Wyrm (41 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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—Vale, vale, vale -gruñó Zerika-. Ojalá pudiéramos acabar de una vez con esto.

Zerika hizo que se detuvieran al llegar junto al estanque.

—Tal vez soy demasiado precavida, pero tengo un mal presentimiento. No me fío de esa mujer-rata.

—Creía que era una nutria -dijo Gunnodoyak.

—¡Chist! Quiero que uno vaya hasta el borde del estanque. Los demás permaneceremos escondidos.

—Creía que tú eras la exploradora -dijo Ragnar, sorprendido. -Y lo soy. Pero necesito que alguien haga de anzuelo mientras los demás estamos ocultos entre los arbustos.

—Yo seré el anzuelo. No faltaba más -dijo Ragnar, y señaló sus cuartos traseros-. Con esta pinta, no creo que pudiese esconderme mucho de todos modos. -Entonces, adelante.

Ragnar fue trotando por el sendero hasta el borde del estanque.

—Creía que había un jardín por aquí -dijo.

Una enorme cabeza de serpiente, con un largo cuello, surgió de las aguas. Sonrió a Ragnar y dijo:

—No hay jardín, sólo un dragón.

Ragnar hizo ademán de desenvainar la espada, pero titubeó. La serpiente lo miró con expectación; luego, cada vez más impaciente, rugió: -¡Desenvaina, cobarde!

En cambio, Ragnar le mostró su sonrisa más conciliadora y abrió la bolsa del arpa.

—Pensé que preferirías oír un poco de música -explicó.

El dragón parecía estar dispuesto a escuchar la improvisada actuación, cuando otra cabeza idéntica surgió del lago.

—¡Eh! -exclamó Ragnar-. Creía que habías dicho que sólo había un dragón.

El monstruo recién llegado miró fijamente al primero, que dijo con expresión inocente:

—Eso dije, ¿verdad?

Ragnar empezó a tocar el arpa.

Ambas serpientes escucharon durante unos momentos. Luego, la primera exhaló un humo azul que envolvió a Ragnar. Cuando se disipó, Ragnar se había transformado en un hombre alto y enjuto de largos dedos, vestido con elegante ropa del siglo XIX y que tocaba un Stradivarius.

—Paganini, deléitanos con tu arte -dijo la serpiente que había exhalado el humo.

La segunda serpiente observó la escena por unos instantes; entonces arrojó otra voluta de humo sobre Ragnar. Cuando se desvaneció el humo, Ragnar llevaba una camisa hawaiana de colores chillones y el violín se había convertido en un ukelele.

—¡Oh, no! ¡Don Ho! -exclamó la primera serpiente, riendo de forma histérica.

Entretanto, el resto del grupo discutía entre susurros en su escondrijo.

—Estaba dispuesta a enfrentarme a uno -dijo Zerika-. Pero es imposible que matemos a los dos… al menos, sin sufrir unas bajas que ya no podemos permitirnos.

—¿Por qué dijo la mujer-nutria que no había dragones? -se preguntó Gunnodoyak-. Estos dragones parecen comunes.

—No lo sé, pero será mejor que pensemos en algo pronto -los apremió Megaera-. No sé por cuánto tiempo se conformarán con escuchar la música de Ragnar.

—Si no podemos matarlos a ambos, tal vez consigamos que lo hagan ellos -propuso Alí.

—¿Cómo sugieres que podemos conseguirlo? -preguntó Tahmurath.

—No debería ser demasiado difícil. Como hacer un lazo con una pitón. Devuélveme mi aspecto normal, Tahmurath. Quiero probar algo.

Unos instantes después, Alí salió de los matorrales y echó a andar hacia el estanque. La segunda serpiente fue la primera en verlo. Mostró sus largos y afilados dientes y exclamó:

—¡Acércate, lejano elfo!

Alí aceleró el paso y se aproximó al dragón.

—Estaba buscándote -dijo. Desenvainó la cimitarra y señaló al otro dragón-. ¿Éste es el que me pediste que matara?

—¿Eh? -exclamó la serpiente. Parecía sorprendida.

—O tal vez era al revés -añadió Alí-. La verdad es que no puedo distinguiros. -Se volvió al primer dragón y le preguntó-: ¿Fuiste tú quien me pidió que lo matara? Ya sabes, para que sólo hubiera un dragón, tal como dijiste.

El segundo dragón lanzó una mirada asesina al primero.

—Eso dijiste, ¿eh?

Era evidente que al primer dragón no le gustaba recibir miradas amenazadoras.

—Piérdete, Otis -gruñó.

—¡Estoy furioso! -siseó el segundo dragón.

De súbito, ambas cabezas se olvidaron de Ragnar y Alí, sacaron del agua una porción mayor de sus cuellos y se prepararon para combatir. El segundo dragón fue el que atacó antes, pero las mandíbulas se cerraron en el vacío porque su adversario eludió el golpe y contraatacó. Los cuellos se entrelazaron mientras cada monstruo trataba de conseguir ventaja sobre el otro. Pronto resultó imposible distinguir quién era quien.

Por fin, uno de ellos consiguió hundir sus colmillos en el morro del otro y empezó a tragárselo. Cuando quedó claro que uno de los dos iba a ganar el combate, Zerika susurró:

—¡Preparáos! tendremos que enfrentamos al vencedor.

No tenía por qué preocuparse. En menos de un minuto, la mirada del aparente vencedor adquirió un aspecto extraño y enfermizo. Poco después empezó a encorvarse y se hundió en las aguas del estanque.

Los restantes miembros del grupo corrieron por el sendero hasta donde estaban Alí y Ragnar.

—¡Oh, no! -exclamó Gunnodoya-. ¿Cómo conseguiremos ahora el corazón?

—No te preocupes -le tranquilizó Tahmurath-. Tengo un hechizo para bajar el nivel de las aguas. Aunque, si no acertamos a la primera, quizá tengamos que arrancar los dos corazones.

Tahmurath lanzó el hechizo y las aguas descendieron hasta el lodazal del fondo. Entonces no vieron dos cadáveres, si no sólo uno.

—¡Una anfisbena! -exclamó Zerik;..

—¿Qué? -preguntó Ragnar.

—Es una serpiente gigante con una cabeza en cada extremo. Por eso el que creíamos que había vencido murió también: era, en realidad, la misma criatura.

—Tal vez fuese una anfisbena, pero a hora es un ouroboros -sentenció Ragnar.

Abrieron el cuerpo de la anfisbena con sus espadas y descubrieron que sólo había un corazón. Megaera se lo llevó a Tahmurath.

—Creía que el anillo estaría aquí -dijo, sorprendido-. ¿Qué…?

—¿Qué pasa? -inquirió Zerika.

Tahmurath levantó el corazón en vilo para que todos pudieran ver lo que había descubierto al darle la vuelta. Era una carita sonriente.

—Bueno, supongo que esto es todo por hoy -dijo Zerika, meneando la cabeza.

—Un momento -dijo Tahmurath-. Megaera, quiero hablar contigo en privado, quédate unos minutos. Los demás podéis desconectaros.

—Bueno, esto ha sido como un anticlímax -comentó Art mientras preparaba la desconexión. Al y él habían pasado unos minutos escribiendo en sus teclados cuando todos los demás ya habían cerrado sus respectivas sesiones.

—¿Cuál es el gran secreto? -preguntó Robin.

—Estamos preparando una pequeña sorpresa, eso es todo -respondió Art con una sonrisa misteriosa.

—¡Oh, bien! Me gustan las sorpresas.

—En realidad, no me importa lo que hemos encontrado -dijo Art, aparentemente en referencia al corazón del dragórn

Estábamos jugando en el pozo de las serpientes. Yo ocupaba el antiguo sitio de Krishna, aunque en realidad no era necesario. Estoy seguro de que Krishna podría haber jugado con su personaje mientras supervisaba los parámetros técnicos al mismo tiempo, pero así yo tenía algo que hacer. Y como disfrutaba de una especie de vista panorámica del juego, estaba en una situación privilegiada para ver lo que otros no podían.

—No tan deprisa, Art -dije-. Cuando recibiste el corazón, bajaste un archivo bastante grande.

Pude decirle en qué directorio se había cargado el archivo. Lo abrió.

—Es una jerigonza incomprensible -comentó.

—Apuesto a que está cifrado -dijo Krishna, que miraba el monitor por encima del hombro de Art.

—Si tú lo dices. Krishna es nuestro descifrador de códigos particular -explicó Art-. ¿Quieres encargarte de éste, Krish?

—Será un placer.

En una de aquellas raras ocasiones en que Al y yo viajábamos en la misma dirección, tomamos el mismo vuelo de regreso a Nueva York. Se acercaba la Triple Hora Bruja y estábamos estudiando lo que podíamos hacer al respecto.

—Tengo una idea -le dije-, pero no me gusta mucho.

—Dímela. Tal vez a mí me agrade más.

—¿Sabes por qué las compañías que tienen instalado el sistema operativo de Macrobyte parecen resistir el virus THB? Creo que es como la filoxera.

—La plaga de la filoxera mata las vides europeas, pero no las americanas, aunque las infecte -dije.

—Así es. De modo que, si quieres plantar uvas viníferas europeas, tienes que injertarlas en rizoma; de labrusca americanos.

—Vale, creo que sé adónde quieres ir a parar…

—Dudo que muchas empresas estén dispuestas a cambiar todo el sistema operativo, pero si pudiésemos darles una especie de rizoma de Macrobyte…

—Me gusta -dijo, asintiendo con entusiasmo-. ¿Cuántos rizomas crees que necesitaremos?

—Eso es lo que no me gusta. Me temo que los suficientes como para que Wyrm pueda echar raíces.

—Los gusanos no tienen raíces -objetó Al.

—Lo sé, es una pésima metáfora. Pero ¿entiendes lo que quiero decir?

—Creo que sí.

Al final, no se nos ocurrió ninguna alternativa mejor, de modo que ofrecimos esta solución a nuestros clientes e hicimos correr la voz por las demás empresas. En un primer momento todos se mostraron recelosos, pero las compañías que ya habían sufrido graves daños estaban dispuestas a probar cualquier cosa.

Mientras tanto, Al y yo estudiamos cuántos elementos del sistema operativo de Macrobyte teníamos que cargar para conseguir nuestro propósito. También tuvimos que negociar un acuerdo de licencia con Macrobyte, pero fueron bastante magnánimos. Al parecer, lo consideraron una oportunidad de conseguir una buena publicidad.

El dieciocho de septiembre, doce compañías de inversores bursátiles fueron atacadas por el virus de la Triple Hora Bruja de Beelzebub. Ninguno de los afectados tenía instalado el sistema operativo de Macrobyte o el híbrido que Al y yo habíamos creado. De seguir así, a finales de año, todo el mundo tendría instalada alguna versión del sistema de Macrobyte o estaría en quiebra.

10

Wyrm de sangre

Porque ellos derramaron la sangre

de los santos y profetas, y tú les

has dado a beber sangre…

APOCALIPSIS 16,6

Desde lejos, el castillo de Drácula parecía poco más que unas ruinas. Los enormes agujeros abiertos en sus murallas eran similares a las cuencas vacías de una gigantesca calavera. Nubes oscuras flotaban sobre las ruinas, aunque el resto del cielo nocturno estaba despejado. Unos lobos aullaban tristemente en la noche.

—No puedo creer lo que estoy haciendo -gruñía Radu-. Seis meses para alcanzar el nivel de vampiro en este estúpido juego, y estoy a punto de tirarlo todo por la borda con una pandilla de novatos.

Zerika le dio una amistosa palmada en el hombro. Iba vestida con ropa similar a a de Radu, al igual que Ragnar yTahmurath, para integrarse mejor en el ambiente de BloodMUD.

—¡Alégrate! -dijo-. No querrás vivir siempre, ¿verdad?

—Bueno, eso es lo que había conseguido. Al fin y al cabo, la inmortalidad es los pocos privilegios de ser vampiro.

—No sé por qué estás tan preocupado -intervino Gunnodoyak. Todavía llevaba la túnica de monje, pero se había puesto encima una voluminosa capa.

—Si las las cosas se ponen feas, siempre puedes transformarte en murciélago y salir volando.

—No le des ideas -le avisó Tahmurath, que había encontrado un pequeño compañero: un gato negro que a veces iba sobre su hombro izquierdo y otras caminaba a su lado. Había explicado a los demás que el gato era su familiar.

—Jamás os abandonaría -dijo Radu, aparentemente ofendido-. Los vampiros también conocen el honor, ¿sabéis?

Megaera no estaba muy segura de ello. Era la que había cambiado de atuendo de forma más espectacular, puesto que ahora llevaba un elegante vestido escotado, con los cabellos recogidos en un moño, e iba armada con un florete.

—¿Cómo sabemos que no serás leal a Drácula cuando las cosas vayan mal? -preguntó.

—Megaera tiene razón -añadió Ragnar-. Al fin y al cabo, la sangre…

—Llama a la sangre -concluyó Radu con sequedad-. No os preocupéis; los vampiros somos bastante fratricidas.

—Siempre os estáis echando al cuello del otro, ¿eh?

—¡Ragnar! -exclamó Megaera.

—Lo siento, no puedo evitarlo.

El aullido de los lobos sonaba cada vez más próximo a medida que se acercaban a las primeras filas de estacas que poblaban las laderas que rodeaban el castillo. En cada una de ellas había una víctima empalada, en distintas fases de putrefacción. Al levantar la mirada, podían ver que las nubes que flotaban sobre las almenas eran en realidad bandadas de murciélagos; había cientos de miles.

—Murciélagos de la muerte, si no me equivoco -dijo Radu con temor.

—¿Son como los murciélagos vampiros? -preguntó Zerika.

—Peor, son como pirañas voladoras. Pueden devorarte hasta los huesos en cuestión de minutos.

—¿Por qué no nos atacan?

—Probablemente el hedor de los cadáveres enmascara nuestra presencia. No comen carroña. Prefieren la carne calentita, por así decir.

—Eso será un pequeño problema -comentó Zerika. Tenían que recorrer unos cincuenta metros al descubierto entre la última fila de estacas y la apertura más próxima en los muros del castillo.

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