. En aquella época, el Estado tuonetar era una sombría perversión de su antiguo esplendor, una tiranía tan siniestra que esclavizaba las mentes de sus súbditos, así como sus cuerpos, y que había convertido a todos sus ciudadanos en delatores de aquellos que tenía más próximos.

No, ellos se merecían la derrota, pero aquello... aquello era algo diferente.

Alguna vez debió de haber muelles para barcos de superficie por debajo del acantilado, pues no era posible que los tuonetares dependieran exclusivamente de sus arcas. Pero cualquier muelle que pudiera haber existido allí se había confundido con las ruinas de la ciudad, o se había hundido en el abismo de la sima por debajo de ellos. Era inútil tratar de echar el ancla, al menos si el fondo era allí igual que en los alrededores.

—¡Preparad los botes! —ordenó—. Cassini, encuentra a Imris y pon a funcionar el grabador de éter. Quiero una cartografía batimétrica completa tan pronto como sea posible. Tilao, súbete a la cofa y a ver si consigues encontrarnos un lugar para desembarcar.

—¿Qué es lo que vamos a hacer? —le preguntó Cassini.

Con más confianza de la que sentía realmente, Odeinath le respondió:

—Vamos a explorar. Se supone que nadie ha estado aquí en doscientos cincuenta años. Vamos a descubrir si es cierto o no. Primero, encontremos algún sitio donde dejar el
Navigator
.

Una hora más tarde, con el
Navigator
amarrado a una construcción más o menos estable al borde de un campo de escombros, salieron hacia el centro de la ciudad arruinada. Odeinath se llevó con él a Cassini, Tilao y Daena en el primer bote y dejo a Granius y al oficial de navegación al mando del segundo. Una ventaja de no estar en la Armada, pues en ella al capitán no se le permitía tomar tierra a menos que fuera completamente seguro.

El olor omnipresente a azufre era más fuerte allí que en ninguna otra parte, tanto en el agua como en la atmósfera. Era inaguantable, aunque finalmente se acabarían acostumbrando.

Avanzaban lentamente, y Cassini y Daena inspeccionaban cada lado desde la proa para no encontrarse con ningún obstáculo por debajo del agua mientras remaban por lo que alguna vez debió de ser una calle, al lado de los pilares ennegrecidos y retorcidos de los edificios. La ciudad de Lamorra fue destruida. Eridan había sido, además, incendiada antes de venirse abajo. Sus habitantes no habían dejado rastro. Los muebles, las posesiones, cualquier cosa que pudiera transportarse habría sido saqueada por los ejércitos thetianos.

Odeinath había leído los pasajes culminantes de la
Historia
de Carausius una y otra vez hasta sabérselos de memoria y mientras avanzaba, aquellas palabras le volvieron a la mente.

«Las legiones se acercaron a menos de un radio de dieciséis kilómetros de la ciudad y allí se quedaron, pues la noche era despejada y los sacerdotes estaban celebrando sus oficios a los dioses de las estrellas. Nuestros efectivos se habían visto reducidos al atravesar las montañas, y de tal forma que de las centurias de la Legión Decimoquinta apenas la mitad permanecía con nosotros, pero nuestros ejércitos estaban curtidos y estaban preparados para la batalla y teníamos la certeza de que su guarnición había sido reducida a una fuerza simbólica para lo que ellos creían que iba a ser la conquista final de Thetia.»

Se preguntó cuántas personas debieron de vivir allí durante los días gloriosos de la ciudad. Era, casi con seguridad, tres veces más grande que Selerian Alastre en aquellos días de verano falso bajo el mandato de Palatina II, aunque la mayor parte del espacio había sido ocupado por invernaderos, a juzgar por su aspecto, y aquel claro de agua abierta que tenían por delante debió de ser una plaza de alguna clase. Bueno, no exactamente una plaza, pues eran pocas las líneas rectas de aquella ciudad, pero su equivalente tuonetar. Si al menos los autores de la República hubieran sido un poco más curiosos acerca de sus aliados del norte...

«Atacamos una hora antes de la medianoche en dos columnas, con el emperador mismo a la cabeza de una de ellas y el mariscal Tanais al frente de la otra. La generosidad de nuestros aliados del norte nos había dado un amplio margen de tiempo para preparar a nuestros hombres con capas y máscaras blancas, de manera que avanzamos sin ser descubiertos hasta menos de dos kilómetros de su perímetro defensivo, cuya destrucción era la misión encomendada a nuestros magos del Fuego bajo Temezzar y, tan pronto como se oyó el grito desde los muros, preparadas ya las flechas incendiarias, comenzó el ataque.»

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