Wyrm (4 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Si Astaroth es bueno, Beelzebub es mejor. Beelzebub ha escrito algunos de los virus más malignos y destructivos que he visto. Sus criaturas son casi invisibles, muy infecciosas, difíciles de erradicar y extremadamente malvadas. Algunos piratas parecen actuar movidos por un retorcido sentido del humor. No hay nada en absoluto que sea divertido en el material creado por Beelzebub; sólo quiere putear a la gente.

En el extremo opuesto del espectro se encuentra Vamana. Sus virus no sólo carecen de la intención de destruir, sino que jamás he encontrado ninguno que cause verdaderos daños, ni siquiera de forma inadvertida, aparte del pánico que sufren los usuarios al darse cuenta de que el sistema está infectado. Si bien es prácticamente imposible que los virus no causen ciertos efectos imprevistos, no es éste el caso de los de Vamana. Algunos de ellos son incluso beneficiosos, como el virus compresor de Fred Cohén, que solicita la autorización del usuario para ahorrar espacio de disco al comprimir los archivos. Además, a diferencia del sentido del humor pueril que tienen la mayoría de los piratas, en ocasiones los productos de Vamana son bastante divertidos. Y es un programador de un talento increíble. Está mal crear virus, pero Vamana lo hace tan bien que, aunque a regañadientes, he llegado a admirarlo.

El salón donde el campeón mundial iba a jugar contra Goodknight ya estaba abarrotado de espectadores. Habían puesto una mesa sobre un estrado, con un tablero y un teléfono. Alex Krakowski se sentaría ante aquella mesa frente al campeón, moviendo las piezas de acuerdo con las instrucciones de Goodknight y transmitiendo las jugadas del Dragón a través del teléfono. Por unos instantes, me pregunté por qué no usaban una conexión directa vía módem, pero luego supuse que era una precaución adicional contra una posible contaminación.

Habían montado dos grandes pantallas de televisión a ambos lados del estrado: una mostraba un primer plano del tablero; en la otra aparecía un dibujo.

Todo indicaba que la llegada del Dragón era inminente porque mucha gente murmuraba y giraba la cabeza. Miré en la dirección que señalaban con sus gestos, pero tuve que volverme otra vez con incredulidad.

—¿Qué sucede? -preguntó George.

—Al Meade está aquí.

—¿Quién es ése?

—Querrás decir ésa -le corregí-.
Al
es la abreviación de Alice.

En aquella multitud mayoritariamente masculina, no era difícil encontrarla. Estaba de espaldas a nosotros, pero yo habría reconocido aquella espalda en cualquier parte. Llevaba sus cabellos, negros como el azabache, tan cortos que parecían un casco de ébano pulido, y la minifalda de su traje gris marengo revelaba unas piernas delgadas pero bien formadas. A pesar de sus zapatos de tacón alto, los hombres que había a su alrededor le sacaban toda la cabeza.

—Hmmm… -murmuró George en tono de admiración-. Esos tíos con los que está… pertenecen al equipo de Mephisto.

Tal vez ella notó que la estábamos observando porque se volvió hacia nosotros y nos miró con sus grandes ojos negros. Por su aspecto, parecía estar descansada, limpia y acicalada. Me pregunté qué apariencia debía de tener yo después de treinta y seis horas sin dormir, llevando la misma ropa que me había puesto en Londres el día anterior por la mañana y tras dos largos viajes en avión.

—¡Maldición! Me ha visto -comenté.

—¿Y bien? -preguntó George, mirándome confundido.

—Tu jefe no quiere que nadie sepa que podéis tener un virus. Ahora ya lo sabe alguien. Espero que le consuele saber que los de Mephisto parecen tener el mismo problema.

—¿Quieres decir que ella es…?

Asentí con la cabeza.

—Otra cazadora de virus, lo cual, por cierto, carece de sentido, porque ¿no me dijiste que los otros tenían el programa grabado en el hardware?

Si en lugar de programas se utilizan circuitos electrónicos, la ejecución es más rápida y, de paso, es una defensa perfecta contra virus y gusanos, puesto que no hay ninguno en el software cuando se produce la conversión.

—No en el caso de Mephisto. Prefirieron perder un poco de velocidad para mantener la flexibilidad de programación. Se supone que Mephisto también puede aprender y mejorar su funcionamiento, aunque no tan bien como Goodknight, por supuesto.

—Por supuesto.

Vi que Al se volvía y le decía algo al hombre que estaba a su izquierda, un tipo grueso y rubio, con un corte de pelo de estilo militar. El tipo me miró.

—Ya ha saltado la liebre -dije-. Voy a ir a hablar con ella.

Tras dar un par de pasos, noté que George me seguía. Sonrió.

—Me la presentas, ¿vale?

Me encogí de hombros.

—Hola, Al -dije cuando conseguí abrirme paso entre el gentío-. Quiero presentarte a George Bard, un viejo amigo de la universidad.

Al le dio un apretón de manos profesional y un tanto rutinario, y esbozó una fría sonrisa.

—Darryl Taggart, te presento a Michael Arcangelo. Hola, Michael. No sabía que te interesases por el ajedrez.

—Creo que ya sabes lo que me interesa, del mismo modo que yo sé lo que te interesa a ti.

Taggart parecía sentirse incómodo. Carraspeó y dijo:

—Tal vez deberíamos mantener esta conversación en algún sitio más privado.

—No creo que sea necesario seguir conversando -dijo Al.

—Detesto llevarte la contraria, pero pienso que podría ser muy útil -repuse.

—¿Qué quiere decir? -inquirió Taggart, interesado.

—La señorita Meade y yo ayudamos a la gente a resolver cierto tipo de problemas. Quizá podamos ayudarnos mutuamente si compartimos determinada información.

—No me sorprendería que el señor Arcangelo necesitase ayuda -dijo Al con una dulce sonrisa-, pero le aseguro que yo no la preciso en absoluto.

Miré de reojo a Taggart, que se encogió de hombros. Al parecer, iba a darle una oportunidad a Alice.

—De acuerdo -dije-. La oferta sigue abierta. Si cambian de opinión, estaré por aquí.

—Eso no es siquiera una posibilidad remota-dijo Al, manteniendo su helada sonrisa.

George y yo fuimos hacia Alex, que nos esperaba junto al estrado. Estaba sonriendo de oreja a oreja, cosa que me molestó.

—¿Qué pasa? -dije.

—¿Sabes una cosa? Creo que le gustas a esa chica.

En ese momento, un fuerte murmullo anunció la llegada de Dragan Zivojinovic. Lo vi mientras subía al estrado y noté esa extraña sensación de irrealidad que siempre tiene uno al ver en persona a un famoso, como si un rincón de mi cerebro se negase a creer que un rostro habitual en la televisión, las revistas y los periódicos también pudiese encontrarse alguna vez frente a mí.

El Dragón era un hombre alto, delgado, de rostro aguileno y con los cabellos canos a pesar de tener poco más de treinta años. Se daba aires de sentirse muy seguro. ¡Qué diablos, parecía invencible! Por suerte, el aspecto de un humano no intimida a los ordenadores; de lo contrario, Goodknight podría haber tumbado su rey en aquel mismo momento.

Alex dijo algo al campeón que no pude oír. El Dragón sonrió y asintió con la cabeza. Entonces, Alex habló por el teléfono, levantó la mano y la dejó suspendida sobre las piezas blancas colocadas en el tablero. Estaba boquiabierto. Luego, con expresión resignada, hizo la jugada. Zivojinovic también pareció sorprendido por unos instantes y sonrió de nuevo. No era la clase de sonrisa que a uno le gusta ver al otro lado del tablero. Miré el monitor que mostraba un dibujo de la partida.

Había movido peón a cuatro rey blanco.

La primera media docena de movimientos se produjeron de forma bastante rápida. Entonces, resultó evidente que Goodknight había hecho algo inesperado porque el Dragón se tomó cierto tiempo para pensar. Mis conocimientos de ajedrez no van mucho más allá del simple movimiento de las piezas, de modo que, para mí, no era precisamente tan emocionante como un encuentro deportivo. Decidí que ya había visto lo suficiente.

—George, ¿vuestro patrocinador pagará mi estancia en un hotel mínimamente aceptable?

—¿Quieres decir que no deseas alojarte en Chez Bard, en la pintoresca localidad de Palo Alto? -preguntó George, arqueando una ceja.

—Me gustaría mucho quedarme en tu casa, pero prefiero tener mi base en la gran ciudad. Y ahora quiero dormir.

—Como prefieras. Ve al Marriott, está muy cerca de aquí.

—De acuerdo. Llámame cuando acabe la partida.

Probablemente, la razón de que encontrase una habitación en el Marriott fue que, aparte de un par de pequeñas convenciones que compartían las salas del Moscone Center con el torneo de ajedrez, no había muchas más actividades sociales en aquellas fechas. Me registré, llamé a la compañía aérea para decirles que enviasen mi maleta al hotel si la encontraban y llamé a Jason Wright para informarle del lugar donde me iba a alojar. Hice estas llamadas tumbado en la cama, lo que fue un error, porque me quedé dormido con la ropa aún puesta. ¡Qué diablos! De todas formas, ya parecía como si hubiese pasado más de una noche durmiendo con ella.

Alguien llamó a la puerta. El sonido me despertó de un sueño en el que Dragan Zivojinovic envolvía con sus escamosos anillos a una hermosa doncella de grandes ojos negros y sonrisa helada. Por poco, me perdí cómo se tragaba su cabeza. ¡Maldición!

Fui hacia la puerta a trompicones y la abrí. Entonces vi la enorme y estúpida sonrisa de George.

—¿Qué es tan divertido? -pregunté, en un tono que no alcanzó la categoría de gruñido.

—Nada en absoluto -respondió, sonriendo aún más-. Pensaba que estar calvo tiene ciertas ventajas… como la de no tener que preocuparse por mostrar un aspecto ridículo cuando te levantas de la cama. Eso y… un redoble de tambores, por favor.

—Se nos han acabado. ¿Te va bien un puñetazo con mayonesa?

—Eres realmente desagradable cuando te despiertas. En la universidad, pensaba que era por culpa de tus constantes resacas; no me di cuenta de que se trataba de un rasgo de tu carácter.

—Cuando hayas acabado de criticar mi aspecto y mi personalidad, ¿podrás explicarme qué rayos pasa?

—¿De veras quieres saber lo que ha sucedido? Pues que, mientras tú cometías el pecado capital de la pereza, el equipo de Goodknight pasaba a la historia del ajedrez.

—¿Quieres decir que vuestro programa ha vencido a Zivojinovic?

Pensé que la sonrisa iba a romperle la cara en pedazos.

—Mientras estamos hablando, la noticia se está transmitiendo a todo el mundo -dijo, riendo entre dientes-. Creí que Alex iba a desmayarse. ¡Diablos! Casi perdió el conocimiento al saber la primera jugada. ¡Vamos! Aunque Jason dijo que no celebráramos nada hasta el final del torneo, voy a pagarte una cerveza.

Miré el reloj. Eran las dos.

—Vaya, es un poco pronto para mí. Pero qué demonios, son las once en Londres. Vámonos.

George consiguió dominar mi entusiasmo lo suficiente como para que me diera una ducha rápida y me afeitara. Colgué la ropa en el baño con la esperanza de que el vapor de la ducha eliminase algunas arrugas. No dio resultado.

Cuando salí del baño, George colgaba el teléfono.

—Estaba hablando con Jason -explicó-. Quiere que volvamos de inmediato al SAIL, pero no me ha dicho por qué. Me parece que este jaleo del virus está acentuando su innata paranoia. Lo que le dijiste no fue de gran ayuda.

Me encogí de hombros.

—En general, no soy paranoico por naturaleza, sólo por mi profesión. Pero no te olvides de que me debes una cerveza.

En Stanford, el ambiente era una extraña mezcla de euforia y pánico.

—Peón a cuatro rey… Peón a cuatro rey… -murmuraba Alex Krakowski sin parar, mientras deambulaba de un lado a otro.

A Jason Wright se le había roto la goma con la que se sujetaba la coleta, y sus cabellos estaban dispersos en direcciones distintas. Las pruebas circunstanciales sugerían que su prohibición de cantar victoria antes de tiempo estaba siendo desdeñada de forma general, aunque disimulada.

Cuando entramos, Jason nos sujetó por el cuello y nos condujo a su despacho. Nuestro avance se vio un poco ralentizado porque George iba intercambiando palmadas de alegría con los demás programadores, pero por fin llegamos.

El despacho de Jason era un pequeño cubículo sin ventanas y estaba ocupado en su mayor parte por una estación de trabajo. Todas las superficies disponibles se hallaban cubiertas de hojas de papel impreso, montones de disquetes y latas de Coca-Cola llenas de colillas. Además de la silla giratoria colocada frente al ordenador, había un par de sillas de plástico superpuestas en un rincón. Jason tiró al suelo la basura que había sobre la silla superior y nos hizo una seña para que nos sentáramos.

—Bien, ¿qué sucede? -dije.

Me miró de soslayo.

—Esperaba que usted me lo dijera -respondió, y me entregó un montón de hojas de papel continuo. Les eché un vistazo.

—De modo que había un virus en el software de OCR. ¿Lo han eliminado?

—No -respondió Jason-. Siga leyendo.

Examiné el resto de la impresión.

—El virus estaba en el software de OCR, pero no en Goodknight. -Me volví hacia George y le dije- No me dijiste que Goodknight tenía un sistema de inmunización.

—No lo tiene -dijeron Jason y él a coro-. MABUS/2K contiene uno, por supuesto -agregó George-, pero lo quitamos.

Reflexioné por unos momentos.

—Entonces, tienen un mutante.

—Que tenemos ¿qué? -exclamó Jason, apartándose un mechón de cabello que le caía sobre la cara.

—Un mutante es un tipo de virus o gusano que altera su propio código en cada generación. La idea fue concebida por Fred Cohen en los años ochenta y, por desgracia, la puso en práctica un pirata búlgaro conocido como Dark Avenger. Es mucho más difícil de eliminar, pero no imposible.

—Soy todo oídos -dijo Jason.

En realidad, parecía ser todo pelo en un ochenta por ciento, pero no estaba de humor para bromear.

—El método más seguro consiste en invertir la compilación del código. Incluso un mutante suele tener áreas de código constantes, como, por ejemplo, las instrucciones de mutación. Si éstas cambian, ya no puede mutar más. Cuando se dispone del código fuente, es posible identificar esas áreas y concentrarse en ellas.

—¿Ha hecho esto antes? -preguntó Jason con expresión escéptica.

—Algunas veces.

—¿Y si no puede invertir la compilación?

—Si tienen por lo menos dos generaciones del mutante, podemos compararlas y buscar las áreas constantes. Sin embargo, no es un método tan seguro como el otro, porque no se sabe si se ha identificado un verdadero segmento permanente o sólo un área que no ha mutado en la última generación, pero que podría hacerlo en la siguiente.

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