Y para la final se venía Alemania, el equipo que había elegido
papá
desde el principio. Alemania.
Los alemanes siempre son bravos. Hasta que no les dan el certificado de defunción no se entregan... En ese Mundial, no sé si por primera vez, los equipos salían juntos para la cancha. En el camino nosotros hacíamos un montón de boludeces: gritábamos, nos pegábamos puñetazos en el pecho. Todos nos miraban con miedo. Pero los alemanes, no. Me acuerdo que le dije al Tata Brown: "Con éstos no hay caso, viejo... Estos no se asustan con nada".
En la final me mandaron a Matthaus encima. Ese sí que sabía, no era una marca al hombre común. Normalmente, los que te hacen marca personal son torpes, pero Lothar sabía jugar: podía ser diez, podía marcar, terminó siendo líbero. Un fenómeno. Yo busqué el gol desesperadamente, quería mi gol, pero más quería ganar, más quería
ganar.
Hicimos dos golazos, primero: el cabezazo del Tata Brown, porque se lo merecía como nadie, porque lo había reemplazado a Passarella y había jugado mejor que todos, y el de Valdano, porque fue un resumen de lo que Carlos nos pedía y una demostración de lo que era Jorge física y futbolísticamente.
Cuando nos empataron, yo no me asusté. Para nada... Nos habían cabeceado dos veces en el área, sí, una cosa imperdonable para cualquier equipo en serio, pero... Le miraba las piernas a Briegel y estaban hechas un garrote, sabíamos que iba a llegar, que el triunfo iba a llegar. Cuando volvimos a la mitad de la cancha, para sacar, aplasté la pelota contra el piso, lo miré a Burru y le dije: "¡Dale, dale que están muertos, ya no pueden correr! Vamos a mover la pelotita que los liquidamos antes del alargue". Y así fue, nomás: giré atrás de la mitad de la cancha, levanté la cabeza y vi cómo se le abría un callejón enorme a Burruchaga para que corriera, para que corriera hasta el arco... Briegel le había quedado de atrás, a sus espaldas, y ya no iba a tener potencia para alcanzarlo. Entonces, la cachetié así a la pelota, bien al claro. Y se fue Burru, se fue Burru, se fue Burru... ¡Gol de Burru! ¡Cómo grité ese gol de Burruchaga, cómo lo grité! Me acuerdo que hicimos una montaña enorme, uno arriba del otro, ya nos sentíamos campeones del mundo, faltaban seis minutos, ya estaba y... Bilardo nos empezó a gritar:
¡Déjense de joder, déjense de joder!¡Vayan a marcar vos y Valdano a marcar, dale, dale!
Cuando llegó, por fin, aquel gesto de Arppi Filho que yo campaneaba de reojo, cuando terminó el partido y en el estadio Azteca lo único que se escuchaba era los gritos de los argentinos que estaban ahí, porque los mexicanos se habían quedado mudos, entonces me largué a llorar... ¿¡Cómo no me iba a largar a llorar si siempre me había pasado lo mismo en los grandes momentos de mi carrera!? Y éste era el máximo, el más sublime. Con la Copa en las manos nos fuimos para el vestuario y empezamos a putear a todo el mundo, a todo el mundo. Era mucha bronca junta y en medio de esa bronca me pasó algo impresionante...
—¡Venga, Carlos, venga! ¡Desahogúese! ¡Diga todo lo que tiene adentro, grítelo...! —le dije a Bilardo con rabia, porque los dos sabíamos cuánto habíamos sufrido, mucho, demasiado. Y él, con los ojos llenos de lágrimas, me contestó, así, bajito...
—
No, Diego, deja... Esto yo lo quería desde hace mucho tiempo y no es contra nadie... Déjame pensar en una sola persona, en Zubeldía.
Se acordaba de Osvaldo Zubeldía, de su maestro... Me dejó chiquitito así, me esfumó la bronca, no sabía qué más decir. Al tipo lo habían basureado, lo habían destrozado y no tenía ningún rencor, no gritaba revancha. Era campeón del mundo, había ganado todo... y no tenía resentimiento. Es una gran imagen que tengo, ésa de Bilardo. Se junta con otras, pero ésa me la quedo. Yo seguí gritando, por supuesto, afónico y revoleando la camiseta, en el medio de un vestuario que era un quilombo, con Galíndez besando la imagen de la Virgen de Lujan, la que poníamos siempre en un esquinero, con todos arriba de los bancos, gritando como locos:
¡Se lo dedica-mo’-a todos /La reputa-madre que-los-reparió!
Era un desahogo, un desahogo enorme. Nunca me voy a olvidar del clima de ese vestuario, ese piso verde de césped sintético, los bancos y los armarios blancos, la luz del sol entrando por las ventanas y nosotros... Nosotros felices.
Después nos fuimos para la concentración, a levantar nuestra...casa. Habíamos cumplido con aquello que nos habíamos propuesto: irnos sólo cuando terminara el campeonato. Nos abrazamos, fuerte, bien fuerte y cumplimos con algo que nos habíamos prometido, entre todos: dimos la vuelta olímpica ¡en la canchita de entrenamiento, solos! En esa misma canchita, apenas aterrizamos en México, nos habíamos juramentado:
Somos los primeros en llegar, seremos los últimos en irnos.
No había tiempo casi para nada, sólo para hacer las valijas. Pero a cada rato, mientras guardábamos la ropa, nos mirábamos con Pedrito Pasculli y nos gritábamos, agarrándonos de la cabeza:
—
¿¿¿¡¡¡Qué haces, guacho campeón del mundo!!!???
Campeón del mundo, campeón del mundo... El sueño cumplido. Yo digo, hoy, que en aquellos increíbles días de México '86, Dios estuvo conmigo.
Cuando uno está mal puede decir muchas cosas y yo estaba muy caliente, pero mi gran triunfo fue que detractores terminaron viniendo al pie... Igual, hubo muchos que siguieron en la suya, que dijeron que el Mundial había sido mediocre y por eso lo habíamos ganado, o que la Argentina había sido campeón por mí.
Debo decir hoy que fue campeón no sólo por mí. Yo aporté, otros me ayudaron, todos ganamos... Por eso, quise que también disfrutaran del título hasta los que nos habían matado sin piedad.
Lo viví con todo, como cada cosa que hice en mi vida. Había que tomarlo como lo que era y lo repito ahora: fue un extraordinario triunfo del fútbol argentino, que lamentablemente todavía no se volvió a repetir, pero nada más que eso... Nuestro triunfo no bajó el precio del pan... Ojalá pudiéramos los futbolistas resolver los problemas de la gente con nuestras jugadas, ¡cuánto mejor estaríamos!
Pensaba en eso en el balcón de la Casa Rosada, porque allá estuvimos para saludar a la gente que se había juntado en la Plaza de Mayo. Sentía eso y también que era... ¡presidente! Ahí estaba al lado de Alfonsín, el tipo con el que había vuelto la democracia. También estaban los panqueques, claro. Hasta O'Reilly, que unos meses antes, nada más, lo había querido voltear a Bilardo. Pero en ese momento nosotros éramos los reyes... Yo ya lo conocía a Alfonsín, ya lo conocía. Me había recibido antes de las elecciones. Para mí, fue importante lo que él hizo al principio, pero después... Le faltó algo para terminar la obra. Y todavía hoy estamos luchando por salir.
En realidad, en ese momento no me importaban ni Alfonsín ni ningún político. Yo pensaba en la gente.
Me sentí, en realidad, muy cerca de la gente; si hubiera sido por mí, agarraba la bandera y salía corriendo, me metía entre ellos... En ese balcón se me cruzó todo por la cabeza: Fiorito, Argentinos, Boca, todo. Todos los sueños cumplidos.
Cuando llegué a mi casa, por fin, había una multitud. Le pisaban el jardín a la Tota, que se volvía loca, cantaban, tocaban bocina, me traían regalos... Mi casa, en la calle Cantilo, de Villa Devoto, se había convertido en un punto del recorrido turístico de Buenos Aires. A mí, mientras tanto, el intendente de la ciudad, que era Julio Saguier, me nombró Ciudadano Ilustre. La cosa es que mientras tanto, la gente seguía ahí, pasaban los días y seguían ahí. ¡Yo no lo podía creer! Yo decía: esto no se puede hacer por nadie, ni por Maradona ni por nadie... Mujeres grandes, gente grande, chiquitos, me costaba entender. No sé, trataba de ponerme en el lugar de ellos y en una de ésas yo, de pibe, me hubiera parado en la puerta de la casa de Bochini. Creo que es una cuestión de identificación, te gusta lo que hace un tipo y querés que lo sepa. Pero igual, me daba no sé qué, mi familia no tenía la culpa de nada y estaban obligados a vivir encerrados... Una noche de ésas, hice entrar a dos chiquitos, porque me dio mucha, demasiada pena: jugué un ratito con ellos a la pelota en el living, la mamá nos miraba y no lo podía creer. Me parece que ellos ni se dieron cuenta de que habían estado conmigo, pero yo sentía una lástima, una lástima tremenda. Íntimamente sentía que todo eso era demasiado... Yo sólo había ganado un Mundial.
Passarella, Ramón Díaz, Menotti, Bilardo, Havelange
Quiero terminar con esta historia de que Maradona
inventó la droga en el fútbol argentino.
Dicen que yo hablo de todo, y es cierto. Dicen que yo me pelié con el Papa, y tienen razón. ¿Porque salí de Villa Fiorito no puedo hablar? Yo soy la voz de los sin voz, la voz de mucha gente que se siente representada por mí, yo tengo un micrófono delante y ellos en su puta vida podrán tenerlo. A ver si se entiende de una vez: yo soy El Diego. Entonces, vamos a ser claros. Antes de seguir con mi historia, digamos que desde el pico más alto — justo después de México '86 — vamos a poner los puntos sobre las íes en un montón de temas. En un montón de hombres y nombres...
Sí, me pelié con el Papa. Me pelié porque fui al Vaticano y vi los techos de oro. Y después escuché al Papa decir que la Iglesia se preocupaba por los chicos pobres... Pero, ¡vendé el techo, fiera, hace algo! Las tenés todas en contra, encima fuiste arquero. ¿Para qué está el Banco Ambrosiano? ¿Para vender drogas y contrabandear armas, como se escracha en el libro
Por voluntad de Dios?
Yo lo leí, no soy un ignorante. Y también estuve con el Papa, porque soy famoso.
Fue... fue decepcionante. Yo siempre lo cuento: le dio un rosario a mi mamá, le dio un rosario a la Claudia, le dio un rosario no sé a quién, y cuando llegó mi turno me dijo, en italiano:
Este es especial, para vos.
A mí me salió decirle gracias, nada más. Yo estaba renervioso. Seguimos caminando, por ahí, y le pido a mi vieja que me muestre el de ella... Era, ¡era igual al mío! Pero yo le dije a la Tota: "No, el mío es especial, me dijo el Papa que era especial". Entonces me le acerqué y le pregunté: "Disculpe, Su Santidad, ¿cuál es la diferencia entre el mío y el de mi mamá?". No me contestó... Sólo me miró, me palmeó, sonrió, y seguimos caminando. ¡Una falta de respeto total, me palmeó y sonrió, nada más! Diego, no rompas las pelotas y pícatelas que tengo más gente esperando, eso me dijo con la palmada en la espalda.
¿Se entiende por qué me enojé con él? Por cosas parecidas me enojé con muchos otros, por el caretaje, porque dicen una cosa acá y después le toman la leche al gato allá, porque se le escapa la tortuga, porque mienten, porque son cabezas de termo... No voy a hablar de todos los personajes con los que me pelié, ¡necesitaríamos una enciclopedia de esas que venden por fascículos! Voy a hablar de esos casos que todo el mundo tiene así, siempre en la punta de la lengua:
¡Uuuhhh, el Diego lo odia a...!
Para empezar, y que quede clarito, yo no odio a ninguno de esos con los que me pelié a los gritos a través de los medios. Puedo odiar, sí, a los que le meten la mano en el bolso a la gente, como algunos políticos, como algunos dirigentes, o a los que pueden matar a la gente, como los milicos argentinos en algún momento. Después, a los que le joden la vida a los pibes, de cualquier manera: pegándoles, no dándoles de comer, vendiéndoles falopa... De cualquier manera.
A los demás, vamos por partes...
Para empezar, yo no estoy chivo con Ramón Díaz, para nada. Y siempre se dijeron mentiras alrededor de nuestra relación. La primera, la más grande, la que quedó en la cabecita de termo de todos, es esa que dice que yo le llené la cabeza a Bilardo para que no lo llamara al Seleccionado. ¡Un disparate, se les escapó la tortuga, fiera!
Un disparate tan grande que a esta altura nadie me creería, ya lo sé, si contara que en Suiza, durante la gira previa al Mundial de Italia, comenté —y tengo un periodista de testigo, me animo a jurarlo— que el único que nos podía salvar en ese momento, cuando nos faltaba gol y algo más, cuando no vacunábamos a nadie, era Ramón Díaz. Así se lo dije: "¿Sabes quién tendría que estar en este equipo y se acabarían los problemas? El Pelado...". Faltaba un montón todavía para que el Narigón definiera la lista, hasta de Juan Funes, pobrecito, se hablaba, y el Narigón no lo llamó. Y que antes del Mundial '86, apenas terminaron las eliminatorias, declaré, ¡públicamente!, que el Pelado nos vendría muy bien, ¡está escrito, está escrito!
Nunca le hice un planteo a nadie, lo juro por mis hijas, para sacar del medio a alguien. Al contrario, si a Bilardo alguna vez le hice un planteo fue para que dejara en el equipo a Caniggia. Y esto que quede escrito, lo digo por primera vez: si Bilardo dejaba afuera del Mundial '90 a Caniggia, yo... ¡no lo jugaba!
Pero en lo de Ramón me quiero detener y repetir: lo juro por mis hijas, que es lo que más quiero en la vida, que yo nunca me opuse a que Ramón se sumara al Seleccionado. El que nunca se lo planteó fue Bilardo... El habrá pensado que yo estaba peleado con Ramón porque Ramón era amigo de Passarella, y Passarella sí estaba enfrentado conmigo. Lo que Ramón Díaz hizo fue tirarse del lado de Passarella cuando Passarella se fue al Inter. ¡Y eso es lógico! Si Passarella se va al Inter, o viceversa, me parece bárbaro, que el Pelado haga las relaciones con quien más le convenga. ¡Que va a hacer conmigo si yo estaba en el Napoli! En el '89, cuando el Inter salió campeón con el Pelado como figura, me crucé con él en la cancha y le grité, para que se dejara de joder con las giladas del Seleccionado: "¡Ojalá que Bilardo te llame, así te dejas de inventar boludeces!". Lo cierto es que un año después, cuando Bilardo definió el equipo para Italia '90, el Pelado no hacía un gol ni en un arco de veinte metros.
Más todavía: ¿saben quién le enseñó a definir a Ramón? ¡Yo, papito! En el 79, cuando fuimos a jugar el Mundial Juvenil a Japón, le metí en la cabeza que para hacer goles no tenía por qué agujerear a los arqueros... El cabeza de termo le apuntaba al pecho, cerraba los ojos y ¡pum! Era un asesino, sí, pero no era un goleador... Después, aprendió. De nada, Ramón. También anduvieron diciendo otras cosas: como que yo no había hecho la fuerza suficiente para que a Bertoni le renovaran el contrato en el Napoli, en nuestra tercera temporada allá. La Chancha y yo habíamos jugado juntos las dos primeras, el Pelado estaba en el Avellino, también en el sur de Italia, y los tres éramos muy amigos... Pero es mentira, ¡la decisión no fue mía y Daniel se fue bien! Por eso también lo desafío a Ramón, como a Passarella: vamos a sentarnos en el medio del Monumental, frente a frente, sin hinchas de Boca alrededor... Ahí mismo donde yo me acerqué hasta el banco para darle la mano, el día de mi último partido en Boca, contra River, en el '87, para que se diera cuenta de una vez por todas de que nos podemos decir pelotudeces, pero lo nuestro no es para tanto.