Vespera (50 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Vespera
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—Hemos de descubrir dónde se dirigen, grabarlo y salir de aquí tan rápido como nos sea posible. ¿Funciona el tercer reactor?

—Perfectamente.

Bien. Eso les daría un poco más de velocidad en caso de necesitarla. Allí, a mar abierto, ellos podrían usar la lanza de calor. Valentino escuchó un susurro de túnicas y vio que los exiliados estaban regresando al puente. Su control, el aplomo que habían manifestado durante toda su vida era un velo rasgado que apenas lograba camuflar la extenuación y la angustia. Otra maga fue a reemplazar a la consumida Eritheina que, desplomada sobre el suelo, se sujetaba la cabeza con las manos mientras un médico intentaba hacer que bebiera un poco de café.

El sonido familiar de la alarma aullaba por todo el navio, convocando a marineros y oficiales, arrancándolos de su descanso o su café para que regresaran a sus puestos. Las reglas prohibían haberles concedido primero a ellos un descanso, pero las reglas no contemplaban las descargas de los magos mentales bien adiestrados.

El enemigo tenía que disponer de algún buque de operaciones por allí, ¿de dónde si no procedían aquellas nuevas rayas? Lo que significaba leviatanes, buques de carga, pero ¿cómo era posible?

—Están dispuestas en formación de escolta-informó el primer oficial—. Las naves originales están acelerando la marcha, escapando de nuestro alcance.

¿Acaso estaban sustituyendo sus buques magullados por otros de refresco? ¿Cuántos tenían los jharissa? ¿Adonde iba a llevarles todo esto? Valentino había dedicado algunos minutos a quedarse a solas y practicar algunos rituales de Exilio que le despejaran la mente. La ira era una mala consejera para estar al mando de una flota. Era algo excelente en el combate cuerpo a cuerpo en el que se distinguían los tribunos, pero no allí.

—¿Tienes algo? —le preguntó a Aesonia cuando ella volvió a sentarse.

—Tenemos algunas estrategias —dijo ella—. Y hemos convocado... algo... del abismo. Pero los míos están cansados, lo que es peligroso tanto para ti como para ellos.

—Si consiguen sacarnos vivos de aquí, tendrán todo el tiempo que quieran para descansar —le dijo Valentino—. Limítate a proteger a mi tripulación y este buque mientras que nosotros cumplimos con nuestra obligación.

Sus magos eran prescindibles y todos lo sabían. En teoría, siempre había sido así. Los exiliados sacrificarían sus vidas para proteger a Thetia si era necesario, y los magos en particular, pero nunca se había dado este caso. No de esta manera.

Valentino volvió a observar la imagen en el panel, que ahora mostraba a la
Soberana
en el centro de la imagen. Era inútil aprovecharse de la ventaja de profunda inmersión que tenía la
Soberana
, porque las armas del enemigo no precisaban estar cerca para ser utilizadas, según parecían haber demostrado. Los pensamientos de Valentino durante la última hora habían estado dando vueltas alrededor de la suerte que había corrido la
Desafiante
, tratando de descubrir qué es lo que había ocurrido, cómo era posible que las armas enemigas tuvieran tal potencia. Había ordenado sellar las salas de ingeniería y las de control de éter, permitiendo sólo el acceso al reactor extra por si acaso fuera preciso un suplemento de velocidad.

Por lo menos ahora ya sabía cómo había muerto su padre. Su buque había sido destrozado en un combate desigual con la
Allecto
. Si al menos la emboscada que le tendieron a Glaucio hubiera tenido éxito. No importa. Glaucio lo pagaría. Como también lo pagarían el resto de los jharissa.

—Conectad los sensores de pulsaciones de largo alcance —ordenó Valentino—. Barrido completo en horizontal. Veamos si van a intentar aproximarse a nosotros.

Pero las aguas a ambos lados estaban todavía vacías. La única indicación de la presencia de un enemigo era el pequeño grupo de navíos que tenían delante. Valentino no podía deshacerse del presentimiento de que habían caído en una trampa.

—Que salgan las dos escoltas de los flancos —ordenó con reticencia. No quería hacer uso de ellas hasta que fuera absolutamente necesario, pero Aesonia tenía razón al insistir en que debían ser prudentes, por lo menos—. Ocultadlas y situadlas a medio camino entre ellos y nosotros.

Valentino observó cómo se perdían en la distancia, visibles solamente a través de los filtros de éter de la
Soberana
. Sabía que los estaba enviando a la muerte. Dos mujeres leales más perdidas. Sabía que eran mujeres; el único hombre entre los magos de Aesonia había sido Aelithian, el primero en morir.

Si la
Soberana
era destruida, ¿cuántas vidas más se perderían?

Durante unos minutos más la caza se prolongó y, a continuación, sin aviso alguno, la formación de naves enemigas se dispersó en una formación estrellada. La manta se precipitó hacia las tinieblas mientras que las naves más pequeñas se esparcían girando en redondo y dirigiéndose hacia la
Soberana
.

Aesonia miró a Valentino con una expresión de interrogación en el rostro, y el emperador hizo un gesto de confirmación.

—¡Pirámide! —dijo ella, y el casco de la
Soberana
se volvió a quejar cuando las dos naves ocultas partieron, se desplazaron hacia adelante para tomar posición arriba y abajo mientras las dos naves de reconocimiento se desplegaron, lejos de la formación de ataque.

Transcurrieron los segundos, un minuto. No ocurrió nada. Entonces Aesonia dio otra orden y Valentino observó las ondas sobre el panel de éter, ondas de agua a alta presión que se precipitaban desde los cuatro escoltas hasta el centro exacto de la pirámide que ellos habían formado, ocupada ahora por las tres rayas a la cabeza. Intentaron maniobrar, pero fracasaron y Valentino vio cómo las tres eran aplastadas por la alta presión, mientras el parpadeo sobre el panel de éter simbolizaba su desaparición.

—¡Otra señal en popa con alcance de disparo! —gritó alguien; Valentino no distinguió quién— ¡Manta de guerra de gran tamaño!

Pero en cuanto cayó la primera oleada de atacantes, surgió otra nueva y, a continuación, algo apareció en el extremo mismo de los sensores de éter, un arrecife donde no debería haber un arrecife.

—¡Thetis nos asista! —dijo Aesonia y Valentino sintió un terrible escalofrío recorriéndole la piel al distinguir la forma en la profundidad; algo salido de una pesadilla. Un enorme titán mecánico desplegándose en la penumbra, empequeñeciendo incluso a la
Soberana
. Una nube de rayas maniobraban a su alrededor, extrañamente fuera de lugar al lado de aquel behemot del que se habían desprendido.

Un arca tuonetar.

Cuando Valentino se hubo recuperado de aquella fracción de segundo de puro horror, las armas de doce rayas enemigas y dos buques de guerra se precipitaron contra la
Soberana
y ya no quedó tiempo para asombrarse de nada.

Capítulo 16

Rafael descendió por el lado de la roca, tanteando cualquier cresta afilada por debajo del agua, pero en seguida dejó de hacer pie. El agua era cálida y no había corrientes fuertes. La luz de la luna era más que suficiente para guiarse. Con un poco de suerte, la mayor parte del tiempo podría desplazarse buceando, aunque tendría que atravesar o rodear el sargazo.

Se sumergió tan pronto como pudo y comenzó a dar brazadas regulares en el agua cristalina, siguiendo el fondo arenoso hasta que se hizo demasiado profundo para verlo y entonces, se orientó por la luna.

Tardó solamente unos minutos en llegar a donde empezaba el campo de sargazos. Dudó un instante, preguntándose si el sargazo podía resultar peligroso. Después recordó las figuras que antes había visto nadando a través de él y la ausencia de afecciones cutáneas entre los armadores. Quizá hubieran desarrollado inmunidad, pero ahora no tenía tiempo de preocuparse por eso.

Era como nadar a través de seda: oleadas de sargazo acariciándole la piel, deslizándose entre sus manos y sobre el puñal que llevaba atado en el antebrazo. Nadó hasta el primer claro que vio y, a partir de allí, evitó el sargazo, excepto la primera vez que se encontró con una manta. Era el armazón de una raya de combate con espacio para un solo piloto. La carcasa estaba apenas completa, aún blanda al tacto, y los armadores todavía no habían empezado a desarrollar las algas en ella. Descendió buceando hasta su interior, debajo de las cuadernas y al lado de la aleta. Se lo permitió porque era algo que sólo había hecho una vez en la vida. Si al menos fuera de día...

Le llevó una eternidad atravesar las aguas donde los armadores podaban el sargazo para impedir que interfiriera con los últimos estadios durante el injerto de la coraza de pólipo, en los cascos aún con vida. Salió entre dos algas y se encontró con un espacio despejado y con la forma de otra raya en la penumbra a no más de cinco metros. Había luz suficiente para distinguir otra detrás y, a su izquierda, los pilares de una pasarela que se hundían en el lecho marino. Ningún indicio de persecución todavía, aunque pudo escuchar voces a través del agua. ¿Estaría dejando mucha estela?

Sintió una punzada de decepción. Lo que parecía una anomalía desde arriba, era una serie completamente normal de rayas de combate, con los cascos veteados de verde y azul oscuro por donde aún estaba creciendo el pólipo. Contó seis antes de encontrar otra pasarela y salir a la superficie, escondiéndose entre los postes y tablones, para echar un vistazo alrededor.

Aún había mucho espacio despejado por delante de él y, a la izquierda, espacios de almacenamiento de uno de los cobertizos. ¿Qué eran aquellas cosas amontonadas? ¿Podían ser las extrañas armas que Iolani y su gente empuñaban en la isla de Zafiro? Volvería más tarde y las inspeccionaría; oyó voces demasiado cerca para sentirse tranquilo, oteadores que se llamaban unos a otros por las pasarelas.

Emprendió la marcha entre otras dos hileras de rayas, éstas mucho más nuevas. Las rayas de combate tardaban sólo tres años más o menos en crecer, Anthemia se lo había explicado antes, lo que no era precisamente muy rápido si se tenía en cuenta que el arsenal de la República había sido capaz de acabar una galera de guerra en un día, pero aún así era mucho más rápido que construir una manta de gran tamaño. Y las rayas de combate, como las fragatas, eran mucho más efectivas en las aguas poco profundas de Thetia, donde la resistencia no era tan importante.

Había muchas rayas que parecían estar ya preparadas, varias de ellas rodeadas por pesados andamios y una gran zona despejada que debía de haber albergado otras dieciséis aproximadamente hasta hacía muy poco. Se suponía que Aruwe no producía rayas de combate y mucho menos leviatanes. Estos eran encargos de una magnitud mucho más compleja que incluso las mantas de guerra más grandes, y Korawa continuaba siendo el único astillero que había perfeccionado el arte de su construcción.

No había mucho más que ver aquí, de manera que continuó hasta las siguientes pasarelas por el borde de un espacio cubierto de algas, por donde sería menos visible. Llegó hasta la pasarela, que estaba mucho más lejos de lo que había creído. Las algas crecían a través y por debajo de ella y, a punto estaba de emerger para ver qué era aquella construcción de almacenamiento, cuando escuchó un estruendo en el agua.

Había pasado el tiempo suficiente en el mar como para reconocer el sonido del motor de una manta. Aún se encontraba a distancia y su sonido no llegaba con bastante intensidad para saber si se trataba de una manta grande o de una raya. Se produjo otro sonido, uno que no pudo identificar con seguridad porque llegaba muy distorsionado y que se desvaneció tras unos instantes al aumentar el ruido del motor de la manta. Podía sentir las oleadas creadas por el batir de sus aletas, pero no tenía ni idea de dónde podía hallarse.

¿Le captarían los sensores de éter? Era un objetivo muy pequeño, pero las rayas de combate disponían de instrumental de precisión para captar a los nadadores. En teoría, eran capaces de hacer pedazos a un grupo de soldados en aguas poco profundas. En la práctica, nunca se había intentado, porque los estrategas y los tácticos estaban de acuerdo en que los desembarcos en la playa debían evitarse si era mínimamente posible.

De mala gana, volvió a meterse entre los sargazos, dejándose cubrir totalmente hasta que sólo le asomaba la cabeza y tratando de ignorar el cosquilleo de finísima gasa contra la piel de sus pantorillas y antebrazos. Por lo menos no se había quitado la túnica de seda interior.

El sonido se hizo más fuerte, pero era enervantemente disonante y el batido de las aletas parecía funcionar mal. Rafael tardó algunos minutos en darse cuenta de que se trataba de dos rayas que avanzaban una al lado de la otra, y que se dirigían adonde estaba él. Se echó hacia atrás tanto como pudo, y se colocó detrás de un pilar.

Estuvieron cerca de él, terriblemente cerca, antes de detenerse al lado del edificio de almacenamiento, con los motores al ralentí.

Rafael ascendió por el poste muy, muy lentamente, hasta llegar a la superficie, poniéndose casi por completo a su sombra. Los tablones de la pasarela estaban bastante juntos, de modo que ninguna luz iluminaba su figura y pudo salir bastante bien. Los sensores percibían muy mal los objetos en la superficie del agua.

Pudo ver que se trataba, de rayas grandes. Eran mantas de escape, lo que implicaba que había un navio más grande esperando. ¿Fuera de las puertas? Eso explicaría los ruidos que no supo identificar si es que habían abierto las puertas lo suficiente para permitir el acceso a las dos rayas.

—¿Misión cumplida? —preguntó Anthemia, cuando alguien salió por la escotilla.

—Sí —dijo Corsina, con tono de preocupación—. Han recibido noticias de Vespera. El emperador se dirige a atacar Corala.

—¿Cómo se ha enterado?

—Por lo que parece lo ha descubierto. Tendremos que cambiar los planes y hacer la siguiente entrega en la isla de Zafiro. ¿Dónde está nuestro huésped?

—Aún no le hemos atrapado —dijo Anthemia.

—¿Anda suelto? —Hubo una nota de alarma en la voz de Corsina.

—Burló a los centinelas. Sabe que lo cogeremos, pero es demasiado orgulloso para dejarse atrapar.

—¡Entonces, encontradle! No podemos perder tiempo registrando cada nave que salga de aquí. Lo quiero controlado en una hora. Esto no es un juego. Despierta a todo el que tengas que despertar.

—Con mucho gusto —dijo Anthemia.

Rafael escuchó las pisadas perderse en la distancia, y también más voces a medida que Corsina y su gente iban desembarcando de las rayas y se dirigían al edificio más próximo.

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