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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (16 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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Lo primero que me propuse en ese momento fue construir algo, una conciencia: jugar por la Selección debía ser lo más importante del mundo. Si teníamos que viajar miles y miles de kilómetros, hacerlo; si teníamos cuatro partidos por semana, jugarlos; si teníamos que vivir en hotelitos que se caían a pedazos, aceptarlo... Todo, todo por la Selección, por la celeste y blanca. Ese era el estilo que quería transmitir.

Y no quiero ponerme como ejemplo, ¿eh?, pero lo cuento, lo cuento igual para que se entienda, para que se sepa lo que hacíamos nosotros por el Seleccionado. Todo pasó en mayo de 1985, justo antes del comienzo de las eliminatorias para México '86 y cuando yo ya era jugador del Napoli. Aunque para mí todos los partidos con la celeste y blanca eran importantes, aquellos amistosos con Paraguay y Chile sí que valían de verdad, por varias razones. Primero, porque era mi presentación en un equipo de Bilardo, mi regreso a las canchas argentinas y a la Selección desde el Mundial de España, ¡casi tres años después!; el último partido lo había jugado contra Brasil, el 2 de julio del '82, y desde que el Narigón asumió hasta estos partidos, había probado con muchachos que estaban en la Argentina. Ahora parece raro, pero yo estuve casi tres años sin ponerme la camiseta celeste y blanca: desde la eliminación en España hasta estos amistosos. Yo, tranquilo, porque Bilardo había sido muy claro desde el principio, no me había escondido nada a mí y no le había escondido nada a nadie: él durante todo el '84 había declarado públicamente que yo era la única certeza que tenía el Seleccionado, el único titular, que eso correspondía con quien era el número uno del mundo, que era el símbolo, que era el capitán porque a donde fuera, a Singapur, a China, a Alemania, a cualquier parte, le preguntaban por mí, le hablaban de mí. Ahí, en Alemania, en una conferencia de prensa le preguntaron si me iba a poner y se le adelantó Beckenbauer, que estaba sentado al lado, y contestó:
Si no lo pone él, que me lo dé a mí.

Aunque yo no jugué durante todo ese tiempo, de alguna manera estaba presente: les mandaba telegramas antes de cada partido, para alentarlos, para que se dieran cuenta de que formaba parte del grupo. Eso hice, por ejemplo, en aquella gira que hicieron por Colombia y Europa, que arrancó como el culo y terminó bárbara; me sentía cerca de ellos.

Pero, bueno, la cosa es que llegaron esos dos partidos y yo decía que eran muy, muy importantes: porque lo único que nos quedaba después de esas dos pruebas era salir a jugarnos para poner al equipo en México '86. Contado así suena fácil, pero te la regalo...

La cosa es que Matarrese, Antonio Matarrese, el presidente de la Federcalcio ya en aquel tiempo nos empezaba a poner piedras en el camino: si viajábamos, aun con el permiso de nuestros clubes, la Liga Italiana se reservaba el derecho de suspendernos. Entonces yo les contesté: "¿¡Qué!? ¡Ni Pertini me impedirá viajar a Buenos Aires!". Sandro Pertini era el presidente de Italia....

También estaba Passarella en la historia —él jugaba en la Fiorentina— y a ninguno de los dos nos querían dejar viajar a la Argentina, decían que era una locura. ¿¡Una locura!? ¿¡Una locura jugar por mi país!? ¡Las pelotas! Armé el itinerario, tenía que estar en todos lados, ya era un capricho.

La maratón empezó el domingo 5 de mayo: en Nápoles, empatamos contra la Juventus 0 a 0. Del estadio mismo volamos en uno de mis autos, no me acuerdo en cual, para llegar a Roma, 250 kilómetros, al aeropuerto de Fiumicino. Nos habían previsto una custodia policial, pero no cumplieron: me banqué el tránsito del domingo, con mi estilo, y pudimos hacer el trayecto en una hora y media,
je...
Tomé el avión, aterricé en Buenos Aires y el jueves salí a la cancha, en el Monumental, para enfrentar a Paraguay: empatamos 1 a 1, hice un gol. Volví a la concentración, con los muchachos, y al día siguiente, a las cinco de la tarde, me subí al avión de Varig que hizo escala en Río de Janeiro y siguió hasta Roma. Sábado 11, otra vez en Fiumicino, otro avión: ahora, para Trieste... De Trieste a Udine hay 70 kilómetros y los hicimos en auto. Llegué para la hora de la cena, comí algo y me fui a dormir. Al día siguiente, domingo 12, a la cancha, para jugar contra el Udinese: empatamos 2 a 2, hice dos goles... ¿A festejar? ¡No! ¡A viajar! Setenta kilómetros en auto hasta el aeropuerto de Trieste, una vez más, aerotaxi desde allí hasta Fiumicino y, justo a tiempo, vuelo de Aerolíneas para Buenos Aires, otra vez.

El martes 14 estaba en el Monumental, como si nunca me hubiera ido, pero esta vez para enfrentar a Chile. Ganamos 2 a 0, grité un gol, me tomé un... respiro, y regresé a Italia: el domingo 19, en Nápoles, le ganamos 1 a 0 a la Fiorentina de Passarella, que estaba un poquito más descansado que yo porque él se había hecho amonestar cuando todo el paseo empezó y se salvó de un viaje... Sí, no paré desde el domingo 5 hasta el domingo 19 de mayo, porque quería cumplir con los dos, con el que me pagaba, sí, pero también con el que me amaba y me necesitaba.

Claro que ya en aquellos tiempos me inventaban cosas igual: publicaron que por jugar esos dos partidos había cobrado 80.000 dólares, ¡una plata que no le daban ni a Frank Sinatra cantando desnudo en la cancha de River!

Apenas llegué, me sumé al grupo de muchachos que ya trabajaban en Ezeiza. El proceso ya había empezado y no venía nada fácil... Ellos habían hecho una gira que empezó como el culo, en Colombia, y había terminado fenómeno, en Alemania. Enseguida dos empatecitos. Yo había llegado a jugar como uno más y de lo que Bilardo me pidiera: el Loco parecía convencido y yo lo iba a seguir, a muerte.

Las eliminatorias empezaron en Venezuela. ¿Fácil? ¡Fácil las pelotas, para nosotros no había nada fácil! Podía ser que el rival fuera débil, pero aquella vez no jugaron sólo once jugadores contra nosotros, jugaron más. Es la única forma que tengo, hoy, para explicar lo que pasó... Resulta que, apenas aterrizamos en San Cristóbal, se armó un tumulto bárbaro. Había policías, pero eran venezolanos, también. La cosa es que un loco me salió al cruce y me metió tal patada en la rodilla derecha, que ni el tano Gentile lo hubiera hecho mejor. ¡Me mató, me mató! Entré rengueando al hotel, con el doctor Eduardo Madero corriendo atrás y todo el mundo asustado. ¡El hijo de puta me había arruinado el menisco!

Toda la noche previa al partido estuve con hielo en la rodilla derecha, tirado en la cama. No me dormí hasta las cinco de la mañana. Al principio, me parecía una boludez, pero después se fue agravando, agravando. Y encima, en ese maldito partido y en los que siguieron me apuntaban ahí, todos me pegaban en la rodilla derecha. Digo ahora maldito partido porque nos costó un huevo y medio ganarlo, bien al estilo nuestro: terminamos 3 a 2, pidiendo la hora.

Después vino Colombia, en Bogotá, el 2 de junio. ¡Qué presión, qué presión, yo nunca había vivido nada igual! Después ganamos 3 a 1, y todo pareció un camino de rosas, pero nada que ver, ¿eh?, nada que ver... Lo que pasa es que la mayoría de los jugadores no habíamos estado nunca en eliminatorias, incluido yo. Todavía hoy creo que si perdíamos allá, en Bogotá, nos quedábamos afuera del Mundial, porque hubiera sido un golpe anímico demasiado fuerte.

Una semana más tarde, en el Monumental, le ganamos a Venezuela. Pero nos puteaban que daba calambre. ¡Yo no entendía nada! La tocaba Trossero, lo silbaban; la tocaba Burruchaga, lo silbaban; la tocaba Clausen, lo silbaban... Era terrible, tan terrible que terminamos ganando 3 a 0, pero los últimos dos goles los hicimos en los últimos cuatro minutos.

Los dos partidos contra Perú, los que definían la historia, fueron terribles, ¡terribles! El primero en Lima, el 23 de junio, fue el de Reyna... Lo digo así y ya todo el mundo sabe de qué estoy hablando, de aquel muchacho que me siguió hasta el baño, ¡una cosa de locos, viejo! En una jugada, pisé mal y salí de la cancha, para que me viera el tordo. ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví, se me paró otra vez al ladito, el cabeza de termo. Me hablaba, me hablaba. Cada uno tiene sus armas para jugar, está bien, pero las mías siempre fueron otras, distintas. Cada uno hace lo que puede, ¿no?, pero este muchacho se pasó de la raya... Me pegaba trompadas, también. Está bien, era local, a la semana siguiente tenían que ir a jugar a Buenos Aires, ¿qué le iba a decir?, ¿que allá lo iba a matar? Si eso no era cierto... Qué bárbaro ese Reyna: después de esa experiencia, con los años, me fui dando cuenta de que me gustaba más que me marcaran hombre a hombre, porque me los sacaba de encima, así,
tac,
rapidito, y quedaba solo. En cambio en zona era más complicado. Pero lo de Reyna... Y pensar que a Cuba me llegó una pelota firmada por todos los futbolistas peruanos, deseándome la recuperación y estaba la de él, también.... ¡Hasta La Habana y a los 40 años me siguió, el hijo de puta!

Después vino el partido de Buenos Aires, el 30 de junio, el de la clasificación. ¡Mamita, cómo sufrimos, mamita! ¡El susto que tuve esa tarde, en el Monumental, no lo había tenido nunca y no creo, ya, a esta altura, que lo vuelva a tener en una cancha de fútbol! Pero, ¿¡cómo puede ser, viejo!? Estábamos jugando bien, por primera vez estábamos jugando bien,
je,
y resulta que nos metieron dos contraataques y dos goles, dos goles en el primer tiempo... Nos hablábamos con Passarella, no entendíamos nada... Camino al vestuario, al final del primer tiempo, nos reputeábamos entre nosotros, porque nos dábamos cuenta de que lo estábamos perdiendo por errores nuestros. En el entretiempo, Carlos no nos dijo nada de los goles, nada del primer tiempo, nos gritó que nos olvidáramos, que empezáramos de nuevo, que saliéramos a clasificarnos para el Mundial y que... ¡nos dejáramos de joder!

Pero yo sabía que no era fácil, estábamos nerviosos. Nos había pasado lo mismo en un partido contra Paraguay y también contra Venezuela... Y salimos con todo. Enseguida, Pasculli metió el primero, pero no alcanzaba. En una, después de un pique, miré el cartel electrónico y marcaba 23 minutos. Hice un pase, miré otra vez, ¡32! ¡Hijos de puta los peruanos, ¿adelantaban el reloj o qué?! Y al final, cuando faltaban diez, llegó aquella jugada de Passarella, el empujoncito de Gareca, ¡qué sé yo! Yo ni me di cuenta quién había hecho el gol, pero lo tenía cerca a Pedrito Pasculli y me abracé con él, me abrazaba con cualquiera... Pero fue de Gareca, fue del Flaco, si no la pelota se iba afuera, se iba afuera.

Hasta ese momento, yo pensaba en la palabra repechaje y se me rompía el alma. Estaba fundido, fundido físicamente y con la maldita rodilla derecha a cuestas: soñaba con pegarle y clavarla en un ángulo, pero no me daba, no me daba... Por suerte al fin se nos dio, a todos. Nos clasificamos para el Mundial de México y ahí mismo, lo juro por mi madre, le dije al Flaco Gareca: "Así, así vamos a terminar la final del Mundial nosotros... Sufriéndola, pero ganándola".

Al equipo ése le faltaba entrar en la gente. Y no era que no entendíamos lo que nos pedía Bilardo, ¿eh?: lo entendíamos perfectamente pero no nos soltábamos, no nos liberábamos. Y encima, empezaron los quilombos.

Yo creo que Passarella nunca digirió aquello de que yo era el único titular y capitán en el equipo de Bilardo, nunca. Y entonces empezó a meter presión. Y en una nota de
El Gráfico
declaró:
"Soy titular o no juego en la Selección".
Eso era en octubre del '85. Yo ya estaba cansado del conventillo, de los celos y de todas las pelotudeces y salí con los botines de punta. Armé una conferencia de prensa en Nápoles, y dije de todo... Yo hablé como capitán, aunque no como dueño de la verdad absoluta, y lo hice sin haber conversado antes ni con Bilardo ni con Passarella. En este problema yo estaba en el medio. Para Bilardo, aparentemente, el único titular era Maradona. Bueno, yo consideraba que Bilardo había estado muy claro de entrada, no sabía lo que pensaba Daniel. Lo único que podía decirle a él, como amigo suyo fuera de la cancha y como compañero, como hombre y como jugador, era que acá lo fundamental era otra vez el tema del respeto a las trayectorias. Y yo creía que Daniel sabía que Bilardo nos había respetado desde el llamado para las eliminatorias. Después, si le había hecho o no promesas, eso no lo sabía, era un problema en el que eran ellos los que tenían que ponerse de acuerdo. Lo que pasó es que ahí hubo algo raro detrás, eso no me lo quita nadie de la cabeza, por todo lo que leí y lo que me contaba mi mamá por teléfono desde Buenos Aires. Daniel quería la titularidad, pero todos sabíamos, los que estábamos a su lado y lo habíamos visto luchar como un león por la camiseta argentina, que él era un ganador nato. Entonces, yo me preguntaba: ¿por qué nos hacía sufrir con una renuncia que no quería nadie, ni siquiera Bilardo?

Bueno, cada técnico tiene sus jugadores. En los tiempos de Menotti, si alguno le tocaba a Passarella, se armaba un lío nacional y todos lo entendíamos, porque Daniel era el capitán, el hombre mimado de todos, como antes lo había sido Houseman, pero nadie decía nada. Yo renuncié una vez a la Selección de Menotti, porque creía en ese momento que debíamos estar todos en el mismo nivel, no por un puesto ni nada por el estilo, pero después volví. Por eso no quería criticar a Daniel por lo que hacía, porque era grande y yo no iba andar indicándole qué debía hacer. Lo único que le podía pedir como capitán y compañero era que tratara de arreglarlo de la mejor manera posible. En la concentración, él sabía que era titular, porque era un líder y por todo lo que significaba dentro y fuera de la cancha. Lo necesitábamos, lo necesitaban todos los argentinos.

Lo que yo le pedí a Daniel fue que decidiera por él mismo, no por otros. Lo conocía mucho y por eso repetía que detrás de todo aquello había algo muy extraño, que no sabía lo que era. Si lo hubiera sabido, lo habría dicho, porque me gustaban y me gustan las cosas claras.

Yo no sabía, y no me interesaba saber, si lo de Bilardo era un capricho o qué era, pero nosotros siempre respetábamos lo que decía el técnico. Me preguntaba, ¿por qué entonces las cosas debían cambiar? Daniel, por el solo hecho de estar entre los 22, sabiendo lo que le daba al plantel desde adentro, no necesitaba que Bilardo le dijera:
Vos sos titular.
El fue titular desde siempre.

Y rematé: "No es posible que cuando nos tenemos que unir, nos desunamos, que sigamos con esta historia de los pro y los contra de Bilardo, de los pro y los contra de Menotti, ¿no se dan cuenta de que nos estamos destruyendo inútilmente? Yo me quedé afuera en el Mundial del 78: éramos 25, tenían que salir 3 y uno de ésos fui yo, pero igual le estoy agradecido a Menotti, por todo lo que hizo por mí".

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